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Huellas N.05, Mayo 2022

RUTAS

¿Cómo puedes echar de menos a alguien que aún no conoces?

Durante cuatro días, la facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid albergó en una exposición dedicada al capítulo quinto de El sentido religioso de Luigi Giussani

Primera semana de abril. 78 paneles cuelgan del hall de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. El primero lanza una pregunta directa en letras negras y burdeos sobre fondo blanco: «¿Acaso alguien nos ha prometido algo? Entonces, ¿por qué esperamos?». Es el título de la exposición organizada por los universitarios de Atlántida.
Esta exposición nace de una provocación de Julián Carrón en el equipe del CLU que no quisimos dejar pasar: «Podemos considerar las formas en las que nos llega este grito del que hay que defenderse o podemos identificar en este grito la modalidad con la que hoy aparecen ante nosotros los “zaqueos” o “samaritanas” a los que salir al encuentro dos mil años después». Nos vimos atravesados por este deseo de «salir al encuentro», que Julián decía que «sería imposible sin reconocer que esas preguntas y exigencias son las nuestras». Así, entre cuatro amigos en el local de Atlántida una tarde de septiembre, nació esta exposición sobre el capítulo quinto de El sentido religioso de Giussani.
Ponernos nosotros mismos en juego para ver cómo se hace historia el recorrido del capítulo quinto se desveló como la posibilidad de secundar aquella propuesta. Fernando (el responsable de Atlántida, al que todos llaman Fer) nos decía: «Solo me atrevo a poner esto delante de toda la universidad por cómo mi humanidad ha sido mirada. Recuerdo haber contado en varias ocasiones mis heridas, o cosas que me dolían, a profesores con los que encontré el movimiento y que ellos sonrieran mientras yo saltaba: “¡cómo puedes sonreír delante de esto!”». El encuentro con una postura nueva para estar delante de la herida ha sido el punto de partida de esta exposición. Así empezó la tarea de documentar el capítulo quinto con expresiones culturales de nuestro tiempo. Este trabajo se convirtió en un diálogo de corazón a corazón con palabras de literatos, cantautores y articulistas. Nos apelaba a nosotros en primer lugar. «¿Yo a través de qué ojos percibo que mi humanidad (que a veces es agotadora) puede ser una promesa?».

La exposición empezaba con un artículo de Leila Guerriero en El País: «Vagaba por una ciudad inmensa, ajena, cantando a gritos una canción de Héroes del Silencio –“tanto vagar para no conservar nunca nada”–, frenética y cardinalmente triste. En las noches, en las discos y los bares, mientras anotaba números de teléfono en mi camiseta, sudada de tanto bailar, pensaba, una y otra vez, “¿todo esto para qué?”. (...) El mundo era un lugar repleto de cosas que anhelaba con ferocidad, y todas estaban demasiado lejos, eran demasiado inalcanzables». Desde un inicio reclamábamos a todo el que venía a ver la exposición a hacer el trabajo de ser leal con uno mismo, y recordar si alguna vez había sentido ese abismo al que uno se asoma al pensar: «¿todo esto para qué?, ¿qué sentido tiene cada cosa que hago?».
El primer punto hablaba de las preguntas que nos constituyen a todos, el nivel de ciertas preguntas que titula Giussani. Desde el poema de Gilgamesh (narración datada en el 2000 a.C.) donde se lamenta ante la muerte de su amigo; hasta Fernando Savater escribiendo sobre la muerte de su mujer. Aquí la pregunta es radical, porque la muerte plantea el mayor de los problemas, ¿a dónde va cada cosa? Salía a flote la sed radical que tenemos de respuesta, de encontrar desesperadamente algo que nos salve. Y en esta búsqueda nos topamos con la desproporción, como la define Giussani, partiendo de la insatisfacción ante cada cosa que vivimos y la espera de algo que salve todo, que dé sentido al drama que se abría en el primer punto. Hija de esta desproporción nace la tristeza, el punto más «delicado» a la hora de hablar de él, porque Giussani comienza a verlo con una positividad extrema, habla de una «santa y eterna tristeza», de una nostalgia infinita que nos acompaña allá a donde vamos, sin decidirlo, sin pedir permiso habita en nosotros. Partimos de la tristeza desoladora para acabar en la tristeza como nostalgia.
El siguiente punto era lo que Giussani llama El yo como promesa. Desvelando la espera que nos constituye, siempre vivimos a la espera de algo, de ser felices, del amor. Nos caracteriza este «incesante soñar con lo imposible» que dice K. Iribarren, ese deseo de cada uno de nosotros de ser amados, de alguien que me abrace con todo lo que soy, el deseo de un tú. El último punto partía de ahí, de la alegría al encontrar un tú, «un alma como la mía», canta Natalia Lafourcade. Había paneles donde se desvelaba la dimensión de eternidad de una relación amorosa, como describe Salinas: «Al decirme tú –a mí, sí, a mí entre todos– más alto que las estrellas o corales estuve»; o como dice la canción Yolanda: «Sé que necesito eternamente tu mano».
¿De qué habla este deseo delante de la muerte, por ejemplo, como planteaba el primer punto? Este deseo grita a un eterno, infinito, como del que habla Leopardi en el poema A su dama, o Alexander23 en su canción IDK you yet: «¿Cómo puedes echar de menos a alguien que todavía no has conocido?». Este punto era el más radical. Uno de los paneles con los que acababa el recorrido llevaba impresa una cita de Karen Blixen: «Dios no crea un anhelo o una esperanza sin tener preparada una realidad que la cumpla. Nuestro anhelo es nuestra certeza, y bienaventurados los nostálgicos, porque ellos volverán a casa». ¿Quién al leer esto no piensa “ojalá sea verdad”? Ya nos hemos pillado en acción, somos este grito con el que acababa el recorrido de la exposición: «Ojalá rasgases el cielo y descendieses» (Isaías, 64).

