«No existe nada más bello, más profundo, más simpático, más razonable, más viril y perfecto que Cristo; y no solo existe, sino que con celoso amor me digo que no puede no existir»
A lo largo de nuestro camino nos proponemos presentar en forma de separata trabajos sobre los grandes personajes de la cultura mundial. Escritores con una visión de la vida interesante, y de los que se pueda aprovechar algo digno, pasarán por estas páginas; de manera que éstas sean una aproximación a su vida y una clave interpretativa de su obra.
Empezamos la serie con Dostoievski, el gran escritor ruso con una vida y una llena de religiosidad y de búsqueda de Dios.
Su vida
Toda ley de la existencia humana se basa en esto: que el hombre pueda arrodillarse ante lo infinitamente grande.
Convencido de tener que morir ese mismo día, el 9 de febrero de 1881, F.M. Dostoievski se dirige a su mujer, Anna Grigorevna Snitkina, y rogándole que encendiese una lámpara, le pide el Evangelio. Este libro le había acompañado en los momentos más dolorosos y difíciles de su vida. Se lo habían regalado cuando, condenado a cuero años de trabajos forzados, iba a partir para Siberia. «F .M. Dostoievski, -cuenta su mujer-, no se separó nunca, durante aquellos cuatro años del Evangelio, único libro que le permitían tener. Posteriormente aquel libro siempre estuvo en su mesa, y él cuando dudaba de alguna cosa, abría el evangelio y leía los pasajes que tenía ante sus ojos». También la mañana de aquel último día quiso confiarse a la Palabra del Evangelio. El libro se abrió en el capítulo III de San Mateo: «Pero Juan lo retiene y dice: soy yo quien necesito que Tú me bautices. Pero Jesús le responde: no me retengas». Volviéndose a la mujer le dice entonces: Escucha, Anja, no me retengas, es decir, debo morir y después de estas palabras, cerró el Evangelio.
«La expresión de su cara -podemos leer en las memorias de Anna Grigorévna- demostraba que el pensamiento de la muerte no le abandonaba y que el paso de éste al otro mundo no le daba miedo».
Así con su simple acto de fe, termina la vida de un hombre, que día tras día, se había visto en el deber de luchar contra la duda y la incredulidad en una búsqueda tormentosa, pero no por eso menos apasionada, de lo infinitamente grande. El problema que durante toda la vida, consciente o inconscientemente me ha atormentado ha sido el de la existencia de Dios: La historia de su vida es la historia de este tormento y de esta búsqueda.
EL DOLOR DEL DRAMA FAMILIAR
Nacido el 30 de octubre de 1821 en uno de los barrios más pobres y más tristes de Moscú, F.M. Dostoievski enseguida tiene contacto con la miseria y el sufrimiento de la vida humana. Hasta la edad de diez años, es decir, hasta que el padre no decide trasladarse al campo, vive con su familia en uno de los pabellones del hospital para indigentes, en el que el padre, médico militar, ejercía como cirujano. En aquellos años, el jardín, el patio, los pabellones del hospital constituyeron todo su mundo. Fue en la propiedad de Tul, adquirida por el padre en 1831, cuando Dostoievski empezó a conocer al pueblo campesino ruso. Allí tuvo el encuentro con el siervo de la gleba Marej, de quien veinte años después, en Siberia, recordaría «la dulce sonrisa materna, los signos de la cruz, y particularmente aquel dedo gordo sucio de tierra con el que un buen campesino lo había acariciado y bendecido».
Tampoco los años transcurridos en el campo fueron del todo años felices. La madre, Marja Fedorovna Necaeva, era una mujer sensible, inteligente y buena, que amaba profundamente a su marido y a los hijos; pero el padre, Mijail Andreevich Dostoievski, tenía un carácter tétrico, colérico y violento. Hombre perverso, se airaba fácilmente, atormentaba continuamente a su mujer con acusaciones infundadas de engaños. Hacia los siervos tenía una actitud despótica, por no decir cruel. La muerte de su mujer señaló el inicio de la tragedia; Mijail Andreevich, adicto ya al alcohol, se hace cada vez más presa de este vicio y de codos sus peores efectos. Hasta que un día de verano de 1839, fue asesinado, en venganza, por sus campesinos. El ánimo de Fedor M. Dostoievski, se resintió dolorosamente de este drama familiar: en la idealización del asesinato de Fedor Paulovich Karamazov, en la configuración del carácter disoluto, ávido y desenfrenado de este personaje dostoievskiano, es reconocible el eco de acontecimientos personales que habían procurado al escritor en sus años de juventud, dolor, turbación y angustia.
En la época de la tragedia, F.M. Dostoievski se encontraba con su hermano mayor en Petersburgo, asistiendo a la escuela de ingeniería. El padre había querido encaminar a sus dos hijos mayores había una brillante carrera militar, sin tener en cuenca las inclinaciones artística y literarias, que ya desde algún tiempo, ellos habían puesto de manifiesto.
Además de cumplir con sus obligaciones escolares, Dostoievski comienza a dedicarse con todas sus energías a su propia formación literaria. Leía y estudiaba con pasión a los grandes autores de la literatura rusa como Puskin, Levmontov, Gogol, Odoerskiy, Zukovskij, y junto a estos, también a los grandes autores de la literatura mundial como Byron, W. Scott, Balzac, V. Hugo, G. Sand, E. Sue, Hoffmann, Schiller y Shakespeare.
