Existen diversas teologías de la liberación. Algunas se adhieren, con mayor o menor intensidad, a los principios del marxismo, otras no.
Presentando esta segunda, se tendrá más claro el juicio sobre las primeras.
Hemos hecho una síntesis en paralelo del contenido principal de una y otra «corrientes».
Javier Lozano Barragan es obispo auxiliar de la ciudad de Méjico. Ha desempeñado numerosos e importantes cargos en la pastoral de la educación y de la cultura tanto a nivel mejicano, como en el seno de la Conferencia Episcopal Latinoamericana. Ha sido también secretario especial del Sínodo mundial de los obispos sobre la familia (1980). Es autor de numerosas publicaciones de carácter teológico. El ensayo sobre la teología de la liberación que presentamos es una síntesis nuestra del principal contenido de las conferencias que monseñor Barragán ha dado estos meses. En el texto, la columna de la izquierda, sintetiza la posición de la teología de la liberación de inspiración marxista; a la derecha la posición de la teología de la liberación no marxista, que hace referencia a la doctrina social cristiana propuesta de nuevo en la Conferencia de Puebla.
J. Lozano Barragán tienen la fuerza del comentario «in situ». No sólo desde Europa se le ven las orejas al lobo...
Hombre y liberación
La reflexión teológica sobre la exigencia de la liberación en América Latina, tiene su origen en una teoría de la dependencia económica como causa del subdesarrollo. Este no es un hecho «neutro», sino una situación indebida que rechazar y alejar, una violencia institucionalizada, un pecado.
La dependencia reduce a un estado de esclavitud. Los amos son las potencias imperialistas del Primer Mundo, las naciones basadas en el capitalismo liberal, que se muestran esencialmente explotadoras, tanto en su faceta interna como externa.
La única opción eficaz, la única opción completa que no cae en una utopía alienante, sino que ofrece una alternativa real a la sociedad capitalista deshumanizan te, es el socialismo marxista.
Eso significa un programa de socialización de los medios de producción, actualmente de propiedad privada; y, necesariamente, la lucha de clases, a escala nacional, continental y mundial. Así, los capitalistas, combatidos en sus propios intereses por las clases proletarias, no podrán permanecer tranquilos. El cristiano es un hombre comprometido en el proceso de la liberación, y por tanto, en la destrucción de la dependencia, a través de la lucha de clases.
El documento de Puebla (nn. 470-506), afirma que la raíz profunda de la dependencia, de la alienación, de la opresión, es el pecado -personal y social-. Es el misterio de la iniquidad que se presenta en los ídolos de la riqueza, del poder y del placer. Desde la superficie «materialista», desde la injusticia en las relaciones de producción entre salario y trabajo, debemos descender hasta las raíces de la situación injusta. Se deberá entonces ir más allá de una lucha de clases y de un nuevo sistema económico como estrategia para una solución de la injusticia del capitalismo.
La auténtica liberación no es sólo «por», sino que debe ser también «para». El hombre se libera de su esclavitud para utilizar constructivamente la libertad. Esto indica Puebla cuando habla de la dignidad y del crecimiento progresivo del ser humano (nn. 321-329).
¿Cómo se obtiene este crecimiento? La respuesta está en la aportación específica que el cristiano da a la liberación: la comunión. Comunión con Dios, con el hombre y con el cosmos. La plenitud de esta comunión es la participación del hombre en la vida trinitaria (cfr. nn. 211-219): la comunión entre los hombres se alimenta del amor del Padre, y tiende a manifestarse en todos los aspectos de la vida, por tanto también en la dimensión económica, social y política. La estrategia para construir positivamente la liberación es construir entre los hombres la comunión trinitaria.
La Teología
La reflexión cristiana sobre la dependencia, y la liberación de ésta, es la teología de la liberación. Esta constituye el modo apropiado, si no el único, para que el Mensaje se escuche y tenga credibilidad para el «no-hombre», para el oprimido, para las grandes masas sufridoras de América Latina.
