Va al contenido

Huellas N.7, Febrero 1985

INSERTO

Dostoievski

«No existe nada más bello, más profundo, más simpático, más razonable, más viril y perfecto que Cristo; y no solo existe, sino que con celoso amor me digo que no puede no existir»

A lo largo de nuestro camino nos proponemos presentar en forma de separata trabajos sobre los grandes personajes de la cultura mundial. Escritores con una visión de la vida interesante, y de los que se pueda aprovechar algo digno, pasarán por estas páginas; de manera que éstas sean una aproximación a su vida y una clave interpretativa de su obra.
Empezamos la serie con Dostoievski, el gran es­critor ruso con una vida y una llena de religiosidad y de búsqueda de Dios.

Su vida
Toda ley de la existencia humana se basa en esto: que el hombre pueda arrodillarse ante lo infinitamente gran­de.
Convencido de tener que morir ese mismo día, el 9 de febrero de 1881, F.M. Dostoievski se dirige a su mujer, Anna Grigorevna Snitkina, y rogándole que encendiese una lámpara, le pide el Evangelio. Este libro le había acompa­ñado en los momentos más dolorosos y difíciles de su vida. Se lo habían re­galado cuando, condenado a cuero años de trabajos forzados, iba a partir para Siberia. «F .M. Dostoievski, -cuenta su mujer-, no se separó nunca, durante aquellos cuatro años del Evangelio, úni­co libro que le permitían tener. Poste­riormente aquel libro siempre estuvo en su mesa, y él cuando dudaba de algu­na cosa, abría el evangelio y leía los pa­sajes que tenía ante sus ojos». También la mañana de aquel último día quiso confiarse a la Palabra del Evangelio. El libro se abrió en el capítulo III de San Mateo: «Pero Juan lo retiene y dice: soy yo quien necesito que Tú me bautices. Pero Jesús le responde: no me reten­gas». Volviéndose a la mujer le dice en­tonces: Escucha, Anja, no me retengas, es decir, debo morir y después de estas palabras, cerró el Evangelio.
«La expresión de su cara -podemos leer en las memorias de Anna Grigo­révna- demostraba que el pensamien­to de la muerte no le abandonaba y que el paso de éste al otro mundo no le da­ba miedo».
Así con su simple acto de fe, ter­mina la vida de un hombre, que día tras día, se había visto en el deber de luchar contra la duda y la incredulidad en una búsqueda tormentosa, pero no por eso menos apasionada, de lo infinitamente grande. El problema que durante toda la vida, consciente o in­conscientemente me ha atormentado ha sido el de la existencia de Dios: La his­toria de su vida es la historia de este tor­mento y de esta búsqueda.

EL DOLOR DEL DRAMA FAMILIAR
Nacido el 30 de octubre de 1821 en uno de los barrios más pobres y más tris­tes de Moscú, F.M. Dostoievski ense­guida tiene contacto con la miseria y el sufrimiento de la vida humana. Hasta la edad de diez años, es decir, hasta que el padre no decide trasladarse al cam­po, vive con su familia en uno de los pabellones del hospital para indigen­tes, en el que el padre, médico mili­tar, ejercía como cirujano. En aquellos años, el jardín, el patio, los pabellones del hospital constituyeron todo su mun­do. Fue en la propiedad de Tul, adqui­rida por el padre en 1831, cuando Dos­toievski empezó a conocer al pueblo campesino ruso. Allí tuvo el encuentro con el siervo de la gleba Marej, de quien veinte años después, en Siberia, recor­daría «la dulce sonrisa materna, los sig­nos de la cruz, y particularmente aquel dedo gordo sucio de tierra con el que un buen campesino lo había acaricia­do y bendecido».
Tampoco los años transcurridos en el campo fueron del todo años felices. La madre, Marja Fedorovna Necaeva, era una mujer sensible, inteligente y buena, que amaba profundamente a su marido y a los hijos; pero el padre, Mijail Andreevich Dostoievski, tenía un carácter tétrico, colérico y violento. Hombre perverso, se airaba fácilmen­te, atormentaba continuamente a su mujer con acusaciones infundadas de engaños. Hacia los siervos tenía una ac­titud despótica, por no decir cruel. La muerte de su mujer señaló el inicio de la tragedia; Mijail Andreevich, adicto ya al alcohol, se hace cada vez más presa de este vicio y de codos sus peores efec­tos. Hasta que un día de verano de 1839, fue asesinado, en venganza, por sus campesinos. El ánimo de Fedor M. Dostoievski, se resintió dolorosamente de este drama familiar: en la idealiza­ción del asesinato de Fedor Paulovich Karamazov, en la configuración del ca­rácter disoluto, ávido y desenfrenado de este personaje dostoievskiano, es reco­nocible el eco de acontecimientos perso­nales que habían procurado al escritor en sus años de juventud, dolor, turba­ción y angustia.
En la época de la tragedia, F.M. Dostoievski se encontraba con su her­mano mayor en Petersburgo, asistien­do a la escuela de ingeniería. El padre había querido encaminar a sus dos hi­jos mayores había una brillante carrera militar, sin tener en cuenca las inclina­ciones artística y literarias, que ya des­de algún tiempo, ellos habían puesto de manifiesto.
Además de cumplir con sus obliga­ciones escolares, Dostoievski comienza a dedicarse con todas sus energías a su propia formación literaria. Leía y estu­diaba con pasión a los grandes autores de la literatura rusa como Puskin, Lev­montov, Gogol, Odoerskiy, Zukovskij, y junto a estos, también a los grandes autores de la literatura mundial como Byron, W. Scott, Balzac, V. Hugo, G. Sand, E. Sue, Hoffmann, Schiller y Shakespeare.

