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Huellas N.2, Febrero 2007

PRIMER PLANO - La obra del movimiento

Testimonios de Fraternidad

ALEMANIA/Eichstätt
Como un convento en medio del mundo
Desde Würzburg a Münich, la trama de unas amistades deseadas para cultivar la relación personal con Cristo como significado de la realidad

Sebastian Hügel

En nuestra Fraternidad somos nueve. Adolf y Mary-Giò (italiana) tienen seis hijos: Thomas, Franci, Mónica, Verónica, Martin y Miki. Viven en Würzburg y han vuelto hace dos años de Kenya. Erica (también ella italiana) y Sebastian viven en Münich y tienen dos niños (Simón y Sophie). Thomas también vive en Münich. Además están Jessica y Bernhard, Martin y María (con dos hijos, Benedikt y Bernadette), que viven en Eichstätt, a mitad de camino entre Münich y Würzburg. Para dar una idea de las distancias, desde Münich a Würzburg se tarda en coche unas tres o cuatro horas, dependiendo del tráfico.
¿Qué es lo que une a un grupo semejante? En el origen se halla la amistad entre Martin y Adolf, ambos médicos. Martin estudió en Colonia y Adolf en Friburgo, a 500 km. de distancia. Ambos habían conocido el movimiento en Friburgo. Hicieron juntos las prácticas en un hospital, teniendo que afrontar allí los problemas candentes que la medicina planteaba. Después, a comienzos de los 90, una vez terminados los estudios, Adolf partió para África: primero al norte de Uganda y después a Kenya. Martin y algunos amigos fundaron “Support”, la organización alemana que colabora con AVSI internacional y que dirige María. En África, Adolf conoció a la que se convertiría en su mujer. Hace dos años volvieron a Alemania junto con sus hijos. Para Martin y María enseguida resultó evidente el deseo de vivir esa relación de amistad de forma más estrecha, y a Mary-Giò le bastó un café con ellos para darse cuenta de que era lo mismo que deseaban Adolf y ella. Los 200 km. de distancia no han constituido nunca una objeción.
Los demás de la Fraternidad conocieron a Martin y a María en Eichstätt, y junto a ellos tomaron decisiones importantes para su vida. Thomas, Erica y Sebastian, por ejemplo, viven desde hace unos años en Münich por motivos de trabajo, y para ellos tampoco es un problema la distancia. Bernhard y Jessica, en cambio, viven cerca de Eichstätt. Nuestra Fraternidad se reúne en su casa una vez al mes.

Saltar el barranco
Con el tiempo hemos experimentado todos que el encuentro con Cristo a través del movimiento afecta a toda nuestra vida. En la vida cotidiana, la familia y el trabajo, deseamos vivir la paz y la intensidad que brotan de la disponibilidad a Cristo. El grupo de Fraternidad nos ayuda a permanecer fieles a esta experiencia cargada de promesa. Necesitamos ayudarnos para cultivar la relación personal con Cristo, que es el sentido misterioso de todas las circunstancias de la vida. Cada uno de nosotros tiene sus razones para ser fiel a este lugar en el que buscamos siempre un juicio común sobre los acontecimientos y las circunstancias actuales, tratando de tomarnos en serio el deseo de infinito, verdad y belleza que tiene el corazón. A veces basta con mirar el rostro de los demás para reconocer un juicio. En este sentido la Fraternidad es una compañía guiada que nos ayuda a dar ese salto al otro lado del barranco del que habla don Gius en El sentido religioso. La amistad no es una condición previa, sino que crece en la medida en que crece la relación personal con Cristo.
En nuestros encuentros experimentamos una compañía que estimula una autoridad con la que compararnos, un lugar al que seguir, donde crece el afecto por el movimiento, por el marido o la mujer. Aquí aprendemos a dejarnos hacer y liberar por Él. Por ello deseamos cada vez más vernos y mantenernos en contacto.
No hay que añadir nada extraño a la vida cotidiana. Para que exista un juicio común y crezca el amor a Cristo nos basta con vernos, rezar juntos, tomar un café, hablar de un libro o comentar algo que ha pasado.
Por eso, como dicen algunos, el grupo de Fraternidad es como un convento en medio del mundo, un lugar atrayente, como bien describe la carta a los nuevos inscritos, donde lo cotidiano adquiere pleno valor.


