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Huellas N.05, Mayo 2022

RUTAS

En camino

Algunas contribuciones sobre el trabajo que se está haciendo en las diócesis de todo el mundo para preparar el Sínodo de la sinodalidad

El verano pasado me encontraba absorbido por varias “polarizaciones” en redes sociales sobre cuestiones políticas, vacunas anti-Covid y demás, buscando continuamente un punto de apoyo para mis opiniones e intentando encontrar alguna satisfacción. Pero esa satisfacción nunca llegaba, al contrario, la sensación de vacío y frustración iban en aumento. Una primera sacudida fuerte a esta postura mía, un tanto fosilizada, fue ver la exposición del Meeting “Vivir sin miedo en la edad de la incerteza”, que me puso delante del hecho de que lo importante no es «quién tiene razón sino cómo se puede vivir», con un testimonio extraordinario de amistad entre Julián Carrón, Rowan Williams y Charles Taylor, con todas sus diferencias.
Mientras tanto, Alan, un conocido de mi parroquia, estaba buscando voluntarios para formar un grupito que respondiera a la petición del arzobispo en relación al Sínodo. En el primer encuentro me pidieron participar en unos talleres para aprender en qué consistía el Sínodo, qué se nos pedía, y después coordinar ese trabajo en la parroquia. Acepté y a los dos primeros talleres siguió una serie de encuentros parroquiales donde conté lo que había visto y oído. Rezamos juntos, nos escuchamos mutuamente e hicimos un trabajo de discernimiento. Yo guiaba los encuentros según una sensibilidad que he aprendido en el movimiento, por ejemplo empezando con música e imágenes artísticas, que fue de gran ayuda.
Durante el trabajo del Sínodo pude profundizar en temas relacionados con el “diálogo” y la “misión” con un grupo de amigos, donde algunos no son del movimiento o son protestantes. Cada encuentro me ha tocado profundamente a su manera y se notaba por la alegría y el deseo de estar juntos. Estaba viviendo en primera persona lo que había visto y tanto me había atraído en la exposición.
Uno de los objetivos que nos propusimos los coordinadores era implicar al mayor número de fieles posible pero, después de un par de meses intentándolo, solo una mínima parte había respondido a nuestra llamada y poco a poco también nosotros nos habíamos ido desinflando, limitándonos a cumplir con nuestra “tarea”. El grupo de WhatsApp permaneció mudo varias semanas, hasta que Alan rompió el silencio: «Vamos a juntarnos para ver cómo continuar el trabajo del Sínodo». Quedamos y propuse cenar en mi casa. Pregunté a mis amigos qué quedaba en ellos de todo el trabajo que habíamos hecho y surgió el malestar de no haber sido capaces de implicar a más gente de la parroquia cuando cada uno de ellos reconocía el bien que ese trabajo había supuesto para ellos. Yo conté cómo el Sínodo había llegado a ser para mí un punto de no retorno en la maduración de un juicio que empezó con la exposición: que el diálogo con otros no solo es posible sino necesario, que la apertura a lo diferente y la misión son el fruto de una relación de amistad como la que Cristo tenía con nosotros. El don de haber encontrado nuevos amigos hacía que mis esfuerzos no fueran en vano y había desaparecido esa polarización por la que yo me estaba deslizando lentamente. Gracias a esta experiencia personal, creo que el Sínodo de la sinodalidad es un intento concreto de sanar a una humanidad dividida y dañada.
Francesco, Kuala Lumpur (Malasia)


He de reconocer el pequeño escepticismo que se generó en mí con la apertura del proceso sinodal, del que todo el mundo opinaba dando por supuesto que hacía falta un cambio en la Iglesia. ¡Y vaya si ha habido un cambio! Ha sido de nuevo una llamada a la conversión, la mía, la oportunidad de descubrir cómo vivir la Iglesia en comunión con otros.
Porque esto es lo que nos ha pedido el Papa. No responder a un cuestionario para ver lo que opino yo o mi movimiento sobre la vida de la Iglesia, sino un momento para que pueda examinarme, mirar al Señor, ver qué me pide a mí, a mi carisma y a la Iglesia en este momento tan particular de la historia. Hablar de la Iglesia en primera persona.
En la Diócesis de Getafe pudimos reunirnos diferentes movimientos bajo una premisa: ¿cómo me ayuda mi movimiento a caminar juntos, a sentirnos Iglesia? Y esta pregunta me pone delante la forma en la que Cristo me ha salido al encuentro. No puedo menos que pensar en este lugar –en esta amistad, como dice Giussani– del que se ha generado un apego profundo, inexplicable, por un Cristo vivo, carnal. Cristo que me ha dado la vida.
Crespo, Móstoles (Madrid)


