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Huellas N.03, Marzo 2022

PRIMER PLANO

Taiwán. Jóvenes encogidos

Davide Perillo

El reto educativo en el otro extremo del mundo, tan lejano pero a la vez tan cercano, pues necesitan las mismas certezas. Jóvenes que viven encerrados, hasta que se abre una grieta inesperada

«Siempre tengo presente a Junwei. Es un chico que vino porque le había impactado una frase que leyó en el muro de la escuela: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Entró en la Iglesia y pidió el Bautismo por esa razón». Son escenas de otro mundo, donde el cristianismo es semidesconocido y el nombre de “Jesús” dice poco o nada a los más jóvenes. Donato Contuzzi, 42 años, lleva nueve años y medio en Taiwán («celebraré mi décimo aniversario el 22 de agosto, con mi cumpleaños»), es sacerdote de la Fraternidad San Carlos y responsable de CL en la isla situada al lado de China. Puede contar un montón de encuentros con corazones jóvenes y ya cansados, perdidos, lastrados por el peso de una vida que no ofrece respuestas a sus preguntas más verdaderas. Pero cuando esas preguntas son abrazadas y tomadas en serio, se abren caminos inesperados.
Los cinco curas de la San Carlos han conocido a muchos jóvenes aquí. Dirigen dos parroquias en la capital, Taipéi; guían a una comunidad llena de rostros jóvenes que se preparan para celebrar el centenario de don Giussani con la publicación del libro Por qué la Iglesia en chino («lo presentamos en mayo»); dan clase en la universidad de Fu Jen; y uno de ellos –Antonio Acevedo, colombiano– acaba de empezar un curso de “culturas extranjeras” con alumnos de bachillerato. Un buen punto de observación para entender mejor lo que está pasando con esta “generación Covid” al otro extremo del mundo, tan lejano en idioma, cultura y tradiciones. Pero extremadamente cercano en su necesidad de certezas.
«Aquí, al contrario que vosotros, hemos sentido mucho menos los efectos de la pandemia», explica Contuzzi. «A las primeras señales de alarma, también por la desconfianza hacia China, el país se cerró, con controles de entrada y rastreos. Hubo alguna semana de confinamiento y clases online en Pascua del año pasado, pero ahora tenemos unos 15 casos al día».
A primera vista, nada que ver con sus vecinos occidentales, blindados durante meses. «Pero estamos viendo los mismos fenómenos que el Covid ha desatado en otros lugares con más fuerza, y que ya estaban antes». Sobre todo uno: la soledad, el aislamiento. Tanto con los adultos como entre ellos. «Muchos jóvenes viven cada vez más encerrados en sí mismos», afirma Donato. «Están heridos, sufren por las situaciones que viven y les cuesta abrirse. A veces ni siquiera te responden cuando les preguntas directamente, de tú a tú. De vez en cuando alguno de nosotros cuenta sorprendido: “hoy por fin he podido charlar con Fulanito”...». Es como si «afectivamente no fueran capaces de vincularse», añade. «Es como si ya estuvieran decepcionados por la imposibilidad de tener relaciones verdaderas. Pienso en nuestros bachilleres y universitarios. Ninguno es católico, solo uno. Hablamos de la vida: la amistad, la relación con sus padres. Y a veces salen auténticos dramas. “Yo en realidad no conozco a mi padre”, es una frase que he oído varias veces. La vida familiar no existe en la práctica. No hay comunicación con los padres, no comen juntos… Es una relación muy funcional».
¿En qué sentido? «Es algo que tiene que ver con la cultura de aquí. Los hijos se conciben como propiedad de los padres. A veces incluso se tienen como una inversión de cara a la vejez, para tener alguien que te cuide. Eso genera relaciones posesivas: “tú eres una prolongación de mi persona”. Hay padres y madres que opinan de todo: con quién debes casarte, qué debes estudiar… Los miran en función de sus logros, prestigio, dinero. Y ellos lo notan y sufren mucho».
Estos jóvenes pasan gran parte de su vida en clase. «Están unas 10-12 horas al día». El resto del tiempo suelen pasarlo con el móvil. «Se juntan en lugares como asociaciones deportivas o clubes de danza, pero por lo que veo no es habitual que surjan amistades verdaderas. Hablan por redes sociales, pero cuando se ven no saben qué decirse. Incluso después de nuestros encuentros, solemos ir a cenar juntos, pero si no hay un estímulo por nuestra parte para sacar una conversación, se quedan mudos. Bajan la cabeza al móvil y ya está. La realidad de fuera les interesa poco».
O nada. Como sucede con los llamados zhai nan, el equivalente a los hikikomori japoneses, que huyen de la vida encerrándose en su habitación. «Literalmente, quiere decir “jóvenes estrechos”», dice Donato. «Como si hubieran encogido. Es la misma palabra que usa el Evangelio cuando habla de la “puerta estrecha”. No es un fenómeno tan grave como en Japón, pero se da. Son culturas muy cercanas y, sobre todo, están sometidos al mismo estrés». A veces es demasiado duro. «Hace tiempo hubo en la Universidad Nacional tres suicidios en pocos días. La prensa habló de ello un poco, pero nada más. Como si fuera algo normal, o casi».
No se percibe todo el drama que viven los jóvenes ni su cansancio. «Pero dentro de la Iglesia está muy vivo. En muchas familias educadas en la fe se nota una diferencia: su centro afectivo lo constituyen relaciones verdaderas, están más pendientes de los hijos. Pero no es lo habitual. Se avanza siguiendo el esquema establecido y mientras no haya problemas, nadie se preocupa».
En este esquema cada vez más frágil, a veces irrumpe algo distinto. Como pasó con Jimwei. «O con Salva, un universitario simpatiquísimo. No tiene padre y su historia es devastadora. Pero cada vez que nos ve nos da un abrazo, algo rarísimo en China. Aquí nadie se abraza. Pero te das cuenta de que necesita ser afirmado por lo que es, no por lo que hace. Allí donde ve un destello de afecto, se pega».
Es de esto de lo que «tienen más hambre y sed», dice Donato. «De un padre, un educador de verdad. Alguien que llegue a ver en ti no los defectos que tienes sino lo que puedes llegar a ser. Alguien que en la semilla ya ve todo el árbol, y te dice: tú vales así, tal como eres».
Cuando eso sucede, añade, se abre «un proceso de liberación». En Navidad, una chica escribió una carta: «Durante años he pensado que no valía como era. Gracias a vosotros he descubierto que estoy bien hecha. Soy amada así». Esto es una revolución, «aunque luego añadió: “pero intentaré mejorar…”».
¿Qué le ayuda a mirar así, a ser padre? Donato lo tiene claro: «Cristo. Él nos mira así y nos permite hacerlo. Los chavales viven la misma dinámica que yo, no necesito buscar no sé qué para poder entenderlos. Cada día, yo también me enfrento a mi pobreza y a mi necesidad de ser salvado. Y debo decidir si pongo esta herida en manos de Alguien, si dejo que esta grieta se abra hasta el fondo, o si me encierro en mí mismo. He recibido la gracia de tener delante una mirada que me abre. Al fin y al cabo, compartimos con ellos la gratitud por haber encontrado esta mirada, que me hace crecer y me hace sentir un afecto infinito por ellos». Hasta dar la vida.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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