Malnate y aldea San Michele
Familias que crean obras Alimento y juicio
Dos obras de caridad en Lombardía y en las Marcas. En la vida de la Fraternidad se hace presente Aquel que comparte el límite humano y lo redime

Giorgio Paolucci

Cuando en el corazón arde el deseo y la amistad es la leña que lo alimenta pueden suceder grandes cosas. Más allá de cualquier proyecto pensado en frío. «Francesco y yo trabajábamos juntos, habíamos creado una cooperativa para dar trabajo a personas discapacitadas. Pero todavía queríamos más; era como una semilla en el corazón que quería crecer, pedía más espacio». Lorenzo Crosta, fundador de la cooperativa Solidaridad, cuenta cómo llegó a compartir todo con Francesco Coatti, con el que antes tenía en común “solamente” el trabajo. «¿Qué tal si compramos una casa y nos vamos a vivir las dos familias juntas?». La pregunta, lanzada durante una cena con sus respectivas mujeres, necesitó un tiempo de maduración hasta que encontró el “sí” de los cuatro. Hoy en la casa de Malnate (Varese) viven las dos familias (llevan desde 1991) con sus hijos y con diez discapacitados. La casa es el fruto visible de aquel “sí” y a la vez ocasión para repetirlo constantemente. «Hay que volver a decir “sí” a Cristo cada día –explica Lorenzo–. Sólo así podemos reconocer que lo que sucede aquí es fruto de la Gracia; no podemos reducirlo a una actividad filantrópica que nosotros gestionamos; no hay rutina que valga para un cristiano».
Tras la primera casa-familia nacieron otras cuatro, cada una con dos familias y diez discapacitados. Cuando el trabajo va a más crece también el riesgo de sucumbir a una lógica de “organización benéfica”. «Por eso es necesario avivar siempre el deseo de Dios, de Infinito, que nos ha llevado a vivir juntos, hacer memoria de Cristo y dar testimonio siempre que haga falta. Tiene que haber siempre leña para avivar el fuego, la Fraternidad nos ayuda a hacer acopio de esta leña. La amistad con Jesús hace posible una amistad entre nosotros que no podemos dar por supuesta, y que es la espina dorsal que mantiene en pie las obras que hacemos. Para vivir así hay que pedir continuamente, desde el comienzo del día. Hay que “respirar” una presencia. Por la mañana, por ejemplo, desayunamos a las 7, escuchamos una pieza de música clásica y rezamos antes de ir a trabajar. Un chico con síndrome de Down que vive con nosotros me dijo un día: “Al hacer esto yo también respiro”».
El aliento del Misterio se ofrece a todos los que realmente lo desean, incluso a los discapacitados que viven en las cinco casas que se han ido abriendo en estos años; y que, en su sencillez, dan testimonio de manera evidente de la presencia de Dios. En estos años el grupo de fraternidad ha crecido tanto en número como en capacidad de compartir la vida en sus aspectos más contingentes. Llegar a juzgar lo que suele permanecer en el coto privado de un individualismo incurable es sorprendente: en qué empleamos nuestro dinero o nuestro tiempo, cómo elegimos un trabajo, con quién pasamos las vacaciones… «De esta manera la vida va cambiando –añade Lorenzo –, y la mirada se hace capaz de reconocer las maravillas que Dios obra entre nosotros». De ahí que la asociación que reúne a estas casas se llame ahora Mirabilia Dei, las maravillas de Dios, el mismo nombre del grupo de Fraternidad.

