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Huellas N.5, Septiembre 1985

EN PRIMER PLANO

Pobres que hacen ricos a muchos. Una teología de la persecución

Michael Bourdeaux

«La Iglesia es el cuerpo de Cristo, si un miembro sufre, todo el cuerpo siente el sufrimiento». Esta afirma­ción es teológicamente aplastante y, sin embargo, ha perdido su fuerza en Occidente; quizás porque los que no sufren por la fe tienen muchas dificul­tades en sostener a los que sufren. Hoy día todos sabemos que la Iglesia ha nacido en el sufrimiento y en la persecución, pero muy probablemente hemos olvidado (en Occidente) que es­to sigue siendo una realidad, que la Iglesia está siendo engendrada en el sufrimiento. Esta es la pobreza de la Iglesia perseguida y sufriente, pobreza que hace ricos a muchos, porque la sangre de la Iglesia sufriente corre por todo el cuerpo.
La profunda realidad teológica de la Iglesia como cuerpo de Cristo y la escasez de sensibilidad e información sobre la Iglesia perseguida son los mo­tivos que nos han llevado a publicar en «NUEVA TIERRA», el discurso que Michael Bourdeaux pronunció al ser galardonado con el premio Tem­pleton (Nobel por la defensa de la reli­gión).


1. LA IGLESIA ENGENDRADA EN EL SUFRIMIENTO
Un líder de los baptistas soviéticos, hace algunos años, lanzaba desde la cárcel estas palabras: «Invocamos a la Iglesia de Cristo para que quiera recorrer el sendero de espi­nas».
La Iglesia cristiana ha nacido en el sufri­miento y en la persecución. Cristo murió como un criminal. Roma oprimió a Israel. Por tres siglos la Iglesia primitiva estuvo amenazada de extinción física. Y, sin em­bargo, parece que los cristianos hemos su­frido más en nuestro siglo que en cualquier otro de la historia.
Al mismo tiempo, en un mundo pronto a enternecerse por las causas más diversas, los que no sufren por la propia fe tienen mucha dificultad en sostener a los que su­fren por ella. En los Estados Unidos mu­chas Iglesias tienen a su disposición ofici­nas con moquetas y computadoras. En la Unión Soviética, millares de ciudades y pueblos no pueden tener ni siquiera una iglesia y un creyente no puede poseer legal­mente una máquina ciclostil. Y, sin embar­go, en la sorprendente providencia divina, es este último país el que puede dar leccio­nes de fe al primero, no viceversa. El mun­do está aún ciego frente a estas cosas, pero la lectura de la Biblia debería habernos preparado a esto desde hace mucho tiem­po. Isaías abrió el camino hace más de seis siglos antes de Cristo, cuando escribió: «Despreciado y rechazado de los hombres, hombre de dolores que conoce bien el su­frimiento ( ... ) y, sin embargo, él llevaba nuestros sufrimientos, cargaba nuestros dolores» (Is. 53, 3-4).
La Iglesia rusa, mucho más firmemente que la occidental, vive consciente de que el camino para la resurrección pasa por el umbral del Calvario. Si en el día de Pascua os situáis junto al iconostasio de una Igle­sia ortodoxa y miráis al pueblo reunido, veréis mil rostros. Cada uno de ellos brilla a la luz de la vela que tiene en sus manos. Muchos rostros llevan las huellas del sufri­miento, pero se ve que, en cada uno de ellos, este sufrimiento se ha transformado en alegría: la alegría es la certeza del Cristo resucitado y vivo; es una lección aprendida de la vida y de la experiencia, no de las lec­turas cristianas, que son prácticamente inencontrables. Por lo demás, tampoco los apóstoles aprendieron la resurrección de los libros. No, ni en nuestros institutos teológicos, ni en nuestros sínodos, ni siquiera en las campañ.as para la evangeliza­ción encontramos tanta certeza. Podemos predicar el evangelio, pero ellos lo viven. Todos nuestros aparatos y organizaciones son, a fin de cuentas, superfluos, mientras que el Cuerpo de Cristo, no lo es. El cris­tiano ruso sabe que está unido, en aquel Cuerpo, con las grandes y nobles comitivas de mártires nuevos: las decenas de miles de mártires de los años 20 y 30 y también con los de los 80. Hemos perdido la fuerza en la opulencia; ellos lo han conquistado en la persecución.