Tras semanas intensas de configurar el recorrido de la exposición, las dificultades para llevarla a cabo comenzaban a salir a flote. Íbamos al límite de tiempo, muchas veces parecía que no llegábamos. En uno de esos momentos nuestro amigo Carlos decía: «Aunque no salga la exposición, para mí ya ha merecido la pena el trabajo que hemos hecho». Aquí empieza el camino personal, porque lo que empezábamos a vivir al arriesgar en la exposición no nos lo quitaba nadie. Fueron días de incontables conversaciones con gerentes, decanos, secretarios… Se trataba de ponernos en juego, con el coraje que nace de saber que la mirada que tenía Giussani sobre nuestra humanidad es tan verdadera que también tendría algo que decirle al decano de la Facultad de Derecho.
Hubo mil cambios: las fechas nos las modificaron por unas elecciones en la Facultad, el espacio pensado inicialmente también, no encontrábamos sitio para el concierto, hubo que cambiar completamente la estructura a una semana de la exposición. Un día, abatidos porque nos negaban un lugar donde hacer el concierto que acompañaba a la exposición, recorrimos varias facultades de decanato en decanato. Nos veíamos vencidos porque las cosas no salían como habíamos planeado. En este punto, salió a la luz el camino de cada uno: «la realidad es más interesante que mis imágenes». Ahí nos lo jugábamos todo, se trataba de verificar si hay Alguien que nos precede o si cada uno debe montarse la vida y apañárselas. «Recuerdo llamar a dos amigas –contaba Fer– que llevaban días trabajando con la estructura, apenas sin dormir, y yo tenía que decirles que había que modificar prácticamente todo. Tras la frustración inicial volvimos enseguida al punto central, a la verdadera razón de hacerlo: poner delante del mundo lo que nos ha pasado, lo que nos ha encontrado, esta vida-vida. Nos conmovíamos pensando que esta era la única razón por la que hacer la exposición; lo principal ya estaba, éramos nosotros. Tenía que ceder de nuevo a lo real, a que nuestra idea era imposible por muy genial que fuese. Con la frustración (y un poco de humillación) que eso supone. Pero volvíamos al origen. Recuerdo que al final dijeron: “¡como si lo hacemos en una simple línea recta!”. Esto me hizo respirar».
La exposición nos ha hecho más amigos por esta obediencia a la realidad. En vez de problematizar, vencía la fascinación de conocer el valor de lo que queríamos contar. Un amigo que se ha unido a nosotros recientemente, nos escribía: «He visto tantas personalidades, tantas formas de transcribir racionalmente las palabras y las imágenes que se enseñaban. Tantas personas diferentes y ninguna pudo salir indemne, una invisible mirada que no puede ser esquivada, atravesando imparcialmente a todos. Tinta sobre paneles como atrezzo para una proposición axiomática que solo puede tomar fuerza al adherirse a personas concretas». ¡Nosotros mismos éramos el contenido de la exposición!
Así, contra todo pronóstico, daba comienzo la mañana del último jueves de marzo. «Nunca había visto tanta vida en este hall», nos decía Vicente, el secretario de imagen de la universidad. La apertura no estuvo exenta de imprevistos. «El primer día, cuando llegamos a las 8:00 al hall para abrir la exposición, se habían caído todos los paneles. El sistema que habíamos pensado para colgarlos no había funcionado como esperábamos», contaba Cris. «Fue un momento muy difícil, pero también fue una ocasión preciosa. Escribí por el grupo de Atlántida: “¡Necesitamos ayuda urgente, se ha caído todo!”. Y empezaron a venir amigos que salían de sus clases para ayudar aquí. Recuerdo mirar a tanta gente allí colgando paneles, dando su sí. Si cada uno no se hubiera sentido llamado a responder, habría sido imposible que esto sucediera. Sin duda ese día no fue como me había imaginado. Durante toda la jornada, mientras unos exponían, otros tenían que colgar carteles. ¡Pero qué bonito que sucediera así! Algunos: “que no se agobien si se caen los paneles, que lo que mola es ver cómo ellos los colocan, cómo dan su vida por nosotros».
Algunos nos ofrecimos como guías de modo que a todas horas hubiese alguien disponible, los cuatro días de exposición. Nadie nos ahorraba el vértigo delante de cada pase. «Yo había tenido un fin de semana bastante doloroso por ciertas cosas, estaba herido, con dudas, abatido y dudando de que haya Uno que lleve la historia, con la sospecha de que mi historia la rige el azar –recuerda Fer–. Llegué el lunes por la mañana y seguía con este bloqueo, recuerdo contarle todo a un amigo, diciendo: “hoy no voy a exponer, no veo que mi corazón y esto coincidan”. Él simplemente me preguntó qué era lo que yo deseaba, me volvió a abrir el horizonte de una vida grande. Y arriesgar en la exposición con este dolor se volvió lo más pertinente. Volvía a estar unido, mi herida coincidía con lo que decía la exposición y partir de ahí en cada pase se convertía en la única forma en la que yo mismo podía ser rescatado».
El contenido de la exposición no dejaba indiferente a nadie. Después de cada pase, Javi nos contaba lo que sucedía. «Una alumna mía de las clases de apoyo me ha preguntado: “¿Por qué vosotros podéis mirar estas cosas así? ¿Qué os da la paz para poder ponerlo delante de todo el mundo?”. Otra persona se paraba en las canciones: “Ponéis canciones que he escuchado toda mi vida, algunas las he bailado, pero nunca las había visto como hoy. ¿Por qué os dais cuenta de lo que dicen?”. Otro amigo se sorprendía de que la sonrisa no se me borrase desde el primer panel hasta el último, y me decía que se veía necesitado de una mirada así sobre su corazón». Cris también nos contó lo que pasó tras un pase con su familia. «Un día vino mi tía abuela a ver la exposición, tiene 92 años. Fue un vértigo enorme exponerla, deseaba que lo que sucediera estuviera a la altura de su corazón. A medida que avanzaba la exposición se paraba en algunos paneles y asentía, decía: “a mí esto que dice me pasa”. Se quedaba observándolos impactada y conmovida, mientras otros del grupo avanzaban en el recorrido. Cuando finalizó el pase ella estaba en silencio mientras los demás debatían. “¿Que te ha parecido?”, le pregunté. Respondió: “¿Qué esperanza puede tener yo? La única ahora mismo es veros a vosotros crecer, pero yo ahora solo puedo esperar la muerte”. Pero al rato dijo: “Gracias, porque habéis hecho que vuelva a pensar en cosas que hacía mucho que no miraba”».

