Las apariciones de la Virgen son acontecimientos excepcionales, por medio de los cuales la misericordia de Dios sustenta y se hace compañía con el hombre de forma extraordinaria, para ayudar al hombre en un trabajo de cambio de si mismo. Y esto porque Dios es familiar con el hombre ("¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros?": Dt. 4,7), familiar más que el padre y la madre.
Dios envía a la Madre de Cristo y Madre del pueblo que se incorpora a Cristo porque Ella es el arquetipo, el modelo de nuestra vida, de nuestra humanidad. ¿Por qué es modelo de nuestra vida?
El hombre moderno ha buscado siempre la salvación en la afirmación de sí mismo, y esto lo ha llevado inevitablemente a reconocer su limitación más grande: el egoísmo. Solo en Cristo es donde el hombre puede realizar plenamente su propia humanidad y es gracias a la Virgen que esta posibilidad se ha convertido en un hecho, en un hombre presente en la historia. Sin la Virgen, nuestra búsqueda de la justicia, de la verdad, de la belleza, de la felicidad sería en vano.
En Ella se han manifestado los factores fundamentales de lo humano.
El primero es la memoria, es decir la conciencia de pertenecer al pueblo de Dios y a una tradición, lo que ha enseñado a la Virgen a reconocer el valor universal de la Anunciación del Ángel.
El segundo es la disponibilidad, la libertad de aceptar el designio de Dios. Desde su "fiat" (hágase en mi según tu palabra) depende nuestra salvación.
El tercer factor, que es fundamental en la experiencia de todo hombre, es la prueba. La virgen quedó sola después del anuncio del Ángel y siguió viviendo su experiencia cotidiana, sin "ver" nada. Solo su fidelidad, tenaz y sencilla, le permitió llevar adelante su destino, incluso en las dificultades.
La Virgen es un fuerte reclamo a reconocer que no se puede ser hombre auténtico si no es en la compañía de Jesucristo.
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