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Huellas N.7, Febrero 1985

CARTAS

Experiencia de humanidad nueva

Invitado recientemente por el centro cultural Miguel Mañara, para dar una conferencia sobre marxismo, cristianismo y liberación, ha estado en España Rocco Buttiglione, profesor de filosofía po­lítica en la universidad de Urbino, Italia. Rocco Buttiglione es también miembro de Comunión y Liberación, y tuvo algún encuentro más en privado con nosotros. Este es un resumen de su testimonio.

Voy a hablar hoy de lo que es el Movimiento a través de la experiencia que yo tengo del mismo. Cuando yo conocí el Movimiento, estaba estu­diando en la Escuela Superior. Yo no sabía exactamente si era cristiano o no, católico o no; creo que era como son un poco todos los italianos, es decir, una mezcla de ideas marxistas, católi­cas, fascistas, liberales y quizá algunas más. Lo que a mí me impresionó ver­daderamente no fue un teoría, ni una idea, ni siquiera un ideal (todos pro­ponían ideales), sino que fue la amis­tad y la unidad de un grupo de jóve­nes, que eran como yo, pero eran dife­rentes de mí. Porque en ellos vivía una verdad humana que yo deseaba para mi vida, pero que no era capaz de con­seguir. Lo que me impresionó fue la experiencia de esta humanidad nueva entre ellos, que era una capacidad de amistad y de vivir con gusto y alegría la experiencia común de la vida. Yo vivía la misma situación que ellos, y mientras que para mi todo era muy normal, muy banal, ellos tenían siempre la capacidad de hacer algo ex­traordinario. Era una capacidad de maravillarse ante la realidad de la per­sona, una capacidad de enamorarse de alguna manera de la grandeza de la persona que está en cualquier ser hu­mano. En mi relación con ellos empe­cé a descubrir la riqueza de la persona que soy yo, empecé a descubrir la dig­nidad de mi persona.
Un filósofo y teólogo ortodoxo ex­presó esta experiencia hablando de la cara interior del hombre. Pero esta ca­ra interior, que es la más rica, única­mente se puede encontrar si otro hombre tiene para ti una mirada de verda­dera benevolencia, una capacidad de atención gratuita a la persona que tu eres. Todos tenemos el deseo de en­contrar una persona que tenga esta mirada para nosotros, y la encontra­mos. Pero lo que ocurre es que poco después esta experiencia se convierte en la experiencia de la traición: el hombre es incapaz de ser fiel a la ver­dad de sí mismo y del otro. Todos te­nemos experiencia de amistades que fueron verdaderas durante un tiempo y nos hicieron intuir la verdad de no­sotros mismos; pero el tiempo fue más fuerte que esa intuición y perdimos esa amistad.
El encuentro con la comunidad cristiana fue para mí el encuentro con un lugar en donde el sueño de juven­tud no es destruido, sino que puede desarrollarse, crecer, hacerse cultura, en el sentido etimológico de la pala­bra, donde la cultura es el cultivo de lo humano en el hombre.
Empecé entonces a seguirles; no por estar convencido de las cosas que ellos decían, pues en gran medida me parecían locuras, sino porque esta gen­te era tan verdadera que era imposible no estar con ellos. Si ellos decían que Cristo era el fundamento de su verdad y el camino para que en mí pudiera crecer una humanidad así, yo estaba dispuesto a ser cristiano, como estaba dispuesto, en cierto sentido, a creer cualquier cosa que ellos pudieran de­cir. Ellos no podían engañar; era tan grande la fuerza de la verdad que com­partía con ellos, que no cabía la posi­bilidad de la mentira.
Todos los demás intentaban impo­nerme deberes (la Acción Católica, los comunistas... «tienes el deber moral de hacer esto o lo otro»). El Movimien­to no pedía nada, simplemente ofrecía la posibilidad de participar en una vi­da. Además decía que hacerse mejor moralmente no era un inicio, sino el resultado de hacer que la vida fuese transformada por la presencia de Cris­to, por el reconocimiento de Cristo co­mo el Señor de la vida.
