En los últimos meses C.L. ha estado en el centro de la atención de los medios de comunicación españoles que han dado gran importancia a su presencia en nuestro país. Si bien no han dejado de aparecer diversidad de informaciones sobre C.L. en periódicos y semanarios tanto laicos como religiosos, conviene resaltar que incluso el diario El País le ha dedicado varias editoriales y que TVE ofreció un reportaje de media hora de duración en el programa Informe Semanal. ¿A qué se debe esta inusitada atención cuando la difusión de C.L. en España es todavía pequeña?
El problema de fondo viene planteado por el debate sobre la presencia pública de los católicos que la intervención del Papa en Loreto desató. Aquí en España incluso las informaciones sobre el Meeting per la amicizia fra i popoli de Rímini eran presentadas en esta clave: C.L. adquiere importancia por las implicaciones políticas que se le atribuyen. En este sentido, el aire de «conservadurismo y de anacronismo militantismo confesional» con que se ha querido presentar a C.L. -en vísperas de un documento episcopal sobre la actuación de los católicos en la vida pública- es utilizado como arma arrojadiza que lanzar contra cualquier intento de presencia pública de los católicos. Este tipo de españoles -a causa del clima cultural que tan claramente les une a la mentalidad laica del occidente europeo- muy difícilmente puede comprender un movimiento y la misma realidad de la Iglesia si no es en clave política de izquierda/derecha, conservador/progresista.
Desde esta óptica, no se quiere reconocer que un movimiento como C.L. pretende simplemente colaborar en la educación de jóvenes y adultos en una fe cristiana madura, una fe capaz de incidir en la vida de la sociedad de hoy en todas las expresiones a través de las cuales lo humano se manifiesta. Es esta concepción integral de la fe y su implicación cultural la que -incluso desde el interior de gran parte del mundo católico- no se logra comprender y la que la mentalidad laica trata de ahogar.
Esta última observación se documenta claramente en el análisis de las informaciones habidas acerca de C.L. en los diversos medios de comunicación. Hemos escogido el editorial del semanario católico Vida Nueva en el que también se incluye una entrevista a don Giussani, al aparecer en esta última afirmaciones que contradicen claramente a dicho editorial.
Don Giussani había declarado en la entrevista: «(...) con la fe vivida en la inmanencia de la historia y la comunión nace en el sujeto una posición cultural. Los aspectos social y político son compromisos que cada persona tiene la responsabilidad de vivir». El editorial, sin embargo, afirma:«( ... ) Comunión y Liberación es un movimiento inicialmente de carácter educativo que, desde la unión comunitaria entre sus miembros y con la autoridad, pretende penetrar las estructuras culturales y sociopolíticas, desde lo que ellos consideran los valores cristianos. En la práctica, aunque se resistan a afirmarlo claramente, están a favor de los partidos confesionales». Una postura así llevaría consigo necesariamente - según el mismo editorial- una medicación ideológico-política: «(...) de alguna manera C.L. se da la mano, por su óptica, con "Cristianos por el Socialismo'', en cuanto que la opción de acción cristiana en el mundo se analiza a través de fórmulas concretas: el socialismo para unos; la Democracia Cristiana, el centro o la derecha del ''humanismo cristiano" para otros». A tal afirmación se puede contraponer otra de la entrevista en que don Giussani expresa la irreductibilidad del sujeto cristiano: «(...) un hecho que se encarna en la historia no puede perturbar los factores agentes de la historia. Y por ello, el sujeto que se adhiere a ese hecho es perturbado y determinado por él. Hay, pues, un modo de concebir, proyectar o manipular la realidad, es decir de actuar, que en cierto modo es una participación del hecho de Cristo como su forma especifica. Por ejemplo, el hecho de que Dios haya muerto por el hombre, por mí, como dice San Pablo, resalta el valor de mi ''yo'' a una irreductibilidad que ninguna afiliación ideológica puede impedir».
En el fondo, estos contrastes entre las respuestas de la entrevista y la interpretación del editorial lo que hacen es demostrar una sola cosa: la mentalidad dualista que caracteriza a gran parte de nuestro catolicismo; un dualismo que disgrega al sujeto cristiano al separarlo de su fuente y lo reduce a ser un mero sujeto ideológico de algunos valores integrables y adaptables a cualquier otra ideología. En este sentido el
editorial proponía: «( ... ) un cristianismo testimonial, profético, crítico que no quiere identificarse con partidos concretos, sino trabajar encarnadamente en el mundo con la única fuerza de la debilidad del Evangelio y con una óptica plural de que todas las culturas y partidos tienen algo de bueno y no poco de malo». Nosotros no queremos identificarnos con ningún partido pero ¿cómo es posible lo que plantea el editorialista desde el momento en que el criterio de presencia pública -y, por tanto, de propuesta social- no es la construcción de la comunión cristiana?
