Va al contenido

Huellas N.7, Febrero 1985

PALABRA DEL PAPA

La paz y los jóvenes caminan juntos

Joannes Paulus PP. II

A todos vosotros que creéis en la urgencia de la paz.
A vosotros, padres y educadores, que queréis ser promotores de paz.
A vosotros, dirigentes políticos, que tenéis una responsabilidad directa en la causa de la paz.
A vosotros, hombres y mujeres de la cultura, que buscáis la construcción de la paz en la civilización de hoy.
A todos vosotros que sufrís a causa de la paz y la justicia.
Y, sobre todo, a vosotros, jóvenes del mundo, cuyas decisiones sobre vo­sotros mismos y sobre vuestra vocación en la sociedad determinarán el porve­nir de la paz hoy y mañana.
A todos vosotros y a codos los hom­bres de buena voluntad envío mi men­saje en la XVIII Jornada Mundial de la Paz, porque la paz es una preocupa­ción primordial, un desafío ineludi­ble, una inmensa esperanza.

1. Los problemas y las esperanzas del mundo nos interpelan cada día
Es un hecho: llevamos con noso­tros el desafío de la paz. Vivimos un tiempo difícil en el que son muchas las amenazas de la violencia y guerra des­tructoras. Profundos desacuerdos en­frentan mutuamente a diversos grupos sociales, pueblos y naciones. Hay mu­chas situaciones de injusticia que no explotan en conflictos abiertos sólo porque la violencia de los que deten­tan el poder es tan grande que priva a los que no tienen poder hasta de la energía y oportunidad de reclamar sus propios derechos. En efecto, hoy exis­ten pueblos a los que regímenes totali­tarios y sistemas ideológicos impiden ejercer su derecho fundamental de de­cidir ellos mismos sobre su propio fu­turo. Hombres y mujeres sufren hoy insoportables insultos a su dignidad humana por la discriminación racial, el exilio forzado o la tortura. Hay quienes son víctimas del hambre y la miseria. Otros están privados de la práctica de sus creencias religiosas o del desarrollo de su propia cultura.
Es más importante discernir las causas últimas de esta situación de conflicto, la cual hace que la paz resul­te precaria e inestable. La promoción efectiva de la paz exige que no nos li­mitemos a deplorar los efectos negati­vos de la presente situación de crisis, de conflicto y de injusticia; estamos llamados a destruir las raíces que cau­san estos efectos. Tales causas últimas hay que buscarlas especialmente en las ideologías que han dominado nuestro siglo y que continúan dominándolo, manifestándose en sistemas políticos, económicos y sociales que asumen el control del modo de pensar del pueblo. Estas ideologías están marcadas por una actitud totalitaria que descui­da y oprime la dignidad y los valores trascendentes de la persona humana y sus derechos. Semejante actitud pre­tende la dominación política, econó­mica y social con una rigidez y método tales que se cierra a todo auténtico diálogo y a cualquier forma real de com­partir. Algunas de estas ideologías se han convertido en una suerte de falsa religión secularizada, que pretende aportar la salvación a toda la humani­dad, pero sin dar prueba alguna de su propia verdad.
Pero la violencia y la injusticia tienen raíces profundas en el corazón de cada individuo, de cada uno de noso­tros, en la manera diaria de pensar y de obrar de la gente. Fijémonos sólo en los conflictos y divisiones en la fa­milia, en los matrimonios, entre pa­dres e hijos, en las escuelas, en la vida profesional, en las relaciones entre grupos sociales y entre generaciones. Pensemos sólo en los casos en los que se viola el derecho básico a la vida de los seres humanos más débiles e inde­fensos.
Pero incluso ante éstos -y muchos otros males- no tenemos derecho a perder la esperanza; ¡tan grandes son las energías que brotan del corazón de la gente que cree en la justicia y la paz! La crisis presente puede y debe conver­tirse en ocasión de conversión y cam­bio de mentalidades. El tiempo que vivimos no es tiempo de peligro e in­quietud. Es una hora de esperanza.