Algunos cristianos rusos no sufren por la fe únicamente a través de las autorida­des soviéticas. A veces, son las mismas per­sonalidades oficiales de sus Iglesias las que critican por haber violado las leyes injustas que les llevan a la prisión. Y, en algunos casos, esto hace que también personalida­des eclesiásticas de Occidente se hagan eco de tales críticas.
Haciendo esto, olvidan que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Si un miembro sufre, todo el cuerpo siente el sufrimiento. Quizá era así en el siglo primero, pero no lo es hoy; al menos en Occidente. Es más fácil, para nuestra tranquilidad, no se disturba­dos por las noticias que dicen que en el año 1984 el marxismo-leninismo causa to­davía grandes sufrimientos a cuantos creen en Dios. En la Unión Soviética, hoy, hay al menos 50 millones de cristianos practi­cantes, 40 millones de musulmanes, 2 mi­llones y medio de judíos y 50 mil budistas. Los creyentes sufren graves discriminacio­nes ante la ley soviética y pueden ser lla­mados en cualquier momento a sufrir físi­camente por su fe. En otros países, como Albania, China, Corea del Norte, Viet­nam, Camboya y Checoslovaquia, la situa­ción es, o recientemente ha sido, tan grave o peor.


2. LA VOZ DE LA IGLESIA SUFRIENTE
Christos voskrese: ¡Cristo ha resucitado!, exclama el sacerdote al anun­ciar la Pascua rusa. Voistinu voskrese: ¡Verdaderamente ha resucitado!, responde el pueblo en la antífona. Esta respuesta de una Iglesia pobre está ya haciendo ricos a muchos, como dice San Pablo. La Iglesia del silencio, como se solía llamarla, ha en­contrado su voz. Hay miles de ejemplos para demostrar que esta exclamación habla al corazón de millones de hombres con su verdad apremiante y profunda, mientras que los principios del dogma marxista­leninista, proclamados sin tregua por los mass-media esclavos del régimen, han fra­casado totalmente. He aquí un ejemplo re­cientísimo.
En 1983 llegó a Occidente la noticia de la aparición de un grupo por la defensa de los derechos de la Iglesia católica ucrania­na. Difícilmente los promotores podrían haber escogido un momento peor. A partir del año 1979 la persecución de todos los grupos pro derechos humanos habrán ido constantemente empeorando. La subida al poder de Andropov constituía una amena­za aún más seria. La Iglesia ucraniana, que cuenta con 3 o 4 millones de fieles, había sido suprimida definitivamente en los años 40. Hasta el Vaticano había cancelado el tema de la agenda de coloquios con el Kremlin. El iniciador del movimiento de defensa era Josif Terelja. Por su actividad cristiana había pasado 19 de los 40 años de su vida en prisión y en un hospital psiquiá­trico. En vez de ser aniquilado, lanzó una nueva apelación a las autoridades soviéti­cas, y, de nuevo, el lazo de la KGB lo es­trujó. Su arresto sucedió el 24 de diciem­bre de 1982. Aunque la Iglesia ortodoxa rusa y los católicos ucranianos han estado históricamente en malas relaciones, un or­todoxo de Moscú escribió en estos térmi­nos al Papa: «Josif Terelja es un hombre honesto y con coraje, un verdadero cristia­no que ha aceptado cualquier privación y sufrimiento en nombre del bien y del amor. Está dispuesto a dar la vida por los amigos».
En una de las últimas cartas que nos han llegado, el mismo Terelja escribía: «A des­pecho de las declaraciones y previsiones de algunos miembros del partido, estamos vi­vos, crecemos, nos extendemos. Las prue­bas y las persecuciones sufridas por los ca­tólicos de Ucrania nos han fortalecido más en la fe, dándonos la oportunidad de sabo­rear la profundidad de la providencia divi­na. Puedo afirmar sin exageraciones que no ha nada más grande que morir por ser católico en una prisión comunista. Quien pierde el miedo gana verdad y esperanza».