LA INQUIETUD ORIGINARIA
Terminados los estudios en 1843, Dostoievski recibe un modesto encargo de ingeniero diseñador. Un año después pide abandonar este trabajo, ya que sobre todo le interesaba una cosa: estudiar la vida de los hombres, servir a la sed espiritual de la humanidad. Desde este momento toda su vida y su actividad fueron consagradas al arte y a la literatura.
En 1845 ultimó la redacción de su primer relato «Las pobres gentes». El manuscrito fue leído por Berlinskij, uno de los mayores y más temidos críticos de su tiempo. Tuvo gran éxito. Berlinskij lo juzgó como una obra maestra, que a los veinticinco años podía haber sido escrito por un genio. «Las pobres gentes» fue aceptado como la primera «novela social» rusa. Recordando su primer encuentro con Berlinskij, treinta y dos años después Dostoievski escribiría: Fue el momento más encantador de toda mi vida. Cuando lo recordaba, en los trabajos forzados, me sentía más fuerte de ánimo, incluso ahora lo recuerdo con gran entusiasmo.
A «Las pobres gentes» siguió «El doble» que a diferencia del primer relato no encontró el favor de la crítica. De 1846, año de publicación de estas primeras obras, a 1849, año en el que el escritor fue arrestado y deportado a Siberia, Dostoievski publicó otros nueve relatos entre ellos «El señor Procharkim», «La Patrona», «Un corazón débil», «Las noches blancas», «El árbol de navidad y la boda»; algunos folletos como «Crónica de Petersburgo»; las dos primeras partes de «Nietoschka Nezvanovna», novela de grandes proporciones que dejó incompleta. El arresto y la consiguiente deportación interrumpieron la
actividad creadora del escritor hasta 1845. Pero las pruebas y el sufrimiento de aquellos años maduraron su fisonomía interior, abriendo su ánimo a una nueva y más profunda percepción existencial del significado de la vida y de la muerte.
Ante el tribunal militar Dostoievski era juzgado por haber tomado parte activa en las reuniones de círculo de Petrasevski, círculo progresista del tiempo, que inspirándose en las ideas de Fourier, propugnaba un socialismo de carácter utópico. Además se había pronunciado a favor de la liberación de los campesinos y de la libertad de expresión y de pensamiento. Dostoievski estaba lejos de ser un revolucionario en el significado político del término: jamás había deseado un cambio violento o revolucionario de la sociedad. En sus sueños juveniles había sido fiel, según sus propias palabras a la teoría y a la utopía; tenía esperanzas en una edad de oro, aquella que en 1876 definiría como la más increíble de todas las fantasías.
El proceso abierto contra los pertenecientes al círculo de Petrasevskij se concluye con la condena a muerte de algunos de ellos. Entre ellos estaba también Dostoievski. El 22 de diciembre de 1849 los condenados a muerte fueron conducidos al lugar del fusilamiento pero la sentencia no fue ejecutada. Cuando el pelotón de ejecución estaba preparado para disparar, se anunció que la pena de muerte, por voluntad del zar, era conmutada por la de trabajos forzados en Siberia. La misma carde de aquel día, Dostoievski escribía a su hermano Mijail:
«Hermano, no estoy humillado y no he perdido el ánimo. La vida es vida para todo, la vida está en nosotros mismos y no fuera de nosotros; junto a mí habrá siempre seres humanos y ser hombre entre los hombres es permanecerlo siempre; en ninguna desgracia sentirse humillado o perder el ánimo: es esto en lo que consiste la vida, esta es su tarea...
Recordando mi vida pasada pienso, cuánto tiempo he gastado inútilmente, cuánto he perdido en aberraciones, errores, fugacidad, incapacidad de vivir; a pesar de lo que la apreciase, cuántas veces he pecado contra mi corazón y contra mi espíritu. El corazón me sangra. La vida es un don, la vida es felicidad, cada minuto podría ser un siglo de felicidad... Ahora, cambiando de vida vuelvo a nacer. ¡Hermano! Te juro que no pierdo la esperanza y conservo mi espíritu y mi corazón puros. Renaceré mejor. Esta es toda mi esperanza, todo mi consuelo».
RENACER UNA NUEVA VIDA
Después de aquella terrible y trágica experiencia, la esperanza de renacer a una nueva vida no la perdería nunca. «En aquel minuto en el que Dostoievski estaba en el patíbulo y vio fijamente los ojos de la muerte -escribe el poeta y filósofo ruso lranov- sucede en él un repentino y resolutivo cambio espiritual... En aquellos momentos en espera de la muerte sobre el patíbulo... Su persona fue arrancada con violencia de lo que es un mero fenómeno y percibió, por primera vez, la sustancialidad de estar bajo el velo de la apariencia de las cosas». Incluso en el abismo del pecado, de la duda y de la incredulidad, no habría abandonado nunca la esperanza. Tal experiencia tenía su raíz en una nueva y mística percepción de la realidad de la vida y del mundo y constituía todo su consuelo, ya que él era consciente de ser un hijo del siglo, un hijo del descreimiento y de la duda:...Cuántos terribles sufrimientos- se lee en una carta suya de 1854- me ha costado y me cuesta ahora esta sed de fe, la cual es tan fuerte en mi alma, cuantos más son los argumentos contrarios. Y todavía Dios me envía a veces minutos, en los cuales yo estoy sereno del todo; en estos minutos yo amo y me encuentro amado por los demás y en estos minutos, yo he creado en mí mismo el símbolo de la fe en el que todo se me hace claro y sagrado.
Este símbolo es muy simple: creer que no existe nada más bello, más profundo, más simpático, más razonable, más viril y perfecto que Cristo; y no sólo existe, sino que con celoso amor me digo que no puede no existir.