LA INQUIETUD ORIGINARIA
Terminados los estudios en 1843, Dostoievski recibe un modesto encar­go de ingeniero diseñador. Un año des­pués pide abandonar este trabajo, ya que sobre todo le interesaba una cosa: estudiar la vida de los hombres, servir a la sed espiritual de la humanidad. Desde este momento toda su vida y su actividad fueron consagradas al arte y a la literatura.
En 1845 ultimó la redacción de su primer relato «Las pobres gentes». El manuscrito fue leído por Berlinskij, uno de los mayores y más temidos críticos de su tiempo. Tuvo gran éxito. Berlins­kij lo juzgó como una obra maestra, que a los veinticinco años podía haber sido escrito por un genio. «Las pobres gentes» fue aceptado como la primera «novela social» rusa. Recordando su primer encuentro con Berlinskij, treinta y dos años después Dostoievski escribiría: Fue el momento más encantador de to­da mi vida. Cuando lo recordaba, en los trabajos forzados, me sentía más fuerte de ánimo, incluso ahora lo re­cuerdo con gran entusiasmo.
A «Las pobres gentes» siguió «El do­ble» que a diferencia del primer relato no encontró el favor de la crítica. De 1846, año de publicación de estas pri­meras obras, a 1849, año en el que el escritor fue arrestado y deportado a Si­beria, Dostoievski publicó otros nueve relatos entre ellos «El señor Procharkim», «La Patrona», «Un corazón débil», «Las noches blancas», «El árbol de navidad y la boda»; algunos folletos como «Cró­nica de Petersburgo»; las dos primeras partes de «Nietoschka Nezvanovna», novela de grandes proporciones que de­jó incompleta. El arresto y la consi­guiente deportación interrumpieron la
actividad creadora del escritor hasta 1845. Pero las pruebas y el sufrimien­to de aquellos años maduraron su fiso­nomía interior, abriendo su ánimo a una nueva y más profunda percepción existencial del significado de la vida y de la muerte.
Ante el tribunal militar Dostoievs­ki era juzgado por haber tomado parte activa en las reuniones de círculo de Pe­trasevski, círculo progresista del tiem­po, que inspirándose en las ideas de Fourier, propugnaba un socialismo de carácter utópico. Además se había pro­nunciado a favor de la liberación de los campesinos y de la libertad de expre­sión y de pensamiento. Dostoievski es­taba lejos de ser un revolucionario en el significado político del término: ja­más había deseado un cambio violen­to o revolucionario de la sociedad. En sus sueños juveniles había sido fiel, se­gún sus propias palabras a la teoría y a la utopía; tenía esperanzas en una edad de oro, aquella que en 1876 de­finiría como la más increíble de todas las fantasías.
El proceso abierto contra los perte­necientes al círculo de Petrasevskij se concluye con la condena a muerte de algunos de ellos. Entre ellos estaba tam­bién Dostoievski. El 22 de diciembre de 1849 los condenados a muerte fueron conducidos al lugar del fusilamiento pero la sentencia no fue ejecutada. Cuando el pelotón de ejecución estaba preparado para disparar, se anunció que la pena de muerte, por voluntad del zar, era conmutada por la de trabajos forzados en Siberia. La misma carde de aquel día, Dostoievski escribía a su her­mano Mijail:
«Hermano, no estoy humillado y no he perdido el ánimo. La vida es vida para todo, la vida está en nosotros mis­mos y no fuera de nosotros; junto a mí habrá siempre seres humanos y ser hombre entre los hombres es permane­cerlo siempre; en ninguna desgracia sentirse humillado o perder el ánimo: es esto en lo que consiste la vida, esta es su tarea...
Recordando mi vida pasada pienso, cuánto tiempo he gastado inútilmen­te, cuánto he perdido en aberraciones, errores, fugacidad, incapacidad de vi­vir; a pesar de lo que la apreciase, cuán­tas veces he pecado contra mi corazón y contra mi espíritu. El corazón me san­gra. La vida es un don, la vida es felici­dad, cada minuto podría ser un siglo de felicidad... Ahora, cambiando de vi­da vuelvo a nacer. ¡Hermano! Te juro que no pierdo la esperanza y conservo mi espíritu y mi corazón puros. Rena­ceré mejor. Esta es toda mi esperanza, todo mi consuelo
».

RENACER UNA NUEVA VIDA
Después de aquella terrible y trágica experiencia, la esperanza de renacer a una nueva vida no la perdería nunca. «En aquel minuto en el que Dostoievski estaba en el patíbulo y vio fijamente los ojos de la muerte -escribe el poeta y filósofo ruso lranov- sucede en él un repentino y resolutivo cambio espiri­tual... En aquellos momentos en espe­ra de la muerte sobre el patíbulo... Su persona fue arrancada con violencia de lo que es un mero fenómeno y perci­bió, por primera vez, la sustancialidad de estar bajo el velo de la apariencia de las cosas». Incluso en el abismo del pe­cado, de la duda y de la incredulidad, no habría abandonado nunca la espe­ranza. Tal experiencia tenía su raíz en una nueva y mística percepción de la realidad de la vida y del mundo y cons­tituía todo su consuelo, ya que él era consciente de ser un hijo del siglo, un hijo del descreimiento y de la duda:...Cuántos terribles sufrimientos- se lee en una carta suya de 1854- me ha costado y me cuesta ahora esta sed de fe, la cual es tan fuerte en mi alma, cuantos más son los argumentos contra­rios. Y todavía Dios me envía a veces minutos, en los cuales yo estoy sereno del todo; en estos minutos yo amo y me encuentro amado por los demás y en es­tos minutos, yo he creado en mí mis­mo el símbolo de la fe en el que todo se me hace claro y sagrado.
Este símbolo es muy simple: creer que no existe nada más bello, más pro­fundo, más simpático, más razonable, más viril y perfecto que Cristo; y no sólo existe, sino que con celoso amor me di­go que no puede no existir.