No sólo la Iglesia cristiana ha sido toca­da por esta explosión de fe; también las otras religiones están teniendo la misma experiencia.
En los últimos diez años se ha verificado un impulso del islamismo, a despecho de la hostilidad continua del sistema soviético. Hoy las fraternidades Sufi son extraordi­nariamente fuertes. Junto a los lugares santos, constituyen para la fe islámica un centro alternativo totalmente separado del Islam oficial de las mezquitas. Un testimo­nio en este sentido nos los ofrece un autor que está en buenas relaciones con el régi­men. Cingiz Ajtmatov, escritor, es el único autor del Asia central que goza de fama mundial. Cada libro suyo es más islámico que el precendente. La última novela, titu­lada «El día que duró más de un siglo», describe cómo los soviéticos han buscado sutilmente liquidar el Islam con su ideolo­gía materialista. Ajtmatov tiene una am­plia audiencia internacional y evidentemente escapa al control soviético. «Adonde se mire, bajo las apariencias, en un país co­munista salta a la vista la gran vitalidad re­ligiosa». Es un hecho de la máxima impor­tancia para ellos pero quizá más para no­sotros. ¿ Y qué hacemos?. No mucho.

3. MALENTENDIDOS OCCIDENTALES
Occidente apenas ha comenzado a plan­tearse adecuadamente la pregunta sobre los motivos de este renacimiento religioso en el mundo comunista. Con pocas excep­ciones, Europa occidental, a pesar de las enormes posibilidades para los estudios académicos, ha descuidado el estudio de la religión. Y, sin embargo, no se puede en­tender la Europa del Este si se ignora el papel de la Iglesia, sobre todo su dinamis­mo actual.
Los periodistas se dieron cuenta del pa­pel de la Iglesia durante el primer viaje de Juan Pablo II a Polonia en 1979 pero, ex­cepto algunos, no se han preocupado de buscar los paralelos con otros países comu­nistas.
Según la lógica, hubiéramos debido ver a las Iglesias cristianas recogerse para ele­var cantos de regocijo ante este nuevo tes­timonio de la potencia de la Cruz. El Vati­cano, las grandes sociedades misioneras inglesas, el Consejo Mundial de las Iglesias, el Consejo Nacional de la Iglesia de Nueva York y el Socorro Cristiano deberían unir­se en la oración y en el sostenimiento de los sufridos, ansiosos de aprender de ellos.
Tenemos una gran necesidad de una teolo­gía de la persecución. Es quizá demasiado pronto para elaborarla en detalle, pero cuando hayamos asimilado plenamente lo que podemos aprender de la experiencia de estos hermanos y hermanas perseguidos, estoy convencido que mucho de lo que pa­sa por ser sabiduría consolidada en las Iglesias occidentales será puesto decidida­mente en discusión; pienso que en particu­lar se transformaría el evangelismo misio­nero. Un examen más particularizado del motivo por el que las Iglesias y los Conse­jos de las Iglesias hayan hecho tan poco en este campo debe esperar otra ocasión. To­maré en consideración brevemente algunas excepciones positivas. Pero primero quiero subrayar algunos problemas y malentendi­dos. En favor de nuestra generación es ne­cesario decir que en la Iglesia no ha habido jamás tanta apertura o compasión hacia el que sufre como hoy. Hay reacciones posi­tivas también en una cierta parte del mun­do secular. Más allá de la mitad del género humano está oprimido. Centenares de mi­llares de seres reciben cotidianamente menos calorías de las que nosotros damos a nuestro perro. Las discriminaciones debi­do al color o a la raza desfiguran muchas sociedades que ciertamente proclaman la libertad democrática. No es muy fácil juz­gar la miseria producida por los sistemas políticos represivos, sin embargo, se hacen más esfuerzos respecto a la América meri­dional o central y al sur de África que res­pecto a la Europa del Este. Es extraño que en gran parte de nuestras Iglesias los sufri­mientos de los creyentes bajo el comunis­mo no hayan tocado una cuerda más sensi­ble y viva. ¿Cómo es posible que muchos de nosotros no sintamos con profundidad los efectos de las represiones llevadas a ca­bo por los regímenes comunistas?. Hay hasta algunas estimadas personalidades re­ligiosas prestas a decir que cuantos viven bajo los peores regímenes comunistas es­tán, en el fondo, contentos de las condi­ciones en las que se encuentra su sociedad.
