Las razones de nuestro insistente interés en los países del Este.
Una resistencia que Occidente no ve. La cotidiana batalla por una vida nueva y una cultura humana. Un hombre: disidencia. ¿Cuál es su originalidad? ¿Cuál es su esperanza?
NO porque se esté viendo con mayor claridad el fracaso del proyecto «socialista», ni por razones ideológicas que nos lleven a rechazar, en nombre de otro sistema, el régimen comunista. No nos interesa fundamentalmente la cuestión socialismo-capitalismo. Nuestro interés no se expresa en categorías ideológicas, sino a un nivel completamente distinto, más profundo: cómo permanecer siendo hombres en un mundo de deshumanización sistemática.
Si nuestra atención se vuelve hacia los países del Este europeo es porque en ellos se produce desde hace años un fenómeno de trascenciencia extraordinaria: la disidencia. Una disidencia que ha generado esperanza: aún es posible que el poder del miedo y la mentira sea contestado. Una disidencia que ha sido capaz de desarrollar una resistencia que se ha concretado en hechos y palabras.
Esta resistencia está alimentada por una profunda fe cristiana viva y activa. Es más: el corazón mismo de ella es la energía que nace de una experiencia específicamente religiosa. Uno de los acontecimientos culturales más relevantes de la disidencia han sido, por ejemplo, las predicaciones del Padre Dudko, que en una iglesia periférica de Moscú reunía a miles de personas, muchos de ellos jóvenes e intelectuales. Su pensamiento esencial era simple: el cristianismo debe convertirse en el contenido de toda la vida. Es esta convicción profunda la que despierta la esperanza y choca con la mentalidad del hombre soviético aburguesado por el poder.
Naturalmente que no todos los disidentes en los países del Este son cristianos (es el caso de Sajarov, Havel, Bukovskij, Glanskov, Michnik...) pero ellos contribuyen con sus gestos y su vida a mostrar cómo la lucha frente a la mentira institucionalizada, por la libertad y la verdad, exigen el sacrificio de la vida para afirmar el sentido de la vida misma. Esta vital exigencia de sentido les abre positivamente al acontecimiento cristiano y si bien no son declaradamente creyentes, contribuyen de forma definitiva a formar un movimiento que se caracteriza por una profunda espiritualidad nutrida esencialmente de cristianismo.
Esta disidencia está viviendo una resistencia sorprendente y admirable, que supone una novedad cultural excepcional. Una resistencia continua preocupada más por cambiar al hombre que las estructuras, de hacer crecer una libertad interior incluso dentro de una permanente presión política y de consolidar una solidaridad entre la gente a pesar de que el régimen trabaja esforzadamente por la disgregación. Una resistencia más atenta a la creatividad que a la protesta, que está haciendo que el aparato estatal de los países del Este tome cada vez más una posición culturalmente defensiva y políticamente represiva.
Y en Occidente, sin embargo, un silencio indiferente predomina frente a estos hechos; una censura sistemática y vergonzante que -excepto en los primeros momentos de la publicación de Archipiélago Gulag- de Solschenitzyn, ha ignorado la vida nueva y la cultura que nace en estos países.
Tan sólo cuando estos hechos alcanzan una trascendencia política, el poder occidental hace de ellos un tema informativo. Es el caso de la revolución polaca de Solidarnosc, las huelgas de hambre de Sajarov, o la salida de Elena Bonner, su mujer, a USA, forzada a un silencio humillante. Pero ni siquiera en estos casos se llega a sospechar el sentido verdaderamente novedoso que estos hechos encierran. Una mentalidad periodística superficial y una deformación ideológica aplastante cierran sus oídos a las voces que desde Europa Oriental tratan de explicar el significado de una resistencia en donde lo importante ya no es plantearse qué hacer, sino cómo hacer: partir de lo hondo de la persona para transformar lo profundo de la sociedad. El redescubrimiento de la persona no es un repliegue intimista e impotente frente al poder, sino el punto de partida para que la sociedad pueda ser verdaderamente cambiada.
Unas líneas o el silencio más absoluto han merecido en la prensa occidental hechos de radical importancia como el décimo aniversario de los acuerdos de Helsinki, la concentración de 150.000 personas en Checoslovaquia en la conmemoración del centenario de los santos Cirilo y Metodio, la detención de Václav Havel, uno de los principales disidentes checoslovaquos, o la torturas de Sajarov, el máximo representante de la disidencia rusa actual: en fin, la ignorancia absoluta de la represión y la resistencia humana frente a ella.
Nosotros miramos con esperanza y admiración todo el movimiento de disidencia porque deseamos vivir una solidaridad real con ellos. Pero la gran sorpresa es que si en un primer momento nuestra atención hacia ellos estaba motivada por un deseo de apoyo y solidaridad con los cristianos perseguidos y todos aquellos que luchan por afirmar la verdad sobre el hombre, al acercarnos a ellos hemos reconocido con estupor que allí está naciendo una auténtica novedad cultural, una resistencia humana ejemplar frente a toda alienación. Ahora miramos al Este para aprender de ellos cómo puede surgir una renovación auténtica también en Occidente. Así, ha nacido en nosotros el deseo enorme de sostener con nuestra oración, nuestro sacrificio y nuestro compromiso solidario este germen de vida nueva.
En esta solidaridad más allá de las divisiones políticas y nacionales, Europa se reencuentra unida en una misma tradición cristiana, por una historia de tenaz resistencia del espíritu frente a toda violencia.
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