Cumplidos los cuatro años de trabajos forzados en la prisión de Omsk, Dostoievski fue reclutado como soldado raso y enviado por un tiempo no precisado, a una remota localidad de Siberia, no lejos de la frontera China. La terrible experiencia de aquellos años, en los que, según lo que escribe él mismo a su hermano Andrej, había sido sepultado vivo y cerrado en una tumba, había puesto a prueba duramente la resistencia física, psíquica y moral del escritor. Las molestias nerviosas que él ya había sufrido anteriormente, se habían intensificado y agravado, causándole frecuentes ataques de epilepsia.
LA NATURALEZA DEL HOMBRE
Pero el aislamiento, la absoluta soledad espiritual en que vivía le habían inducido, le habían obligado a mirar y juzgar toda su vida pasada hasta las más pequeñas minucias, a observar y estudiar más atentamente la naturaleza del hombre y la del hombre ruso en particular, a indagar la verdad de un pueblo que, a pesar de su animalidad y su pecado, había sabido conservar íntegramente dentro de sí la capacidad de mirar religiosamente el misterio de la vida humana. Con tal enriquecimiento, en el corazón, Dostoievski vuelve a la vida: en 1855 vuelve a escribir.
En Semipalatinsk, lejana ciudad a la que había sido enviado, comienza a escribir una novela con el título de «Recuerdos de la casa de los muertos», en la que se recoge el fruto de los cuatro años de sufrimientos, de privaciones y de humillaciones. Fue en este mismo período cuando compuso dos comedias: «El pueblo de Stepancikovo y sus habitantes» y «El sueño del Ziuccìo». En 1857 se casa con una viuda. María Dimitrevna tenía un carácter celoso y voluble, apasionado, susceptible y fantástico. Ella me amaba sin límite -escribiría Dostoievski después de su muerte- yo la amaba igualmente; juntos no fuimos felices, si bien fuimos positivamente infelices...
En 1859 Dostoievski consigue residir en Petersburgo. Al mismo tiempo se le concedió el permiso para publicar. Así después de aquel largo período de silencio forzado, el escritor se dedica a una frenética actividad periodística y literaria. Convertido en uno de los principales colaboradores de la revista político-literaria «El Tiempo», fundada por su hermano Mijail y por el crítico N.N. Strachov, Dostoievski escribe en septiembre de 1860 un artículo programático. Tal artículo constituye un auténtico manifiesto del «pocvennicestvo», (del sustantivo povna, que en ruso significa suelo, terreno), nueva dirección cultural que propugnaba una reconciliación de la verdad de las clases cultas con la verdad del pueblo y que auspiciaba la creación de una idea rusa, síntesis de todas las ideas que Europa había desarrollado en sus particulares nacionalidades.
Todas las obras que Dostoievski escribió en aquel período fueron publicadas en la revista, la ya citada «Recuerdos de la casa de los muertos» (1861-1862), la novela «Humillados y ofendidos» (1862), «Notas invernales sobre impresiones veraniegas» (1863) en las que el escritor evocaba las impresiones suscitadas suscitadas de su primer viaje en Europa. En 1863 por un decreto de la autoridad, se prohibió la publicación de «El Tiempo». Obtenida al poco tiempo la autorización para publicar una nueva revista, Mijail Dostoievski fundó «La época» en la que aparecería «Memorias del subsuelo» (1864), obra que constituye un cambio en el proceso de maduración artística en el pensamiento del Dostoievski escritor.
De una percepción cada vez más aguda y sufriente de la dimensión trágica de la existencia humana, que encontraba su máxima expresión artística en el desdoblamiento y disociación interior propio de los personajes dostoievskianos, nacieron las más grandes novelas de Dostoievski: desde «Crimen y castigo» (1866) a «El idiota» (1868), de «Los demonios» (1871) a «El adolescente» (1875), hasta llegar a «Los hermanos Karamazov» (1880)
LAS GRANDES NOVELAS
«Crimen y castigo», es la novela que le haría célebre en todo el mundo. Fue publicada en un período en el que Dostoievski estaba angustiado por graves preocupaciones de carácter financiero.
En 1864, pocos meses después de la desaparición de María Dimitrevna, había fallecido también su hermano Mijail. Esto había dejado a la familia en un estado ruinoso. Empeñándose en pagar todas las deudas del hermano, Dostoievski se encontró en la imposibilidad de hacer frente a todas las presiones de los acreedores. La preocupación por las deudas no le daría descanso en toda su vida. A las deudas del hermano pronto se juntaron las deudas del juego. En 1863, durante una estancia en el extranjero, Dostoievski había comenzado a frecuentar las salas de juego con asiduidad y una pasión que con el tiempo fue siendo cada vez mayor. Fruto de estas experiencias fue la novela «El jugador» ( 1866) que Dostoievski escribe en sólo veinticuatro días para mantenerse fiel a su contrato con el editor Stellovskij. El acuerdo tenía una cláusula muy dura. Al vencer los límites de la entrega, pasarían al editor todos los derechos de autor de las obras que el escritor hubiese publicado hasta aquel momento. Una joven taquígrafa lo había ayudado en la empresa: Anna Grigorévna Snitkina, que pocos meses después se convertiría en su mujer.