Cumplidos los cuatro años de tra­bajos forzados en la prisión de Omsk, Dostoievski fue reclutado como solda­do raso y enviado por un tiempo no precisado, a una remota localidad de Si­beria, no lejos de la frontera China. La terrible experiencia de aquellos años, en los que, según lo que escribe él mismo a su hermano Andrej, había sido se­pultado vivo y cerrado en una tumba, había puesto a prueba duramente la re­sistencia física, psíquica y moral del es­critor. Las molestias nerviosas que él ya había sufrido anteriormente, se habían intensificado y agravado, causándole frecuentes ataques de epilepsia.

LA NATURALEZA DEL HOMBRE
Pero el aislamiento, la absoluta so­ledad espiritual en que vivía le habían inducido, le habían obligado a mirar y juzgar toda su vida pasada hasta las más pequeñas minucias, a observar y estu­diar más atentamente la naturaleza del hombre y la del hombre ruso en parti­cular, a indagar la verdad de un pue­blo que, a pesar de su animalidad y su pecado, había sabido conservar íntegra­mente dentro de sí la capacidad de mi­rar religiosamente el misterio de la vi­da humana. Con tal enriquecimiento, en el corazón, Dostoievski vuelve a la vida: en 1855 vuelve a escribir.
En Semipalatinsk, lejana ciudad a la que había sido enviado, comienza a escribir una novela con el título de «Re­cuerdos de la casa de los muertos», en la que se recoge el fruto de los cuatro años de sufrimientos, de privaciones y de humillaciones. Fue en este mismo período cuando compuso dos comedias: «El pueblo de Stepancikovo y sus ha­bitantes» y «El sueño del Ziuccìo». En 1857 se casa con una viuda. María Di­mitrevna tenía un carácter celoso y vo­luble, apasionado, susceptible y fantás­tico. Ella me amaba sin límite -escribiría Dostoievski después de su muerte- yo la amaba igualmente; jun­tos no fuimos felices, si bien fuimos positivamente infelices...
En 1859 Dostoievski consigue resi­dir en Petersburgo. Al mismo tiempo se le concedió el permiso para publicar. Así después de aquel largo período de silencio forzado, el escritor se dedica a una frenética actividad periodística y literaria. Convertido en uno de los prin­cipales colaboradores de la revista político-literaria «El Tiempo», fundada por su hermano Mijail y por el crítico N.N. Strachov, Dostoievski escribe en septiembre de 1860 un artículo progra­mático. Tal artículo constituye un auténtico manifiesto del «pocvennicest­vo», (del sustantivo povna, que en ru­so significa suelo, terreno), nueva di­rección cultural que propugnaba una reconciliación de la verdad de las cla­ses cultas con la verdad del pueblo y que auspiciaba la creación de una idea rusa, síntesis de todas las ideas que Europa había desarrollado en sus par­ticulares nacionalidades.
Todas las obras que Dostoievski es­cribió en aquel período fueron publi­cadas en la revista, la ya citada «Recuer­dos de la casa de los muertos» (1861-1862), la novela «Humillados y ofendidos» (1862), «Notas invernales sobre impresiones veraniegas» (1863) en las que el escritor evocaba las impresio­nes suscitadas suscitadas de su primer viaje en Europa. En 1863 por un de­creto de la autoridad, se prohibió la pu­blicación de «El Tiempo». Obtenida al poco tiempo la autorización para pu­blicar una nueva revista, Mijail Dos­toievski fundó «La época» en la que apa­recería «Memorias del subsuelo» (1864), obra que constituye un cambio en el proceso de maduración artística en el pensamiento del Dostoievski escritor.
De una percepción cada vez más aguda y sufriente de la dimensión trá­gica de la existencia humana, que en­contraba su máxima expresión artística en el desdoblamiento y disociación in­terior propio de los personajes dos­toievskianos, nacieron las más grandes novelas de Dostoievski: desde «Crimen y castigo» (1866) a «El idiota» (1868), de «Los demonios» (1871) a «El adolescente» (1875), hasta llegar a «Los hermanos Karamazov» (1880)

LAS GRANDES NOVELAS
«Crimen y castigo», es la novela que le haría célebre en todo el mundo. Fue publicada en un período en el que Dos­toievski estaba angustiado por graves preocupaciones de carácter financiero.
En 1864, pocos meses después de la desaparición de María Dimitrevna, ha­bía fallecido también su hermano Mi­jail. Esto había dejado a la familia en un estado ruinoso. Empeñándose en pagar todas las deudas del hermano, Dostoievski se encontró en la imposi­bilidad de hacer frente a todas las pre­siones de los acreedores. La preocupa­ción por las deudas no le daría descan­so en toda su vida. A las deudas del hermano pronto se juntaron las deudas del juego. En 1863, durante una estancia en el extranjero, Dostoievski había comenzado a fre­cuentar las salas de juego con asiduidad y una pasión que con el tiempo fue siendo cada vez mayor. Fruto de estas experiencias fue la novela «El jugador» ( 1866) que Dostoievski escribe en sólo veinticuatro días para mantenerse fiel a su contrato con el editor Stellovskij. El acuerdo tenía una cláusula muy du­ra. Al vencer los límites de la entrega, pasarían al editor todos los derechos de autor de las obras que el escritor hubiese publicado hasta aquel momento. Una joven taquígrafa lo había ayudado en la empresa: Anna Grigorévna Snitkina, que pocos meses después se convertiría en su mujer.
Vuelve al extranjero inmediatamen­te después de su matrimonio para huir de los acreedores. Allí los dos esposos permanecerían durante cuatro años, desde 1867 al 1871. A pesar de la preo­cupación financiera, los cada vez más frecuentes ataques de epilepsia y la do­lorosa pérdida de su hija Sofia, estos fueron años de intensa actividad crea­dora para el escritor. En este período además de «El idiota» ideó y compuso un breve relato titulado «El eterno ma­ndo» (1870), trabajando al mismo tiempo en un proyecto grandioso, con la idea de lo que fue por él mismo de­finido como una enorme novela filosófico-religiosa que al principio pen­só en titular El ateísmo, después La san­ta vida de un gran pecador. Jamás rea­lizada según el plan original, esta no­vela se habría centrado sobre la crisis de la conciencia del hombre ruso en el si­glo XIX, del hombre que habiendo perdido la fe, se había quedado com­pletamente privado de raíces. En mu­chos aspectos, «Los demonios», «El ado­lescente», y «Los hermanos Karama­zov», constituyeron un reflejo de aque­lla primera idea.
Hecho director responsable del se­manario El ciudadano, Dostoievski, después de su vuelta a la patria, comen­zó a publicar «El diario de un escritor» colección de escritos periodísticos sobre acontecimientos políticos, sociales, ju­diciales y literarios del momento. En «El diario», que en 1876 sería publicado co­mo tal, aparecerían también algunos re­latos del escritor, que A. Gide definió como «una de las cosas más potentes de Dostoievski» y «El sueño de un hom­bre ridículo» (1877), «Sueño de una edad de oro», hoy perdida y «De una edad de oro», no terminada, sobre una imagen viviente de la verdad. El ideal de un mundo feliz gobernado por la ley del amor y de la misericordia estaba fuertemente enraizado en el ánimo del escritor. El sueño del hombre ridículo había sido el de Stavrogin, héroe de «Los demonios», si bien con matices dis­tintos, y el de uno de los principales personajes de «El adolescente».

