Va al contenido

Huellas N.05, Mayo 2022

PRIMER PLANO

Nosotros y la guerra

Alessandra Stoppa

La posibilidad de una luz en la noche oscura de la humanidad, la necesidad del perdón, el deseo de la Magdalena y el papa Francisco que «nos desplaza». Diálogo con monseñor Paolo Pezzi, arzobispo de la Madre de Dios en Moscú

«Un corazón que viva en paz es más fuerte que la bomba atómica». A más de dos meses de que estallara el conflicto, monseñor Paolo Pezzi resume así el fondo de lo que está pasando: «Pienso en esa expresión de don Giussani que dice que “las fuerzas que mueven la historia son las mismas que mueven el corazón del hombre”». Estableciendo así una relación inseparable entre los grandes acontecimientos del escenario mundial y la posibilidad que se abre paso cada día dentro de nosotros. «La paz empieza en el corazón, acogiendo la “paz” que es Cristo. Alguien que tenga ese coraje se vuelve irresistiblemente contagioso».
Pezzi ha vivido gran parte de su vida en Rusia, llegó por primera vez como misionero a Siberia en 1993. Hace quince años fue nombrado por el papa Benedicto XVI al frente de la Archidiócesis de la Madre de Dios en Moscú, casi setenta mil fieles en un territorio inmenso y sumido en el horror. En esta conversación nos cuenta cuál es su esperanza.

¿Cómo le interpela todo lo que está pasando? ¿Qué ha quedado grabado en su corazón desde que empezó la guerra?
Me interpeló inmediatamente el dolor. Un dolor profundo, suscitado por el drama que vive la gente, sobre todo los más indefensos. Me pregunto por qué se ha llegado tan lejos y qué quiere decirnos Dios con todo esto. Es muy impactante el relato de los refugiados, que en pocas horas han tenido que dejar todo lo que tenían sin saber si volverían a verlo. Todo esto me provoca la necesidad de volver a decir “sí” a Cristo en la situación en que me encuentro. Me ha hecho estar aún más agradecido a mi vocación, y me ha hecho mirar de un modo nuevo las cosas y personas que me rodean.

Al inicio del conflicto, dijo que «por la paz no debemos ante todo hacer algo, sino darnos cuenta de algo»: «llamas» y «detalles que tienen un alcance cósmico, porque tienen la fuerza de vencer la oscuridad». ¿Podría explicarlo?
En el capítulo 14 del evangelio de Juan, que leemos en Semana Santa, Jesús, en un momento de su discurso de despedida, habla de “su” paz, que no es como la paz que concibe el mundo. La paz de Jesús es algo que reconocer y acoger, no algo que “hacer”. Esta paz es un Niño, que se hizo hombre y muere en la cruz para asegurar que esa paz tenga un alcance cósmico e histórico. Este hombre “sigue siendo” alguien particular, un hombre concreto, Jesús de Nazaret, pero tiene también un alcance cósmico. «Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Todo bautizado, al participar en la vida de Cristo resucitado, se convierte en llama de esperanza para todos. Recientemente me encontraba en el norte, en una noche completamente oscura, una oscuridad negra, hasta que empezaron a aparecer una, dos, tres, mil estrellas. Eran capaces de aclarar la noche. La más oscura tiniebla no tenía ningún obstáculo que oponer.

¿Dónde reconoce esta esperanza real?
Esa noche pensé en muchos que con su gratuidad muestran esas llamas. Concretamente pensé en algunos niños y jóvenes con síndrome de Down con los que me reúno de vez en cuando, y en un espástico que durante la liturgia penitencial previa al Acto de Consagración al Corazón Inmaculado de María, el pasado 25 de marzo, vino a confesarse. Yo pido tener su misma pureza de corazón, ese abandono cordial en las manos de Dios.

A propósito de la Consagración al Corazón Inmaculado de María, usted definió ese gesto ante todo como un «reconocimiento». ¿En qué sentido?
La consagración al Corazón Inmaculado de María se quedaría en un acto “pietista”, bueno, bonito, pero sin incidencia en la historia, si no partiera del reconocimiento de lo que dijo la Virgen a los pastorcillos: «Mi corazón inmaculado triunfará». ¿Pero qué es el triunfo del corazón para una Madre? Que todos reconozcan que están destinados y prometidos al Hijo. Por otra parte, Jesús en la cruz, como penúltimo gesto, “ofrece” a su Madre a Juan, y a Juan a su Madre. En este acto de abandono es como si María “generase” de nuevo a la humanidad entera.