Se trata de una reflexión teológica cuyo sujeto es la comunidad que se libera, la comunidad comprometida en la lucha revolucionaria. La teología aparece así construida para el pobre, consciente de su situación, y en lucha. Esto hace a la Teología de la Liberación eminentemente vital e irrepetible, eminentemente latinoamericana. La Teología de la Liberación recoge todo del pueblo, al cual devuelve su reflexión. La reflexión cristiana, que considera la profundidad del misterio trinitario, es «verdaderamente» la Teología de la liberación, así como aparece en el testimonio de Puebla, y es la verdadera forma de que el Mensaje se escuche y tenga credibilidad para «el no-hombre», el oprimido, el alienado, para las grandes masas marginadas de América latina.
Semejante teología tiene como sujeto al hombre que se libera de su individualidad comunitaria. Este hombre reflexiona sobre su exigencia fundamental y sobre la realización concreta de su donación. Así se realiza en la verdad y en el amor. Esta es la «praxis pastoral de la Iglesia». Objeto de tal teología es la totalidad de la vida del Hijo de Dios, que es tal en virtud de la comunión y la participación que se expresa en todos los aspectos de la vida. En esta visión unitaria aparece aplicado completamente el dogma católico, de forma que cualquier otra realidad se contempla ya bajo la luz de Dios.
El trabajo teológico exige la fe y la razón, la revelación y los instrumentos de la investigación racional. Lo que se pide a los instrumentos es que se conformen con su naturaleza de instrumentos, es decir, que sean adecuados para profundizar en el conocimiento de la fe y de la realidad en la que vivimos.
Evidentemente una mediación basada en una ideología materialista, que niega la existencia de Dios, es absurda y no corresponde a la teología.
En cuanto a los «criterios», su primer criterio es el magisterio de la Iglesia. La teología católica, por ello, insiste profundamente en la tradición, como criterio para conocer el auténtico sentido de la Biblia. (la teología protestante, sin embargo, tiene como criterio la Sagrada Escritura y, conjuntamente, los criterios ideológicos y científicos. La teología católica, admite también los criterios científicos, pero no como una línea definitiva).
El trabajo teológico tiene dos puntos de referencia: por una parte, el empeño de la vida en la práctica de la liberación; por otro, que se haga mediante el análisis racional y científico de la realidad. Si bien en un tiempo, la teología ha utilizado el aporte de la filosofía escolástica, ahora el único instrumento totalmente válido para la interpretación de la historia, es el análisis marxista (se traslada la importancia de la filosofía a la sociología).
La Palabra de Dios, «regla práctica» de fe, ilumina la ortopraxis, es decir, la correcta «práctica pastoral de la Iglesia». Pero esta misma Palabra exige una nueva lectura: el hecho de la liberación interpretado a través del materialismo histórico, es el criterio con el que releer la Biblia.
Religiosidad popular
La secularización de América Latina, ha tenido lugar conjuntamente con la politización del pueblo; sin embargo la religiosidad popular no se ha reducido, sino que ha adquirido una fuerte potencia liberadora. La religiosidad popular pertenece a la totalidad del pueblo, y es fuente de una ética revolucionaria. Es el mismo pueblo, como totalidad quien vive de una forma liberadora o alienante su propia religiosidad. El sentido auténtico, liberador, de la religiosidad popular nace del Evangelio y de la revolución popular que permite redimirlo. La «comunidad eclesial» de base, en su práctica de la religiosidad popular, se reconoce como sujeto explotado y reducido a la miseria. Por ello desea una liberación en un proceso histórico, que no se reduce sólo a su parte económica, sino que exige una reforma económica, cultural, religiosa. Y esto no lo pide al Dios burgués, o a sus santos, sino a la organización popular, a su toma de conciencia de clase, a su proyecto.
En Puebla se describe la religiosidad popular como un conjunto de valores, aptitudes, expresiones y ritos tomados del dogma católico y que constituyen la inteligencia de nuestro pueblo. Se ha dicho también que sus enemigos son la ignorancia religiosa y los defectos primordiales, es decir: la magia, el fatalismo, el fetichismo, etc. Se ha dicho también que se debe luchar para alejar estos defectos y para encontrar nuevas formas de religiosidad popular que estén adaptadas a la vida moderna y que puedan responder al desafío de la sociedad urbanoindustrial. Si se considera la religiosidad popular como una estrategia para ser aceptada por la ideología marxista, se destruye la raíz católica del pueblo.