LA SINTESIS FINAL: LOS HERMANOS KARAMAZOV
En el momento más alto de su fa­ma y cada vez más débil por causa de las precarias condiciones de salud, Dos­toievski dedicó los últimos años de su vida a «Los hermanos Karamazov», «la cumbre donde se nos descubre - escribe el Moculskij-, la unidad orgá­nica de toda la creación», «La inmensa síntesis» en la que encuentra su puesto «todo lo que él había vivido, medita­do y creado». «Los hermanos Karama­zov» fueron esta síntesis, como fue tam­bién una síntesis de su pensamiento so­bre los destinos futuros de Rusia y de a humanidad, el discurso sobre Puskin, que él pronunció en Moscú en junio de 1880. En aquella ocasión lanzó un lla­mamiento a su pueblo, al hombre ru­so de su tiempo para que, en el redes­cubrimiento de las raíces más profun­das de la tradición, encontrase el sig­nificado de su misión universal: hacer­se hermano de todos los hombres, de­cir la palabra definitiva de la armonía universal, del acuerdo definitivo y fra­terno de todas las razas, según la ley evangélica de Cristo.
A pesar de todas sus caídas y sus de­bilidades, Dostoievski tenía como fun­damento de su vida esta ley del amor y la misericordia. La conciencia de lo in­finitamente grande nunca le había abandonado ni siquiera en los momen­tos de oscuridad y de incertidumbre.
Siempre creyó en la presencia misericor­diosa de un «Padre», al que poder vol­ver. Lo testimonian las palabras que en el momento de la muerte, dirige a sus hijos:
Conservad una fe sin reservas en Dios, no desesperéis nunca de Su per­dón. Yo os quiero mucho pero mi amor no es nada en comparación con el infi­nito amor de Dios por todos los hom­bres creados por Él. Incluso si se os ocurriese a lo largo de vuestra vida realizar una acción delictiva, a pesar de ello no perdáis la esperanza en Dios. Vosotros sois sus hijos: someteos a Él como a vuestro padre, pedid perdón y Él se ale­grará de vuestro arrepentimiento, co­mo se alegró de la vuelta del hijo pró­digo.