Mirabilia Dei
También se puede encontrar un testimonio de las “maravillas de Dios” en una colina de la región de Las Marcas. Desde hace tres años, cuatro familias de la Fraternidad de CL viven en la aldea San Michele (provincia de Macerata), un pueblecito que ellos mismos han ayudado a construir. Allí surgió en 1990 una de las comunidades de la PARS, que se ocupa de jóvenes que quieren salir del mundo de la droga, secundando una petición del padre Gelmini a don Giussani. José Berdini, que fue el pionero de la comunidad, cuenta: «Vinimos a vivir juntos a esta aldea con el deseo de estrechar nuestra amistad, vivir la comunión cristiana y ayudarnos cada día en el combate de la vida, una lucha que requiere todas nuestras energías. Por eso hemos dedicado el lugar a San Miguel, el arcángel luchador». La comunidad se ocupa de personas que tienen problemas con la droga y algunos de naturaleza psiquiátrica: unos usuarios todavía más problemáticos que los que suelen llegar a las comunidades terapéuticas. «Es que son mucho más que usuarios –corrige José–. Cada uno de ellos es un grito de sufrimiento y una petición de socorro, que nos provoca a preguntarnos sobre quiénes somos, sobre el límite humano y la necesidad de que Alguien lo comparta y lo redima. Si no estás arraigado en una experiencia humana sólida, acabas por sucumbir o te conformas con gestionar “el problema”. La Fraternidad es la raíz que alimenta y a la vez juzga nuestro trabajo. Con el tiempo, la aldea que construimos ha cobrado la forma de una catedral medieval, de un lugar donde bulle una vida que lentamente nos cambia a nosotros y la realidad que nos rodea». El pueblo de San Michele es un testimonio de gracia y de lucha en un tiempo en el que está de moda la huída y la flaqueza de cuerpo y alma.
Al escuchar a Crosta y a Berdini recordamos –como si se hubieran escrito para hoy– las palabras de Alasdair McIntrye: «Un punto de inflexión en la historia de la antigüedad se produjo cuando hombres y mujeres de buena voluntad dejaron de apuntalar el imperio romano (…). Y decidieron construir nuevas formas de comunidades en las que la civilización y la moral pudieran sobrevivir en una época de barbarie incipiente y de oscuridad, de disolución del Estado y corrupción de la sociedad».


ESPAÑA/Madrid
Una compañía guiada
De la experiencia en la universidad a la vida adulta, doce amigos aprenden a vencer la banalidad y el aburguesamiento