2. La paz y los jóvenes caminan juntos
Las dificultades presentes son realmente un test para nuestra humani­dad. Pueden ser hitos decisivos en el camino hacia una paz duradera, por­que suscitan los más audaces sueños y desencadenan las mejores energías de la mente y del corazón. Las dificulta­des son un desafío para todos. La espe­ranza es un imperativo para todos. Pe­ro hoy quiero llamar vuestra atención sobre el papel que corresponde a la ju­ventud en el esfuerzo por construir la paz. En el umbral de un nuevo siglo y de un nuevo milenio debemos ser conscientes de que el futuro de la paz y, por consiguiente, el futuro de la hu­manidad dependen, sobre todo, de las opciones morales fundamentales que la nueva generación de hombres y mu­jeres está llamada a tomar. Dentro de pocos años, los jóvenes de hoy serán los responsables de la vida familiar y de la vida de las naciones, el bien co­mún de todos y de la paz. En el mun­do entero, los jóvenes han comenzado a preguntarse: ¿qué puedo hacer yo? ¿qué podemos hacer nosotros? ¿hacia dónde nos llevan nuestros senderos? Quieren dar su aportación a la salva­ción de una sociedad herida y débil. Quieren ofrecer soluciones nuevas a problemas viejos. Quieren construir una nueva civilización de solidaridad ­fraterna. Inspirándome en los jóvenes, quiero invitar a todos a reflexionar so­bre estas realidades. Pero quiero diri­girme de un modo especial y directo a los jóvenes de hoy y de mañana.

3. Jóvenes, no tengáis miedo de vuestra propia juventud
La primera llamada que quiero ha­ceros, hombres y mujeres jóvenes de hoy, es ésta: ¡no tengáis miedo! No tengáis miedo de vuestra propia ju­ventud y de los profundos deseos de felicidad, de verdad, de belleza y de amor eterno que abrigáis en vosotros mismos. Hay quien dice que la socie­dad de hoy teme estos potentes deseos de los jóvenes y que vosotros mismos les tenéis miedo. ¡No temáis! Cuando os miro, jóvenes, siento un gran agra­decimiento y una gran esperanza. El futuro del próximo siglo está en vues­tras manos. El futuro de la paz está en vuestros corazones. Para construir la historia, como vosotros podéis y de­béis hacer tenéis que liberarla de los fal­sos senderos que sigue. Para hacer esto, debéis ser gente con una profunda confianza en el hombre y una profun­da confianza en la grandeza de la vo­cación humana, una vocación a reali­zar con respecto de la verdad, de la dignidad y de los derechos inviolables de la persona humana.
Veo que en vosotros surge una nueva conciencia de vuestra responsa­bilidad y una nueva sensibilidad hacia las necesidades de vuestros prójimos. Os conmueve el hambre de paz que tanta gente comparte con vosotros. Os aflige tanta injusticia a vuestro alrede­dor. Descubrís un peligro abrumador en los gigantescos arsenales de armas y en la amenaza de la guerra nuclear. Sufrís cuando contempláis la exten­sión del hambre y la malnutrición. Os preocupa el medio ambiente hoy y pa­ra las generaciones futuras. Estáis ame­nazados con el desempleo, y muchos de vosotros os encontráis ya sin trabajo y sin perspectivas de un empleo conve­niente. Estáis perturbados por tanta gente que vive política y espiritual­mente oprimida y que no puede ejer­cer sus derechos humanos fundamen­tales como individuos o como comuni­dades. Todo esto puede suscitar el sen­timiento de que la vida tiene poco sentido.
En esta situación, algunos de voso­tros podéis sentiros tentados a huir de vuestra responsabilidad: en los iluso­rios mundos del alcohol y la droga, en efímeras relaciones sexuales sin com­promiso matrimonial o familiar, en la indiferencia, el cinismo y hasta en la violencia. Estad alerta contra el fraude de un mundo que quiere explotar o dirigir mal vuestra enérgica y ansiosa búsqueda de felicidad y orientación. No quedéis bloqueados en la búsqueda de las auténticas respuestas a las cuestiones que os asaltan. No tengáis miedo.

