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Huellas N.1, Marzo 1986

VIDA DE CL

CL y el Concilio/2

En el número anterior publicamos la primera parte de este artículo cuyo objeto es el de formalizar, en términos sistemáticos y críticos, la conexión entre la conciencia eclesial del Concilio Vaticano II y la conciencia vivida en nuestro Movimiento, en su presencia en la realidad contemporánea.
Esta primera parte trató de ilustrar la existencia de una sintonía de fines entre el Concilio y CL. La segunda, que publicamos a continuación, nos mostrará cómo la eclesiología conciliar es fundamento adecuado para la edu­cación en la fe de CL. La tercera parte, que aparece bajo el título «CL y la realización del Concilio» examina tres ejemplos significativos del modo con que CL ha asimilado la propuesta.


La Iglesia aparece pues, por la auto­conciencia que de ella expresa la refle­xión de la Lumen Gentium, como la realidad de los hombres incorporados por el Bautismo al Sacramento del Mi­nisterio salvador de Cristo; realidad que define, entre todos los pueblos que existen en la tierra, al nuevo Pueblo de Dios, que Pablo VI, en un memorable discurso en julio de 1975, define como «entidad étnica sui generis». De tal pue­blo, la comunión identifica la dimen­sión existencial, a un tiempo más pro­funda y más relevante socialmente.
Nos podemos preguntar ahora el porqué de una complejidad similar en la definición conciliar de Iglesia. Sería demasiado banal considerarla sencilla­mente como la expresión de las diferen­tes tendencias de los padres conciliares. El motivo es, sin duda, más profundo y, de cualquier forma, ligado a la na­turaleza íntima de la Iglesia. De hecho, la Iglesia representa la implicación ne­cesaria del Misterio en la historia y de la historia en el Misterio. En este senti­do, el Concilio tenía que dar cuenta del aspecto fundamental del ya del Miste­rio y de aquél funcional del todavía no. A la primera tarea responden las cate­gorías de Misterio y de Cuerpo, a la se­gunda las de Sacramento y Pueblo. En lo que se refiere a la categoría de Co­munión es el encuentro y la relación con Cristo que nos revela y nos introduce en el Misterio; Comunión es la savia vi­tal que circula por las distintas mem­branas y el Jefe de su Cuerpo, la Igle­sia. Comunión es el vértice del Sacra­mento, Comunión es el factor que con­vierte en Pueblo nuevo la babel de gen­tes que provienen de pueblos muy di­ferentes entre sí.