Rafael Gerez

Somos una docena de personas: jóvenes matrimonios, de entre 30 y 40 años, con niños pequeños, con una situación económica estable y que conocemos todos el movimiento desde hace años. Casi todos vivimos en su día intensamente el CLU. La vida, a estas alturas, nos ha hecho pasar por diversas circunstancias: éxito y reconocimiento profesional junto con la pérdida de trabajo para algunos de nosotros; la alegría de la paternidad, con el dolor de la muerte de los hijos concebidos; la estabilidad conyugal y, a la vez, situaciones familiares complejas (separación o enfermedad de padres, viudedad, etc.).
En todos estos años de vida compartida, no son pocas las tentaciones que nos hemos encontrado y en las que, con frecuencia, hemos caído. Dos han sido las más determinantes: la banalización de nuestra amistad y el aburguesamiento –como gustaba de decirnos Carras en los primeros años del movimiento en España.
La primera, nacida del “ya nos conocemos todos de sobra” hace estéril la relación entre nosotros y convierte a la fraternidad en un grupo de amigos que conviven sin apenas arriesgar nada entre ellos y que tapan la insatisfacción del corazón con las “cosas de la vida” (el trabajo, los hijos, la casa…), evitando cuidadosamente que la vida de uno sea verdaderamente acompañada por los demás.
La segunda, se caracteriza por sofocar, en el tiempo, los deseos del corazón e impedir, haciendo equilibrios con todos los aspectos de la vida, que el acontecimiento irrumpa en ella. A ello se suele unir una forma de vivir el movimiento “a la carta”, escogiendo, según la propia medida, aquello que se considera conveniente y desechando lo que incomoda.
En el último año, tres hechos han transformado profundamente nuestra fraternidad.
De una parte ha sido la propia realidad y el modo con el que algunos de nosotros la han secundado. Así, paradójicamente, la realidad, cuanto más controlada y sometida parecía, se ha abierto paso a través de los resquicios de nuestro corazón –normalmente a través de eventos dramáticos en nuestra vida–, obligándonos a poner en juego nuestra razón, a no agotar la existencia en nuestra medida y a reconocer que la vida necesita de Otro para ser entendida y adquirir significado pleno. El ejemplo más significativo de esta provocación de la realidad es la grave enfermedad de uno de los bebés de la fraternidad. Ello no sólo ha supuesto para sus padres un replanteamiento profundo de su vida –sacrificando, en el caso de la madre, una prometedora carrera–, sino también el redescubrimiento, para todos nosotros, de la dimensión de la petición.
De otra parte, la presencia en la fraternidad de un joven sacerdote ha hecho fácil, a través de su compañía y su fe profunda, uno de los aspectos más importantes de la experiencia del movimiento que, con frecuencia, se diluye a medida que uno crece: el seguimiento. Nos ha ayudado a abordar la vida desde una perspectiva nueva, hasta el punto de transformar decisiones que uno creía definitivas. Ese ha sido el caso de una de entre nosotros, que había cortado la relación con su padre hacía 16 años. Su testimonio no puede ser más clarificador: «¿Cómo sucedió? El primer hecho fue poner esta dificultad delante de un amigo –el joven sacerdote– que me preguntó: “Pero, ¿tú no desearías perdonar a tu padre? ¿No desearías volver a verle?”. Yo respondí: “Eso es imposible”. Pero él me corrigió: “No te digo si es posible o no lo es. Te pregunto si tú lo deseas”. Yo respondí que sí. Y me dijo: “Empecemos a pedir este milagro…”. Entonces (tras un tiempo) decidí llamar a mi padre para volver a verle. Cuando uno dice “sí” a Jesús, a través de este grito, el ciento por uno se hace evidente. En mi caso lo he empezado a experimentar en un corazón que ha vencido el rencor y que está lleno de amor por el destino de mi padre».
Por último, la adhesión a las indicaciones del movimiento: la implicación en el EncuentroMadrid, la participación en las vacaciones de verano tras largos años sin ir, la vuelta a cuidar el gesto de la caritativa, etc... y, especialmente, la seriedad en la preparación y asistencia a la Escuela de comunidad, que se está convirtiendo en el criterio de juicio desde el que afrontar juntos la realidad y el punto de referencia objetivo de nuestra relación.
Todo esto nos ha hecho darnos cuenta de que el camino de la fraternidad es el camino personal de cada uno de nosotros, donde va haciéndose cada vez más carnal el reconocimiento de que lo que nos constituye en cada instante es la relación con Cristo.


ITALIA/Roma
Coro y familias. «Seamos concretos»
Los primeros fueron unos ingenieros que se casaron con chicas de Letras. Relaciones y amistades que han atravesado tribulaciones y retos personales con el hilo robusto de la fidelidad

Riccardo Piol

«Los 25 años de la Fraternidad coinciden con el veinticinco aniversario de muchos de nosotros. El 82 fue el año de los matrimonios en Roma: coincidiendo con nuestra boda, se casaron dos el sábado por la tarde, nosotros el domingo a medio día y otros dos por la tarde. Aprovechamos la decoración de la iglesia, que para más señas era la misma de las Confirmaciones de la parroquia». Una coincidencia no demasiado casual la que nos señala Bruno. Porque «la vida del CLU de Roma entre los años 70 y 80 creció de forma llamativa. En el ámbito de esta experiencia nacieron las amistades de la Fraternidad que vivimos todavía». Él estaba en la Escuela de Ingeniería, su mujer Grazia en Letras, Claudio en Ciencias, y con ellos un grupillo de amigos: «Los veteranos de nuestra Fraternidad son en su mayoría ingenieros que se casaron con chicas de Letras –ironiza Bruno–, en cualquier caso amigos que conocieron el movimiento en los años de la universidad y, una vez creada la familia, permanecieron juntos». Esto fue en una zona al este de Roma, entre Frascati y Cinecittà, en torno a la parroquia de Tor Vergata, «que estaba ligada sobre todo a la universidad, porque de por sí en la parroquia había solo un pastor, el mecánico y cuatro viejecillas –recuerda Bruno–, unos dos mil parroquianos en total». Junto a él y a Grazia algunas parejas de amigos, recién casados, se fueron a vivir allí. «En los alrededores había un barrio de viviendas de protección oficial –dice Grazia–, con una población modesta y situaciones personales y familiares difíciles, que no tenía una parroquia de referencia o que llegaba a Tor Vergata casi como a un reffugium peccatorum. Al comienzo los sacerdotes, Lorenzo y Giacomo, nos pidieron ayuda para las catequesis, el Centro de Solidaridad y las fiestas de la parroquia. Echar una mano en tales circunstancias dio forma a una idea de Fraternidad muy concreta». Desde el comienzo, Bruno ha tenido siempre la idea de ser concretos.