Vuelve al extranjero inmediatamente después de su matrimonio para huir de los acreedores. Allí los dos esposos permanecerían durante cuatro años, desde 1867 al 1871. A pesar de la preocupación financiera, los cada vez más frecuentes ataques de epilepsia y la dolorosa pérdida de su hija Sofia, estos fueron años de intensa actividad creadora para el escritor. En este período además de «El idiota» ideó y compuso un breve relato titulado «El eterno mando» (1870), trabajando al mismo tiempo en un proyecto grandioso, con la idea de lo que fue por él mismo definido como una enorme novela filosófico-religiosa que al principio pensó en titular El ateísmo, después La santa vida de un gran pecador. Jamás realizada según el plan original, esta novela se habría centrado sobre la crisis de la conciencia del hombre ruso en el siglo XIX, del hombre que habiendo perdido la fe, se había quedado completamente privado de raíces. En muchos aspectos, «Los demonios», «El adolescente», y «Los hermanos Karamazov», constituyeron un reflejo de aquella primera idea.
Hecho director responsable del semanario El ciudadano, Dostoievski, después de su vuelta a la patria, comenzó a publicar «El diario de un escritor» colección de escritos periodísticos sobre acontecimientos políticos, sociales, judiciales y literarios del momento. En «El diario», que en 1876 sería publicado como tal, aparecerían también algunos relatos del escritor, que A. Gide definió como «una de las cosas más potentes de Dostoievski» y «El sueño de un hombre ridículo» (1877), «Sueño de una edad de oro», hoy perdida y «De una edad de oro», no terminada, sobre una imagen viviente de la verdad. El ideal de un mundo feliz gobernado por la ley del amor y de la misericordia estaba fuertemente enraizado en el ánimo del escritor. El sueño del hombre ridículo había sido el de Stavrogin, héroe de «Los demonios», si bien con matices distintos, y el de uno de los principales personajes de «El adolescente».
LA SINTESIS FINAL: LOS HERMANOS KARAMAZOV
En el momento más alto de su fama y cada vez más débil por causa de las precarias condiciones de salud, Dostoievski dedicó los últimos años de su vida a «Los hermanos Karamazov», «la cumbre donde se nos descubre - escribe el Moculskij-, la unidad orgánica de toda la creación», «La inmensa síntesis» en la que encuentra su puesto «todo lo que él había vivido, meditado y creado». «Los hermanos Karamazov» fueron esta síntesis, como fue también una síntesis de su pensamiento sobre los destinos futuros de Rusia y de a humanidad, el discurso sobre Puskin, que él pronunció en Moscú en junio de 1880. En aquella ocasión lanzó un llamamiento a su pueblo, al hombre ruso de su tiempo para que, en el redescubrimiento de las raíces más profundas de la tradición, encontrase el significado de su misión universal: hacerse hermano de todos los hombres, decir la palabra definitiva de la armonía universal, del acuerdo definitivo y fraterno de todas las razas, según la ley evangélica de Cristo.
A pesar de todas sus caídas y sus debilidades, Dostoievski tenía como fundamento de su vida esta ley del amor y la misericordia. La conciencia de lo infinitamente grande nunca le había abandonado ni siquiera en los momentos de oscuridad y de incertidumbre.
Siempre creyó en la presencia misericordiosa de un «Padre», al que poder volver. Lo testimonian las palabras que en el momento de la muerte, dirige a sus hijos:
Conservad una fe sin reservas en Dios, no desesperéis nunca de Su perdón. Yo os quiero mucho pero mi amor no es nada en comparación con el infinito amor de Dios por todos los hombres creados por Él. Incluso si se os ocurriese a lo largo de vuestra vida realizar una acción delictiva, a pesar de ello no perdáis la esperanza en Dios. Vosotros sois sus hijos: someteos a Él como a vuestro padre, pedid perdón y Él se alegrará de vuestro arrepentimiento, como se alegró de la vuelta del hijo pródigo.
Su obra
Sin belleza la humanidad no podría vivir, porque no habría nada que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí. Toda la Historia está aquí.
Entre los primeros experimentos artísticos de Dostoievski y la obra de su madurez es posible seguir una continuidad ideal. Nos encontramos ante una misma posición humana, más ingenua e inmadura primero y más trágicamente enferma después. El hombre es un misterio -escribe Dostoievski al inicio de su carrera como escritor- si durante toda tu vida has buscado resolverlo, no digas: he perdido el tiempo. Yo me ocupo de este misterio, porque quiero ser hombre. Desvelar este misterio del hombre es la tarea que Dostoievski se fija para ser verdaderamente humano, y esto, desde el inicio, es su primer interés y su primera ocupación. Su camino y su actividad de artista se colocan exactamente a este nivel, como respuesta a lo que siente ser su vocación humana, realización de una misión a la cual se sentirá llamado hasta el fin. Con pleno realismo encontrar al hombre en el hombre... -señalará ya como escritor confirmado, pocos meses antes de su muerte- Me llaman psicólogo; no es verdad, yo soy sobre todo realista en el sentido más alto, es decir describo toda la profundidad del espíritu humano. El arte de Dostoievski se caracteriza por un realismo ateneo a recoger y representar la realidad de la vida en sus dimensiones más profundas, en sus fundamentos últimos, en su relación con la realidad absoluta y eterna de la vida divina.
En los primeros relatos Dostoievski revela su profunda humanidad. Dirige una mirada llena de compasión a los hombres olvidados «Humillados y ofendidos» hombres pisoteados por la vida, aplastados por la iniquidad del mundo. Narrándonos sus vicisitudes dolorosas, él se hace intérprete de su íntimo sufrimiento. Se concentra en el mundo interior de esta humanidad infeliz, humanidad que, bajo las formas más degradantes y paradójicas, todavía conserva su dignidad, su conciencia moral y existencial. Ejemplo de ello es «Pobres gentes». Es la historia de dos vidas sin esperanza: un corazón de empleaducho, honesto y puro, moral y con devoción a la autoridad; y junto a él una muchacha, ofendida por la vida y triste. En «El doble», su segundo relato la mirada del astista se hace más penetrante. No sólo trata de comprender y representar el dolor íntimo del hombre, sino que intenta buscar las motivaciones últimas. Lo que hace infeliz el destino del hombre no son ante todo las condiciones exteriores, sociales de la vida, sino algo interior, algo connatural a la propia existencia del hombre, algo terrible y trágico.