La cantautora española Ede, cuyo single Tranquila hemos escuchado mil veces en Spotify, vino a ver la exposición antes de cantar en el concierto. De camino al ensayo nos decía: «Es mentira lo del final, el amor solo sirve para escribir canciones. El amor te quita todo, te hace sufrir». María le respondió: «no estoy de acuerdo, a mí me ha pasado algo distinto». El diálogo con cada corazón que pasaba por la exposición se convertía en la posibilidad de que emergiese nuestra experiencia.
Don Giussani decía sobre el sentido religioso que describe a todos pero lo hemos escrito nosotros, y nosotros podemos decir lo mismo de la exposición. Describe a todos, pero la hemos hecho nosotros. Solo porque nos ha sucedido algo, un particular que nos introduce en lo universal. Resulta escandaloso.
¡Qué sería de Cristo sin nuestra humanidad, y que sería de nuestra humanidad sin Cristo! El problema de nuestra vida es un Tú, no una búsqueda para estar “tranquilos”, como cantaba nuestra ahora amiga Ede. El reflejo de Cristo estaba en los 78 paneles, en una mirada nueva sobre la humanidad, si no Cristo solo sería una pegatina que añadimos al final, que nada tiene que ver con nuestros dolores cotidianos, con nuestras preguntas urgentes. El carisma, como nos recordaba Nacho Carbajosa, nace del encuentro de la humanidad herida de don Giussani, que se ve reflejado a través de Leopardi, con un hecho carnal, con un “bel giorno” (hermoso día, ndt.). Lo que hemos visto estos días en el hall de Derecho es el renovarse de la experiencia de la viuda de Naín con aquel «mujer, no llores» de Jesús. ¡El origen del cristianismo en el hall de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid 2000 años después!
@___atlantida__

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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