La perspectiva del Papa sobre el conflicto queda fácilmente reducida o interpretada. ¿Qué ve usted en la postura de Francisco y cómo identificarse con su mirada?
El papa Francisco nos desplaza, eso es lo que veo. Le veo siempre empeñado en ir al núcleo de la cuestión. Y en hacer todo lo posible por no cejar en ese interés. Basta ver cómo se comportó con los gobernantes de Sudán del Sur en el conflicto entre ellos, ambos bandos cristianos. Para convencerles de que dialogaran no les pidió que recordaran que eran cristianos. Se postró y les besó los pies. En este tiempo, me ayudan a identificarme con su mirada las palabras que él mismo pronunció en el viaje a Iraq de hace un año. «¿Dónde puede comenzar el camino de la paz? En la renuncia a tener enemigos. Quien tiene la valentía de mirar a las estrellas, quien cree en Dios, no tiene enemigos que combatir. Solo tiene un enemigo que afrontar, que está llamando a la puerta del corazón para entrar: es la enemistad. Mientras algunos buscan más tener enemigos que ser amigos, mientras tantos buscan el propio beneficio en detrimento de los demás, el que mira las estrellas de las promesas, el que sigue los caminos de Dios no puede estar en contra de nadie, sino en favor de todos. No puede justificar ninguna forma de imposición, opresión o prevaricación, no puede actuar de manera agresiva».

Hace poco, decía usted que «la derrota más desesperante de la guerra» es que se apague la llama del deseo, que se «agote el deseo de la espera, el anhelo de la paz». Y dirigía su atención a la Magdalena, ¿por qué?
Para los discípulos, la cruz es una derrota, o al menos el agotamiento de la espera, ya no queda espacio para esperar, y los dos discípulos que vuelven descorazonados a casa, a Emaús, son para mí el emblema de ese agotamiento. Para la Magdalena no fue así. La cruz no secó su deseo. Como dice un himno de la tradición bizantina maravillosamente comentado por Olga Sedakova, sus lágrimas no son amargas (gor’kie), sino ardientes de deseo (gorjacie). Esta llama la veo en muchas Magdalenas de nuestro tiempo. Hombres y mujeres que no se resignan, que llevan un anuncio de esperanza que es más grande que ellos mismos. Es la conciencia de ser portadores de Aquel que nos porta, como decía una monja a sus hermanas. El gran Pasternak también se asombra en El doctor Zhivago ante la Magdalena. «Siempre me ha interesado saber por qué la mención de la Magdalena se colocaba precisamente en la vigilia de Pascua, en la víspera de la muerte de Cristo y de su resurrección. No puedo explicármelo, pero la admonición sobre la esencia de la vida es oportunísima en el momento de su despedida de la vida y del presentimiento del retorno… Ruega así al Señor: “Suéltame de mi culpa como yo suelto mis cabellos”. ¡Qué admirablemente expresados la sed de perdón y el arrepentimiento! Se podrían tocar con las manos».

¿Dónde ha descubierto a Cristo vivo estas semanas?
Ante todo, en el silencio delante del Santísimo cada mañana. Y en la gratuidad de muchos amigos, y también de personas que no conozco directamente. Para eso hace falta que yo ponga en marcha mi libertad cada mañana, algo que nunca se puede dar por descontado. A este respecto, he reflexionado mucho sobre lo que me hace libre. Václav Havel, en su inolvidable El poder de los sin poder, habla de la “libertad” del hortelano, que simplemente entre los carteles del precio de la fruta y la verdura no incluye los eslóganes que impone el partido. Ahora, sin querer negar que toda restricción de la expresión reduce la libertad y por tanto la condición de poder reconocer a Cristo presente, creo que la frase evangélica “la verdad os hará libres” siempre es el punto de vista más interesante. Buscar la verdad lleva a reconocer a Cristo.

En este tiempo ha pedido claramente «apostar por el perdón», porque la locura de la guerra «solo se vence con otra locura, la de Dios». El perdón no es una capacidad, ni un esfuerzo. ¿Qué lo hace posible?
Este año, el día que celebré en Moscú la misa por el aniversario del reconocimiento de la Fraternidad de CL y de la subida al cielo de don Giussani, las lecturas de la liturgia recordaban la misericordia de Dios. Unos días antes comenzó la operación militar en Ucrania, que nadie esperaba, y que nadie pensaba que pudiera durar tanto. Durante la predicación recordé que en el Paraíso ya no habrá perdón ni misericordia, solo quedará la caridad. En cambio, misericordia y perdón son necesarios ahora, dentro de la historia. El perdón es un hecho.

¿Qué quiere decir?
Es un hecho: «Yo te absuelvo». «Yo te perdono». De lo contrario no tendría la fuerza capaz de vencer otro hecho tan terrible como el pecado, la maldad, el odio, la guerra. A un hecho no se le puede vencer con una idea, hace falta otro hecho, un acontecimiento. Durante mi servicio militar, algunos compañeros jugaban a “piedra, papel o tijera”, y siempre me llamaba la atención que en las reglas de ese juego el papel venciera a la piedra porque, aunque es más frágil, la envuelve y la vence. Para vivir el perdón hace falta ser objeto de ese “envoltorio”, experimentar ese abrazo, como el abrazo del hijo hallado y perdonado en el precioso cuadro de Rembrandt en el Hermitage de San Petersburgo. Es sencillamente asombroso cuando lo ves en el rostro de un pobre hombre que vuelve a la iglesia para confesarse después de muchos años y, como el hijo pródigo, no se espera el perdón sino un merecido castigo. Sin embargo, sale del confesionario, ¡y se acerca a la Eucaristía!