Y en efecto, es en «El doble» en el que Dostoievski por primera vez señala y analiza el dualismo trágico de la naturaleza humana, representando artísticamente lo que constituirá el rasgo característico de todos sus grandes personajes: el estado de división, de auténtica disociación del ánimo y de la consciencia humana. El relato narra la historia de la locura del señor Goljadkin, un modesto e inofensivo empleado que dándose cuenta del insignificante papel que representa su persona en el engranaje de la vida, experimenta un sentimiento de angustia y de terror ante el pensamiento de que su personalidad pueda ser totalmente anulada. Para afirmar su identidad se encierra entonces en su propio mundo constituido por la soledad; para defender su derecho a la vida, se aísla de la vida de los demás. En estas condiciones de miedo y extrañeza comienza el proceso que conduce al señor Goljadkin a la locura, al desdoblamiento de su personalidad: anee él surge la imagen de un doble, encarnación viviente de codo lo que de mezquino e innoble existe en su ánimo, otro señor Goljadkin similar y repugnante, por la maldad de su corazón.
El tema de la locura del héroe lo retomará en «el señor Procharkim, pero lo que más interesa es que el problema de la identidad del «yo» y de la definición de la persona en su relación con la vida y la realidad continuará siendo el eje alrededor del cual Dostoievski constituirá sus restantes obras. En el relato «La patrona», el problema es afrontado desde un nuevo punto de visea respecto a los relatos precedentes: por primera vez aquí Dostoievski crea el tipo de soñador petersburgués que para huir de la vulgaridad y de la banalidad de un mundo frecuentemente dominado por interesantes mezquinos, se refugia en su propio mundo de sueños y visiones delirantes, terminado por dejar de ser hombre y convirtiéndose en un extraño ser de género neutro. Después de Ordynov, el protagonista de «La patrona» (imagen del intelectual sin «un duro» que, devorado por una profunda e insaciable pasión por la ciencia, muestra en su misantropía (odio al trato humano), en su aspereza y en su debilidad de corazón, una radical extrañeza de la vida) serán otros personajes los que lleguen a encarnar, aunque de forma distinta, este tipo de hombre inclinado a la fantasía y a los sueños: desde el protagonista de «Noches Blancas» a Vanja, héroe de «Humillados y Ofendidos», desde el hombre del subsuelo hasta Raskolnikov, protagonista de «Crimen y castigo» hasta «el Adolescente» y tantos otros personajes que Dostoievski ha figurado en sus novelas mayores.
En el protagonista de «Memorias del subsuelo», la crisis de identidad se manifiesta como afirmación desesperada del propio y libre albedrío. La novela se divide en dos partes; en la primera en forma de monólogo el protagonista se presenta a sí mismo y su punto de vista, exponiendo la filosofía de la vida que él mismo se ha construido en veinte años de barrios bajos (subsuelo). Narra algunos acontecimientos de su vida y en particular la historia de la ofensa cometida por él a Liza, una muchacha, que a pesar de su depravación había conservado la pureza y dignidad interior.
El hombre del subsuelo es un hombre de conciencia hipertrófica que conociendo su nulidad, su trágica inconsistencia -no sabe ser nada: ni malo, ni bueno, ni bribón, ni honesto, ni héroe, ni insecto-, afirma su incontestable derecho a ser él. En su frío y desesperado estado entre su media desesperación y su media fe, él quiere ser libre de amar la locura e incluso la destrucción y el caos, a pesar de lo que esta libertad le pueda costar, y por esto no puede decidirse a aceptar ninguna ley, ningún principio racional o moral, ningún paraíso construido bajo el utópico sueño del hombre del porvenir, con el auxilio de su sola razón, para conseguir una fórmula perfecta para ordenar la sociedad humana.
La defensa ilimitada de la libertad singular del individuo conduce al protagonista de «Crimen y castigo» a realizar un crimen. La lógica de este delito es la siguiente: sacando las consecuencias últimas de la filosofía del subsuelo, Raskólnikov, como señala el filósofo ruso Berdiaev, con este acto suyo «pone a prueba los límites de la propia naturaleza y en general los límites de la naturaleza humana». La búsqueda de una plena realización de la propia persona degenera en un rechazo de la propia condición humana; Raskólnikov mata por querer convertirse en Napoleón, para no sentirse un piojo como todos, sino un hombre, un hombre sin embargo con atributos particulares, atributos que pertenecen únicamente a la naturaleza de Dios.