Su obra
Sin belleza la humanidad no podría vivir, porque no habría nada que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí. Toda la Historia está aquí.
Entre los primeros experimentos ar­tísticos de Dostoievski y la obra de su madurez es posible seguir una continui­dad ideal. Nos encontramos ante una misma posición humana, más ingenua e inmadura primero y más trágicamente enferma después. El hombre es un mis­terio -escribe Dostoievski al inicio de su carrera como escritor- si durante to­da tu vida has buscado resolverlo, no digas: he perdido el tiempo. Yo me ocupo de este misterio, porque quiero ser hombre. Desvelar este misterio del hombre es la tarea que Dostoievski se fija para ser verdaderamente humano, y esto, desde el inicio, es su primer in­terés y su primera ocupación. Su cami­no y su actividad de artista se colocan exactamente a este nivel, como respues­ta a lo que siente ser su vocación hu­mana, realización de una misión a la cual se sentirá llamado hasta el fin. Con pleno realismo encontrar al hombre en el hombre... -señalará ya como escri­tor confirmado, pocos meses antes de su muerte- Me llaman psicólogo; no es verdad, yo soy sobre todo realista en el sentido más alto, es decir describo to­da la profundidad del espíritu huma­no. El arte de Dostoievski se caracteri­za por un realismo ateneo a recoger y representar la realidad de la vida en sus dimensiones más profundas, en sus fundamentos últimos, en su relación con la realidad absoluta y eterna de la vida divina.
En los primeros relatos Dostoievski revela su profunda humanidad. Diri­ge una mirada llena de compasión a los hombres olvidados «Humillados y ofen­didos» hombres pisoteados por la vida, aplastados por la iniquidad del mun­do. Narrándonos sus vicisitudes dolo­rosas, él se hace intérprete de su ínti­mo sufrimiento. Se concentra en el mundo interior de esta humanidad in­feliz, humanidad que, bajo las formas más degradantes y paradójicas, todavía conserva su dignidad, su conciencia mo­ral y existencial. Ejemplo de ello es «Po­bres gentes». Es la historia de dos vidas sin esperanza: un corazón de emplea­ducho, honesto y puro, moral y con de­voción a la autoridad; y junto a él una muchacha, ofendida por la vida y tris­te. En «El doble», su segundo relato la mirada del astista se hace más penetran­te. No sólo trata de comprender y re­presentar el dolor íntimo del hombre, sino que intenta buscar las motivacio­nes últimas. Lo que hace infeliz el des­tino del hombre no son ante todo las condiciones exteriores, sociales de la vi­da, sino algo interior, algo connatural a la propia existencia del hombre, algo terrible y trágico.
Y en efecto, es en «El doble» en el que Dostoievski por primera vez seña­la y analiza el dualismo trágico de la na­turaleza humana, representando artís­ticamente lo que constituirá el rasgo ca­racterístico de todos sus grandes perso­najes: el estado de división, de autén­tica disociación del ánimo y de la cons­ciencia humana. El relato narra la his­toria de la locura del señor Goljadkin, un modesto e inofensivo empleado que dándose cuenta del insignificante pa­pel que representa su persona en el en­granaje de la vida, experimenta un sentimiento de angustia y de terror ante el pensamiento de que su personalidad pueda ser totalmente anulada. Para afirmar su identidad se encierra enton­ces en su propio mundo constituido por la soledad; para defender su derecho a la vida, se aísla de la vida de los demás. En estas condiciones de miedo y extra­ñeza comienza el proceso que conduce al señor Goljadkin a la locura, al des­doblamiento de su personalidad: anee él surge la imagen de un doble, encar­nación viviente de codo lo que de mez­quino e innoble existe en su ánimo, otro señor Goljadkin similar y repug­nante, por la maldad de su corazón.
El tema de la locura del héroe lo re­tomará en «el señor Procharkim, pero lo que más interesa es que el problema de la identidad del «yo» y de la defini­ción de la persona en su relación con la vida y la realidad continuará siendo el eje alrededor del cual Dostoievski constituirá sus restantes obras. En el re­lato «La patrona», el problema es afron­tado desde un nuevo punto de visea res­pecto a los relatos precedentes: por pri­mera vez aquí Dostoievski crea el tipo de soñador petersburgués que para huir de la vulgaridad y de la banalidad de un mundo frecuentemente dominado por interesantes mezquinos, se refugia en su propio mundo de sueños y visio­nes delirantes, terminado por dejar de ser hombre y convirtiéndose en un ex­traño ser de género neutro. Después de Ordynov, el protagonista de «La patro­na» (imagen del intelectual sin «un du­ro» que, devorado por una profunda e insaciable pasión por la ciencia, mues­tra en su misantropía (odio al trato hu­mano), en su aspereza y en su debili­dad de corazón, una radical extrañeza de la vida) serán otros personajes los que lleguen a encarnar, aunque de forma distinta, este tipo de hombre inclina­do a la fantasía y a los sueños: desde el protagonista de «Noches Blancas» a Vanja, héroe de «Humillados y Ofen­didos», desde el hombre del subsuelo hasta Raskolnikov, protagonista de «Crimen y castigo» hasta «el Adolescen­te» y tantos otros personajes que Dos­toievski ha figurado en sus novelas mayores.
En el protagonista de «Memorias del subsuelo», la crisis de identidad se ma­nifiesta como afirmación desesperada del propio y libre albedrío. La novela se divide en dos partes; en la primera en forma de monólogo el protagonista se presenta a sí mismo y su punto de vista, exponiendo la filosofía de la vi­da que él mismo se ha construido en veinte años de barrios bajos (subsuelo). Narra algunos acontecimientos de su vi­da y en particular la historia de la ofensa cometida por él a Liza, una muchacha, que a pesar de su depravación había conservado la pureza y dignidad inte­rior.
El hombre del subsuelo es un hom­bre de conciencia hipertrófica que co­nociendo su nulidad, su trágica incon­sistencia -no sabe ser nada: ni malo, ni bueno, ni bribón, ni honesto, ni hé­roe, ni insecto-, afirma su incontes­table derecho a ser él. En su frío y de­sesperado estado entre su media desesperación y su media fe, él quiere ser li­bre de amar la locura e incluso la destrucción y el caos, a pesar de lo que es­ta libertad le pueda costar, y por esto no puede decidirse a aceptar ninguna ley, ningún principio racional o moral, ningún paraíso construido bajo el utó­pico sueño del hombre del porvenir, con el auxilio de su sola razón, para conseguir una fórmula perfecta para or­denar la sociedad humana.
