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Huellas N.7, Febrero 1985

ENTRE NOSOTROS

En busca del rostro humano

¿Cuál es el auténtico rostro del hombre? ¿En que consiste su per­sona? ¿Cómo se realiza realmente su libertad? Las preguntas atravie­san la historia y las civilizaciones y se presentan hoy con dramática, en cuanto a su eventual censura, actualidad.
El libro de Luigi Giussani -escuela de comunidad de este año- asume seriamente estas pre­guntas y delinea el camino de res­puesta ofrecido por la tradición cristiana viva. Nos encontramos progresivamente inmersos en la profundidad radical y decisiva de la imagen de hombre que una auténtica experiencia cristiana de­be permitir reconocer y vivir.
El yo, entonces, es la gran cuestión. Cada uno que pronuncia esta palabra afirma inevitable­mente un sentimiento, pero tam­bién una imagen, de sí. ¿Qué imagen? Aquella determinada de cualquier modo por una pertenen­cia. La conciencia de cada uno de­pende de a lo que reconozcamos pertenecer. Incluso sin darnos cuenta. El punto de partida ele­mental para la comprensión que cada hombre tiene de sí es un dato psicológico: normalmente el hom­bre, o se ve a sí mismo como parte de la sociedad, ligado a un destino mecánico (y se comprueba cómo esto determina toda su existencia: un peso único y desesperanzador en el fondo limita y condiciona to­das sus relaciones), o bien el punto de partida es otro dato de hecho, una verdad objetiva: el hombre pertenece a Otra cosa más grande que él. Y se encuentra libre en la adhesión a este Destino.
Es la paradoja inevitable, que hace decir a Sander Riga, anima­dor de los grupos cristianos ecu­ménicos rusos y encarcelado por católico: «Mi libertad es Su pose­sión»; y que hace escribir a Von Balthasar en el prólogo al volumen de Giussani: «El hombre es tanto más libre cuanto más obedece a Dios y a su voluntad».
Aquí está la tesis fundamental de A la búsqueda del rostro huma­no. Tesis que se hace invitación, en la escuela de comunidad, a una conquista, con una conciencia más madura del hecho de que la perso­na es una pertenencia, consciente y libre, a Cristo.
La tesis contiene una antropo­logía, una eclesiología, y una con­cepción de la historia. Si Cristo es la consistencia de todas las cosas («sin Él, nada ha sido hecho de lo que ha sido hecho»), el hombre es la pertenencia a Cristo; la historia es la visicitud dramática, la lucha, para la revelación inicial de esta pertenencia (donde esto se realiza, allí está la Iglesia) y tensión a la manifestación total del señorío de Cristo.
Vayamos recorriendo los capí­tulos:
1. Capítulo: Dónde está la consistencia del hombre. La Anti­gua Alianza muestra que para el hombre real el Señor lo es todo. El es el destino real del hombre, la compañía en la cual el pueblo con­siste y la vida del pueblo se identi­fica. El método con el que Dios manifiesta que la pertenencia a Él es la consistencia del hombre es la Revelación. Dios elige y usa una circunstancia particular «con la que Él hasta se identifica en un gesto de amor», para manifestarse como el Señor de la historia, inter­viniendo en la historia.
2. Capítulo: Resistencia a la verdad de sí. La no voluntad de re­conocer la Presencia de Dios y la pertenencia a Él hace caer en la na­da. Ilusión de autonomía, olvido, corrupción, alienación, ilustran la actitud del hombre que se resiste a la verdad de sí.
Pero justamente para el hom­bre afligido por estas contradiccio­nes, la misericordia de Dios se ha­ce continuamente encuentro. Es la gran oferta que incluso el castigo bíblico permite descubrir; y el hombre comienza a reencontrar la verdad de sí mismo justamente re­conociendo su miseria y deseando el cambio. La verdad del presente está en la actitud de pregunta.
3. Capítulo: La imagen acaba­da. La pregunta nos comienza a disponer a la imitación de Dios. Él nos hace partícipes de su destino y se manifiesta completamente co­mo la imagen profunda a la que nuestro ser tiende. Los preceptos que nos da son como el camino a una educación; el supremo man­damiento es reflejar el rostro de Dios en la existencia. ¿Cómo es posible?
Un hombre, Cristo, ha vivido, con los doce que estaban con Él, el comportamiento de Dios. Cristo es el rostro de Dios a imitar en la existencia -«el contenido de su consciencia de hombre era aquella Presencia»- nuestro destino he­cho presencia y compañía.
Cristo revela el amor del Padre y «barre los esquemas humanos del amor». En Él se inaugura el hombre nuevo, una profunda re­volución del sujeto.
4. Capítulo: Pertenecer, ver­dad de sí. El sujeto nuevo es el hombre en el que vibra el senti­miento de pertenecer a Cristo. A Cristo en su presencia histórica, aquí y ahora, es decir, en la Igle­sia. La conciencia de la pertenen­cia es la conciencia de vivir de Otro. Es necesario cambiar la falsa conciencia de ser los patrones de cada uno y reconocer que pertene­cemos completamente a Otro. La misma creatividad de un hombre, incluso de un pueblo, coincide con la conciencia de pertenencia que tenga.
Que haya una conciencia así es literalmente un milagro: a condi­ción de perderse a uno mismo, se trata realmente de nacer de nuevo, como fue para Nicodemo.
5. Capítulo: Abarcar todo, El juicio nuevo. Cristo es la razón de todo, presente en cada hecho par­ticular. La compañía de Cristo en nuestra vida exige que todo sea re­capitulado en Él. He aquí la cultu­ra: introducción a la realidad en su totalidad; cada cosa adquiere su valor en la óptica de Cristo. El se­guimiento es así el lugar del acon­tecimiento cultural, del juicio. Porque Cristo es el juicio; pero Cristo está aquí, en la compañía de aquellos que lo reconocen.
6. Capítulo: La ascesis. El dra­ma de la efectividad. Afectividad: energía de la libertad; el ánimo humano en cuanto provocado a adherirse a algo. Drama: el hom­bre está llamado a adherirse al proyecto de salvación que es Cristo para el mundo, pero en cambio tiende a privilegiar sus sueños, a situarse fuera de la realidad, cen­surando así sus debilidades y mise­rias y condenándose a la aridez. El rescate está en el ofrecimiento, gasto simplísimo y sinté­tico de la libertad humana, posi­ble en cualquier situación que uno esté. El estudio, el trabajo, la fa­milia: la verdad de cada cosa es la presencia de Cristo. Puedo recono­cerla y pedir que se manifieste ca­da vez más. La ascesis es que se ha­ga familiar en nosotros la petición de la presencia de Cristo en cada situación de la vida.
7. Capítulo: Comunión y libe­ración. «El método ejemplificado de educación a una antropología cristiana», como dice el mismo tí­tulo.
Método: camino donde uno está siempre en movimiento hacia la maduración de la fe. Y morada, donde uno puede ser reedificado. Porque donde la fe es ayudada a ser más vigilante y fresca, «da el fruto de alegría mayor».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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