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Huellas N.03, Marzo 2022

PRIMER PLANO

Portofranco. ¿Qué te hace levantar la cabeza?

Paola Ronconi

Cada tarde dan apoyo escolar a jóvenes y adolescentes. Gratuitamente. Para aprender enseñando. Voces e historias de los voluntarios en la asamblea nacional de esta asociación

En la avenida que alberga los sábados el mercado más frecuentado de Milán, del muro de un edificio municipal abandonado cuelga un cartel con el dibujo de un faro y la palabra Portofranco. Esa palabra indica una zona (no solo portuaria) libre de aduanas, donde las mercancías entran sin aranceles ni impuestos. Como los jóvenes que vienen aquí a pedir ayuda para estudiar y la reciben gratuitamente de los voluntarios, sean profesores o no. Pero nada más entrar te das cuenta de que ese cartel indica mucho más que eso.
La pandemia, claro está, ha servido de mecha para hacer estallar numerosas fatigas, necesidades y fragilidades en una generación a la que, como decía hace poco Umberto Galimberti, le «hemos quitado la solidez de una tradición, hemos roto las tablas donde estaban grabadas las leyes de la moral porque se ha perdido el sentido de la existencia y se ha vuelto incierta su dirección». El malestar psicológico entre los jóvenes ha aumentado exponencialmente. Jóvenes que (lo dicen los datos y las noticias) sufren, se encierran, renuncian por miedo a salir de casa para ir a clase, o para vivir. El rapero Marracash lo expresa en una de sus canciones: «Tal vez no haya pozos donde hundir tu dolor, tal vez no haya huida que lleve a la evasión… Qué paradoja, ¿no? Que para ser yo mismo me vea obligado a ir allí donde no me reconozco». ¿Qué nos cuentan los que cada tarde reciben a estos estudiantes? Nuestro observatorio son las voces e historias de toda Italia en una asamblea nacional celebrada el 22 de enero con Davide Prosperi, presidente de la Fraternidad de CL.
Francesco es profesor de Historia y Filosofía, no es un gran experto en el tema de las conjunciones, pero tuvo que estudiarlas con Bruno (todos los nombres de estos jóvenes son ficticios, ndr), que se las ha terminado aprendiendo de memoria. «Yo le digo: “Eres inteligente, puedes hacerlo. Vamos a intentarlo juntos”». Y poco a poco las dichosas conjunciones han ido desvelando su misterio. Por la noche, la madre del chaval escribe a Francesco: «¡Mi hijo ha vuelto a casa contentísimo!». Porque por fin ha entendido esa parte de la gramática que le resulta tan hostil. Pero no solo por eso. «Hay más cosas en juego», explica. «Su propio valor, descubrir que él vale». Bruno estaba contento porque «alguien le había tomado en serio», señala Prosperi. «Uno viene aquí para aprenderse las conjunciones pero en el fondo muchas veces no confía en poder hacerlo. Inconscientemente, espera que el encuentro con un adulto le ayude a recuperar esa confianza». Y cuando eso sucede hasta las conjunciones se hacen más transparentes.
Gianni daba clase de Filosofía antes de jubilarse. Un día se encontró aquí con Bahira, una chica egipcia que tenía que estudiar química, los detergentes (iones y cationes). «Podría haberle dicho que esa no era mi especialidad, pero le dije: “Abre el libro y vamos a estudiar”. La necesidad que muestran estos chicos rompe mis esquemas y me hace estar disponible para algo que yo no tenía previsto». Desde hace dos años, con el Covid de por medio, empiezan a llegar chavales que no necesitan entender las materias. «Lo que quieren es tener algo que ver contigo, de la manera que sea».