La defensa ilimitada de la libertad singular del individuo conduce al pro­tagonista de «Crimen y castigo» a rea­lizar un crimen. La lógica de este deli­to es la siguiente: sacando las conse­cuencias últimas de la filosofía del sub­suelo, Raskólnikov, como señala el fi­lósofo ruso Berdiaev, con este acto su­yo «pone a prueba los límites de la pro­pia naturaleza y en general los límites de la naturaleza humana». La búsque­da de una plena realización de la pro­pia persona degenera en un rechazo de la propia condición humana; Raskólni­kov mata por querer convertirse en Na­poleón, para no sentirse un piojo co­mo todos, sino un hombre, un hom­bre sin embargo con atributos particu­lares, atributos que pertenecen única­mente a la naturaleza de Dios.
El protagonista de «Crimen y casti­go» es un joven estudiante, que, ha­biendo dejado la universidad por falta de medios, vive en extrema miseria, abandonándose a la idea que se hace inmediatamente la obsesión de su vi­da: matar a una vieja usurera, ya que su existencia le parece privada de toda utilidad, de todo valor. La tragedia es llevada a cabo enteramente en la pre­meditación, en la realización, en la con­fesión y la expiación de este delito, cu­ya motivación teórica, convertirse en un Napoleón, está sostenida por una serie de motivos prácticos y contingentes: ro­bar a la vieja y con su dinero, asegurar al fin una vida feliz a la madre, que se ha sacrificado siempre por él, y a la her­mana, que por su amor ha decidido condescender a un matrimonio de con­veniencia; terminar la universidad, ir­se al extranjero y convertirse en bien­hechor de la humanidad. La salvación de Raskolnikov se realizará a través de la expiación de su delito, es decir, re­corriendo un camino de sufrimientos, sobre todo interiores, que le llevará a reconocer aquel principio de unidad mística del ser que él ha pisado y vio­lado con su crimen. Instrumento de su redención es Sonia, una joven mucha­cha que para cuidar de su padre alco­holizado, de su madre tísica y de sus hermanos se dio a la prostitución. La conciencia de Sonia es pura como lo es su mirada sobre las cosas. Si peca, tie­ne conciencia de su pecado, experimen­tando un dolor profundo y un deseo de redención que pasa a través de una su­friente aceptación de su destino y, ha­biendo encontrado a Raskólnikov, a tra­vés de sacrificar por él su propia vida. El amor de Sonia despierta en Raskól­nikov un sentimiento de moralidad que está inscrito en la naturaleza misma del hombre y que permanece en la concien­cia del delincuente, hasta el punto de hacerle desear ser castigado por su de­lito. La idea de que sea el mismo de­lincuente el que exija desde el punto de vista moral su castigo incluso jurí­dico, según lo que afirma Dostoievski en una carta, está desarrollada en «Cri­men y castigo» sobre la base de obser­vaciones realizadas por él personalmen­te durante los cuatro años de trabajos forzados. Aquí se revela el vínculo en­tre «Cri­men y castigo» y «Recuerdos de la casa de los muertos», la obra de Dos­toievski en la que más evidentemente se manifiesta su profundo conocimiento de la humanidad de los presos.
Créeme -escribe a su hermano­- son caracteres profundos, fuertes, her­mosos y fue muy agradable buscar el oro bajo la dura corteza. Buscando es­te oro, Dostoievski da vida a su realis­mo: «Crimen y castigo» no es un análi­sis de la psicología de un delincuente, sino la representación de los motivos más internos de la conciencia humana frente al dilema de su contradicción existencia.
El desgarro, la dicotomía en la que se debate la conciencia humana son puestos al desnudo por Dostoievski en aquellos que en su obra representan los momentos de más elevada y dolorosa tragedia: son monólogos interiores de los personajes, sus confesiones, sus pro­pias acusaciones, puestos artísticamen­te bajo forma de verdaderos y auténti­cos monólogos-confesiones, como en el caso del subsuelo, o bajo formas de vi­siones y delirantes sueños, como en el caso de Raskolnikov. En estos momen­tos de intensa autenticidad, en los que el hombre se encuentra sólo frente a sí mismo, la lucha entre los dos principios contradictorios que operan en la natu­raleza humana, el principio divino y el principio demoníaco, se hace más du­ra. El hombre del subsuelo, desilusio­nado soñador, con su psicología de to­po ofendido, golpeado, desilusionado y la maldad con la que quiere vengarse de todos los culpables que se ponen en su camino, toma conciencia de la gran maldad de su ser. ¿Por qué lo que más quería ha sido destruido por una inex­plicable inercia? La inercia del hombre que no lucha contra la maldad de su ser, lleva al propio hombre a la deses­peración, a la ruptura de todos sus vínculos más queridos, aquellos vínculos de unidad que hacían de él un hombre vivo.­ Los hombres están solos en la tierra -grita él todavía-; aquí está el mal... Todo está muerto y por todos los sitios no hay más que muertos. A lo más, hombres, y a su alrededor el silen­cio; ¡esta es la tierra!» «Hombres, amaos los unos a los otros»: ¿Quién dice esto? ¿De quién es este mandato? Pasa el tiempo, insensible, odioso. Las dos de la madrugada. Sus pequeños zapatos están junto a la cama, es como si al­guien la esperara... No, en serio, cuan­do mañana se la lleven, ¿qué haré yo?
La crisis de la conciencia del hom­bre del subsuelo es una crisis religiosa y más propiamente la crisis religiosa del hombre ruso-europeo del siglo XIX. Desde «Crimen y castigo» en adelante se hace más profundo y evidente el aná­lisis de la crisis de la conciencia huma­na en su dimensión social y cultural.
En la novela «El jugador» el argu­mento es la vida de los rusos en el ex­tranjero que acontece en una atmósfe­ra particular, en los casinos europeos, transparenta la pobreza espiritual de una sociedad que está alejada de las raí­ces religiosas de su cultura. Así en la novela siguiente a «Crimen y castigo», «El idiota», aparecen consideraciones sobre el liberalismo como un fenómeno cul­tural incapaz de enderezar la sociedad hacia un auténtico desarrollo de la vi­da humana. Después, en «El adolescen­te», la sed de poder que expresa el hombre de la nueva generación, será la ex­presión de la pérdida de la fe en Dios, manifestada en particular por el ansia de dinero. ¡Locos, vanidosos! -grita Li­zavetta Prokofevna, uno de los perso­najes femeninos de «El idiota», hablan­do de los hombres progresistas de su tiempo- ¡No creéis en Dios, ni en Cristo! Sois tan vanidosos... el orgullo os ha corrompido el alma, terminaréis devorándoos los unos a los otros.

