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Huellas N.03, Marzo 2022

PRIMER PLANO

Si te fijas...

Anna Leonardi

«Aunque parezca que todo se ha perdido, la verdad de lo que tú eres no está en el dolor». Silvio Cattarina, fundador de la comunidad terapéutica El Imprevisto, acompaña a chavales que viven al límite problemas que afectan a todos


«El bien que un adulto hace a un joven permanecerá para siempre. Cada palabra, cada gesto, cada mirada desciende hasta su corazón y, cuando llegue el momento, volverá, generando frutos inesperados». Silvio Cattarina no tiene más medicinas que esta certeza para tratar a los jóvenes de El Imprevisto, una comunidad terapéutica en Pesaro para menores con problemas de drogodependencias. Él es su fundador y responsable, siempre bregando con el malestar juvenil en toda su amplitud. Como muchos, usa expresiones duras para describirlo: “mal inédito”, “grito sangriento”, “almas laceradas”. Pero lo que prevalece en él es lo que ha observado durante estos treinta años de trabajo en la comunidad, es decir, que «el sufrimiento siempre es una invitación para remontar, recuperarse y quererse». Hace poco se lo recordaba Alexia, una chica de 17 años, que estuvo mucho tiempo machacada por la droga y que al salir de la comunidad quiso decir delante de todos: «Es como si estuviéramos llamados a sufrir mucho para que otros puedan darse cuenta y cambiar. Estamos llamados a inmolarnos por el mundo entero. Para que el mundo pueda renacer». Hablamos con Cattarina para comprender lo que sucede en sus comunidades y qué es lo que le permite mantenerse en pie ante los sentimientos más destructivos de estos chavales.

Estos jóvenes llegan en condiciones extremas y peligrosas. Pero tú afirmas que ellos muestran de manera exacerbada las grandes cuestiones entre las que se debate todo el mundo juvenil. ¿Cuál es el motivo de su sufrimiento?
El miedo. El miedo de los jóvenes de hoy es el de no merecer nada de todo lo que la vida les pone delante. No se sienten dignos de la abundancia de bien que encuentran en la realidad. Les da miedo no estar a la altura. Les da miedo que el deseo que sienten en su corazón sea ciego, es decir, que no logre ver ni encontrar nada fuera de sí. Antes el mal era del hombre contra otro hombre, ahora el mal es del hombre contra su propio corazón. Pero como decía Alexia, este mal sigue siendo un grito. Un grito de bien y de salvación.

Aparte de las drogodependencias, el malestar juvenil actual tiene muchas caras: aislamiento social, autolesiones, depresión… ¿Son todos síntomas de la misma necesidad?
Desde mi observatorio, diría que sí. Los jóvenes están mal porque piensan que para vivir hace falta fuerza, pero si la fuerza la tienen que conseguir ellos solos, entonces será inevitable sentirse derrotados. Y a alguien tendrán que culpar. Aunque sea a sí mismos. Los adultos somos decisivos para que los jóvenes puedan aprender a gritar, es decir, a buscar el destinatario adecuado, capaz de responder a su necesidad. Pienso en mi madre, que me decía de pequeño: «Silvio, ¿pero qué has entendido? No tienes que ser bueno en mil cosas, ni bueno en todo. La vida te pide ser bueno solo en una cosa: tener un corazón grande». Luego añadía: «Porque todo lo que desees llegará por ahí». Ella, que era una mujer sencilla, me liberaba de mis ansias de prestación. Me daba paz. Porque la vida no es cuestión de logros, de equipamientos ni de poder en última instancia. Todo lo contrario. Cuando mi madre me decía estas cosas, yo sentía el mundo en mis manos.

¿Cómo acoges hoy este grito?
Cuando empecé a trabajar con jóvenes con drogodependencias me derretía como nieve al sol delante de sus padres. Me decían frases lapidarias, como: «Ya me parecía que iba a acabar así», o «nunca saldremos de esta». Yo me rebelaba ante esta ineluctabilidad que postulaban. Porque la clave de la vida no es el mal ni el dolor. La clave de la vida es un bien. Siempre se lo repito a los chavales: «Aunque parezca que todo se ha perdido, si te fijas, la verdad de lo que tú eres no está en el dolor. ¿Por qué has llegado aquí? Por un bien: por las lágrimas de tu madre, por la tenacidad de tu padre, por un trabajador social que te ha mirado hasta el fondo». El bien es más grande, siempre es más. El problema es que ahora estamos acostumbrados a ver solo el mal. Mi gran fortuna es poder ver el bien dentro de la vida de los más desgraciados porque me recuerda que si ellos pueden, podemos todos.