¿Cómo está viviendo su gente este momento, la responsabilidad frente a lo que sucede y el desgarro de las relaciones, con tantos seres queridos en Ucrania? Las consecuencias del conflicto también están ahí, tanto para los que deciden marcharse como para los que se quedan…
Para mí, y estoy seguro de que también para nuestros fieles, la responsabilidad consiste en vivir la comunión: vivir una unidad más fuerte que las opiniones. Esa comunión se expresa en acto en una caridad gratuita. Y luego esa responsabilidad se convierte en un testimonio que anuncia este amor mutuo, llegando hasta el perdón. Fuera de esta perspectiva, creo que cualquier decisión de irse o quedarse, hacer una cosa u otra, solo puede ser fuente de remordimientos y arrepentimientos que no ayudan a nadie.

Aparte del dolor por los muertos y refugiados, está el que provoca la ideología. En medio de tanta opresión, ¿ve algún brote de libertad y construcción?
No creo que la ideología provoque dolor. Provoca rabia, fanatismo y sufrimiento en los demás, siempre y solo en los demás. En cambio, se siente dolor por la muerte de un hombre, por el sufrimiento, por la injusticia… Y ese dolor no se opone a la fe, es una manera de “compartir” la fe y la esperanza con los que mueren, sufren y son perseguidos. Veo el brote de una vida que no sucumbe cada vez que veo a Jesús diciendo a la viuda «mujer, no llores», cada vez que veo a Jesús llorando por la miseria y destrucción de tantas vidas y ciudades. Créame, Jesús hace muchos de estos milagros en personas, o en “momentos de personas”, en la comunidad cristiana sobre todo. Veo una posibilidad de construcción en esa compasión y compartición. Como decían los benedictinos después de cada invasión: «Volvamos a empezar». Y reconstruían los monasterios, de tal modo que poco a poco renacía la vida, renacían las ciudades.

Con el tiempo esta situación de violencia y dolor cambiará, o tal vez cambie su rostro e intensidad. ¿Qué quiere decir no desaprovechar –como reclama a menudo el Papa– este momento?
Durante la pandemia, Francisco llegó a decir que lo único peor que la pandemia era desaprovechar esta circunstancia, esta crisis. En efecto, no sé vosotros, pero en Rusia veo que el mayor riesgo ha sido “superar” esta crisis, esperar que pasara lo antes posible. De este modo, ahora no nos damos cuenta de que el mundo ha cambiado profundamente, han cambiado los sentimientos y las relaciones entre la gente, aún no sabemos bien qué consecuencias psíquicas nos esperan. Y así desaprovechamos una oportunidad de conversión, de construcción de una nueva civilización de la verdad y del amor. Hay que preguntarse el porqué de toda crisis, también de la actual, y comprender cómo podemos atravesarla para salir de ella siendo más humanos. Guardini decía que una época se juzga por el incremento de humanidad que genera y comunica a la generación siguiente.

Ha vivido gran parte de su vida en Rusia, de 1993 a 1998 y de 2003 hasta hoy. ¿Qué le enamora de este pueblo? ¿Y qué es lo que más le interpela?
Lo que me enamora siempre es también lo que más me interpela. En este caso concreto el imprevisto, la imprevisibilidad, es un factor de atracción. Al padre Scalfi le encantaba citar una expresión rusa que dice más o menos así: «A Rusia no puedes entenderla, pero puedes amarla». Y amándola, empiezas a entenderla. Este aspecto imprevisible me llama la atención en la obra de Sedakova o en las novelas de Evgeni Vodolazkin. Noto un aspecto de genialidad de esa imprevisibilidad en el cine ruso. Siempre hay al menos una escena sorprendente, que nunca te esperarías. Por ejemplo, recuerdo una película donde en un momento dado un marinero sale de un submarino y empieza a tocar el teclado de un piano de madera cuyas teclas solo están dibujadas, y se conmueve al “oír” su melodía. En otro film sobre la guerra de Afganistán hay una escena donde un grupo de soldados busca a una prostituta que solo está destinada a quienes hayan superado todas las pruebas del entrenamiento. Estando con ella, de repente se quedan paralizados y con lágrimas en los ojos se arrodillan, sorprendiendo en la sonrisa de aquella joven tan sucia una belleza tan pura que les “obliga” a venerarla.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página