Invitado recientemente por el centro cultural Miguel Mañara, para dar una conferencia sobre marxismo, cristianismo y liberación, ha estado en España Rocco Buttiglione, profesor de filosofía política en la universidad de Urbino, Italia. Rocco Buttiglione es también miembro de Comunión y Liberación, y tuvo algún encuentro más en privado con nosotros. Este es un resumen de su testimonio.
Voy a hablar hoy de lo que es el Movimiento a través de la experiencia que yo tengo del mismo. Cuando yo conocí el Movimiento, estaba estudiando en la Escuela Superior. Yo no sabía exactamente si era cristiano o no, católico o no; creo que era como son un poco todos los italianos, es decir, una mezcla de ideas marxistas, católicas, fascistas, liberales y quizá algunas más. Lo que a mí me impresionó verdaderamente no fue un teoría, ni una idea, ni siquiera un ideal (todos proponían ideales), sino que fue la amistad y la unidad de un grupo de jóvenes, que eran como yo, pero eran diferentes de mí. Porque en ellos vivía una verdad humana que yo deseaba para mi vida, pero que no era capaz de conseguir. Lo que me impresionó fue la experiencia de esta humanidad nueva entre ellos, que era una capacidad de amistad y de vivir con gusto y alegría la experiencia común de la vida. Yo vivía la misma situación que ellos, y mientras que para mi todo era muy normal, muy banal, ellos tenían siempre la capacidad de hacer algo extraordinario. Era una capacidad de maravillarse ante la realidad de la persona, una capacidad de enamorarse de alguna manera de la grandeza de la persona que está en cualquier ser humano. En mi relación con ellos empecé a descubrir la riqueza de la persona que soy yo, empecé a descubrir la dignidad de mi persona.
Un filósofo y teólogo ortodoxo expresó esta experiencia hablando de la cara interior del hombre. Pero esta cara interior, que es la más rica, únicamente se puede encontrar si otro hombre tiene para ti una mirada de verdadera benevolencia, una capacidad de atención gratuita a la persona que tu eres. Todos tenemos el deseo de encontrar una persona que tenga esta mirada para nosotros, y la encontramos. Pero lo que ocurre es que poco después esta experiencia se convierte en la experiencia de la traición: el hombre es incapaz de ser fiel a la verdad de sí mismo y del otro. Todos tenemos experiencia de amistades que fueron verdaderas durante un tiempo y nos hicieron intuir la verdad de nosotros mismos; pero el tiempo fue más fuerte que esa intuición y perdimos esa amistad.
El encuentro con la comunidad cristiana fue para mí el encuentro con un lugar en donde el sueño de juventud no es destruido, sino que puede desarrollarse, crecer, hacerse cultura, en el sentido etimológico de la palabra, donde la cultura es el cultivo de lo humano en el hombre.
Empecé entonces a seguirles; no por estar convencido de las cosas que ellos decían, pues en gran medida me parecían locuras, sino porque esta gente era tan verdadera que era imposible no estar con ellos. Si ellos decían que Cristo era el fundamento de su verdad y el camino para que en mí pudiera crecer una humanidad así, yo estaba dispuesto a ser cristiano, como estaba dispuesto, en cierto sentido, a creer cualquier cosa que ellos pudieran decir. Ellos no podían engañar; era tan grande la fuerza de la verdad que compartía con ellos, que no cabía la posibilidad de la mentira.
Todos los demás intentaban imponerme deberes (la Acción Católica, los comunistas... «tienes el deber moral de hacer esto o lo otro»). El Movimiento no pedía nada, simplemente ofrecía la posibilidad de participar en una vida. Además decía que hacerse mejor moralmente no era un inicio, sino el resultado de hacer que la vida fuese transformada por la presencia de Cristo, por el reconocimiento de Cristo como el Señor de la vida.
Esta conversión, este encuentro con la verdad de uno mismo, es algo que crea una comunión, que hace nacer una intimidad más fuerte entre los que comparten esta cara interior de la persona. Si pertenecemos a una misma realidad, que es nuestra verdad, pertenecemos también el uno al otro.
Los grupos humanos en la sociedad de hoy, están unidos generalmente porque comparten las mismas ideas. Si no hay acuerdo se dividen y cada uno va por un lado. El Movimiento fue algo totalmente diferente, porque fue una unidad no al nivel del pensamiento, sino al nivel del ser. Mis hijos y yo estamos unidos, independientemente de que compartamos o no las mismas ideas. Estamos unidos porque compartimos un destino común.
Lo más deseado por el hombre es una compañía, porque en ella el hombre se descubre a sí mismo, y le hace reconocer su dignidad. Pero la compañía es normalmente una experiencia frágil. Una compañía que mira al destino es una compañía que reconoce a Cristo como el sentido último y fundamental de su existencia, y por eso tiene la fuerza como para lanzar un desafío al destino. Cristo es la fuerza que origina la compañía, que es un destino, y por eso la vida del Movimiento fue para mí algo que se vive ames de entenderlo.
Una etapa muy importante en este proceso fueron mis años de Universidad. En los años en que yo estaba allí se andaba preparando lo que fue el 68. Yo tenía entre ellos muchos amigos; es más, yo estaba entre ellos, y lo que ellos querían fundamentalmente era lo que yo había encontrado. Entonces mi mayor preocupación era explicárselo y hacer que lo entendieran.
Los jóvenes de entonces criticaban una sociedad hipócrita, aparentemente cristiana, pero en la que los valores fundamentales que daban sentido a la vida no eran cristianos. La pretensión de la juventud en aquellos años era salir de una sociedad egoísta en la que la persona estaba cerrada en sí misma, para construir una gran fraternidad humana entre todos. Este era el nivel más profundo del movimiento juvenil: hacer una experiencia de comunión, es decir, justo lo que yo había hecho en la comunidad cristiana. Por eso mi mayor deseo era explicarles esta experiencia que yo había hecho, hacer un trabajo cultural, que significaba intentar explicar las razones de la fe; interpretar lo que está aconteciendo entre nosotros, explicando cual es la línea justa, la posibilidad para el hombre.
Porque lo que la gente desea al nivel más profundo es la experiencia de esta comunión. Pero es imposible realizar esta comunión sin aceptar la regla que ésta exige, que es el reconocimiento de Cristo como centro afectivo de la vida. Si esto no acontece, toda la generosidad del hombre se lanza en lucha revolucionaria está perdida. En aquel tiempo mucha gente intentaba mantener el cristianismo de los jóvenes presentándoles una verdad cristiana pequeña, tan pequeña que pudiera coexistir con las más diversas ideologías, de tal manera que uno pudiera ser cristiano y marxista, o cristiano y cualquier otra cosa. Nosotros fuimos acusados de ser integristas por causa de nuestra radicalidad, de la afirmación de que Cristo es la liberación del hombre: Comunión y Liberación. Este binomio nació en aquellos años, como expresión del hecho de que sin comunión cristiana no hay verdadera liberación humana.
Ahora, lo que ocurre es que los de mi generación que recorrieron hasta el fondo la vía de la izquierda, cuando vuelven a pensar en la historia que vivieron e intentan redescubrir una raíz humana para seguir viviendo, buscan el diálogo con nosotros, no con los cristianos que componían en aquel tiempo un cristianismo dividido.
La vía alternativa es olvidar aquél sueño de juventud, (sueño que hoy, para mí, se ha convertido en una promesa de vida nueva) y, aceptar la hipocresía que la sociedad propone.
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