Hace quince años Mao Tse Tung era generalmente pintado como el guía idolatrado del pueblo lleno de gratitud. Hoy hasta los ciudadanos chinos condenan su tiranía an­te las cámaras televisivas y llegan a atribuir la inmoralidad de los jóvenes de hoy en su país a la histeria organizada por la revolu­ción cultural.
Ningún ciudadano soviético podría hoy criticar en público su propia sociedad, pa­sada o presente. Cuando se verifica una grave carestía en el Sahel, las tropas televi­sivas nos traen los horrores de los acontecimientos directamente a casa. Muchos de nosotros reaccionamos ofreciendo dinero y oraciones. Pero uno de los confinamientos más impenetrables impide la mundo deducir la naturaleza de la tiranía soviética. No es sólo el hecho de que la televisión esté desterrada de los campos de trabajo sovié­ticos o de los hospitales psiquiátricos. Se trata del hecho de que las masivas campa­ñas propagandísticas soviéticas distorsio­nan completamente la verdad. Hasta al­gunos exponentes religiosos soviéticos se han dejado capturar por la máquina pro­pagandística soviética. También ellos son victimas del sistema cerrado en el que na­cen y crecen. Sus primeros recuerdos, en parte, están determinados por la educación soviética que han recibido. En seguida, el sistema escoge explícitamente y educa a cuantos más fácilmente se pliegan a su querer. También ellos tienen necesidad de comprensión. No es necesario condenar­los, sino rezar para que encuentren la fuer­za. El Cuerpo de Cristo no tiene necesidad de mentiras y compromisos para «sobrevi­vir» y, sin embargo, florecen los equívo­cos, y por todas partes se insinúa la in­fluencia de los falsos conceptos. No pue­do analizar todos hoy, pero quiero enume­rar algunos antes de proseguir.

1) El pueblo soviético. La expresión mis­ma es falsa. Mirando la compleja masa ét­nica de la Unión Soviética encontramos li­tuanos, judíos, ucranianos y armenios, una multitud de musulmanes y rusos. No encontramos los «soviéticos»; y cuando oigo expresiones del tipo «las aspiraciones del pueblo soviético» se que me encuentro en el reino de la «neolingua». Veo un im­perio menos real que el hecho de que no haya una madrepatria y colonias de ultra­mar. Veo un imperio en fase de decaden­cia, porque no hay un ligamen del lealtad que lo mantenga unido. Es el ejército rojo, y no el marxismo-leninismo, el que consti­tuye el cemento. Sesenta años, innumera­bles purgas y una guerra mundial han transcurrido desde el día de la muerte de Lenin; y, sin embargo, los pueblos subyugados conservan su individualidad, man­tienen sus esperanzas. Continúan identifi­cándose no sólo en base a la lengua y algu­nas bellas danzas tradicionales; la religión toca las cuerdas más profundas en el cora­zón de la gente, que no aceptará jamás a Moscú como tampoco el ateísmo impues­to. Si se consiguiese romper el poder de la religión, la olla soviética comenzaría a her­vir en el fogón. Esto aún no sucede, pero no sería una sorpresa para cuantos han ob­servado el desmembramiento de otros grandes imperios en este último siglo. Mu­chos cristianos critican el colonialismo sin decir nada sobre la verdadera naturaleza del imperio soviético.