Contrapuesta a todo este mundo de fuerza, escándalos y caos moral está, en «El idiota», la figura del príncipe Myskin. En él Dostoievski quiere presen­tar un hombre positivamente bueno. Esta -escribe Dostoievski- es una ta­rea desmesurada. La belleza es un ideal, pero el ideal no es nuestro, ni la cívica Europa lo ha mínimamente ela­borado. En el mundo hay una persona positivamente buena -Cristo-. Tanto es así que la aparición de este hombre desmesuradamente, ilimitadamente bueno es naturalmente un milagro ilimitado. En el epiléptico, «Idiota» Myskin, la figura de Cristo, encarnación ideal y perfecta de la Belleza, no está de todo bosquejada. Sin embargo, su personalidad a pesar de que exista den­tro de él una duplicidad de pensamien­tos, irradia una potencia de luz interior que atrae hacia sí a todos aquellos con quien entra en relación. No obstante permanecen en él la dualidad y la de­bilidad inscritas en la naturaleza del hombre, pero por su ilimitada capaci­dad de contemplación de lo infinita­mente grande, Myskin vive una expe­riencia de unidad interior tan profun­da y verdadera que constituye una fuen­te inagotable de calma suprema. En es­ta experiencia su corazón se abre de par en par lleno de compasión hacia todos, ya que la compasión es la más impor­tante y quizá la única ley de vida de to­da la humanidad. Y su compasión por el sufrimiento de quien está cerca es in­finita. El cambia la cruz de la herman­dad con Rogozin, disponiéndose a hacerse cargo del doloroso destino que es­pera al amigo. Después que Rogozin trata de matarlo, Myskin verá en este acto suyo, un pecado común nuestro, Rogozin asesinará a Nastasia Filippov­na, la mujer hacia la que siente un amor turbio y perverso y Myskin se precipi­tará junto a él en la locura.
En esta enredada historia de amor y pasión, Myskin sabe penetrar en el fondo del espíritu de cada personaje, acogiendo el trágico desgarro interior, incluso dándose cuenta de todo lo que a los demás se escapa. El problema de todos, bajo la multitud de los proble­mas a los que todos los personas pare­cen aferrados es el de la existencia o no existencia de Dios, el del reconocimien­to, no sólo a nivel intelectual, sino so­bre todo a nivel existencial, de la reali­dad de Dios.
Este es el problema que atormen­tará indistintamente a todos los perso­najes de «Los demonios». El caos, lo de­moníaco de la propia vida se compren­de bajo el fondo de este tormento no resuelto. El tema de la novela es la ac­tividad clandestina del movimiento re­volucionario que surge en Rusia en la segunda mitad del siglo XIX. Pero el surgir de este movimiento está mirado en la novela como un drama sobre to­do religioso, como la lucha de la fe con­tra el ateísmo, fruto del espíritu nihi­lista, es decir, de aquel espíritu defini­do por el filósofo ruso Frank como «la disposición tendente a eternizar y a ab­solutizar "lo humano, lo más huma­no"». Para DosToievski la revolución no es una tarea política, sino que más bien tiene un definido rostro espiritual: la negación de Dios por un lado y por otro la afirmación del absoluto como poder indiscriminado del hombre, ya que se­ría algo absurdo y totalmente insopor­table para el hombre descubrir que Dios no existe y no entender al mismo tiempo el haberte convertido tu mismo en un Dios.
En Stavrogin, figura central de la novela, se observa en grandes rasgos un creciente proceso de destrucción de una personalidad, cuyo sentimiento de mo­ralidad ha sido ahogado por una racio­nalidad desmesurada. Su capacidad de
vivir está paralizada; y, de hecho, en la novela, él no aparece como una perso­na viva, sino cómo una máscara, indi­ferente tanto al bien como al mal, de quien no ha salido más que la negación, sin ninguna grandeza y sin ninguna fuerza, más aún, ni siquiera la negación ya que en él todo es vulgar y blando. A su alrededor giran los demás perso­najes, que aparecen como reflejos, casi como fragmentos de su alma dividida. Seduciéndoles con ideas distintas y fre­cuentes opuestas entre ellas, Stavrogin no hace más que manifestar la incon­sistencia absoluta de su persona. Todos pueden identificarse con él, porque todo en él es abstracto: el vive de ideas abstractas, en las que cree y al mismo tiempo no cree. Única entre la multi­tud de figuras que le rodean en no de­jarse engañar por la máscara de Stavro­gin es María Timofeevne Labjadkina, la coja idiota, que con una innata capaci­dad de contemplación interior, tiene una percepción intuitiva, casi pagana, y sin embargo real, existencial y verda­dera de la misteriosa presencia de Dios en el universo creado. La fe de la cojita en la gran madre tierra, esperanza del género humano es un preludio de la fe cristiana que será encarnada en figuras como la del peregrino Makarij en «El adolescente» del Starec Zosima o del novicio Aliosha en los hermanos «Ka­ramazov».
En la novela «El adolescente» la fi­gura del peregrino Makarij se erige en el símbolo de una realidd, la del pue­blo ruso ortodoxo, que por la profun­da raíz religiosa de su cultura, se con­trapone a la realidad dividida, caótica y causal de la intelectualidad progresista rusa. En el gran cuadro que Dostoievs­ki dibuja sobre la realidad social de su tiempo, la vida del hombre en cada uno de sus aspectos, individuales, familia­res, sociales, aparece dominada por es­te sentimiento de causalidad, de inde­terminación, de desconexión. Así sucede en la vida del adolescente. Que en el encuentro cotidiano con la realidad, él descubre qué biunívoca y terrible co­rrespondencia existe entre las contradic­ciones, de las que él mismo se siente objeto -soy un miserable adolescen­te, y ni yo mismo sé siempre lo que es bueno y lo que es malo- y las contradicciones irresueltas de las que son su­jetos las figuras enigmáticas de los adul­tos, sobre todo la del padre Versilov, que le ha impresionado encontrar en el breve, pero atormentado curso de su existencia.
