Los medios de comunicación alertan de casos de explotación sexual a menores tuteladas. ¿Quién cuida de esas niñas? En medio de un acalorado debate, se abre paso la necesidad más profunda de cualquier corazón: «que alguien me prefiera»
En los últimos meses los medios de comunicación han hecho saltar las voces de alarma ante varios casos de explotación sexual a menores tuteladas en varias comunidades autónomas españolas. El debate está servido: ¿quién se hace cargo de estas niñas? «Es evidente que haber sido cuidadas (alimentadas, vestidas, asistidas psicológica o psiquiátricamente, incluso educadas) no parece haber sido suficiente para su bienestar», señala el manifiesto que la asociación Familias para la Acogida (FpA) ha publicado a propósito de estos sucesos: «Los seres humanos necesitamos sabernos queridos hasta el fondo, necesitamos pertenecer y ser mirados y esperados, y que haya alguien que no pare de buscarnos hasta encontrarnos cuando es preciso».
La asociación denuncia que urge realizar una profunda revisión del sistema de protección de menores en España, que va con mucho retraso, pues ya hace cinco años que se aprobó una reforma en la ley de protección jurídica del menor que establecía la necesidad de poner fin al acogimiento institucional en favor del familiar. «La pregunta clave es si hay familias que puedan ofrecer una posibilidad a estos menores, porque sin ellas el sistema no podrá cambiar», apunta Jorge Prades, presidente de FpA. «Una política de vivienda, por ejemplo, exige dinero y una ley, pero cambiar el paradigma del acogimiento de menores implica a la sociedad civil, esa es la gran cuestión».
¿Se puede pedir a una familia que abra las puertas de su casa con todo lo que eso conlleva? El pasado 14 de febrero, Jorge Prades intervino en la Asamblea de Madrid para reivindicar esta modificación del sistema de protección de la infancia y la adolescencia, y afirmaba que existe una importante barrera social que superar para generar una cultura del acogimiento. «En los encuentros públicos en los que participan las familias acogedoras contando su experiencia, todo el mundo reconoce la belleza de esta historia, pero siempre hay alguien que pregunta: ¿por qué os complicáis la vida de esta manera?». Sin embargo, insisten en que no es cosa de superhéroes, ni siquiera de generosidad. La vicepresidenta, Teresa Díaz, aclara que es justo lo contrario y que ella empezó a acoger por pura envidia. «La primera vez que oí hablar de la acogida yo estudiaba tercero de carrera en Alemania y desde allí fui al Meeting de Rímini, donde oí el testimonio de una familia italiana. Lo que vi me atrajo tanto que desde entonces supe que yo quería vivir así. Te metes en esta aventura con el deseo de ese bien que has visto y desde ahí afrontas todo lo que venga. Y lo que viene, que claro que a veces es muy duro, viene para obligarte a volver siempre a esa fascinación del inicio, porque si no se te acaba olvidando. Cuando surgen problemas, lo más importante no es que se solucionen, sino que tú puedas recuperar el origen que te metió en todo esto. El problema es la ocasión de volver a fascinarte. El drama sigue ahí, pero ya no es un drama ciego, es un drama que te permite volver a experimentar lo que tú querías experimentar desde el principio: no que todo ruede tranquilamente cuesta abajo, sino que la vida vaya a más y no a menos».
A veces los propios niños se resisten a dejarse acoger y tardan mucho tiempo en mostrar signos de afecto, pero es fundamental ese tiempo, «que es muy, muy lento, pero es el único que da fruto. Al final compartimos con ese niño la misma necesidad de afecto y de ser queridos, ellos nos devuelven nuestra propia necesidad, que en nada se diferencia de la suya», apunta Jorge. «Esto supone una experiencia de humanidad que no vas a encontrar en tu vida, porque los hijos biológicos no captan esto, lo dan por descontado, lo tienen desde antes de nacer, y con estos niños tienes la ocasión de comprobar y comprender la necesidad que tenemos todos de que alguien nos prefiera».