Nuevo impulso
Han pasado ya 25 años y –como se dice en estos casos– ha llovido mucho desde entonces. «Estas relaciones –dice Bruno un poco por abreviar y por llegar hasta el momento actual– han atravesado las tribulaciones, los acontecimientos personales y de la comunidad de Roma, permaneciendo firmes; nacieron de forma verdadera, por eso siguen así». El núcleo histórico resiste. En el tiempo ha crecido como un acordeón, atrayendo en torno a sí un halo de compañeros, amigos o conocidos de las formas más imprevistas. «Sin solución de continuidad», dice Bruno; pero «en los años 90 –recuerda Grazia, con la sinceridad un poco impertinente de las mujeres– es como si la Fraternidad hubiese empezado de cero implicando a gente nueva y a parejas jóvenes que vivían entre Frascati y Grottaferrata». Ella lo llama: «Un nuevo impulso en la vida del movimiento» y, con el tiempo, de una cosa nace otra... Carmelita y María enseñan en el mismo curso en primaria: la primera es de CL, la otra no. El codo con codo en el trabajo de todos los días hace que crezca la Fraternidad. Anna María ve por televisión el funeral de don Giussani y decide buscar a alguien del movimiento. Entonces descubre que hay una colega de CL que da clase de matemáticas en su misma escuela, y de esta forma pasa a engrosar el ya abultado número de profesores y maestros de la Fraternidad.

El Velero
«A uno le gustaba hacer de director de coro, a otro le encantaba hacer mezclas... Descubrimos que nadie carecía de alguna habilidad que poner en práctica. En menos que canta un gallo teníamos un equipo de cuarenta personas: veinte niños y veinte adultos. Había quien tocaba, quien cantaba, quien escribía la música, las letras, quien dirigía a los niños y enseñaba a cantar». Bruno describe así el capítulo más reciente de la historia. A finales de 2002 su “idea fija” de «ser concretos» conquista, como en los primeros tiempos de la parroquia de Tor Vergata, a todos los amigos de la Fraternidad. «Annalucía escribía letras para canciones de niños, yo siempre había estado metido en la música y de forma casi casual nacieron algunas de estas canciones. En Roma, además, se empezó a hacer la campaña de Navidad de AVSI; algunas de nuestras profesoras tenían alumnos que cantaban bien, nuestros hijos y los de las parejas más jóvenes...»: hete aquí, un coro de niños en concierto. Veinte niños y veinte adultos que proponen espectáculos de cantos y de cuentos para los más pequeños. En Roma y alrededores, en la ludoteca del hospital infantil Niño Jesús o en la Fiesta de primavera, que cada año se celebra en alguno de los lugares más sugerentes de la capital. Las ocasiones para «ser concretos» a través de este coro no faltan. «Hacemos estos espectáculos también porque disfrutamos con ellos –dice Bruno– y tenemos la oportunidad de estar juntos, es una ocasión más». Ver juntos a familias de edades muy distintas no es algo que suceda todos los días, e incluso el coro, que con el tiempo pasa a convertirse en la asociación El Velero, se torna una ocasión imprevista de encuentro con otras personas: «El Velero hace socialmente visible lo que es la Fraternidad», dice Bruno. «No fue un propósito: “Ahora nos implicamos en la lucha por la familia en la sociedad italiana”. Pero al final nos hemos dado cuenta de que el mayor fruto de esta iniciativa, que nació por una serie de coincidencias, es mostrar a los demás una posibilidad de vida distinta entre familias». Bruno no tiene ganas de dar una definición de lo que ha sucedido: «Llámalo experiencia vivida, amistad operativa...». «En cualquier caso, al contarlo –interrumpe Grazia– uno se da cuenta de que es una gran gracia». «Es verdad –Bruno va al grano–, si nos hubiésemos quedado encerrados en nuestra habitación no nos habría sucedido nada de todo esto».