Sólo en el peligro, Makarij, el adolescente, encuentra algo que él antes desconocía, algo perfectamente nuevo para él: en este ser del pueblo, como él lo define, estaba la alegría de corazón, y por ello también la «belleza moral».
En «los hermanos Karamazov», al ansia de belleza moral, que es sed de infinito, de absoluto, de eternidad, se le contrapone el instinto carnal, pasio­nal, todo lo terrenal y sensual de los Ka­ramazov. La belleza llega a ser así una cosa terrible y pavorosa. Pavorosa, por­que es indefinible, y definirla no es po­sible porque Dios no nos ha dejado más que enigmas; Aquí las dos orillas se unen, aquí todas las contradicciones coexisten... Lo pavoroso es que la be­lleza no sólo es terrible, sino que es un misterio. Es aquí donde Satanás lucha con Dios, y su campo de batalla es el corazón de los hombres.
La Belleza está en la santidad. La Belleza vive ya en la inmensidad del co­razón del hombre; pero el hombre, que roda vía vive dentro de las estrechas pa­redes de su mezquindad, de su baje­za, de su estructural limitación, conti­nuamente profana y pisotea su imagen ¿Existe belleza tal vez en el ideal de So­doma?- sin embargo, la enorme ma­yoría de los hombres la encuentra allí. Este es el más terrible tormento de la vida humana. Incluso para el espíritu más fuerte es difícil aceptar que un hombre a pesar de tener un corazón muy noble y una mente elevada, co­mience por tener como ideal a la Vir­gen y termine con el ideal de Sodoma; inaceptable que el espíritu humano tenga esta inmensidad, que en un co­razón de ángel continúe insinuándose el gusano de la voluptuosidad, que an­helando el infinito, el hombre conti­nuamente se precipite en el abismo de la más humillante vergüenza. Insopor­table es todo esto para el hombre, que rebelándose contra Dios, confía sobre todo en sus propias fuerzas, para el hombre del espíritu euclídeo que no co­noce otra medida más allá de aquella que la razón misma le dicta. La rebe­lión del hombre contra Dios es la bús­queda apasionada de Él: entre estos dos polos, entre los que transcurre la exis­tencia humana se constituye coda la tra­ma, la historia, el contenido último gran trabajo, de la última gran obra de Dostoievski ha dado a la humanidad: «Los hermanos Karamazov».
Esta novela, como escribe el Moculs­kij, «se abre ante nosotros como una biografía espiritual del autor y su con­fesión artística. Pero, transformada en otra de arte, la historia de la personali­dad de Dostoievski se convierte en la historia de la personalidad humana en general. Desaparece lo causal y lo in­dividual, aparece lo universal que abra­za a toda la humanidad. En el destino de los hermanos Karamazov, podemos reconocer cada uno nuestro propio des­tino». La historia de cada uno de ellos, que se compenetra y se funde con la historia de los otros, formando «una unidad espiritual», es la historia de ca­da uno de nosotros.
La figura de Iván, caracterizada por un exagerado racionalismo, determi­na cada acto de su conciencia. El, de­vuelve un billete a Dios, porque su ra­zón no puede decidirse a admitir y a aceptar la desarmonía que todavía rei­na en el mundo de Dios.
Su rebelión es la rebelión del gran inquisidor que después de rebelarse contra Dios en nombre del hombre, formula un sistema para ordenar el mundo basado en la negación de la li­bertad y de la dignidad humana. La lu­juria y la pasión definen el personaje de Dimitri; tanto es así que él amaba la corrupción, la corrupción más inno­ble: «no me juzgues -grita a Dios- ­porque yo mismo me he sentenciado: no me juzgues porque yo te amo. ¡Se­ñor! Soy vil, pero te amo: puedes man­darme al infierno, pero también allí te amaré y desde allí gritaré que le amo por los siglos de los siglos... Pero déja­me también terminar de amar... Dé­jame que termine de amar hoy, cinco horas en total, hasta que salga el ardien­te rayo tuyo»... Dimitri ama a Dios, pe­ro como Dios y quizá más que a Dios, él ama su fango, su abyección y su vileza. Se redimirá, aceptando un destino de sufrimientos siendo consciente de que sólo el sufrimiento puede reducirlo allí donde su espíritu anhela estar.
Por la pureza del amor encerrado en su corazón, Aliosha, el querubín, tien­de al ideal de un modo exclusivo hasta el olvido de todo y de todos. En su exal­tación juvenil, él queda herido y sacu­dido en su fe, frente al olor que la pu­trefacción del cuerpo de su amado y santo Starec desprende, porque, una suprema justicia ha sido, según él, ofendida. De esta experiencia, él saldrá templado para siempre, preparado pa­ra luchar y para vivir en el mundo, pa­ra realizar su misión en medio de los hombres.
La historia de Ivan, de Dimitri y de Aliosha y de todos los demás persona­jes de la novela es la historia del cami­no del hombre hacia la posesión defi­nitiva de su destino. En la figura de Aliosha, igual que en la del Starec Zo­sima, este camino se hace luminoso, incluso sin tener miedo a la sombra del pecado, ni de la muerte. Más allá de todo ello, está la verdad divina, que da la alegría, la paz y perdona todo.

BIBLIOGRAFIA
Pobres gentes.- El doble.- El señor Projarchin.- La patrona.- Una novela en nueve cartas.- Polzúnkov.- Corazón dé­bil.-El ladrón honrado.-La mujer ajena y el hombre debajo de la cama.-Un árbol de Noel y una boda.-Noches blancas.- Nie­toschka Nezvanovna.- El heroecito.- El sueño del Tito.- La alquería de Stepanchi­kovo y sus vecinos.- Humillados y ofendi­dos.- Memorias de la casa muerta.- Notas invernales sobre impresiones veraniegas.- Una historia enojosa.- Memorias del sub­suelo.- El cocodrilo.- Crimen y castigo.­-El jugador.- El Idiota.- El eterno marido.- Demonios.- El adolescente.­-Los hermanos Kararnazov.- Diario de un escritor.
Del Dostoievski inédito:
Diario de Roskolnikov.- Un capítulo de «Demonios».- Un episodio de «El Adoles­cente».- Vida de un gran pecador.-Pensa­mientos.- Meditación sobre Cristo.-A los acontecimientos de 1854.- Notas.- Epis­tolario.- Notas de Anna Grigorievna.- El incidente Strojov.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página