4. La cuestión ineludible: ¿cuál es vuestra idea de hombre?
Entre las cuestiones ineludibles, que os debéis plantear, la primera y principal es ésta: ¿cuál es vuestra idea de hombre?, ¿qué constituye, en vues­tra opinión, la dignidad y grandeza del ser humano? Esta es una cuestión que vosotros, jóvenes, os planteáis a vo­sotros mismos, pero que la lanzáis también a la generación que os ha precedido, a vuestros padres y a los que en distintos niveles tienen la responsa­bilidad de preocuparse por el bien y los valores del mundo. El intento de respuesta, honesto y abierto, a estas cuestiones puede llevar a jóvenes y mayores a examinar sus propias accio­nes y su propia historia. ¿No es verdad que con mucha frecuencia, sobre todo en los países más desarrollados y ricos, la gente ha caído en una idea materia­lista de la vida? ¿No es verdad que, al­gunas veces, los padres creen haber cumplido con sus obligaciones respec­to a sus hijos porque les han ofrecido más allá de la satisfacción de las nece­sidades básicas, mayor abundancia de bienes materiales, como respuesta a sus vidas? ¿No es verdad que, obrando así, están transmitiendo a las genera­ciones jóvenes un mundo pobre en va­lores espirituales esenciales, pobre en paz y pobre en justicia? ¿No es igual­mente cierto que en otros países la fas­cinación de ciertas ideologías ha deja­do a las generaciones jóvenes una he­rencia de nuevas formas de esclavitud sin la libertad de aspirar a los valores que ennoblecen la vida en todos sus aspectos? Preguntáos a vosotros mis­mos qué clase de personas queréis ser y queréis que sean los demás, qué tipo de cultura queréis construir. Haceos estas preguntas y no tengáis miedo de las respuestas, aunque os exijan un cambio de dirección en vuestros pen­samientos y fidelidades.

5. La cuestión fundamental: ¿quién es vuestro Dios?
La primera cuestión lleva a otra más básica y fundamental: ¿Quién es vuestro Dios? No podemos definir nuestra noción de hombre sin definir un absoluto, una plenitud de verdad, de belleza y de bondad por la que nos dejamos conducir en la vida. Es verdad que el hombre, «imagen visible de Dios invisible», no puede responder a la pregunta acerca de quién es él, sin afirmar al mismo tiempo quién es su Dios. Es imposible relegar esta cues­tión a la esfera de la vida privada de la gente. Es imposible separar esta cues­tión de la historia de las naciones. Hoy, las personas se ven expuestas a la tentación de rechazar a Dios en nom­bre de su propia humanidad. Donde quiera que se dé este rechazo, las som­bras del miedo extenderán su tenebro­so manto. El miedo nace cuando mue­re Dios en la conciencia del hombre. Todos sabemos, aunque oscuramente y con temor, que allí donde Dios mue­re en la conciencia de la persona hu­mana, se sigue inevitablemente la muerte del hombre. imagen de Dios.