2) «Antisoviético». Esta palabra en sí mis­ma, sin particulares significados, puede ser tomada como una ofensa. Cualquier cosa que haga, en cualquier circunstancia que se encuentre, quien busca distinguir la verdad y sostener a los perseguidos oye decir con­tinuamente que no debe llegar a ser «anti soviético» o «anticomunista»; de otro mo­do, nos explican, se acaba por descender a los abismos de la degradación moral. Lo he oído decir durante veinte años, pero no estoy seguro de lo que intentaban decir verdaderamente. Quizá intentaban decir que el sistema soviético está destinado a permanecer, y que está sostenido por el consenso de los que viven allí. Ciertamen­te, es verdad que el cristiano debe ser para el Evangelio, y no anti-alguna cosa. Ade­más, los cristianos deben -como nos ense­ñan los creyentes rusos- amar a los comu­nistas, ciertamente manteniendo el derecho de oponerse a casi todo por lo que el co­munismo combate. Sin embargo, es cierto que todo cristiano debe, en principio, ser «antisoviético», si el término «soviético» significa, como así es, la imposición del ateísmo de estado.
3) El tercer equívoco se encuentra en la afirmación de que la «constitución soviéti­ca garantiza la libertad de religión». Ante todo, cualquier cosa que la const1tu??1on soviética afirme por escrito, no garantiza,
desde el momento en que el sistema soviéti­co no está en condiciones de acoger la idea
del papel de la ley. La ley es la política del partido en el momento concreto. Imposi­ble defenderse contra el dictado del esta­do. En segundo lugar, la constitución so­viética no proclama la «libertad de reli­gión» sino la «libertad de culto religioso». Esta simple frase indica con precisión la realidad: que están prohibidas la educa­ción religiosa y el derecho de predicar la fe. En tercer lugar, la constitución soviéti­ca proclama también la separación entre Iglesia y Estado. En realidad, las prisiones soviéticas han hospedado miles de creyen­tes en los años más recientes, porque ha­bían buscado ejercer este derecho constitucional. La legislación de 1968 sobre el ma­trimonio y la familia afirma que cada niño debe ser educado «en el espíritu del código moral de los edificadores del comunismo». En un sólo tribunal, donde el ministerio público intenta quitar los hijos a los padres para meterlos en una inclusa estatal para reeducarlos, esta frase puede significar exactamente lo que el ministerio público quiere que signifique.
4) Los derechos colectivos deben ser más defendidos que los de los individuos. Esta frase ha sido lanzada de nuevo por la pro­paganda soviética. Se la oía frecuentemen­te hace 50 años, y ahora ha hecho su regre­so en la arena de las relaciones eclesiales internacionales. Tiene la finalidad de desviar la atención de los casos particulares de desacuerdo individual. La formulación hu­manitaria de la frase ha atraído a muchos cristianos. La meta de este camino parece cercana y perceptible, inmensa en un pai­saje idílico, pero mirando de nuevo más allá de la niebla se ve que lleva derecho al Gulag.
El mensaje cristiano es mucho más claro y distinto: «¿No se venden cinco Pájaros por 3 monedas?. Y, sin embargo, ni uno de ellos ha olvidado Dios. También los cabe­llos de nuestra cabeza están contados. No temáis, valéis más que muchos pájaros». (Lc. 12, 6-7).
A partir de 1979 ha habido una fuerte campaña contra la distensión de todo tipo. Comenzó como una «purga preolímpica», como un intento de expulsar de la ciudad a todos los que criticaban al sistema antes de la llegada de los extranjeros para los jue­gos. Después, la cosa se transformó en la represión más sistemática de cualquier tipo de no conformismo que se haya visto des­de los tiempos de Stalin. En ella no han su­frido sólo los cristianos, sino también los judíos, los nacionalistas, todos los que controlaban las aplicaciones de los acuer­dos de Helsinki, y hasta quien buscaba tu­telar los derechos de los inválidos (que en la sociedad soviética éstos son tratados co­mo ciudadanos de segunda clase).
5) Un quinto mito a destruir sería aquel de que la religión, dominio de los viejos y de los ignorantes, está extinguiéndose. Lenin había dicho exactamente lo mismo, viendo las iglesias sobre todo llenas de viejos. Pe­ro los setentones de entonces tendrían hoy ciento treinta años; esto significa que algo en su profecía no ha ido en la dirección justa.