Quien es Jesús
La evangelización debe presentar al pueblo a un Cristo Liberador, que le empuja a luchar contra la opresión. Cristo fue sensible al mal de su época, mal expresado en la dominación política y religiosa: Se limitó a encontrarse y a rebelarse a la autoridad constituida, comprometiéndose con el pueblo: por esto el poder político y religioso lo apresó. Cristo murió asesinado por los dominadores.
Pero el Padre lo ha resucitado y ha establecido así la seguridad del triunfo en la causa de los opresores. La lucha por la liberación deja de ser una utopía: el oprimido derrotará «indudablemente» al opresor.
América Latina es muy parecida a la Palestina de hace dos mil años. Es un imperio que domina y establece una dependencia económica, política y cultural. La lucha por la liberación deberá imitar a Cristo, campeón de la lucha radical por la liberación.
El núcleo de la cristología latinoamericana es la predilección de Jesús por los pobres. Por ello privilegia el aspecto humano de Jesús, su libertad frente a los que querían manipularlo para sus propios intereses, frente a las disposiciones de la ley, frente a las formulaciones intangibles de la ortodoxia, frente a las autoridades religiosas y no-religiosas de su época. La cristología iberoamericana lo presenta más como una comunidad de destino con los hombres que como la epifanía de Dios, más como Jesús en la cruz, sumo conflicto y perenne denuncia que como sacrificio y reconciliación.
La evangelización debe hacer presente para el hombre moderno un Cristo íntegro y pleno, sin reducciones de ningún aspecto. Cristo es un liberador porque ha vencido todos los poderes del mal: El mal que se presentaba como pecado, como diablo, como diversas enfermedades que sanaban, como insidia e hipocresía de sus contemporáneos, como riqueza que separaba de Dios, como odio que dividía y oponía a los hombres. Los enemigos de Cristo, sabían que el conflicto religioso que Él causaba, era algo más profundo que un choque político. Para ellos, Cristo no es un «zelota», un revolucionario; es mucho más. Existe también un pecado político, pero eso no constituye todo el mal, no es lo más profundo del mal.
La muerte de Cristo no es la muerte de un jefe revolucionario o de un guerrillero que desgraciadamente cae en las manos del «orden establecido», y es asesinado. Cristo no fue «asesinado»; es Él quien voluntariamente se ofreció a la muerte. El es totalmente libre. La Resurrección del Señor es el triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias; pecado que es individual y social, político, económico, etc.
Cristo ofrece una salvación universal. No se puede separar al Cristo histórico del Cristo de la fe, ni dar un privilegio especial a alguno de los aspectos del Jesús histórico. Por ello es necesario considerarlo en una unidad integral.
La liberación que Cristo nos ofrece hoy en día es eficaz; no es una mera imitación mecánica de lo que Jesús ha hecho: Él opera ahora en nosotros, en nuestro mundo, como entonces lo hacía. Esto nos libera eficazmente. Esto quiere decir que Cristo es el punto de vista y el ideal para toda acción que quiera corresponder a nuestras necesidades, que quiera cumplir nuestra exigencia de verdad y de amor, para darse a los demás en una recíproca comunión. No es una lucha entre clases antagónicas o entre intereses económicos opuestos; es una lucha radical contra la opresión misma de todo, lucha cuya motivación más profunda es el amor hasta la muerte.
Identidad y misión
La Iglesia debe ser Iglesia popular. Aquella que el Espíritu Santo suscita en el pueblo de los pobres reavivando en ellos la memoria de Jesús y la convocatoria a su seguimiento. La Iglesia reencuentra su identidad introduciéndose en el proceso revolucionario, haciendo propio el movimiento «épico» e intelectual del pueblo, sus valores, su visión del mundo y el consenso social, popular, revolucionario. No se trata de manipular el cristianismo para ponerlo en función de la revolución, sino vivir con autenticidad cristiana la revolución. Tal testimonio de los cristianos sería «la revolución evangelizadora» en la cual la Iglesia afirma su identidad pastoral en el fondo del proceso revolucionario.
