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Huellas N.2, Mayo 1986

NUESTROS DÍAS

¿Por qué el Este?

Javier Restán

Las razones de nuestro insistente interés en los países del Este.
Una resistencia que Occidente no ve. La cotidiana batalla por una vida nueva y una cultura humana. Un hombre: disidencia. ¿Cuál es su originalidad? ¿Cuál es su esperanza?


NO porque se esté viendo con mayor claridad el fracaso del proyecto «socialista», ni por razones ideológicas que nos lleven a recha­zar, en nombre de otro sistema, el régimen comunista. No nos intere­sa fundamentalmente la cuestión socialismo-capitalismo. Nuestro in­terés no se expresa en categorías ideológicas, sino a un nivel comple­tamente distinto, más profundo: có­mo permanecer siendo hombres en un mundo de deshumanización sis­temática.
Si nuestra atención se vuelve hacia los países del Este europeo es porque en ellos se produce desde hace años un fenómeno de trascenciencia extraordinaria: la disidencia. Una disidencia que ha generado es­peranza: aún es posible que el po­der del miedo y la mentira sea contestado. Una disidencia que ha si­do capaz de desarrollar una resis­tencia que se ha concretado en he­chos y palabras.
Esta resistencia está alimentada por una profunda fe cristiana viva y activa. Es más: el corazón mismo de ella es la energía que nace de una experiencia específicamente re­ligiosa. Uno de los acontecimientos culturales más relevantes de la di­sidencia han sido, por ejemplo, las predicaciones del Padre Dudko, que en una iglesia periférica de Moscú reunía a miles de personas, muchos de ellos jóvenes e intelec­tuales. Su pensamiento esencial era simple: el cristianismo debe conver­tirse en el contenido de toda la vi­da. Es esta convicción profunda la que despierta la esperanza y choca con la mentalidad del hombre soviético aburguesado por el poder.
Naturalmente que no todos los disidentes en los países del Este son cristianos (es el caso de Sajarov, Ha­vel, Bukovskij, Glanskov, Mich­nik...) pero ellos contribuyen con sus gestos y su vida a mostrar cómo la lucha frente a la mentira institucionalizada, por la libertad y la verdad, exigen el sacrificio de la vida­ para afirmar el sentido de la vida misma. Esta vital exigencia de sen­tido les abre positivamente al acon­tecimiento cristiano y si bien no son declaradamente creyentes, contri­buyen de forma definitiva a formar un movimiento que se caracteriza por una profunda espiritualidad nutrida esencialmente de cristianis­mo.
Esta disidencia está viviendo una resistencia sorprendente y ad­mirable, que supone una novedad cultural excepcional. Una resisten­cia continua preocupada más por cambiar al hombre que las estruc­turas, de hacer crecer una libertad interior incluso dentro de una per­manente presión política y de con­solidar una solidaridad entre la gen­te a pesar de que el régimen traba­ja esforzadamente por la disgrega­ción. Una resistencia más atenta a la creatividad que a la protesta, que está haciendo que el aparato esta­tal de los países del Este tome cada vez más una posición culturalmen­te defensiva y políticamente repre­siva.
Y en Occidente, sin embargo, un silencio indiferente predomina frente a estos hechos; una censura sistemática y vergonzante que -ex­cepto en los primeros momentos de la publicación de Archipiélago Gu­lag- de Solschenitzyn, ha ignora­do la vida nueva y la cultura que nace en estos países.
Tan sólo cuando estos hechos alcanzan una trascendencia políti­ca, el poder occidental hace de ellos un tema informativo. Es el caso de la revolución polaca de Solidarnosc, las huelgas de hambre de Sajarov, o la salida de Elena Bonner, su mu­jer, a USA, forzada a un silencio humillante. Pero ni siquiera en es­tos casos se llega a sospechar el sentido verdaderamente novedoso que estos hechos encierran. Una mentalidad periodística superficial y una deformación ideológica aplas­tante cierran sus oídos a las voces que desde Europa Oriental tratan de explicar el significado de una re­sistencia en donde lo importante ya no es plantearse qué hacer, sino có­mo hacer: partir de lo hondo de la persona para transformar lo profun­do de la sociedad. El redescubri­miento de la persona no es un re­pliegue intimista e impotente fren­te al poder, sino el punto de parti­da para que la sociedad pueda ser verdaderamente cambiada.
Unas líneas o el silencio más ab­soluto han merecido en la prensa occidental hechos de radical impor­tancia como el décimo aniversario de los acuerdos de Helsinki, la con­centración de 150.000 personas en Checoslovaquia en la conmemora­ción del centenario de los santos Ci­rilo y Metodio, la detención de Vá­clav Havel, uno de los principales disidentes checoslovaquos, o la tor­turas de Sajarov, el máximo repre­sentante de la disidencia rusa ac­tual: en fin, la ignorancia absoluta de la represión y la resistencia hu­mana frente a ella.
Nosotros miramos con esperan­za y admiración todo el movimien­to de disidencia porque deseamos vivir una solidaridad real con ellos. Pero la gran sorpresa es que si en un primer momento nuestra atención hacia ellos estaba motivada por un deseo de apoyo y solidaridad con los cristianos perseguidos y to­dos aquellos que luchan por afirmar la verdad sobre el hombre, al acer­carnos a ellos hemos reconocido con estupor que allí está naciendo una auténtica novedad cultural, una re­sistencia humana ejemplar frente a toda alienación. Ahora miramos al Este para aprender de ellos cómo puede surgir una renovación auténtica también en Occidente. Así, ha nacido en nosotros el deseo enorme de sostener con nuestra oración, nuestro sacrificio y nuestro compro­miso solidario este germen de vida nueva.
En esta solidaridad más allá de las divisiones políticas y nacionales, Europa se reencuentra unida en una misma tradición cristiana, por una historia de tenaz resistencia del espíritu frente a toda violencia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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