Millares de artículos en los periódicos soviéticos continuaron proclamando: «La religión se extingue, pero... » y después de este «pero» encontramos pruebas concre­tas de la realidad: los jóvenes, hastiados de vivir en el vacío moral buscan valores permanentes. La prensa soviética, natural­mente, usa terminologías diferentes, pero no puede enmascarar el hecho de que siempre son los más jóvenes los que vuel­ven al seno de la Iglesia, en una medida que no encuentra precedentes en Rusia en el último siglo.
Los ojos de los cristianos occidentales han estado frecuentemente ciegos a la luz resplandeciente de este «podvig», de esta victoria espiritual. Quizá nuestras estructu­ras existentes son demasiado burocráticas, demasiado influenciadas por la política pa­ra poderla reflejar. Un día, quizá, el Con­sejo Mundial de las Iglesias podrá transmi­tir al tercer mundo este podvig, esta nueva victoria de la Cruz, pero aquel tiempo no ha llegado aún. No obstante, de alguna manera la sangre de la Iglesia sufriente co­rrerá por todo el Cuerpo de Cristo, ya hay algunos signos -de los que no es el último lo que hoy sucede aquí en el Guildhall de Londres- de que las válvulas se están abriendo.
De hecho, no hay duda de que estamos asistiendo a uno de los grandes milagros de la historia cristiana.

4. LA RESPUESTA OCCIDENTAL
Algunos individuos y algunos grupos han respondido con el alma y el corazón a este desafío de la fe. Son hombres y muje­res que, sin haber puesto jamás los pies en un país comunista, han llegado a ser cris­tianos por haber encontrado sobre un pa­pel la fe del este.
Cada vez hay más gente que saca benefi­cio para su propio camino espiritual del contacto con la Iglesia sufriente. Cuando las noticias sobre el renacimiento ruso, o ucraniano, o polaco, comiencen a circular más libremente en las venas del Cuerpo de Cristo, no se puede preveer todos los efec­tos espirituales que se derivarán de ello.
Pienso en el trabajo de las asociaciones misioneras para Europa del Este, en las es­taciones de radio, cuyas actividades no han dejado de crecer. Su decisión ha contribuido mucho a llevar el Evangelio cristiano a muchas personas que no lo pueden escu­char en sus sociedades por los medios nor­males.
Sin embargo, la suma total de este tra­bajo es aún demasiado pequeña. Las Igle­sias oficiales, anglicana, baptista, metodis­ta, católico-romana deberían comprome­terse mucho más a fondo. Las necesidades del mundo comunista deben estar presentes no menos que las del tercer mundo, aun­que sean más difíciles de satisfacer.
No podríamos saber cuál sería el efecto de las oraciones, realizadas en todo el mundo con intensidad, por los cerca de 350 prisioneros cristianos en la Unión So­viética. Ninguno lo ha intentado jamás. Lo que sí sabemos es que alguna tarjeta envia­da a un prisionero, que casualmente supe­ra la censura, puede salvar una vida, como ya ha sucedido. El signo más insignificante de atención puede ayudar a una víctima a salvarse sobre las alas de la oración. Nijole Sadunaite, una católica lituana, ha descri­to la importancia vital de tales contactos en sus cartas desde la prisión.
La elección de un Papa polaco en 1978, ha hecho renacer la esperanza en los cris­tianos de varias confesiones en todos los ángulos del mundo comunista. No obstante, a pesar de la enorme complejidad de la burocracia vaticana, Juan Pablo II ha sa­bido dar un fortísimo estímulo a los católi­cos del Este europeo. Los ha exhortado a ser más fuertes y abiertos. Todos conocen la situación polaca. Menos conocido es el veto que el Papa ha puesto al movimiento chescoslovaco comprometido con el poder llamado «Pacem in terris». Aquí, y en Hungría, ha exhortado a la Iglesia a defen­der los propios derechos.
Sería hermoso que alguna importante universidad americana o europea aceptara el desafío y se comprometiera en el estudio de la vida religiosa bajo el comunismo. El trabajo del Keston College hace de enlace y quizá de estímulo de estos intentos.