En la Iglesia debe distinguirse la gracia, el Reino de Dios, de la institución, que puede corromperse; en concreto, la Iglesia justifica el sistema opresivo siempre que no lucha contra él eficazmente. En la historia de la Iglesia se han contradicho a menudo los derechos del hombre; la Iglesia oficial se ha opuesto a la Iglesia popular, ha traicionado su identidad. Hay que construir la Iglesia partiendo de su opción por el pobre dentro de la lucha de clases. Toda otra unidad en la Iglesia es un idealismo que disuelve su eficacia liberadora, al reducir el conflicto reconciliando aquello que es irreconciliable: los opresores con los oprimidos. La unidad de la Iglesia es una unidad dividida que se adapta a la historia del mundo. Por ello la única Iglesia legítima es la Iglesia del pobre en lucha contra sus opresores. El conflicto está, por tanto, esencialmente en la Iglesia; su unidad no puede ser más que una unidad de clases, que se unen en la práctica revolucionaria.
LA REVELACIÓN.- Si la Iglesia no admite la posibilidad de una nueva palabra de Dios en la historia actual, entonces, incluso con todo su dogma, su doctrina social, el derecho canónico, la tradición de los Padres y la teología oficialmente reconocida, incluso con el Libro de la Sagrada Revelación, puede ser que no esté respondiendo a aquella Palabra que Dios quería que respondiera, poniendo barreras en la actual manifestación de Dios. Esta es la «concupiscencia» típica de la Iglesia: no dejar humildemente que Dios hable donde Él quiera; incluso a través de los conflictos y el éxito de una revolución anticapitalista.
Los sacramentos han generado en la Iglesia un sacramentalismo mágico. Le han hecho descuidar su compromiso esencial con la justicia. La Eucaristía es el gran signo de la Comunión: es falso celebrarla entre clases antagónicas.
Hasta un cierto punto es legítimo hablar de Iglesia popular en el sentido de que el Padre convoca en Cristo, a través del Espíritu, a su pueblo; no en el sentido de que la conciencia de la opresión y la urgencia de luchar contra la clase explotadora nace del pueblo.
El sentido de la fe en el pueblo de Dios, no es en efecto una ideología de la historia según una visión marxista.
La revelación debe decir muchas cosas, que por sí mismas, no son evidentes al hombre. Los pastores de la Iglesia deben custodiar, defender y proponer esta revelación. Tenemos tantas cosas que decir, que no podemos quedarnos callados.
Sabemos que la perennidad de la Iglesia como institución, así como su «visibilidad» son afirmadas por el mismo Señor. Indudablemente existe el conflicto, el pecado, pero de ningún modo podemos retener como ley de la Iglesia el conflicto o el pecado. La unidad de la Iglesia deriva de la unidad doctrinal, en los sacramentos y en las leyes, bajo o, si se quiere, en comunión con los mismos pastores.
De esta forma, hablar de la catolicidad es también hablar de la voluntad salvadora universal de Dios en Cristo. Decir que sólo pueden salvarse los pobres económicamente, es contrario a esta voluntad. Otra cosa sería hablar de la pobreza como virtud, que significa no ser un idólatra.
La revelación pública ha finalizado con la muerte del último apóstol. Es cierto que puede desarrollarse el dogma, pero este desarrollo no puede ser una nueva revelación. La interpretación de los signos de los tiempos realizada por todo el pueblo de Dios, no puede ser definitiva, como si se tratara de una nueva revelación. Es cierto que Jesús como hombre es limitado, y que no ha vivido en la tierra todas las experiencias posibles; pero como Dios es infinito. Su revelación tiene la capacidad de iluminar todas las circunstancias, incluso las más diversas que existen en el mundo de hoy y las que existirán en el futuro.
Los sacramentos son los grandes medios de la liberación, puesto que la liberación es hecha por Cristo. Ciertamente esto no significa que quien recibe el sacramento se mantenga pasivo; el cristiano debe actuar en la vida con la verdad de nuestros sacramentos.
La Eucaristía es la actualización de la Pascua; hoy es la liberación integral y eficaz que Cristo nos ofrece. No es sólo un símbolo de unidad como una comunión real y eficaz. La unidad se realiza en la Eucaristía, como un hecho que existe y como un proyecto que se construye (ya, pero todavía no).
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