6. Vuestras respuestas: opciones basadas en valores
La respuesta que deis a estas dos preguntas interrelacionadas marcará la dirección del resto de vuestra vida. Ca­da uno de nosotros, en los tiempos de nuestra juventud, tuvimos que en­frentarnos con estas cuestiones y, en cierto momento, tuvimos que llegar a una conclusión que marcó nuestras opciones futuras, nuestros caminos, nuestras vidas. Las respuestas que vo­sotros, jóvenes, deis a estas preguntas determinarán también el tipo de res­puesta que daréis a los grandes desa­fíos de la paz y la justicia. Si habéis de­cidido constituiros vosotros mismos en vuestro Dios, sin mirar a los demás, os convertiréis en instrumentos de divi­sión y de enemistad, incluso en instru­mentos de guerra y de violencia. Al deciros esto, quisiera señalaros la importancia de las opciones que suponen valores. Los valores son los apoyos de vuestras opciones, que determinan no sólo vuestras propias .vidas, sino tam­bién las políticas y estrategias para construir la vida de la sociedad. Y re­cordad que es imposible crear una di­cotomía entre los valores personales y los sociales. No es posible vivir en la inconsecuencia: ser exigente con los demás y con la sociedad y vivir, por otra parte, una vida personal de per­misividad.
Tenéis que decidir qué valores queréis construir en la sociedad. Vues­tras opciones determinarán si en el fu­turo sufriréis la tiranía de sistemas ideológicos que reducen las dinámicas de la sociedad a la lógica de la lucha de clases. Los valores que escojáis hoy de­terminarán si las relaciones entre las naciones continuarán siendo sombrías a causa de las tensiones, producto de inconfesados o abiertamente procla­mados designios de subyugar a los pueblos con regímenes en los que Dios no cuenta, y en los que la dignidad de la persona humana es sacrificada a las exigencias de una ideología que inten­ta divinizar la colectividad. Los valores con los que os comprometáis en vues­tra juventud determinarán si estaréis satisfechos con la herencia de un pasa­do en el que el odio y la violencia sofo­can el amor y la reconciliación. De las opciones de cada uno de vosotros, hpy, dependerá el futuro de vuestros hermanos y hermanas.

7. El valor de la paz
La causa de la paz, el constante e ineludible desafío de nuestros días os ayuda a descubriros a vosotros mismos y a descubrir vuestros valores. Las rea­lidades son espantosas y aterradoras. Millones gastados en armas. Recursos de medios materiales e intelectuales dedicados sólo a la producción de ar­mamentos. Posturas políticas que a ve­ces no recomiendan ni unen a los pue­blos, sino que más bien crean barreras y aislan a unas naciones de otras. En estas circunstancias, el justo sentido de patrimonio puede caer víctima de un fanático particularismo, el honroso servicio de defensa de un país puede ser mal interpretado y hasta ridículo (cfr. «Gaudium et spes», 79). En medio de tantas voces de sirena de interés personal, los hombres y mujeres de paz deben aprender a tener en cuenta, en primer lugar, los valores de la vida y a actuar confiadamente para poner en práctica esos valores. La llamada a ser artífices de la paz se sentirá firme­mente en la llamada a la conversión del corazón, como lo recordé en el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del año pasado. Se verá reforzada por un compromiso de diálogo hones­to mutuo, unido a una valoración rea­lista de las justas exigencias y legítimos intereses de codos los concernidos. In­tentará reducir el arsenal de armas cu­ya existencia masiva provoca el miedo en los corazones de la gente. Se dedi­cará a la construcción de puentes -culturales, económicos, sociales y políticos- que permitan un mayor in­tercambio entre las naciones. Promo­verá la causa de la paz como causa de cada uno, no con eslóganes que divi­den o con acciones que agitan innece­sariamente las pasiones, sino con con­fianza tranquila, fruto del compromi­so con los auténticos valores y con el bien de toda la humanidad.

