Una ocasión para crecer
Mucho que derribar,
mucho que construir,
mucho que restaurar.
T.S. Elliot
UN VIEJO PROBLEMA POR RESOLVER
Desde 1964, año en que se promulgó la reordenación de las enseñanzas técnicas en España, las relaciones laborales entre estos profesionales y los ingenieros superiores han estado pendientes de regulación. Se abordó, desde los distintos gobiernos, su preparación académica, pero nunca se legisló sobre sus competencias profesionales. En los años 1965 y 1966, dos decretos que lo intentaron fueron anulados por el Tribunal Supremo por cuestiones legislativas. Decretos, proposiciones, resoluciones del Tribunal Supremo (hasta ocho llegó a dictaminar) se sucedían sin abordar a fondo la cuestión.
Cuestión que se centraba en indicar qué tipo de labores y tareas profesionales puede ejercer aquella persona que ha seguido un determinado plan de estudios. Actualmente, en la Universidad Politécnica Española, existen dos titulaciones: la de Ingeniero o Arquitecto Técnico, cuyos estudios constan de tres años y están ceñidos a materias eminentemente prácticas con una única especialidad y la de Arquitecto o Ingeniero Técnico Superior, cuyo plan es de seis años, con una formación técnica y teórica más global, diversas especialidades, etc...
Ante la falta de soluciones legislativas, son las propias empresas y la Administración quienes van creando, con la práctica, un tipo de relaciones entre ambas titulaciones. Y partiendo de un objetividad académica, se dejaban para el titulado superior los trabajos de diseño, dirección y planificación de las futuras obras, mientras que el titulado medio era el ejecutor de ellas. Pero esto creaba confusión, malentendidos e inquietud: ¿si la obra es una reforma, no podría proyectarla el ingeniero técnico? ¿Por qué los únicos capacitados legalmente para dirigir proyectos menores han de ser también los titulados superiores?
Ante esta situación de malestar social y de vacío legal objetivo, el Grupo Popular presentó (el 21 de junio de 1983) una proposición no de Ley sobre atribuciones profesionales de los Ingenieros Técnicos, que por pasividad del gobierno no siguió su curso y se olvidó.
¿POR QUÉ AHORA?
Es ahora, a principios de 1986, cuando la legislatura del primer gobierno socialista está concluyendo que el PSOE retoma el antiguo proyecto popular del 83 y lo presenta, casi en su integridad y con la misma formulación, sólo que con carácter de proyecto de ley. Los ponentes aducen viejas injusticias laborales, antiguas reivindicaciones profesionales por una parte, y el deseo de cambio (que los llevó al poder) de la sociedad española, inmersa ya institucionalmente en una Europa Comunitaria, para sacar adelante -con prisas- esta ley.
Pero justamente son estas las objeciones que se le hacen a la ley: se la tacha de «chapuza», de no ser previsibles su magnitud y consecuencias a medio y largo plazo (se habla incluso de «hipoteca tecnológica» cara al futuro). Se habla de «cambios» por el hecho de cambiar, no por el hecho de mejorar... ; además, nuestro ingreso en Europa es aún reciente, inmaduro y progresivo. ¡Ni siquiera los europeos, (en contra de lo que se nos ha argumentado) tienen aún regulado con claridad unitaria este tema, pues hasta pasado este verano no lo van a abordar desde la raíz.
LA ACTITUD DE LOS ESTUDIANTES
Por primera vez en mucho tiempo, la universidad ha salido de ese letargo en que se encontraba: los estudiantes han reaccionado inmediatamente frente al problema y se han unido para reivindicar sus derechos; latente subyacía un deseo de justicia que, repentinamente, ha estallado. La actitud de todos nosotros ha sido unánime: había que movilizarse, había que hacer «algo».
Por otra parte, los planes de estudio y los propios títulos están a punto de sufrir, de nuevo, importantes cambios por la aplicación de la ley de Reforma Universitaria. ¿Cambiarán, de nuevo, las atribuciones? Lo que subyace realmente es la adecuación académica con respecto al futuro profesional.
Pero no es un problema sólo de atribuciones; es la propia universidad lo que está en juego. Este quehacer frente al problema ha empezado a desarrollar una auténtica amistad entre muchos de nosotros que, hasta entonces, la relación diaria en clase no había hecho surgir. La huelga ha sido, pues, una ocasión privilegiada para entablar un contacto humano, para establecer un diálogo que hasta ahora no existía, para romper ese muro del individualismo en que hemos sido educados.
Los días pasan y encierros, pintadas, manifestaciones, concentraciones se suceden. Los esfuerzos se concentran en evitar la manipulación política que se trata de hacer. En este sentido, se ha venido abajo el «mito» de la información veraz y profesional de los medios de comunicación: los periódicos parcializan la información (los que se interesan, pues alguno ha tratado de no prestar atención al asunto), y la televisión manipula la información ocultando y dando prioridades subjetivas y, en el fondo, desorientadoras. El poder hace uso de los medios de que dispone.
VUELTA A LA «NORMALIDAD»
Frente a esto, esa energía inicial del «quehacer» se va disipando. En unos porque sus reivindicaciones han sido escuchadas y no tiene sentido el prolongar la situación. En otros, porque no se ve una actitud siquiera de escucha por parte de nadie: sobreviene la decepción, la desesperanza. Además, los intereses personales de cara a los exámenes (que tenían ya un mes de retraso) o la posible pérdida del curso comienza a crear miedo. Y la situación se torna tensa porque no se ve la solución. Algunas Escuelas deciden suspender la huelga y comenzar los exámenes suceda lo que suceda. Es en este punto cuando el individualismo vuelve a manifestarse con fuerza propia rompiendo toda posibilidad de cambio y el objetivo común se ve arrollado por esa inercia academicista que confunde el «ahora» con el presente.
Se vuelve a la normalidad y, a las pocas semanas, es como si nada hubiera sucedido. Ese ideal de justicia que nos había movido, que nos había impulsado, se ha venido abajo, se ha esfumado. Ya nadie tiene nada que ofrecer...
OFRECER LO QUE SOMOS
Sin embargo, sí existe algo que ofrecer. Porque si una situación como esta nos ha hecho romper esa inercia de «lo privado», de la eficiencia como meta a nuestro estudiar, entonces es que esa situación ha ido más al fondo, ha profundizado en nuestra humanidad, nos ha hecho descubrir una novedad que antes no imaginábamos. Precisamente hemos de ofrecer esa posibilidad de relación que hemos encontrado, que hemos descubierto.
Ahora que hemos vuelto a la normalidad, la tentación es la de considerar la huelga como un paréntesis. Ofrecer eso que nosotros somos y que en esta huelga se ha hecho para algunos más evidente no se circunscribe sólo al ámbito de la huelga. Es la posibilidad del cambio para nosotros y para la universidad; porque si no cambiamos nosotros (y con nosotros también nuestras atribuciones, nuestro futuro), ¿de qué sirve cambiar las leyes?
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