¿Cuáles son los pasos del camino que hacen los jóvenes de El Imprevisto?
Cuando uno llega a la comunidad, no veo el momento de acercarme a decirle: «Vamos a ayudarnos a prestar atención para ver si existe algo grande en esta tierra que esté esperando que tú llegues… Tú eres lo más valioso del universo entero». Me miran con extrañeza, pero es una revolución dentro de su cabeza. Porque alguien por fin ilumina toda la espera que llevan dentro, le pone nombre y les indica un camino. No trabajamos tanto sobre el pasado sino sobre todo en el deseo de vivir. Ese es el objetivo de los dos encuentros comunitarios que tenemos por la mañana y por la tarde: comprender, es decir, “mantener dentro de sí”, este deseo de vivir.

Insistes mucho en que a los chavales hay que pedirles cosas grandes, heroicas incluso, ¿a qué te refieres?
Una vez, un chico napolitano dijo en uno de estos encuentros: «Me he dado cuenta de cuál es la causa del sufrimiento. Tener una novia a la que adoras y no saber decírselo. No saber decirle por qué. Y si no se lo sabes decir a ella, tampoco se lo sabes decir al mundo». Encontrar las palabras: ese es el verdadero trabajo que los jóvenes necesitan hacer. Y las encuentran cuando encuentran el porqué. Su petición es grande: quiero amar y ser amado, ¿pero cómo lo hago si no sé entender las cosas, si no sé juzgar lo que siento? Creo que a los que han sufrido hay que pedirles mucho, me atrevería a decir que el doble. No hacerlo sería como no creer en ellos, como ignorar el valor que tienen.

¿Cómo se traduce eso en la práctica?
Deben tratarse bien, cuidar las cosas, el lugar, trabajar bien, estudiar bien. Yo repetí tercero y empecé ese curso con una rabia inmensa. El primer día de clase me senté al fondo de la clase y en toda la mañana no levanté la mirada. La profesora me dijo al acabar la clase: «Cattarina, acompáñeme al pasillo que quiero decirle unas palabras». Mientras la seguía, me dijo: «No crea que no sé lo que hay en el corazón de un chico que repite curso. Siempre se puede volver a empezar. Quiero que afronte este curso siguiendo lo que su corazón desea de verdad. Siempre le tendré en el rabillo del ojo, porque usted me importa». Volví a clase cambiado. Al día siguiente me senté en primera fila y ella no tuvo que volver a decirme nada.

¿Nunca has sentido miedo por tus chicos, por sus recaídas o errores?
Cuando empecé a dedicarme a esto mi madre me preguntaba: «¿No te da miedo estar con estos jóvenes?». Yo le respondía: «Sí, pero cuando estoy con ellos se me pasa». Porque si estamos delante de ellos de verdad, el miedo se va. Ni siquiera los fracasos te impiden volver a acercarte a ellos y ofrecerles tu ayuda. Cuando llegó a la comunidad un chaval de 16 años que había matado a su padre, uno de los trabajadores me preguntó cómo recibirle, y le dije: «Si fueras tú, ¿cómo te gustaría que te recibieran? Míralo, no le quites los ojos de encima, pero tampoco te pierdas nunca de vista a ti mismo, tu corazón». Solo así se puede vencer el miedo y abrazar hasta las situaciones más terribles.

Massimo Recalcati afirma que «lo que se le pide a un padre que atraviesa el malestar de la juventud no es poder ni disciplina, sino testimonio». ¿Qué significa eso para ti?
Muchas veces los chicos me dicen: «¡Cuánto nos quieres, Silvio!». Pero enseguida les pongo en guardia y les digo: «Atención, que vosotros no sois lo que más me interesa. No sois vosotros lo que quiero. Lo que yo más quiero es la vida, el destino de mi vida. Quiero ser importante para vosotros, pero no por lo mucho que os quiero sino por cómo vivo, por cómo respondo a lo que se me pide». De este modo, lo que ganen aquí dentro no se lo podrán atribuir a mis sentimientos, a mi vivacidad, sino que será algo suyo.

¿Esto también puede llegar a ser un camino para los padres de los chavales que entran en la comunidad?
Claro, durante los encuentros con ellos les invitamos a hacer el mismo camino que hacemos nosotros, los trabajadores. Debemos hacer lo que hacemos no por sus hijos, sino sobre todo por nuestro corazón. Se trata de buscar la belleza que necesita cada uno. Muchos años estuve equivocado: volvía atrás, me centraba en los chavales, en sus necesidades particulares. Luego comprendí que el más verdadero, el más pobre, el más necesitado de amor, debía ser yo.

Así se vuelve uno creíble ante sus ojos…
Aún más que eso. Lo entendí hace unos años, al final de un encuentro en el Meeting de Rímini en el que, después de mí, intervinieron algunos chavales. Mariella Carlotti, que moderaba el diálogo, concluyó diciendo: «Los jóvenes de El Imprevisto hablan con autoridad porque tienen un gran maestro». Y todos se imaginaron que se refería a mí, pero después de una pausa añadió: «Su maestro es la experiencia». La experiencia vivida es lo que les hace hablar así, con certeza de lo que están viviendo. Y los convierte en autoridad para ti.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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