8. El valor de la justicia
El bien de la humanidad es en úl­tima instancia la razón por la que de­béis asumir como vuestra la causa de la paz. Al deciros esto, os invito a no concentrar vuestra atención sólo en la amenaza a la paz generalmente referi­da al problema Este-Oeste, sino a ir más allá y pensar más bien en todo el mundo, incluidas las así llamadas ten­siones Norte-Sur. Como en ocasiones anteriores, hoy quiero afirmar de nue­vo que estos dos problemas -paz y desarrollo- van unidos y hay que afrontarlos juntos si los jóvenes de hoy quieren heredar mañana un mundo mejor.
Uno de los aspectos de esta rela­ción es el despliegue de recursos para un objetivo (armamentos) más que para el otro (desarrollo). Pero la cone­xión real no está simplemente en el uso de los recursos, por muy impor­tantes que sean. Es la que se da entre los valores que llevan al compromiso por el desarrollo en un sentido autén­tico. Porque lo mismo que la paz verdadera exige más que la ausencia de guerra o el mero desmantelamiento de los sistemas de armamentos, así tam­bién el desarrollo, en su verdadero e íntegro sentido, no puede reducirse nunca solamente a un plan económico o a una serie de proyectos técnicos, prescindiendo del valor que puedan tener. En el área global del progreso que llamamos paz y justicia se deben aplicar los mismos valores que surgen de la idea que tenemos del hombre y de Dios en relación con toda la raza humana. Los mismos valores que lle­van al compromiso de ser artífices de paz deben impulsar a la promoción del desarrollo integral de todo hombre y de todos los pueblos.

9. El valor de la participación
Un mundo de justicia y de paz no puede ser creado sólo con palabras y no puede ser impuesto por fuerzas ex­ternas. Debe ser deseado y debe llegar como fruto de la participación de todos. Es esencial que todo hombre ren­ga un sentido de participación, de to­mar parte en las decisiones y en los es­fuerzos que forjan el destino del mun­do. En el pasado, la violencia y la in­justicia han arraigado frecuentemente en el sentimiento que la gente tiene de estar privada del derecho a forjar sus propias vidas. No se podrán evitar nuevas violencias e injusticias allí don­de se niegue el derecho básico a parti­cipar en las decisiones de la sociedad. Pero este derecho debe ejercerse con discernimiento. La complejidad de la vida en la sociedad moderna exige que el pueblo delegue en sus líderes el po­der de tomar decisiones, con la segura confianza de que sus líderes tomarán decisiones ordenadas al bien de su propio pueblo y de todos los pueblos. La participación es un derecho, pero conlleva también obligaciones: ejer­cerla con respeto hacia la dignidad de la persona humana. La confianza mu­tua entre ciudadanos y dirigentes es fruto de la práctica de la participación, y la participación es una piedra angu­lar para la construcción de un mundo de paz.

10. La vida: una peregrinación de descubrimiento
Os invito a todos, jóvenes del mundo, a asumir vuestra responsabili­dad en la más grande de las aventuras espirituales que la persona puede afrontar: construir la vida humana de los individuos y de la sociedad con res­peto por la vocación del hombre. Pues es verdad que la vida es una peregrina­ción del descubrimiento: descubri­miento de lo que sois, descubrimiento de los valores que forjan vuestras vi­das, descubrimiento de los pueblos y naciones para estar todos unidos en la solidaridad. Aunque este camino de descubrimiento es más evidente en la juventud, es un camino que nunca termina. Durante toda vuestra vida debéis afirmar y reafirmar los valores que os forjan y que forjan el mundo: los valores que favorecen la vida, que reflejan la dignidad y vocación de la persona humana, que construyen un mundo en paz y justicia.
Entre los jóvenes de codo el mun­do existe un consenso sobre la necesi­dad de la paz. Esto supone un extraor­dinario potencial de fuerza para el bien de todos. Pero los jóvenes no de­ben conformarse con un deseo instin­tivo de paz. Este deseo debe transfor­marse en una firme convicción moral que abarca toda la cadena de problemas humanos y construye sobre valores profundamente apreciados. El mundo necesita jóvenes que hayan bebido en la profundidad de las fuentes de la verdad. Necesitáis escuchar la verdad y para ello precisáis pureza de corazón; necesitáis comprenderla, y para ello precisáis profunda humildad; necesi­táis rendiros a ella y compartirla, y pa­ra ello precisáis la fuerza de resistir a las tentaciones de orgullo, de la auto­suficiencia y la manipulación. Debéis forjar en vosotros mismos un profundo sentido de responsabilidad.

