DEBEMOS reconocer que en el camino del conocimiento o liberación de factores que escapan a nuestro control y que en el lenguaje religioso llevan siempre el nombre de Gracia». Así se dirigía el gran físico Pauli a un círculo de colegas suyos «intranquilos de que con el desarrollo de la teoría cuántica ganaban peso también aquellos movimientos espirituales que algunos habían querido calificar despectivamente como superestructuras ideológicas».
Es apasionante recorrer el camino que ha llevado a los grandes físicos de nuestro tiempo a dar el paso a los terrenos de la filosofía y la religión. En «Más allá de la física» Heisenberg, el que con su teoría de la indeterminación ha trastocado nuestra forma de conocer el mundo, nos propone un viaje a través de los descubrimientos científicos y su influencia en los sistemas ideológicos de su tiempo, un viaje que llega a nuestros días y que aún espera una solución en correspondencia a los nuevos horizontes que nos ha proporcionado la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica.
Durante el siglo XIX, la evolución de la química y de la teoría del calor se ajustó con bastante fidelidad a las ideas que por primera vez fueron expresadas por Leucipo y Demócrito, en clara contradicción con las de Platón. «El impresionante progreso que experimentaron la química y la física se vio seguido, como natural consecuencia, del auge de la filosofía materialista en su forma moderna, el materialismo dialéctico, y del desprecio al cristianismo».
Pero también esta imagen se ha visto minada a lo largo de nuestro siglo. «A medida que lo práctico iba situándose en el punto focal de la imagen del mundo, fueron perdiendo su valor absoluto los esquemas básicos del pensamiento que habían regido hasta entonces, empezando de nuevo a chocar los nuevos descubrimientos con los esquemas ideológicos». Es famosa la pugna que se estableció en la URSS entre evolucionistas y genetistas y que Stalin resolvió descerrando a los genetistas, decisión que le ha costado a la URSS años de retraso en ingeniería genética y, en buena parte, la situación actual de la agricultura.
Incluso el espacio y el tiempo pasaron a ser un nuevo objetivo de estudio. Todo esto llevó a que, antes de la teoría de la relatividad y de la teoría cuántica, tuviera lugar un período sorprendente de confusión durante el cuál los físicos descubrieron que habían perdido valor todos los conceptos que les habían servido de guía y apoyo dentro de la naturaleza, ya que su aplicación daba lugar a dudas y confusiones. «Fue un tiempo de denegación de la ciencia, era general el convencimiento de que ningún resultado podía alcanzarse como valor permanente».
Es sorprendente la gran similitud entre esta situación momentánea del conocimiento de la naturaleza y el sentimiento creciente en nuestra sociedad de relativismo de todos los valores; situación que otro físico, Welszacker, define como «carencia de un medio ordenador que oriente la conducta del individuo en toda situación. La carencia de instinto para lo que es justo y lo que no lo es, para lo que es falso y para lo que es verdadero». Pero la gran diferencia estriba en que, mientras en la física se consideraba ese tiempo como la preparación para la definición futura de una formulación nueva, que todo el mundo esperaba y buscaba y que llegó finalmente estableciéndose precisamente «sobre el abismo sin fondo que se había originado en la ciencia» con las teorías de la relatividad y la mecánica cuántica, en la vida social, parece que se ha admitido como un dogma la imposibilidad de alcanzar cualquier verdad, viviendo en la paradoja de disfrutar de una sociedad, la de la bomba atómica, la ingeniería genética, la informática... una sociedad alcanzada gracias a la búsqueda y hallazgo sucesivo de verdades en la naturaleza, pensando que no existen ni merece la pena buscarlas en el hombre.
Ahora, cuando parece que conocemos todo, sin embargo es toda una aventura adentrarse en la nueva ciencia basada en las dos famosas teorías. Bastan estas palabras de Heisenberg «lo experimental, adonde quiera que pueda extenderse, no hará más que devolver al hombre su propia imagen; por tanto, también en la ciencia de la naturaleza el objeto de la investigación no es ya la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta a la problemática humana, con lo que el hombre también aquí vuelve a encontrarse a sí mismo». De nuevo se hace posible la frase de San Agustín «conocer para creer y creer para conocer».
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