«Ni siquiera durante los periodos de restricciones han dejado de pedir ayuda, de invitar a compañeros o a sus hermanos a las clases online, de llamar a un profesor en concreto, con el que conectan mejor, de cambiar de asignatura en el último momento porque “me han puesto un examen para mañana”», explica Paola. Piden, y piden libremente. Algo que en clase suele ser difícil. ¿Por qué aquí no? «Aquí pasa algo que va más allá de que repitan curso o no. Me pregunto cómo hacen estos chicos para no tener miedo de sus necesidades». «Venís aquí para aprender enseñando, ¡qué paradoja!», reacciona Prosperi. «Dices que deseas esta lealtad que ves en ellos, y tienes la posibilidad de aprenderlo. No te pones delante de él para orientarle (que es la gran tentación que tenemos con los hijos y con los alumnos), es decir, para llevarle al punto donde estás tú. Al contrario, “ponerse delante de su necesidad” quiere decir adentrarse en el punto donde está el otro. Y sales ganando porque descubres la frescura y la sencillez que hay en un corazón de niño».
«Luca empezó a venir en julio con tres asignaturas que recuperar», cuenta Gabriela. «El tiempo de clases online fue devastador para él. Cuando está con nosotros baja la cabeza, responde con gestos y a veces se intuye también algún taco. En septiembre suspendió y los padres se enfadaron mucho con el colegio, amenazaron con denunciar. Ante su nerviosismo, les propusimos intentar entender juntos “qué tenía” su hijo». Aceptaron y dio comienzo un trabajo. Gracias a la amistad con tres bachilleres, Luca ya va mejor y todas las tardes viene aquí a estudiar. Pero, sobre todo, ha decidido levantar la cabeza y mirar a la gente a los ojos.
Gabriela vivió algo parecido con otro alumno. «Una situación familiar muy dura. Le invité a Portofranco y aceptó pero no quiere ni oír hablar de volver a clase». Una tarde le cuenta la situación de su casa, pero ella insiste en que debe volver al colegio. «Vamos a intentarlo juntos». Al día siguiente se presentó en clase. «No sé si seguirá pero la conmoción que siento por el que tengo delante cada mañana me dice que basta con estar disponibles para que algo bueno suceda, para ellos y para mí».

Como le pasó a Patricia con María, que llevaba un mes sin ir a clase. Un día, al despedirse, la chica le dijo: «He estado a punto de intentarlo, mañana voy».
¿Qué te hace levantar la cabeza y abrir la puerta, de casa y del corazón? ¿Qué te puede sacar de la vergüenza y de la falta de autoestima? No basta un lugar que permanezca abierto en pandemia, «nos piden una compañía para la vida. Solo hay que mantener abierta esta pregunta», señala Patricia. «Su necesidad de bien, se exprese como se exprese, resulta cada vez mayor y te invita a estar ahí delante», añade Gianni. A veces te gustaría aparcar esa necesidad, o desviarla hacia puertos más conocidos y seguros, «pero llama continuamente a tu puerta. A veces no sabes responder, pero ahí estás. Eso es decisivo». «A los adultos nos pasa lo mismo», añade Prosperi. «Solo que a veces pensamos que podemos prescindir de ello». Y nos lo perdemos.
«No se trata en absoluto de un problema de capacidad», como escribe Julián Carrón en Educación. Comunicación de uno mismo. «La única respuesta auténtica a sus preguntas es que vean en ti a una persona en la que el miedo ha sido vencido. El problema es tu experiencia. Solo quien ha sido salvado puede comunicar la salvación». En los que han puesto en marcha y llevan adelante la labor de Portofranco, lo que vence al miedo es el encuentro con Cristo.
Giovanni lleva diez años recibiendo a los padres que inscriben a sus hijos en Portofranco. «“Mi hija”, me dijo una madre india, “tiene mucho miedo desde que murió su tía, a la que estaba muy unida, y casi ha dejado de ir a clase”. Tenía los ojos hundidos de dolor. Le hablé de los jóvenes que vienen aquí, de dificultades parecidas a la que está sufriendo su hija, le dije que aquí podíamos ayudarla. Su rostro no se serenó, sus ojos llevaban un dolor de antiguo, pero ese dolor encontró una acogida. Me dio las gracias y nos despedimos». Giovanni se lo comentó a varios amigos y la recuerda en sus oraciones. «Es posible que no la vuelva a ver. Aquí casi todos los días tengo algún encuentro que me marca y abre mi corazón. Lo hace más sensible y atento, cuida mi descuido. Estas mujeres me impiden banalizar las cosas que pasan porque ahí, ante su dolor, me veo obligado a no cerrar los ojos, a no desperdiciar las gracias que me caen del cielo. Portofranco es como una sorpresa inesperada».
En un lugar así los jóvenes pueden sentirse mirados y escuchados. En una palabra, amados, partiendo de sus deberes. Como un chaval abandonado por su madre, cuyo padre es un matón, que va saltando de una familia a otra y «un día te dice: “Qué suerte, aquí tengo un lugar donde volver a casa”».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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