Llevo casi diez años siendo catequista. Todo comenzó por una invitación a la que dije (dijimos, porque sin el apoyo de mi marido no hubiera sido posible) “sí”. Fuimos a apuntar a catequesis a nuestra hija mayor y las que iban a ser sus catequistas me invitaron a unirme. Todas las circunstancias acompañaban para que pudiera dedicar ese tiempo a ello y mi marido me animó desde el principio.
Esto me sorprendió en un momento en el que había hecho un recorrido de negación de la bondad de la catequesis para niños (pura ignorancia). Estaba convencida de que no valía para nada. «Total –decía yo–, el que ya vive la fe en casa no lo necesita y el que no la vive, da igual lo que viva allí. Tan solo es una hora a la semana y no veo que nadie cambie por ello».
Ahora, pasados estos años, he comprendido la belleza y necesidad de vivir la fe en comunidad. Si para mí había sido así, ¿cómo podía estar tan ciega para no ver que tenía que ser lo mismo para mis hijos? Ser catequista estos años me ha educado en primer lugar a mí, ha renovado mi fe, me ha obligado a revisar cuestiones que daba por descontadas adaptándolas al lenguaje sencillo de los niños. Y me ha permitido hablar de mi fe en ámbitos como el trabajo.
Durante una visita del obispo auxiliar a nuestra parroquia, comprendí la importancia de la obediencia a quien nos guía en la Iglesia. ¡Valoro tanto en estos días esa fiel obediencia que tuvo y que quiso siempre don Giussani para sí mismo y para el movimiento! Por ejemplo, cuando le pregunté qué desafíos veía ante las nuevas generaciones de niños, propuso, entre otras cosas, que tuviéramos más interconexión entre los grupos parroquiales. Yo podía haber pasado esto por alto o tomarlo en serio, así que les propuse a mis compañeros que invitáramos a personas que colaboran en las muchas actividades que hay en la parroquia. No sé qué entendieron los niños o qué recorrido tendrá, pero fue un momento riquísimo para los adultos que participamos por reconocer una misma fe expresada de formas tan ricas y diversas.
Pasadas ya las primeras comuniones de mis tres hijos, continúo en este camino porque, como dice el Papa, no se tiene el trabajo de catequista, sino que somos catequistas.
Nuria, Madrid


Represento a mi parroquia en la fase diocesana de preparación del Sínodo.
Honestamente, nunca he sido una gran “parroquiana”, así que soy la primera sorprendida por el hecho de haberme implicado en este camino con otras mujeres. La idea surgió cuando, un domingo en misa, el sacerdote leyó la carta del arzobispo de Westminster, invitándonos a mirar nuestra experiencia de Iglesia y de fe durante la pandemia, y también a encontrarnos con otros, con cualquiera. Me sentí interpelada porque, después de año y medio de confinamiento, me había creado una zona de confort y de pronto alguien me invitaba a salir para descubrir lo que hay fuera. Siguiendo esta intuición, me presenté voluntaria como representante de nuestra parroquia, donde no conocía a nadie más que el párroco, al que además pronto trasladaron. Fue la ocasión de descubrir algo importante de lo que me di cuenta al principio de la pandemia y que, con el tiempo, se me había olvidado. Antes de que llegara el Covid, ir a la iglesia y participar en los gestos del movimiento eran cosas que me llevaban a salir de casa y, sin darme cuenta, era como si la vida de mi familia fuera por un lado, y la misa, la Escuela de comunidad y todo lo demás, por otro. Parecían correr por vías paralelas, y yo iba por una u otra según el papel que tuviera que asumir. Pero el confinamiento lo llevó todo “dentro” de casa (literalmente) y me di cuenta de que necesitaba vivir totalmente, sin dividirme.
La implicación de estos meses en la parroquia me ha hecho tener más certeza y estar más agradecida al carisma de CL, donde conocí a Jesucristo, y eso me libera a la hora de estar con cualquiera, con historias y sensibilidades diferentes de la mía. Estos meses no he tenido el problema de llevar a los demás “a mi bando”. Agradezco la fe que me han testimoniado, con todas sus diferencias. Lo que don Giussani nos enseñó y nos sigue enseñando –la importancia de verificar en la experiencia la razonabilidad de la fe y la presencia de Cristo en la compañía de los creyentes– es para todos. Del trabajo preparatorio del Sínodo han surgido especialmente dos cuestiones. Durante el confinamiento muchos perdieron la costumbre de ir a misa y todos, incluso los que no dejaron de asistir, empezaron a desear que fuera algo más que un hábito semanal, sino un lugar al que pertenecer. En muchas conversaciones con la gente que empecé a conocer en la parroquia se me hacía evidente, y yo misma empecé a preguntarme si existe un lugar del que yo siento que formo parte. He vuelto a descubrir mi necesidad de ser fiel al movimiento de la manera en que se me presenta y la obediencia como camino para ser más yo misma. El Sínodo está suponiendo por tanto un trabajo precioso y solo es el comienzo del camino.
Cecilia, Berkhamsted (Reino Unido)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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