Solo puedo educar si me remiten a aquello de lo que estoy hecha y para lo que estoy hecha.
Eso es lo que intuí al encontrarme con don Giussani y a lo largo del camino con Julián Carrón. Eso es lo que ellos han hecho conmigo: remitirme continuamente a Aquel que lo hace todo. Con el tiempo, he intuido que sin este reclamo constante a otra cosa, al contenido real de mí misma y del que tengo delante, la educación se transforma en un gran desierto donde nada puede crecer. Todo se vuelve pasajero, todo consiste en aprobar un examen y nada más, nada tiene que ver con mi corazón y todo me acaba aburriendo.
La vida urge. La realidad urge fuera de mí, las flores, el cielo, las montañas, todo tiene algo que ver conmigo, de otro modo no me interesa. La educación empieza cuando uno se da cuenta de que lo que urge fuera de mí tiene un vínculo con lo que urge dentro de mí. Mi corazón salta cuando reconoce esta conexión, porque acontece una belleza que atrae. Siempre he deseado que cualquiera que se encontrara conmigo pudiera sentirse atraído por esta belleza que salta dentro de mi carne y que hace vibrar mi corazón y mi vida. Con este atractivo, uno empieza a poner nombre a las cosas, a conocer, a sentir la urgencia de un significado. Si miramos a nuestros jóvenes sin recordarles la urgencia de significado que llevan dentro, les aburrimos, en el mejor de los casos, cuando no los alejamos directamente.
Estamos hechos de esta urgencia de significado, eso es lo que atrae realmente a la gente, como pasaba con don Giussani. Para él, el significado era algo que tenía que ver con el café de la mañana, con los quehaceres de la jornada y con acostarse por la noche. Recuerdo que yo vivía a trozos, nadie me ofrecía una unidad en la realidad, mucho menos una unidad en mí misma, pero cuando le conocí, poco a poco fui descubriendo el contenido de mí misma y… ¡caramba! Estudiar geografía, física o matemáticas era totalmente distinto.
Para educar a los jóvenes hay que romper el sólido muro de la apariencia para llegar a la pertenencia. No podemos quedarnos en la apariencia que vemos y tocamos entre nosotros sino ir más allá, hacia algo que no vemos ni tocamos, pero que está. Se habla de camino educativo, se camina juntos, en un viaje donde el educador enseguida debe admitir: «Querido amigo, yo no soy la verdad, pero ven conmigo, seamos compañeros de camino hacia ese destino al que tú perteneces tanto como yo». Si no introducimos un camino más grande, los chavales se irán en cuanto se den cuenta de que se están convirtiendo en esclavos de nuestras pequeñas ideas. Sin embargo, lo que necesitan es una idea más grande que nosotros, una novedad que nosotros no podemos generar.
Por eso, siempre digo que he empezado a amar el “no” de los jóvenes, porque ese es el signo de que no les he hecho esclavos de mis ideas. No obedecen a la máxima del “¡sí, señor!”. Si obedecen a algo que yo les indico, que es más grande que yo, estoy segura de que, aunque tuvieran que marcharse, volverían, y si no tienen que volver, puesto que yo no soy su destino, el Destino los guardará. Se encargará de ellos.
Hace unos años, un chaval que estaba obligado a vivir con los rebeldes se presentó en mi despacho: «Rose, ayúdame con las tasas escolares para que pueda estudiar y llegar a ser soldado. Quiero vengar la muerte de mis padres». No le negué mi ayuda, me fie de lo que había encontrado, pues ahí está mi salvación y también la de este chico.
Después de dos años en la escuela, el chico volvió a mi despacho con una cara radiante, me traía un dibujo: una motocicleta enorme con un gran casco y una casa. Me dijo: «Tía Rose, así puedes ir más segura por la ciudad, porque te quiero. Pero la casa es para chicos como yo, tenemos que acoger a más». Este dibujo fue una profecía porque esa casa más grande la construimos poco después, la Luigi Giussani High School y luego la escuela de primaria.
No se puede educar sin nuestro sí porque a través de ese sí es como el Misterio te quiere y te prefiere. Deseo gritar a todos, desde el taxista hasta cualquier madre, que Cristo es todo y llena la vida porque es el significado de todas las cosas. La educación consiste en mendigar continuamente el significado que ha entrado en el tiempo y en el espacio, y te pide estar. No se puede educar sin remitir a ese significado. La mera presencia de los chavales urge al educador a buscar ese significado. Responder a este grito es responder a la emergencia educativa porque no podemos ofrecer a los chicos un vacío, pues entonces los estamos engañando y nos estamos engañando.
Ante los dramas que vemos todos los días, solo podemos afirmar que yo, tú, mis chavales, no somos el error que cometemos, sino que tenemos un valor infinito. Esa es nuestra verdadera naturaleza.
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