Esta conversión, este encuentro con la verdad de uno mismo, es algo que crea una comunión, que hace na­cer una intimidad más fuerte entre los que comparten esta cara interior de la persona. Si pertenecemos a una misma realidad, que es nuestra verdad, perte­necemos también el uno al otro.
Los grupos humanos en la sociedad de hoy, están unidos generalmente porque comparten las mismas ideas. Si no hay acuerdo se dividen y cada uno va por un lado. El Movimiento fue al­go totalmente diferente, porque fue una unidad no al nivel del pensamien­to, sino al nivel del ser. Mis hijos y yo estamos unidos, independientemente de que compartamos o no las mismas ideas. Estamos unidos porque compar­timos un destino común.
Lo más deseado por el hombre es una compañía, porque en ella el hom­bre se descubre a sí mismo, y le hace reconocer su dignidad. Pero la compa­ñía es normalmente una experiencia frágil. Una compañía que mira al des­tino es una compañía que reconoce a Cristo como el sentido último y funda­mental de su existencia, y por eso tie­ne la fuerza como para lanzar un desa­fío al destino. Cristo es la fuerza que origina la compañía, que es un desti­no, y por eso la vida del Movimiento fue para mí algo que se vive ames de entenderlo.
Una etapa muy importante en este proceso fueron mis años de Universi­dad. En los años en que yo estaba allí se andaba preparando lo que fue el 68. Yo tenía entre ellos muchos ami­gos; es más, yo estaba entre ellos, y lo que ellos querían fundamentalmente era lo que yo había encontrado. En­tonces mi mayor preocupación era ex­plicárselo y hacer que lo entendieran.
Los jóvenes de entonces criticaban una sociedad hipócrita, aparentemen­te cristiana, pero en la que los valores fundamentales que daban sentido a la vida no eran cristianos. La pretensión de la juventud en aquellos años era sa­lir de una sociedad egoísta en la que la persona estaba cerrada en sí misma, para construir una gran fraternidad humana entre todos. Este era el nivel más profundo del movimiento juve­nil: hacer una experiencia de comu­nión, es decir, justo lo que yo había hecho en la comunidad cristiana. Por eso mi mayor deseo era explicarles esta experiencia que yo había hecho, hacer un trabajo cultural, que significaba in­tentar explicar las razones de la fe; in­terpretar lo que está aconteciendo entre nosotros, explicando cual es la lí­nea justa, la posibilidad para el hom­bre.
Porque lo que la gente desea al ni­vel más profundo es la experiencia de esta comunión. Pero es imposible rea­lizar esta comunión sin aceptar la regla que ésta exige, que es el reconoci­miento de Cristo como centro afectivo de la vida. Si esto no acontece, toda la generosidad del hombre se lanza en lucha revolucionaria está perdida. En aquel tiempo mucha gente in­tentaba mantener el cristianismo de los jóvenes presentándoles una verdad cristiana pequeña, tan pequeña que pudiera coexistir con las más diversas ideologías, de tal manera que uno pu­diera ser cristiano y marxista, o cristia­no y cualquier otra cosa. Nosotros fui­mos acusados de ser integristas por causa de nuestra radicalidad, de la afirmación de que Cristo es la libera­ción del hombre: Comunión y Libera­ción. Este binomio nació en aquellos años, como expresión del hecho de que sin comunión cristiana no hay ver­dadera liberación humana.
Ahora, lo que ocurre es que los de mi generación que recorrieron hasta el fondo la vía de la izquierda, cuando vuelven a pensar en la historia que vi­vieron e intentan redescubrir una raíz humana para seguir viviendo, buscan el diálogo con nosotros, no con los cris­tianos que componían en aquel tiem­po un cristianismo dividido.
La vía alternativa es olvidar aquél sueño de juventud, (sueño que hoy, para mí, se ha convertido en una pro­mesa de vida nueva) y, aceptar la hi­pocresía que la sociedad propone.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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