Si el Concilio Testimonia la necesi­dad de una relación ontológica con Cristo como generador de la salvación, C.L. ha hecho de esta necesidad la nor­ma suprema de su método. En todas las obras publicadas por el padre Giussani -fruto, sobre todo, de su reflexión so­bre la experiencia que el Movimiento está haciendo- que desde 1959 acom­pañan constantemente el camino de los miembros de C.L., el esqueleto está constituido por dos afirmaciones, he­chas como principios y exigidas como contenido de la vida común de la fe: Cristo centro de la persona y de la his­toria y la Iglesia como modalidad ine­vitable, normal para encontrar a Cris­to hoy. El acontecimiento del encuen­tro con Cristo, desde hace algunos años indicado de forma significativa con la categoría de Presencia, cambia la estructura ontológica del hombre, según la categoría paulina, empleada a menu­do en el Movimiento, de «nueva cria­tura». Cristo es una presencia constan­te y apasionadamente ilustrada con las categorías bíblicas de Alianza, Prome­sa, Memoria y Comunión (cf. L. Gius­sani, L'Alleanza, Esercizi Spirituali, 1980). Cristo, presencia del Misterio en la historia que se hace encontrable pa­ra el hombre mediante la Iglesia: «el método para encontrar a Cristo en la historia» (Schema per un corso sulla Chiesa); hasta el descubrimiento de la función sacramental de la Iglesia rela­tiva al encuentro con Cristo y a la iden­tificación de la categoría paulina de Cuerpo, como inteligencia profunda de la naturaleza del conjunto eclesial, o la del Pueblo de Dios, como imagen par­ticularmente significativa e incisiva para proponer el dinamismo salvífica de Cristo. «La compañía que ha nacido de Cristo ha penetrado en la historia: es la Iglesia, Su Cuerpo, es decir la mo­dalidad de su Presencia hoy» (cf. Cris­to, compañía de Dios para el hombre, Pascua '82).
Indicar, como se ha hecho, -las pro­fundas raíces cristocéntricas y eclesiocén­tricas del Movimiento, que revela en to­dos los casos una profunda consonancia, incluso terminológica, con el acon­tecimiento conciliar, bien siendo un sig­no importante de su posición en rela­ción al Concilio, no dice aún la origi­nalidad específica ni del Movimiento en sí, ni de su relación con el Vaticano II.
Tal originalidad se encuentra de hecho ante todo en haber convertido en ex­periencia educativa ese fundamento teológico, permitiendo de ese modo a millares de personas vivir el Concilio o, retomando el programa de la última fa­se del pontificado de Pablo VI y del co­mienzo del de Juan Pablo II, de reali­zar el Concilio. La visión ontológica de la categoría de comunión y su configu­ración histórica en la comunidad, fue­ron de hecho, incluso antes de la pro­mulgación de la Lumen Gentium, el punto central que ha permitido hacer metodología pedagógica el cristocentris­mo y el eclesiocentrismo. Hablar de co­munión como modalidad ontológica de relación con Cristo y con los hermanos, significa que «la verdadera vida del hombre, el sentido de la existencia de cada uno es Cristo; la vida y el sentido de todos es una sola realidad: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» Jn 15,5). La comunidad se convierte en algo esencial para la vida misma de ca­da uno. La solidaridad humana se trans­forma en Iglesia. El "nosotros" resul­ta plenitud del "yo"» (Cfr. Luigi Giussani, Huellas de experiencia cristiana, ed. Encuentro, Madrid, 1978, pág. 69).
Evidentemente, desde entonces existía la conciencia de que, si la co­munidad cristiana hace presente a la Iglesia en un determinado ambiente, esto acontece con la «provisionalidad o permanencia que el ambiente mismo exige y la autoridad decide» (Huellas... , pág. 110). Este es un aspecto de nues­tro método que merece gran atención porque muestra bien la primacía de la persona en la pedagogía del Movimien­to. Se trata de la categoría de «dimensión» y su realizarse en aquellas que, desde el comienzo, han sido las dimen­siones clásicas de la vida del Movimien­to: cultura, caridad y misión. «Dimen­sión es el aspecto de apertura hacia la realidad total que tiene un gesto hu­mano. Esto es lo que permite mirar con perspectiva el sentido último de una empresa humana... Las dimensiones del anuncio cristiano son: cultura, ca­ridad, catolicidad», escribía el padre Giussani ya en 1959 (Huellas... , págs. 152-153). El encuentro con Cristo y la relación de comunión que de aquí se sigue y que implica a los hermanos pa­ra construir una unidad sensiblemente expresada en un ambiente.
?? constituye, a través de láseres dimen­siones arriba recordadas, de forma or­gánica y por eso educativa, toda la vi­da de la persona. Por esto, la propues­ta es llamada integral y se traduce en un realismo pedagógico: «Introducción a la realidad... Introducción a la reali­dad total? (Il rischio educativo, que re­toma un escrito de comienzo de los años '60).
Obviamente no es posible en este artículo adentrarnos más en la descrip­ción de la metodología del Movimien­to.
Quisiéramos acentuar otro aspecto más sin poder desarrollarlo, porque muestra la falta total de fundamento en aquella acusación de vitalismo, de «es­pontaneismo» y de sociologismo dirigi­da, sobre todo en los últimos años, a C.L. La elección de las eres dimensio­nes dichas anteriormente, que desde siempre han sido parce constructiva de nuestra pedagogía, se remonta a lo pro­fundo de la tradición y de la doctrina católica. Estas son, me parece, de hecho la traducción pedagógica de los transcendentales de memoria medieval: cultura-verdadero; caridad-bueno; misión-bello.
Estas son asumidas y expresadas en eres actitudes personales: el juicio, el compartir, el anuncio, que a su vez tra­ducen operativamente las tres virtudes teologales: fe, caridad y esperanza.
De todo lo dicho anteriormente sur­ge una liberadora noción de moralidad: «La figura moral es el hombre que vive la actitud originaria en que lo plasmó el gesto creador, o sea, el que de algún modo es consciente de ella, se le adhiere y la mantiene, o lo que es lo mismo, la quiere. La actitud original en la que el hombre es creado es una tensión al Misterio... La esencia de la moralidad está en vivir el instante dentro de esta tensión... » (L. Giussani Moralidad: me­moria y deseo, ed. Encuentro, Madrid 1983, pág. 139).
Libertad, la gran condición de to­da pedagogía. Si la Gravissimun edu­cationis (GE), la declaración sobre la educación cristiana del Concilio, pone como objetivo de una pedagogía cris­tiana «el hombre nuevo», o el «donec efformetur Chistus in vobis» de San Pablo, para que se incremente el Cuer­po Místico y se testimonie la esperanza que los cristianos viven (GE, 2), entonces me parece que el nexo profundo en­tre el Concilio y C.L. no está solamen­te a nivel de las grandes premisas ecle­siológicas, sino que encuentra el vérti­ce de su expresión en la peculiaridad propia del carisma de su fundador: la educación en la fe. En este sentido me parece que se puede decir, sin exage­ración alguna, que C.L. ha anticipado, de hecho, el Concilio.


OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL:
Si la fe no hace cultura...
( ... ) En estos últimos veinticinco años, la Iglesia española ha dado pasos de gigante. En primer lugar, existe una mayor sensibilidad social: la Iglesia sabe que la justicia es un ele­mento esencial, igual que la libertad, en una sociedad verdaderamente humana y cristiana. Segundo, existe una mayor sensibilidad hacia la función «política» que la Iglesia inevitable­mente tiene. Son dos dimensiones profunda­mente nuevas. Diría incluso que ha sido un verdadero y auténtico milagro el que la Igle­sia española no se haya partido en dos después del Concilio. Sólo la ha salvado una actitud profundamente católica. Al lado de los aspec­tos positivos, existen otros menos estimulan­tes: el primero de todos, un gran velo cultu­ral. El mundo de la universidad y de la cultu­ra en general no ha sido suficientemente to­mado en cuenta, por lo que, en la enseñanza de la historia y la filosofía domina una lectura religiosa o antireligiosa. Es un desafío tre­mendo: es necesario enseñar a enteras gene­raciones de estudiantes a olvidar heridas pa­sadas, a abandonar las diferencias, y a trans­mitir la gran posibilidad existencial de comu­nión eclesial. Si la Iglesia no entra en el cam­po de la cultura, le faltará el tejido de vida humana, de experiencia histórica, y de ideas en donde introducir la luz de la fe. Sin una cul­tura nueva, tendrá cada vez más fuerza la con­vicción de que la religión pertenece definiti­vamente a las fases superadas de la vida hu­mana y de que la comunión eclesial, con la autoridad en el medio, es indigna del hombre emancipado con Kant y Marx... Como máxi­mo, se la tolera.

(De la entrevista realizada por Tommaso Ricci a Olegario González de Cardedal, para la Revista 30 Giorni, n. 11/85)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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