Acoger es un riesgo. «Nosotros estamos agradecidos a estos niños heridos que nos han permitido hacer de su mano un camino precioso y único. Ellos cargan con el dolor de no poder estar junto a su familia de origen y aun así intentan abrirse a que suceda algo bueno. Y muchas de sus familias de origen no desisten y acuden conmovedoramente a las visitas sin rendirse. Todos ellos merecen que apostemos por esta bella aventura donde hay mucho trabajo pendiente», reza el manifiesto de FpA. Abrir las puertas de casa implica un riesgo para toda la familia, pero también una promesa de bien. «Ese es el debate de fondo, por qué acoger es un bien. Cuando mostramos ese bien, inevitablemente se genera un atractivo que otros ven», asegura Prades. Entonces las dificultades pasan a un segundo plano porque vence el deseo de poder ser protagonistas de una aventura fascinante, que genera historias impresionantes, como la de Javier, un padre de familia al que la madre biológica de su hijo acogido ha pedido que sea su padrino de boda.
Auténticos milagros que son fruto de un camino cargado de heridas, sí, pero apasionantemente humano y constructivo. «En nuestra experiencia, estar abiertos a la relación con la familia biológica es fundamental. Y esto no es nada fácil, a veces es cierto que no es posible ni conveniente», reconoce Jorge, «pero es la única manera de llegar a afirmar verdaderamente que acoger es un bien. No puedes acoger a un niño si no acoges toda su historia, y eso incluye su familia biológica. Es comprensible que al acogedor le pueda determinar la negligencia que pueda haber cometido esa familia y que suele ser la causa de la separación, pero reconstruir a un niño supone reconstruir su familia». El camino con esas otras familias del menor «puede llegar a marcar la diferencia, haciendo que entiendan que no les quitan a su hijo sino que es un bien que ellos sean capaces de “darlo” y que sean partícipes del proceso que implica que lleguen a dar permiso para que su hijo pertenezca a otros», dice Teresa mientras aparece uno de sus pequeños acogidos que la busca solo para que le dé una caricia, y una vez que lo ha conseguido se marcha tranquilo.
¿Por qué se meten en bandas?
Otro de los fenómenos juveniles con más repercusión mediática son las bandas, que aparecen en la vida de los chavales como un lugar que les ofrece protección y respeto. «Muchos de los jóvenes que se meten en bandas han sufrido acoso en el colegio, buscan la manera de pasar de ser ese del que se ríen a ese al que temen», explica Raúl Jiménez, director de Acción Social de la ONG CESAL.
El problema es que estas bandas empiezan a captar a chavales cada vez más jóvenes, desde los doce años. «A esa edad les atrae mucho sentirse valorados y respetados, y sentirse protagonistas de los sucesos que salen en las noticias. Luego se dan cuenta de que han entrado en una dinámica que no les gusta pero la fuerza grupal es tan grande que no son capaces de salir». Una vez dentro de la banda, se ven obligados a «hacer ciertas cosas con las que no se sienten cómodos, pero no tienen ninguna alternativa mejor». Generar esa alternativa es el trabajo de CESAL, que les acompaña de manera personalizada, para que se sientan libres de manifestar sus preferencias sin la presión del grupo. «Lo primero que les ofrecemos es una amistad y una formación profesional en algo que les guste, pues tienen la autoestima por los suelos y se ven incapaces de hacer nada. El gran problema es que nunca se han encontrado con adultos que les propongan algo atractivo en la vida».
A veces han tenido que llegar a acompañar a estos chicos hasta en la cárcel. «Pensaban que la banda iba a estar ahí siempre, pero la banda no va a visitarlos a la cárcel. Cuando nos ven ahí a nosotros se dan cuenta de la falsedad que estaban viviendo. Nosotros no los juzgamos, ya les ha juzgado la justicia. Entonces ven lo que significa tener alguien que te acompaña hasta el final y no te abandona».
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