HAY una urgencia extrema de diálogo humano, social, cultural; porque sólo a partir de un auténtico diálogo es posible construir. El ambiente cultural español es, sin embargo, desolador a este respecto, hasta el punto de que casi se puede decir que existe tan sólo un gran monólogo: el monólogo del poder. A su lado, la sociedad española asiste aletargada al paso de su propia historia y no reacciona ni para proponer ni para denunciar. Esta situación tiene diversas motivaciones que no son sólo fruto de circunstancias actuales sino que se hunden en el pasado. Es evidente que un largo período de «despolitización» popular, una larga dictadura que ha impedido sistemáticamente la libertad de expresión y ha negado la voz a lo diferente de forma implacable, ha creado un clima de pasividad e inmadurez social, y ha conseguido que pierdan cuerpo tradiciones culturales de raigambre en España.
Pero hoy el adormecimiento social y, por consiguiente, la incapacidad de diálogo, están provocados por una cultura dominante sin identidad, sin raíces, homogeneizada, que está consiguiendo a un ritmo rapidísimo la «normalización» de la mentalidad de la gente, desarraigándola de cualquier humus cultural, de cualquier tradición y produciendo así un sujeto estadístico, abstracto, sin rostro, sin alma. Es esta mentalidad relativista y aparentemente tolerante la que se manifiesta hoy con la mayor tentación de intolerancia. Una intolerancia que censura lo distinto, lo que molesta, las posiciones humanas diferentes.
Esta es la situación de esterilidad e incomunicación en la que se mueve la vida política, la universidad, la prensa más influyente, la televisión, y acaso también la Iglesia. Pero, ¿es posible todavía el diálogo en España? El diálogo es una actitud humana que va más allá de las palabras y de la mera escucha pasiva y relativista. Dialogar es aceptar una responsabilidad respecto de la verdad que hay en otro. Tomar en serio todas aquellas posiciones humanas que no se corresponden con las nuestras y, de esta forma, profundizar en nuestra propia verdad de hombres.
Se genera diálogo y encuentro en torno a una propuesta. Se genera diálogo si se recupera la exigencia de verdad. Se genera diálogo si la sociedad se hace más viva y consciente. Porque el diálogo que es necesario establecer es el diálogo con el corazón del hombre. Un diálogo que nace de una propuesta verdaderamente humana, de una apelación a las exigencias más profundas del hombre, que no son un «tema de fondo» o un «asunto filosófico», sino que se ponen en juego en cada momento: en el tipo de relaciones humanas que vivimos; en el modo de trabajar o de estudiar, en el uso del tiempo y el dinero, en la forma de hacer política, etc.
Para nosotros, esta necesidad de diálogo es un desafío. Un desafío a nuestra capacidad de generar una posibilidad de encuentro en cada situación, a partir de una propuesta, de un gesto decidido y sencillo dirigido a la libertad de cada hombre allí donde nos encontremos: universidad, trabajo, colegio, familia, parroquia. Sólo desde este trabajo cotidiano será posible con el tiempo un diálogo cultural global que lleve a una renovación auténtica de nuestra nación.
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