El protagonista de «Crimen y castigo» es un joven estudiante, que, habiendo dejado la universidad por falta de medios, vive en extrema miseria, abandonándose a la idea que se hace inmediatamente la obsesión de su vida: matar a una vieja usurera, ya que su existencia le parece privada de toda utilidad, de todo valor. La tragedia es llevada a cabo enteramente en la premeditación, en la realización, en la confesión y la expiación de este delito, cuya motivación teórica, convertirse en un Napoleón, está sostenida por una serie de motivos prácticos y contingentes: robar a la vieja y con su dinero, asegurar al fin una vida feliz a la madre, que se ha sacrificado siempre por él, y a la hermana, que por su amor ha decidido condescender a un matrimonio de conveniencia; terminar la universidad, irse al extranjero y convertirse en bienhechor de la humanidad. La salvación de Raskolnikov se realizará a través de la expiación de su delito, es decir, recorriendo un camino de sufrimientos, sobre todo interiores, que le llevará a reconocer aquel principio de unidad mística del ser que él ha pisado y violado con su crimen. Instrumento de su redención es Sonia, una joven muchacha que para cuidar de su padre alcoholizado, de su madre tísica y de sus hermanos se dio a la prostitución. La conciencia de Sonia es pura como lo es su mirada sobre las cosas. Si peca, tiene conciencia de su pecado, experimentando un dolor profundo y un deseo de redención que pasa a través de una sufriente aceptación de su destino y, habiendo encontrado a Raskólnikov, a través de sacrificar por él su propia vida. El amor de Sonia despierta en Raskólnikov un sentimiento de moralidad que está inscrito en la naturaleza misma del hombre y que permanece en la conciencia del delincuente, hasta el punto de hacerle desear ser castigado por su delito. La idea de que sea el mismo delincuente el que exija desde el punto de vista moral su castigo incluso jurídico, según lo que afirma Dostoievski en una carta, está desarrollada en «Crimen y castigo» sobre la base de observaciones realizadas por él personalmente durante los cuatro años de trabajos forzados. Aquí se revela el vínculo entre «Crimen y castigo» y «Recuerdos de la casa de los muertos», la obra de Dostoievski en la que más evidentemente se manifiesta su profundo conocimiento de la humanidad de los presos.
Créeme -escribe a su hermano- son caracteres profundos, fuertes, hermosos y fue muy agradable buscar el oro bajo la dura corteza. Buscando este oro, Dostoievski da vida a su realismo: «Crimen y castigo» no es un análisis de la psicología de un delincuente, sino la representación de los motivos más internos de la conciencia humana frente al dilema de su contradicción existencia.
El desgarro, la dicotomía en la que se debate la conciencia humana son puestos al desnudo por Dostoievski en aquellos que en su obra representan los momentos de más elevada y dolorosa tragedia: son monólogos interiores de los personajes, sus confesiones, sus propias acusaciones, puestos artísticamente bajo forma de verdaderos y auténticos monólogos-confesiones, como en el caso del subsuelo, o bajo formas de visiones y delirantes sueños, como en el caso de Raskolnikov. En estos momentos de intensa autenticidad, en los que el hombre se encuentra sólo frente a sí mismo, la lucha entre los dos principios contradictorios que operan en la naturaleza humana, el principio divino y el principio demoníaco, se hace más dura. El hombre del subsuelo, desilusionado soñador, con su psicología de topo ofendido, golpeado, desilusionado y la maldad con la que quiere vengarse de todos los culpables que se ponen en su camino, toma conciencia de la gran maldad de su ser. ¿Por qué lo que más quería ha sido destruido por una inexplicable inercia? La inercia del hombre que no lucha contra la maldad de su ser, lleva al propio hombre a la desesperación, a la ruptura de todos sus vínculos más queridos, aquellos vínculos de unidad que hacían de él un hombre vivo. Los hombres están solos en la tierra -grita él todavía-; aquí está el mal... Todo está muerto y por todos los sitios no hay más que muertos. A lo más, hombres, y a su alrededor el silencio; ¡esta es la tierra!» «Hombres, amaos los unos a los otros»: ¿Quién dice esto? ¿De quién es este mandato? Pasa el tiempo, insensible, odioso. Las dos de la madrugada. Sus pequeños zapatos están junto a la cama, es como si alguien la esperara... No, en serio, cuando mañana se la lleven, ¿qué haré yo?
La crisis de la conciencia del hombre del subsuelo es una crisis religiosa y más propiamente la crisis religiosa del hombre ruso-europeo del siglo XIX. Desde «Crimen y castigo» en adelante se hace más profundo y evidente el análisis de la crisis de la conciencia humana en su dimensión social y cultural.
En la novela «El jugador» el argumento es la vida de los rusos en el extranjero que acontece en una atmósfera particular, en los casinos europeos, transparenta la pobreza espiritual de una sociedad que está alejada de las raíces religiosas de su cultura. Así en la novela siguiente a «Crimen y castigo», «El idiota», aparecen consideraciones sobre el liberalismo como un fenómeno cultural incapaz de enderezar la sociedad hacia un auténtico desarrollo de la vida humana. Después, en «El adolescente», la sed de poder que expresa el hombre de la nueva generación, será la expresión de la pérdida de la fe en Dios, manifestada en particular por el ansia de dinero. ¡Locos, vanidosos! -grita Lizavetta Prokofevna, uno de los personajes femeninos de «El idiota», hablando de los hombres progresistas de su tiempo- ¡No creéis en Dios, ni en Cristo! Sois tan vanidosos... el orgullo os ha corrompido el alma, terminaréis devorándoos los unos a los otros.
Contrapuesta a todo este mundo de fuerza, escándalos y caos moral está, en «El idiota», la figura del príncipe Myskin. En él Dostoievski quiere presentar un hombre positivamente bueno. Esta -escribe Dostoievski- es una tarea desmesurada. La belleza es un ideal, pero el ideal no es nuestro, ni la cívica Europa lo ha mínimamente elaborado. En el mundo hay una persona positivamente buena -Cristo-. Tanto es así que la aparición de este hombre desmesuradamente, ilimitadamente bueno es naturalmente un milagro ilimitado. En el epiléptico, «Idiota» Myskin, la figura de Cristo, encarnación ideal y perfecta de la Belleza, no está de todo bosquejada. Sin embargo, su personalidad a pesar de que exista dentro de él una duplicidad de pensamientos, irradia una potencia de luz interior que atrae hacia sí a todos aquellos con quien entra en relación. No obstante permanecen en él la dualidad y la debilidad inscritas en la naturaleza del hombre, pero por su ilimitada capacidad de contemplación de lo infinitamente grande, Myskin vive una experiencia de unidad interior tan profunda y verdadera que constituye una fuente inagotable de calma suprema. En esta experiencia su corazón se abre de par en par lleno de compasión hacia todos, ya que la compasión es la más importante y quizá la única ley de vida de toda la humanidad. Y su compasión por el sufrimiento de quien está cerca es infinita. El cambia la cruz de la hermandad con Rogozin, disponiéndose a hacerse cargo del doloroso destino que espera al amigo. Después que Rogozin trata de matarlo, Myskin verá en este acto suyo, un pecado común nuestro, Rogozin asesinará a Nastasia Filippovna, la mujer hacia la que siente un amor turbio y perverso y Myskin se precipitará junto a él en la locura.
En esta enredada historia de amor y pasión, Myskin sabe penetrar en el fondo del espíritu de cada personaje, acogiendo el trágico desgarro interior, incluso dándose cuenta de todo lo que a los demás se escapa. El problema de todos, bajo la multitud de los problemas a los que todos los personas parecen aferrados es el de la existencia o no existencia de Dios, el del reconocimiento, no sólo a nivel intelectual, sino sobre todo a nivel existencial, de la realidad de Dios.
Este es el problema que atormentará indistintamente a todos los personajes de «Los demonios». El caos, lo demoníaco de la propia vida se comprende bajo el fondo de este tormento no resuelto. El tema de la novela es la actividad clandestina del movimiento revolucionario que surge en Rusia en la segunda mitad del siglo XIX. Pero el surgir de este movimiento está mirado en la novela como un drama sobre todo religioso, como la lucha de la fe contra el ateísmo, fruto del espíritu nihilista, es decir, de aquel espíritu definido por el filósofo ruso Frank como «la disposición tendente a eternizar y a absolutizar "lo humano, lo más humano"». Para DosToievski la revolución no es una tarea política, sino que más bien tiene un definido rostro espiritual: la negación de Dios por un lado y por otro la afirmación del absoluto como poder indiscriminado del hombre, ya que sería algo absurdo y totalmente insoportable para el hombre descubrir que Dios no existe y no entender al mismo tiempo el haberte convertido tu mismo en un Dios.
En Stavrogin, figura central de la novela, se observa en grandes rasgos un creciente proceso de destrucción de una personalidad, cuyo sentimiento de moralidad ha sido ahogado por una racionalidad desmesurada. Su capacidad de
vivir está paralizada; y, de hecho, en la novela, él no aparece como una persona viva, sino cómo una máscara, indiferente tanto al bien como al mal, de quien no ha salido más que la negación, sin ninguna grandeza y sin ninguna fuerza, más aún, ni siquiera la negación ya que en él todo es vulgar y blando. A su alrededor giran los demás personajes, que aparecen como reflejos, casi como fragmentos de su alma dividida. Seduciéndoles con ideas distintas y frecuentes opuestas entre ellas, Stavrogin no hace más que manifestar la inconsistencia absoluta de su persona. Todos pueden identificarse con él, porque todo en él es abstracto: el vive de ideas abstractas, en las que cree y al mismo tiempo no cree. Única entre la multitud de figuras que le rodean en no dejarse engañar por la máscara de Stavrogin es María Timofeevne Labjadkina, la coja idiota, que con una innata capacidad de contemplación interior, tiene una percepción intuitiva, casi pagana, y sin embargo real, existencial y verdadera de la misteriosa presencia de Dios en el universo creado. La fe de la cojita en la gran madre tierra, esperanza del género humano es un preludio de la fe cristiana que será encarnada en figuras como la del peregrino Makarij en «El adolescente» del Starec Zosima o del novicio Aliosha en los hermanos «Karamazov».
En la novela «El adolescente» la figura del peregrino Makarij se erige en el símbolo de una realidd, la del pueblo ruso ortodoxo, que por la profunda raíz religiosa de su cultura, se contrapone a la realidad dividida, caótica y causal de la intelectualidad progresista rusa. En el gran cuadro que Dostoievski dibuja sobre la realidad social de su tiempo, la vida del hombre en cada uno de sus aspectos, individuales, familiares, sociales, aparece dominada por este sentimiento de causalidad, de indeterminación, de desconexión. Así sucede en la vida del adolescente. Que en el encuentro cotidiano con la realidad, él descubre qué biunívoca y terrible correspondencia existe entre las contradicciones, de las que él mismo se siente objeto -soy un miserable adolescente, y ni yo mismo sé siempre lo que es bueno y lo que es malo- y las contradicciones irresueltas de las que son sujetos las figuras enigmáticas de los adultos, sobre todo la del padre Versilov, que le ha impresionado encontrar en el breve, pero atormentado curso de su existencia.
Sólo en el peligro, Makarij, el adolescente, encuentra algo que él antes desconocía, algo perfectamente nuevo para él: en este ser del pueblo, como él lo define, estaba la alegría de corazón, y por ello también la «belleza moral».
En «los hermanos Karamazov», al ansia de belleza moral, que es sed de infinito, de absoluto, de eternidad, se le contrapone el instinto carnal, pasional, todo lo terrenal y sensual de los Karamazov. La belleza llega a ser así una cosa terrible y pavorosa. Pavorosa, porque es indefinible, y definirla no es posible porque Dios no nos ha dejado más que enigmas; Aquí las dos orillas se unen, aquí todas las contradicciones coexisten... Lo pavoroso es que la belleza no sólo es terrible, sino que es un misterio. Es aquí donde Satanás lucha con Dios, y su campo de batalla es el corazón de los hombres.
La Belleza está en la santidad. La Belleza vive ya en la inmensidad del corazón del hombre; pero el hombre, que roda vía vive dentro de las estrechas paredes de su mezquindad, de su bajeza, de su estructural limitación, continuamente profana y pisotea su imagen ¿Existe belleza tal vez en el ideal de Sodoma?- sin embargo, la enorme mayoría de los hombres la encuentra allí. Este es el más terrible tormento de la vida humana. Incluso para el espíritu más fuerte es difícil aceptar que un hombre a pesar de tener un corazón muy noble y una mente elevada, comience por tener como ideal a la Virgen y termine con el ideal de Sodoma; inaceptable que el espíritu humano tenga esta inmensidad, que en un corazón de ángel continúe insinuándose el gusano de la voluptuosidad, que anhelando el infinito, el hombre continuamente se precipite en el abismo de la más humillante vergüenza. Insoportable es todo esto para el hombre, que rebelándose contra Dios, confía sobre todo en sus propias fuerzas, para el hombre del espíritu euclídeo que no conoce otra medida más allá de aquella que la razón misma le dicta. La rebelión del hombre contra Dios es la búsqueda apasionada de Él: entre estos dos polos, entre los que transcurre la existencia humana se constituye coda la trama, la historia, el contenido último gran trabajo, de la última gran obra de Dostoievski ha dado a la humanidad: «Los hermanos Karamazov».
Esta novela, como escribe el Moculskij, «se abre ante nosotros como una biografía espiritual del autor y su confesión artística. Pero, transformada en otra de arte, la historia de la personalidad de Dostoievski se convierte en la historia de la personalidad humana en general. Desaparece lo causal y lo individual, aparece lo universal que abraza a toda la humanidad. En el destino de los hermanos Karamazov, podemos reconocer cada uno nuestro propio destino». La historia de cada uno de ellos, que se compenetra y se funde con la historia de los otros, formando «una unidad espiritual», es la historia de cada uno de nosotros.
La figura de Iván, caracterizada por un exagerado racionalismo, determina cada acto de su conciencia. El, devuelve un billete a Dios, porque su razón no puede decidirse a admitir y a aceptar la desarmonía que todavía reina en el mundo de Dios.
Su rebelión es la rebelión del gran inquisidor que después de rebelarse contra Dios en nombre del hombre, formula un sistema para ordenar el mundo basado en la negación de la libertad y de la dignidad humana. La lujuria y la pasión definen el personaje de Dimitri; tanto es así que él amaba la corrupción, la corrupción más innoble: «no me juzgues -grita a Dios- porque yo mismo me he sentenciado: no me juzgues porque yo te amo. ¡Señor! Soy vil, pero te amo: puedes mandarme al infierno, pero también allí te amaré y desde allí gritaré que le amo por los siglos de los siglos... Pero déjame también terminar de amar... Déjame que termine de amar hoy, cinco horas en total, hasta que salga el ardiente rayo tuyo»... Dimitri ama a Dios, pero como Dios y quizá más que a Dios, él ama su fango, su abyección y su vileza. Se redimirá, aceptando un destino de sufrimientos siendo consciente de que sólo el sufrimiento puede reducirlo allí donde su espíritu anhela estar.
Por la pureza del amor encerrado en su corazón, Aliosha, el querubín, tiende al ideal de un modo exclusivo hasta el olvido de todo y de todos. En su exaltación juvenil, él queda herido y sacudido en su fe, frente al olor que la putrefacción del cuerpo de su amado y santo Starec desprende, porque, una suprema justicia ha sido, según él, ofendida. De esta experiencia, él saldrá templado para siempre, preparado para luchar y para vivir en el mundo, para realizar su misión en medio de los hombres.
La historia de Ivan, de Dimitri y de Aliosha y de todos los demás personajes de la novela es la historia del camino del hombre hacia la posesión definitiva de su destino. En la figura de Aliosha, igual que en la del Starec Zosima, este camino se hace luminoso, incluso sin tener miedo a la sombra del pecado, ni de la muerte. Más allá de todo ello, está la verdad divina, que da la alegría, la paz y perdona todo.
BIBLIOGRAFIA
Pobres gentes.- El doble.- El señor Projarchin.- La patrona.- Una novela en nueve cartas.- Polzúnkov.- Corazón débil.-El ladrón honrado.-La mujer ajena y el hombre debajo de la cama.-Un árbol de Noel y una boda.-Noches blancas.- Nietoschka Nezvanovna.- El heroecito.- El sueño del Tito.- La alquería de Stepanchikovo y sus vecinos.- Humillados y ofendidos.- Memorias de la casa muerta.- Notas invernales sobre impresiones veraniegas.- Una historia enojosa.- Memorias del subsuelo.- El cocodrilo.- Crimen y castigo.-El jugador.- El Idiota.- El eterno marido.- Demonios.- El adolescente.-Los hermanos Kararnazov.- Diario de un escritor.
Del Dostoievski inédito:
Diario de Roskolnikov.- Un capítulo de «Demonios».- Un episodio de «El Adolescente».- Vida de un gran pecador.-Pensamientos.- Meditación sobre Cristo.-A los acontecimientos de 1854.- Notas.- Epistolario.- Notas de Anna Grigorievna.- El incidente Strojov.
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