11. La responsabilidad de la juventud cristiana
Os quiero urgir este sentido de res­ponsabilidad y compromiso con los va­lores morales a vosotros, jóvenes cris­tianos, y con vosotros a todos los her­manos y hermanas que confían en el Señor Jesús. Como cristianos sois cons­cientes de ser hijos de Dios, que compartís su naturaleza divina, en­vueltos en la plenitud de Dios en Cris­to. Cristo Resucitado os da la paz y la reconciliación como su primer don. Dios, paz eterna, ha dado la paz al mundo a través de Cristo, Príncipe de la Paz. La paz ha sido derramada en vuestros corazones y en ellos está es­parcida más profundamente que todas las inquietudes de vuestras mentes, más que todos los tormentos de vues­tros corazones. Que el Dios de la paz dirija vuestras mentes y corazones. Que Dios os dé su paz no como una posesión para retener, son como un tesoro que poseéis sólo cuando lo com­partís con los demás.
En Cristo podéis creer en el futuro, aunque no podáis discernir su confi­guración. Podéis entregaros vosotros mismos al Señor del futuro, y así ven­cer vuestro miedo ante la magnitud de la tarea y el precio que hay que pagar. A los discípulos desanimados de Emaús, el Señor les dijo: «¿No era pre­ciso que el Mesías padeciese esto y en­trase en su gloria?» (Le 24, 26). El Se­ñor os dice lo mismo a cada uno de vo­sotros. No tengáis miedo, por tanto, a comprometer vuestras vidas con la paz y la justicia, pues sabéis que el Señor está con vosotros en todos vuestros caminos.

12. El Año Internacional de la Juventud
En este año, declarado por las Na­ciones Unidas Año Internacional de la Juventud, he querido dirigir mi men­saje anual con motivo de la Jornada de la Paz a vosotros, jóvenes de todo el mundo. Que este año sea para cada uno un año de profundos compromi­sos en favor de la paz y la justicia que to­das vuestras opciones sean adoptadas con coraje y vividas con fidelidad y res­ponsabilidad. Cualesquiera que sean los senderos que recorráis, recorredlos con esperanza y confianza; esperanza en el futuro que, con la ayuda de Dios; po­déis forjar; confianza en Dios que vela sobre vosotros en todo lo que decís y hacéis. Todos los que os hemos prece­dido queremos compartir con vosotros un profundo compromiso por la paz. Todos vuestros contemporáneos se os unirán en vuestros esfuerzos. Los que os sucedan se sentirán inspirados por vosotros en la medida en que hayáis buscado la verdad y hayáis vivido auténticos valores morales. El desafío de la paz es grande, pero grande es también la recompensa, ya que en vuestro compromiso en favor de la paz descubriréis lo mejor de vosotros mis­mos al pretender lo mejor para cada uno de los demás. Vosotros estáis cre­ciendo y con vosotros crece la paz.
Que .este Año Internacional de la Juventud sea también para padres y educadores ocasión de revisar sus res­ponsabilidades con relación a los jóve­nes. Frecuentemente sus consejos son rechazados y cuestionadas sus relacio­nes. Pero ellos tienen mucho que ofre­cer en sabiduría, constancia y expe­riencia. Su misión de acompañar a la juventud en la búsqueda de orienta­ción es insustituible. Los valores y mo­delos que ellos enseñan a la juventud deben, sin embargo, reflejarse clara­mente en sus propias vidas para que sus palabras no pierdan poder de per­suasión y sus vidas no constituyan una contradicción, que los jóvenes recha­zarán con razón.
Para terminar este Mensaje, os pro­meto mi oración diaria por este Año Internacional de la Juventud, en el que los jóvenes responderán a la lla­mada de la paz. Pido a todos mis her­manos y hermanas que se unan a mí en esta oración a nuestro Padre del cie­lo, para que ilumine a todos los que tenemos la responsabilidad de la paz, y especialmente a los jóvenes, de tal manera que los jóvenes y la paz pue­dan caminar siempre juntos.

Vaticano, 8 diciembre de 1984

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página