5. GUERRA Y PAZ
En cualquier caso, el tema de la religión en los países del este europeo no constituye un mundo en sí. Debemos considerarlo en un contexto más amplio. El mundo, quizá, se encuentra al borde de la catástrofe, mo­ral o física. En la historia humana, jamás ha habido un período en el que fuese más urgente volver a los principios primigenios. En los dos últimos decenios, las energías de la cristiandad occidental han estado comprometidas en promover varias causas ligadas al momento histórico. El diálogo entre los cristianos y comunistas de los años 60 acabó en nada antes de que acaba­se el segundo decenio. Los acuerdos de Helsinki, 1975, no han sido menos desilu­sionantes. No evitaron la invasión soviéti­ca del Afganistán en 1979, ni el arresto y condena a diez años del P. Glels Jakunin, el primer defensor ortodoxo de los dere­chos de los creyentes. Hoy los soviéticos han limpiado el campo de toda clase de distensión: los grupos de control sobre la aplicación de los acuerdos de Helsinki no existen. La única actividad que aún se re­gistra es en las repúblicas no rusas. Y pon­gamos finalmente la pregunta que frecuen­temente se hace al Keston College: ¿Vues­tra actividad no perjudica las relaciones Este-Oeste y no alejan cada vez más el ho­rizonte de la distensión?. Normalmente suelo responder con una frase que vengo usando desde hace 20 años: «Tenemos ne­cesidad de la reconciliación, pero la recon­ciliación no puede basarse nada más que sobre la verdad». Cada día el Keston Co­llege debe desgarrar la telaraña de la pro­paganda, y la realidad que salta a la vista es que en el mundo comunista la religión -sobre todo la fe cristiana- cada día es más importante para la gente, mientras que los slogans dogmáticos del marxismo­leninismo lo son siempre menos. El cam­bio sucedido en más de 20 años se toca con la mano. La conclusión necesaria es que si la Unión Soviética garantizase una real li­bertad religiosa, la paz en el mundo estaría más próxima.Este pensamiento aterroriza a los que tienen el poder en el kremlin, pe­ro la realidad podrá no dañarles tanto co­mo ellos temen.
La potencialidad de una vida religiosa en medio de la sociedad soviética es ya perceptible al ojo atento y lúcido. Una Unión Soviética en la que cristianos y judíos, mu­sulmanes y budistas tuvieran plena libertad de palabra no proferiría tantas amenazas a U.S.A., ni éstos estarían tentados en res­ponder a tono. Por otra parte, una estrate­gia verdaderamente decidida entre las su­perpotencias dirigida a aniquilar el hambre del mundo podría tener éxito. La principal iniciativa religiosa y política para la mitad de los años 80 debe ser la de hacer presión sobre el régimen soviético a propósito de la libertad religiosa y de los derechos huma­nos. No se debe esperar elogios o aclama­ciones populares por esto, como lo prue­ban las continuas críticas a las que está so­metido Aleksander Solzenieyn, mi inme­diato predecesor en esta tribuna. Es necesario resignarse al hecho de que las presio­nes sobre las Unión Soviética respecto a es­te tema harán inmediatamente más difíci­les las relaciones. La táctica requiere un es­tudio detenido, pero estoy seguro que la transformación final de la Unión Soviética en un país con el derecho de creer, le haría más seguro para el pueblo y los mismos gobernantes, y haría el mundo más seguro para todos. He aquí porqué el trabajo del Keston College, pequeño visto a escala mundial, se sitúa, sin embargo, en la van­guardia.
En el sentido más auténtico, este premio Templeton no ha sido concedido a mi o al College, sino a los creyentes bajo el comu­nismo. Suya es la «promoción de la fe». El premio es sobre todo de cuantos han sacri­ficado la libertad -y algunos hasta la vida- por su fe. Hablo por ellos. En la medida de mis capacidades y de mi com­prensión, son sus esperanzas, sus dolores y sus alegrías las que os he presentado esta tarde. Que el Señor los bendiga y os bendi­ga a todos vosotros.

Traducido por J.M. García Pérez

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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