Otra crítica generalizada que también aparece en el editorial es el peligro de monopolio, dogmatismo e intransigencia que subyace en posiciones que como las de CL: «( ... ) pretenden la recuperación de la cristiandad; es decir, un cristianismo como fuerza social organizada, que, de alguna manera, bautice las instancias sociales». Posturas así -claro está- resultan antipluralistas y antidemocráticas: «( ... ) los movimientos que consideran prioritarios los valores de moral familiar o de libertad religiosa, no pueden pretender tener el monopolio del Papa, la posesión omnimoda de la verdad y despreciar las actuaciones de los demás cristianos, que prefieren una opción más pluralista y que consideran que la Iglesia puede y debe encarnarse, sin exclusivismos, en todas las culturas de un modo crítico y purificador».
Ante la primera acusación d. Giussani señaló: «( ... ) No es posible que una conciencia del hombre y de la sociedad que derive de la fe no se comprometa también en crear estructuras tendencialmente respetuosas y favorecedoras de criterios de verdad y justicia que me inspira la fe, aunque tengamos conciencia de estar ligados a algo más profundo que todas las divisiones y distinciones. Este intento es inevitable; si el hombre es uno, es inevitable. Pero esto puede ser llevado a cabo sólo desde la conciencia de la eminente corregibilidad y no definitividad de lo que se crea». Respecto a la acusación de intransigencia en la entrevista decía: «( ... ) Si es una fe que identifica y camina al encuentro con la verdad y, por tanto, inmersa con el distinto auténtico de la vida humana, que es Cristo, la postura que instintivamente surge de esta conciencia es la búsqueda del punto de verdad, porque no existe postura que no sea testimonio de una verdad. Por tanto, es exactamente lo contrario. Me gustaría saber, al menos en mi país, que otro movimiento ha establecido relaciones con personas de todas las razas e ideas, como nosotros».
La demagogia con que se intentado explicar C.L. revela cómo los esquemas laicistas han penetrado también en la mentalidad de algún cristiano. Es curioso observar cómo las afirmaciones antes expresadas se identifican con aquellas que aparecen en el diario El País, máximo exponente de la cultura radicalburguesa. Escribe este periódico en un editorial titulado «la Iglesia y la militancia»: «( ... ) Pero, a lo que se
ve en algunos sectores de la Iglesia -a veces más papistas que el Papa- el modelo escogido es la regresión a posiciones que presumen de poseer el modelo único de sociedad cristiana y de encasillarse en certezas no solamente religioso-dogmáticas, sino culturales y políticas. Los pertenecientes al ya famoso y derechista movimiento de Comunión y Liberación tildan de ''cristianismo endeble'' incluso al que pretende vivir con otras opciones culturales». Posturas así implican la reducción de la Iglesia a un nivel de sacristía que impide que la fe abarque los ámbitos de la vida que no sean los privados. Es un cristianismo disminuido desde el momento en que no tiene la tarea de fecundar la historia y, por tanto, la exigencia de hacerse presente humanizando la sociedad. Además, esta tarea es tanto más necesaria hoy cuando padecemos un despotismo encubierto de democracia.
No es cuestión de defender «anacrónicos confesionalismos políticos» ni de negar una concepción laica del estado, sino de no renunciar a expresar la propia identidad y los propios valores. En este sentido, ¿cómo es posible apoyar a un partido cualquiera si este partido en una ideología niega tales valores e impide -en nombre del pluralismo- la existencia de realidades concretas? Nosotros no somos ni anti-pluralistas ni anti-democráticos, al contrario, pensamos que el estado para ser democrático debe considerar tarea suya el favorecer la libre expresión de todas las experiencias culturales y creativas de la vida de un pueblo. Son, sin embargo, dictatoriales las posturas que partiendo de una ideología -no importa si de derecha o izquierda tratan de imponerla a través de la utilización de los medios de comunicación o del monopolio de la escuela. Y resultan incluso «totalitarios» ciertos modos de informar que, permaneciendo en la órbita del poder dominante, reflejan cierto renacer del anticlericalismo que ya en nuestro país ha hecho mucho daño.
Presentación del movimiento
«Comunión y Liberación»
Don Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, en Madrid
Cara y cruz
Comunión y Liberación
Hoy habla en Madrid su fundador, don Luigi Giussani
Comunión y Liberación, un movimiento eclesial de hoy
Televisión
«Comunión y Liberación» en versión TVE
Nace Comunión y Liberación
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón