Hace unos meses apareció un artículo en el semanario «Cambio 16» sobre la Teología de la Liberación (T-L) lleno de tópicos y medias verdades sobre el tema. No somos partidarios de dar relevancia a quien no la merece, pero ante la imposibilidad de contestar en las mismas páginas, como hubiera sido nuestro deseo, y dado que el artículo citado aludía directamente a Comunión y Liberación (C.L.), hemos decidido dar nuestra opinión y clarificar en lo posible el tema y nuestra postura en él. Para ello hemos entrevistado a José Miguel Oriol, director de Ediciones Encuentro, y que pertenece a nuestro movimiento.
El artículo de Cambio 16 presenta a C.L. como un anti T-L, incluso como el instrumento utilizado por el Vaticano para combatir la T-L. Pero C.L. no es un «anti» sino que es una propuesta concreta. ¿Qué es lo que lo define?
Hay un dato cronológico inicial que es importante: C.L. es anterior a la T-L. La configuración del pensamiento y del juicio que constituye el movimiento es anterior al nacimiento de la T-L. De la T-L se habla a partir del libro de Gustavo Gutiérrez en 1971, y realmente se puede decir que el núcleo doctrinal de C.L. estaba formado desde hacía ya años. Lo que ocurre es que la fase madura del movimiento que propiamente se llama C.L. surge precisamente en torno a la cuestión de la liberación, cuestión que toda la generación cristiana de: los años 60 pone de relieve, incluso en su dimensión histórico-social y no solamente de liberación del pecado. La toma de conciencia de la situación de opresión-liberación que hay en el mundo y que se acrecienta con otras formas distintas, que no son ya la opresión militar o el dominio directo, sino el dominio indirecto -la más fuerte en los años 60-. La crítica del dominio indirecto y de las diversas formas de dependencia, y el surgimiento de la necesidad de liberación en el plano histórico-social, no fue algo externo a la Iglesia, sino que abarcó también a los cristianos comprometidos. En este caldo de cultivo se cuece la fórmula C.L., es decir, que la liberación tiene como condición la comunión, y a su vez esta es el principio de la liberación. Es más, fuera de la comunión no hay liberación verdadera. En medio del debate cultural sobre la liberación, esta es la propuesta que el movimiento hace en la Universidad de Milán ocupada en 1969.
En cierto sentido, el ámbito cultural de C.L. y el ámbito cultural de la T.L. son hijos de un tronco común. Por tanto, tenemos la misma preocupación por las comunidades de base, la misma preocupación por la dimensión existencial en la vida cristiana y no sólo en la dimensión institucional, etc. Lo que ocurre es que en el proceso nos separamos.
¿Cómo se produce ese proceso de separación?
La mayor parte de los núcleos revolucionarios latinoamericanos de ese momento eran núcleos muy ensamblados por la Iglesia, si no eran de la Iglesia. Hay pues, un proceso claro de separación. Dentro del ámbito cultural de la T-L se producen alianzas con otros poderes, frente a otra actitud de ir sólo con la Iglesia y con ninguno de los poderes del mundo. Esta última es una posición que yo llamo auténtica, basada únicamente en la fuerza que la Iglesia pueda tener. Y sabemos muy bien que la fuerza de la Iglesia no es sustancialmente económica y cultural (poderes fácticos reales), sino que su poder deriva de la cultura. La Iglesia es el único lugar donde se realiza una liberación auténtica, y es la única capaz de conducir a la humanidad hacia cotas de creciente liberación en el sentido social, histórico, político, etc. Hay un punto esencial, que ahora se repite mucho, y que antes ya se decía, que es que no hay liberación de estructuras si no hay cambio personal. El cambio personal es la condición del cambio de estructuras, pero éste requiere, a su vez, una estructura liberada, es decir una experiencia de comunión. Porque no cabe el aislamiento, el individualismo, el enfrentamiento aislado, el hacer la batalla sólo.
Con ello critico a la corriente liberacionista (teología, filosofía), en sus cuadros responsables de oportunismo; y a mucha gente de base que sigue esa corriente la juzgo ingenua. De ingenuidad derivada de una falta de cultura, de una falta de reflexión, de superficialidad, de basar su actitud fundamentalmente en sentimientos. Las consecuencias son como la experiencia demuestra. Casos como el de Cuba. ¿En que situación creéis que están los cristianos que lucharon en la revolución con Fidel Castro?... Muchos en la cárcel, muchos masacrados, muchos en el exilio; la gente que ha seguido siendo fiel a la Iglesia, claro. La gente que se ha apuntado al carro del nuevo poder y que se dice cristiana, no. Es evidente la ingenuidad; cómo lo que se está vendiendo como liberación, en el fondo conduce a una opresión mayor; cómo lo que se está vendiendo como auténtica actitud revolucionaria, como actitud de cambio y transformación, en el fondo conduce a posiciones de nueva comodidad, de nuevo ensamblaje con el poder, de nuevo poder con todas sus prebendas y privilegios.
Hay multitud de signos que indican esto, porque tal y como ahora está expresando el cardenal Ratzinger con toda claridad, no sólo hay que enfrentarse con la situación heredada de los años 50 y 60 en Occidente, es decir, con el imperialismo occidental bajo todas sus diversas formas, sino que también hay que enfrentarse con estos nuevos poderes emergentes.
La T-L ha asumido en buena parte el marxismo como método de análisis de la realidad. ¿Qué opinión tienes de esta situación?
En mi opinión hay un profundo desconocimiento del marxismo por parte de la mayoría de los teólogos de la liberación. Tienen una visión del marxismo muy doctrinal, muy de manual, tremendamente estructuralista, de los años 60, es decir, atrasada. Esto supone un hándicap para tomar la vía del marxismo y para desterrar lo muerto de él. La parte viva del marxismo es sustancialmente la plusvalía, la teoría de la acumulación a escala mundial, es decir, la crítica al proceso de acumulación de capital en el centro del mundo a costa de la explotación del trabajo humano en la periferia del mundo. Eso, además, es algo sobre lo que la Iglesia ha hablado muy claro durante los últimos 25 años, por ejemplo, no se ha desdicho aún lo que se dijo en la «Pacem in Terris». Esta parte viva del marxismo, de espíritu antirnodemista, de intuición de la dignidad del hombre, de valorización del trabajo como sustancialmente igual, es algo que la Iglesia ha asumido desde hace ya timpo. Sin embargo, esto es algo que el marxismo supercientífico, europeo y modernista ha olvidado hace mucho. Y de este marxismo es hija la T-L.
Los teólogos de la liberación a la vez de hacer un cambio propiamente económico y político, no hacen una crítica marxista en profundidad, y son tremendamente retóricos y poéticos. Y acaban asumiendo la parte burguesa del marxismo, la parte iluminista, hija de la Ilustración y del humanismo ateo, hija de una concepción del hombre absolutamente reductiva.
La T-L, introduciendo esta dimensión del marxismo dentro del pensamiento de la Iglesia, conduce a extremos que dispersan, disgregan y destruyen la cultura cristiana, cosa que Ratzinger critica con toda razón; por ejemplo, la aplicación del marxismo a los textos bíblicos, lecturas estrechamente politeístas del Evangelio, lecturas poéticas nada realistas, etc. En el lenguaje de la T-L. se mantiene una evocación a una liberación personal de las pasiones, por ejemplo, de la pasión de dominar, explotar, violentar y someter al otro. Evidentemente ningún cambio de estructuras económicas, sociales y políticas puede, ni podrá, producir una emancipación de lo que el cristianismo llama pecado original. Es decir, que el mal reside en el hombre y que el mal no se puede extirpar mediante una organización económica, social y política. Esto es algo evidente y es casi axiomático para alguien mínimamente consciente de lo que es la realidad humana.
El problema de la T-L es que mantiene algo así como «el evangelio para después», que es lo que critica Ratzinger, es decir, primero la liberación social política y económica, y después puesto que permanece aún cierta conciencia cristiana sobre el hombre, el evangelio para generar una solidaridad, una actitud caritativa o de respeto a la persona, una serie de valores sin los cuales no es posible el socialismo.
Tal actitud ¿No es una pérdida de la conciencia del hecho de Cristo como realidad presente en la historia y que juzga la historia?
¿Cuál es la postura de C.L. en términos precisos, una comunión productora de liberación?
¿Por qué la comunión? Una de las respuestas a este porqué es la conciencia de la pobreza humana, la conciencia del límite, del error, de la contradicción, de la incapacidad del hombre para salvarse por sí mismo. Esto no sólo es un sentido transcendente de un más allá de la muerte, sino que es también una incapacidad para salvarse en su existencia presente, terrenal. La conciencia del pecado y del límite, eso que se llama pobreza de espíritu, es una conciencia del mal. Y no es, por tanto, lo que en una lectura materialista se suele criticar como espiritualismo burgués desencarnado frente a una auténtica pobreza material.
La desaparición de tal conciencia desemboca en el reino de la ingenuidad. Una antropología optimista, rousseauniana: «Somos buenos, son las estructuras lo que nos pervierten y nos hacen malos»; conduce a esta especie de ingenuidad permanente en la que nadie es culpable de nada. Realmente esto es algo que entra en conflicto con la experiencia de todos los días, pero para huir de esta reflexión se plantea la sociedad del ruido. Porque, el punto de partida para la percepción del mensaje religioso en su auténtica profundidad, es decir, que arranque de la raíz y abarque toda la dimensión humana, sólo es posible cuando uno tiene conciencia de su propio límite y del mal.
Yo creo que lo que nos diferencia a nosotros es la conciencia del pecado, la conciencia del límite. Esta conciencia empuja a dos cosas: en primer lugar a la búsqueda de Dios, a la búsqueda de un encuentro con significado; en segundo lugar al descubrimiento de que la compañía es necesaria para que la existencia se conduzca, crezca y se desarrolle positivamente como experiencia de humanidad salvada a pesar del pecado. Por contra, en la T-L, en su tipo de homilética, de catequesis, de vida de comunidades cristianas de base, en sus preocupaciones, la conciencia del pecado es tan externa y exterior que normalmente no accede a la persona más que en su dimensión ética, en su dimensión de convivencia moral, de gesto, de comportamiento externo y no llega a abarcarla en su dimensión estructural profunda. Esto, en países donde la tensión política es muy fuerte, donde hay una dictadura militar, donde es demasiado evidente la opresión y hay una lucha contra ella, se puede sostener mucho tiempo. Uno puede vaciar todo su contenido cristiano en esa lucha y no tener crisis de fe, como es el caso de la mayor parte de la gente sencilla latino-americana que sigue estas corrientes, que unen su religiosidad y su oración a la lucha social y política. Pero esto no puede llevarnos a una confusión. Una cosa es la batalla del movimiento obrero y campesino latinoamericano cristiano, su vinculación de la esperanza de emancipación y de liberación política y social con su propia religiosidad; y otra cosa es la influencia que ejerce un cierto tipo de pensamiento en una parte de su militancia. Una influencia distorsionada que conduce, a veces, a la ruptura de la comunión eclesial con expresiones tales como la de que la lucha de clases también pasa por la Iglesia.
La gravedad de tales posturas es manifiesta porque la ingenuidad y desculpabilización producen un tipo de conciencia justificadora de todo. (Miremos por ejemplo, la justificación que hace Ernesto Cardenal de la lucha armada).
La teología de la liberación nace como respuesta a la imperiosa necesidad de liberación existente en Latinoamérica, y sus alineamientos políticos son considerados como la forma más inmediatamente eficaz para responder a esta necesidad. ¿ Qué respuesta da la Iglesia a estas exigencias de liberación?
Sí, es el problema de la eficacia política, de la supuesta eficacia política de las formaciones políticas revolucionarias armadas que, por otro lado, la historia ha demostrado que allí donde han llegado a alcanzar el poder han conducido a nuevas dictaduras cuartelarias (véase el caso de Cuba).
Yo concedo hoy pocas virtudes a la T-L.; otra cosa era hace quince años. Los teólogos de la liberación cada vez son más conscientes de con quién se han aliado. No han tomado una postura de sólo con la Iglesia, con todo lo ingenua que les pudiera parecer esta postura, dado que la Iglesia hoy sólo tiene fuerza desde la cultura, y la situación de la cultura cristiana hoy en día no es muy floreciente.
En estas circunstancias, elegir el camino que sigue la Iglesia puede, por tanto, ser atacado de ingenuidad política desde el punto de vista de la problemática de la liberación en su dimensión socio-política.
El papel de la Iglesia es la creación de una historia nueva, una mentalidad nueva que conduce a una política nueva, a una economía nueva, etc., que conduce a muchos hombres a asumir actitudes basadas en otro sistema de valores, a otra valoración de qué es lo que libera y qué es lo que ata en la historia humana.
Por otro lado el papel de la Iglesia en Latinoamérica siempre ha sido activo. La Iglesia en Latinoamérica no es vista como algo ajeno al pueblo, opuesto al pueblo y aliado con las oligarquías, sino lo contrario. (No tenemos más que fijarnos en el gran número de movimientos obreros católicos). No es, por tanto, verdad toda esta historia acentuada por los teólogos de la liberación. Incluso mucha parte de la oligarquía latinoamericana es laicista y anticatólica, de origen iluminista y burgués (por ej. en México, Argentina y Uruguay). En la crítica acerba hacia la institución de la Iglesia que hace la T-L., colocándola al lado de los opresores, hay una especie de traslación del esquema teórico marxista de la realidad, pero desde Europa la realidad no es así. Incluso desde dentro de la T-L. Porque la T-L. es hija de la Iglesia, lo que ocurre es que puede conducir a jirones que rompen con la Iglesia. Hay muchas corrientes dentro de la T-L. y lo que ha sido criticado desde el Vaticano son sólo algunos aspectos y corrientes, aquellos de los que yo ahora estoy hablando, aquellos que han introducido gran cantidad de elementos marxistas en la estructura de su pensamiento. Pero no cabe duda de que hay corrientes dentro de la T-L., que no renuncian a su eclesialidad y que no están de acuerdo con los teólogos marxistas ni con las fuerzas comunistas de sus países.
¿De dónde nace la consideración que hace la T-L., de una Iglesia jerárquica y otra de los pobres? ¿No implica tal postura una falta de comprensión de lo que es la Iglesia?
Nace de la acentuación en el seno de la Iglesia de una dimensión profética. Es decir, gentes que se consideran los profetas reformadores y justos que van a acabar con los pecados dentro de la propia Iglesia, pecados que, por supuesto, hay. Pero tampoco se puede negar que ha habido sectores de la Iglesia que desde siempre han tomado una opción preferencial por los pobres, y no sólo desde Medellín y Puebla. Y, por supuesto, en los últimos 20 años es un actitud generalizada, más o menos valiente, más o menos decidida, virtuosa y generosa, la efectiva dedicación a la defensa de los pobres y a la evangelización.
El problema está en que ciertos teólogos de la liberación viven mucho de «cara a la galería» europea, asumen el papel del intelectual que va a desvelar al pobre pueblo, ingenuo y que no sabe cuál es la realidad del mundo, la verdad de las cosas, utilizando para ello, de un modo acrítico y novedoso, el gran instrumento desvelador de la opresión y la miseria que sería el marxismo. Esto, progresivamente en ruptura con la antropología cristiana, con la tradición de la Iglesia, en ruptura con un sentirse como Iglesia.
¿Por qué en ruptura? ¿Hay realmente en Latinoamérica una situación de ruptura entre una Iglesia popular y los diversos episcopados?
Realmente el tema de la T-L., no está cerrado. La Iglesia ha empezado un diálogo en serio que va a provocar un decantamiento de fidelidades; o con la Iglesia o en ruptura con ella, es decir con ideologías ajenas y en último extremo con las armas. ¿En qué se basa nuestra esperanza y con quién nos la jugamos? Provocar esta clasificación es la motivación del documento del Vaticano.
Por otro lado ahora es cuando se va a ver la postura de los obispos brasileños y peruanos. Y esta postura necesariamente va a seguir siendo que la liberación social, histórica y política es consecuencia de una transformación humana, de un cambio que sólo lo puede producir la salvación acontecida: Cristo presente en tu historia congregando y reuniendo a los hombres en un nuevo tipo de fraternidad, en una posibilidad nueva de creación de una sociedad del amor, de la paz, etc... Y esto no es una utopía cristiana, sino una verdad operante, aunque sea sólo frágilmente. Es decir, el sujeto humano inserto en este tipo de experiencia comunional de iglesia salvada, es capaz de generar y asumir una responsabilidad en la historia que es liberadora. Por tanto, la realidad es muy distinta a como nos la presentan; así por ejemplo, toda la supuesta fuerza popular que hay detrás de Boff según el artículo de C-16, ese apoyo y protección del episcopado brasileño que ha visto en estos teólogos gente que ha querido fundamentar doctrinalmente una práctica pastoral por los pobres. Ciertamente los episcopados están con la Iglesia y, por ello deberán de decantarse las fidelidades dentro de la Teología de la Liberación.
El artículo de Cambio-16 presenta a T-L como la corriente realizadora del Concilio Vaticano II dentro de la Iglesia frente a posturas más reaccionarias y menos aperturistas en las que se incluyen a C.L. e incluso al pontificado de J.P. II. ¿Qué opinión te merece el pontificado de Juan Pablo II desde el punto de vista de la realización del Concilio?
El pontificado de Juan Pablo II es la actuación plena del Concilio. Después de una época de ajuste y puesta en marcha que fue el pontificado de Pablo VI, esta es una época de decisión, de poner en práctica el Concilio hasta sus últimas consecuencias sin tener miedo a quedarse sólo a medias. Y además, haciéndolo de un modo inteligente, es decir, sin tratar de quedarse en el ámbito de las minorías. Aunque el Papa es consciente de la falta de una auténtica cultura cristiana, de la escasez de gente conversa en el ámbito de las minorías, no por ello se dedica a las minorías, sino que habla abiertamente y además, la mayoría del pueblo oye su palabra.
El pontificado de J.P. II es pues, la puesta en práctica también de las esperanzas que el Concilio suscitó en la gente que está en la órbita de la T-L.; de una Iglesia en movimiento; de una Iglesia comprometida; emancipada de los poderes y no identificada con la cristiandad que la precedía; una Iglesia misionera y crítica consigo misma; una Iglesia comprometida con los pobres y que lucha por un mundo más igual, más fraterno y justo. Esta Iglesia está, además, también más cercana a las preguntas del hombre del primer mundo, donde el drama no es tanto la miseria económica, sino la miseria moral.
Es pues una Iglesia moderna capaz de asumir críticamente categorías no sólo del marxismo (ver, por ejemplo, la «Laborem Exercens» donde el Papa asume categorías analíticas propias del marxismo), sino también del existencialismo, etc.
Entonces, ¿Por qué crees que se trata de desacreditar a este pontificado y a la Iglesia en general? ¿Por qué se escriben artículos al estilo del aparecido en C-16?
Se hacen desde fuera de la Iglesia. Hay gentes que en su actuación piensan que es estrictamente necesario arrinconar a la Iglesia ¿Cómo? Dividiendo, ahondando, es decir, provocando confusión y enfrentamientos. Y esto se hace de un modo consciente, porque hay un sector importante de gente que piensa que es necesario arrinconar a la Iglesia, que la Iglesia es retardatoria en el proceso de emancipación de la sociedad y de la humanidad.
Con este tipo de posturas en el fondo se está destrozando la única esperanza que les queda a los pobres del mundo y se está defendiendo la dialéctica infernal de las dos superpotencias. Es decir, la destrucción de la Iglesia a través de este tipo de ataques trae como consecuencia el que objetivamente se propicie un apoyo indirecto al mundo de los privilegios, al primer mundo, a una Europa que dicta al mundo su conciencia.
La Iglesia es la razón más importante que tienen los pobres para esperar un futuro mejor, es el mejor apoyo humano para un eficaz progreso hacia mayores cotas de justicia, de emancipación y promoción humana. Atacando la unidad de la Iglesia, arrinconándola y desprestigiándola se está debilitando la causa de los pobres porque la causa de los pobres es cristiana.
La causa de los pobres tiene un origen cristiano y no marxista. Marx siempre dijo que la revolución socialista era el proceso de culminación del desarrollo capitalista y que por tanto el sujeto de la historia, del que él se ocupó, era el proletariado industrial. Por otro lado, la historia ha hecho que incluso este proletariado obtuviera su salario de la plusvalía generada en los países del tercer mundo; por tanto, hoy en día el proletariado (objeto de la teoría marxista) participa del proceso de explotación.
El problema radica entonces en que el marxismo ha suscitado una mayor tolerancia en el mundo intelectual y estudiantil europeos que entre los pobres reales. Y los cristianos que han asumido el marxismo lo han hecho en una clave moralizante que no es el marxismo auténtico. Esta alianza en las situaciones concretas de Latinoamérica les ha llevado a aliarse con los partidos marxistas que han abanderado toda «moralina» en favor de la eficacia política a través de la dialéctica de las armas. La Iglesia considera que esto no es una esperanza real de liberación, y hay demasiadas ocasiones para caer en la cuenta de ello.
Normalmente se suele enjuiciar a la realidad eclesial desde un fácil dualismo derecha-izquierda, o mejor, conservadurismo-progresismo. A este pontificado y al movimiento C.L. les ha tocado el papel conservador, mientras la T-L sería la corriente progresista. ¿Se puede interpretar la realidad eclesial así?
Las dos ramas dentro de la Iglesia, que reductivamente y caricaturescamente C-16 señala como C.L. y T .L., son las fuerzas postconciliares. Evidentemente el panorama es algo mucho más amplio. Hay también dentro de la Iglesia gente que ha hecho el Concilio a rastras, contra su propia conciencia, y estos sí que son un tercer polo restaurador y defensivo.
El enervamiento, el miedo, y las críticas desde el ámbito aliado a la T.L. fuera de la Iglesia, y que interesadamente maneja a los teólogos de la liberación como los «buenos de la película» en contra de nosotros (al decir nosotros me refiero a C.L. pero también a todo el ámbito cultural cercano a J.P. II), es mucho mayor porque saben que somos una fuerza moderna. Saben muy bien que no somos ese polo retrógrado y post-conciliar que no ha hecho la batalla por la cultura y la liberación. Además, es muy significativo en este sentido que la palabra liberación se encuentre en las dos partes. Lo que en el fondo les molesta y les pone nerviosos es que existan dentro de la Iglesia fuerzas modernas y postconciliares, fuerzas que no tienen miedo de la ciencia, de la cultura, de la socialización, etc ... A ellos les interesaría reducir el panorama a una T.L. aliada de las fuerzas progresistas frente a una Iglesia reaccionaria y conservadora de privilegios. Es decir, un fácil maniqueismo, cuando está claro que ni J.P. II, ni Ratzinger, ni C.L. son nada de eso. Por eso J.P. II es atacado porque desata, desde dentro de la Iglesia, fuerzas de futuro.
En España esto no se manifiesta todavía socialmente de un modo amplio, y eso que los obispos con sus cartas pastorales demuestran que la Iglesia no está arrinconada.
Hay muchos sectores laicistas, que en España son predominantemente progresistas y de izquierdas pero que en otros países son de derechas y conservadores, a los que les gustaría que la Iglesia fuese una fuerza arrinconada atrás. C.L., J. P. II, etc. seríamos la revolución liberal conservadora, es decir, la derecha. Entonces no se hace ninguna distinción por ejemplo entre el Opus Dei y C.L., haciendo una identificación cómoda y simplificadora pero que no se ajusta a la realidad. Porque J.P. II va a la UNESCO y es capaz de pronunciar un discurso que no teme a la ciencia, etc. Es decir, hay demasiados datos y hechos que les gustaría arrinconar, pero que no pueden. Y eso que en España es más fácil hacerlo porque la situación de la opinión pública, con su maniqueísmo derecha-izquierda sofoca más de la cuenta. En la conciencia de la derecha y de la izquierda española la Iglesia no aparece como una tercera fuerza, lo cual no quiere decir que se corresponda con la realidad social del país, porque muchísima gente sabe que la Iglesia no es ni la derecha ni la izquierda.
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