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Huellas N.3 y 4, Mayo 1984

NUESTROS DÍAS

Integrismo y progresismo se oponen porque se parecen

Jesús Carrascosa

Intentar juzgar y encajonar todo en la realidad en estos dos polos, como frecuentemente se hace, a menudo con un desconocimiento total del interlocutor, es un simplismo y una miopía intelectual, pues sería como li­mitar toda la policromía al blanco y negro, olvidando que en el medio existen el amarillo, el verde, el azul. etc,, y a su vez en cada uno de éstos toda una gama de matices.
Con frecuencia se es integrista o progresista de alguien que nos juzga visceral y apasionadamente, dejando al descubierto su propia parcialidad e intolerancia. Por otra parte, estos términos se usan con bastante li­gereza, dando la impresión de desconocimiento conceptual e histórico de los mismos. Razón que nos anima a dedicar unas líneas a clarificarlos en nues­tra revista.
En primer lugar, hay que afirmar que ambos fenómenos son ante to­do una actitud ante la vida, que, en algunas ocasiones, han cristalizado -también en movimientos organizados. Pero ambas actitudes nacen de un mismo talante, aunque caminen por derroteros opuestos y tal vez sea este el motivo por el que se aborrecen y ataquen tan violentamente. Se oponen porque se parecen.

1) Coincidencias del "integrismo" y "progresismo"
a) Ambos pretenden poseer la verdad y, por lo tanto, orientar y representar a la Iglesia a la que consideren desorientada. El integrismo intenta representar a la Iglesia insistiendo en la tradición y en la ortodoxia; mientras que el progresismo insiste en la vida y el porvenir, el progreso o lo que ellos entienden por tal (marxismo, tercermundismo, obrerismo, ciencia, etc.). Como si en nuestros días se pudiera hablar de progreso en un sentido unívoco, mientras la realidad nos muestra a diario la equivocidad de este en cualquier campo. Todo tiene luces y sombras, aspectos positivos y negativos, y todo depende del uso que el hombre haga de las cosas. Así, por ejemplo, el progreso de la energía nuclear o de la informática, empleados para usos pacíficos, abren enormes esperanzas para la humanidad; pero también despiertan enormes temores de emplearse con fines bélicos y do­minadores.
b) Los dos son sectarios, rechazan a los demás y se ven a sí mismo, con aire de superioridad.
c) Apoyan modelos políticos parciales, de distinto signo natural­mente, absolutizándolos y perdiendo, por lo tanto, la libertad para valorarlos en su justa medida y cerrando incluso la posi­bilidad de encontrar caminos nuevos, sistemas nuevos, para la humanidad.

El integrista es partidario de regímenes autoritarios e incluso a veces totalitario. El progresista, por su parte, en política es revolucionario, aceptando incluso la violencia y olvidándose de que toda revolución es jacobina.
d) Ambos son maniqueos, dividen al resto de la humanidad en buenos y malos, como si las personas y los sistemas fuesen tan fáciles y simples de juzgar, como si el bien y el mal fuesen una espe­cie de agua y aceite que no se pudiesen mezclar.
e) Ambos son totalitarios en potencia. De ellos dice acertadamen­te Folliet: "De los totalitarismos tienen la lógica abstracta, el espíritu de sistema y de geometría, la intolerancia, la in­capacidad para volver a empezar, la ausencia de autocrítica, que se traduce en una ausencia de humor. Pueden manejar la iro­nía y el sarcasmo. No saben bromear, reír franca y libremente. Son rígidos, dramáticos, apocalípticos".
f) Ambos son hijos del miedo. El progresista tiene miedo a la so­ledad del cristiano en la sociedad y en la historia, tiene mie­do a perder el tren del progreso o a quedar fuera de la última revolución triunfante. Su miedo le hace huir hacia delante.
El integrista, en cambio, tiene miedo a la soledad en un mundo descristianizado, a perder viejos privilegios, añora la alianza del trono y del altar, como si esa alianza siempre hubiese sido positiva para los hombres y para la propia Iglesia. Tiene miedo ante las situaciones nuevas y como el pro­gresista, también huye, pero hacia atrás...
g) Ambos se creen poseedores de la verdad absoluta y consecuente­mente son intransigentes e intolerantes con los demás que no piensan como ellos. Ambos no dialogan, monologan, no reconocen sus errores, pues siempre tienen razón. No discuten, condenan.
Alguien ha definido al integrismo como una "sobrecar­ga de ortodoxia", lo que después de todo lo dicho es bastante exacto, aunque incompleto. El integrista añade a la Verdad sus verdades y fácilmente confunde lo que es occidental con lo substancial. Y así la famosa regla de oro de la Iglesia "in necesariis unitas, in necesariis unitas, in dubiis libertas, in omni­bus caritas" (que podríamos traducir: en lo importante, unidad, en lo opinable, libertad, y en todo la caridad) el integrismo suprime los dos últimos términos. Para él todo es necesario, importante.

2) El fallo fundamental de ambos
Pero el fallo fundamental de ambos radica en que son dualistas. En la doble tensión espiritual-material, el integrista cae en el espiritualismo; el progresista, a su vez, en el materialis­mo, temporalismo, naturalismo. Ambos no han resuelto la rela­ción gracia-naturaleza. En una correcta interpretación del cristianismo la gracia no destruye la naturaleza, sino que la sal­va y la eleva. El cristianismo respeta la primacía de lo espiritual y la legítima autonomía de lo temporal. La intervención de Dios en la historia del pueblo de Israel, en la Antigua Alianza, y la nueva Alianza de Cristo, plasmada históricamente en el quehacer de los cristianos en estos veinte siglos, son suficientemente significativos para demostrar la positiva aportación de los cristianos en la construcción de una civilización más humana, a pesar también de las deficiencias, que nadie niega.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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