KENYA/Nairobi
Lazos más fuertes que entre hombre y mujer
Movidos por la necesidad de compartir la vida, el trabajo y la educación de los hijos para superar la soledad. Una auténtica revolución en África

Nunzia Capriglione

«Todavía recuerdo cuando me invitaron a la Fraternidad y participé en una reunión por primera vez. Me sorprendió mucho que allí se plantearan los problemas más concretos de la vida. Por aquel entonces, Stefano Pizzi tenía que decidir si se iba o no a trabajar a Etiopía. Me llamaba la atención que afrontara este problema junto a los amigos, en lugar de hacerlo solo con su familia. Para mí resultaba excepcional, una auténtica revolución. Lo normal es que estas decisiones se tomen en familia, entre marido y mujer». Así lo relata Romana Jepto Koech, del grupo de Fraternidad de Nairobi, que empezó hace unos seis años en torno a una familia italiana, los Pizzi, y otra italo-alemana, los Diefenhardt. Desde 2001 muchas cosas han cambiado. Los Pizzi y más tarde los Diefenhardt se fueron de Kenia; los primeros se trasladaron a Etiopía y los segundos volvieron a Alemania.
Hoy la Fraternidad está formada por cuatro familias, entre todos suman once hijos. «Lo cierto es que cada vez que volvemos a estar con Elena, Marigiò y sus familias es como si nunca se hubieran ido… Ellos siguen siendo para mí un punto de referencia importante a la hora de afrontar la vida cotidiana y sobre todo por lo que respecta a la relación con mi familia».
Con toda seguridad, el que conozca la sociedad africana y su historia no puede dejar de asombrarse ante este pequeño grupo de amigos, tan conscientes del Hecho que ha aferrado su vida cambiándola, y que es capaz de cambiar la sociedad en la que viven.

La necesidad de compartir
«Al principio, cuando estas dos familias se marcharon, pensábamos que ya no sería lo mismo», interviene Joakim, profesor de secundaria. «Pero el deseo de tener un lugar donde poder compartir la vida era tan fuerte que se hizo indispensable seguir con la Fraternidad. O sea, que nos juntamos movidos por la necesidad de compartir la vida. Sin duda la relación con los Pizzi y con los Diefenhardt fue importante también por el cuidado y la atención que ellos ponían en la relación con su familia, sobre todo en la educación de sus hijos; así, como por ósmosis, esta atención y cuidado fue dándose también en nosotros».
«De hecho, lo que más me ha acompañado en estos dos últimos años es la ayuda que se me ofrece en la Fraternidad en la educación de mis hijos» comenta Henry Kamande, uno de los primeros del movimiento en Kenia. «Elegir el colegio para nuestros hijos –por ejemplo– es siempre una decisión delicada e importante, pero gracias a los amigos, ahora todo se vuelve más sencillo y estoy más seguro de las decisiones que tomo». «En la elección del colegio, en concreto, hay que partir de la experiencia que vivimos. Deseamos para nuestros hijos una escuela en la que se les mire como personas», añade Joakim.
No podemos olvidar que hoy en Kenia, y precisamente en Nairobi, hay ya una guardería, dos escuelas primarias, una de secundaria y un instituto de formación profesional promovidos por profesores y padres de CL.
«Qué bonito es ver que la Fraternidad es algo importante también para nuestros hijos», explica Consuelo. «Por ejemplo, si no nos vemos, mi hija me pregunta qué ha pasado. También los niños se han hecho amigos. Para mí, la Fraternidad ha supuesto una revolución. Al principio me desanimaba el hecho de que Elena se hubiera ido a Etiopía. Luego decidí tomarme en serio estas relaciones, y ahora cuando tengo alguna dificultad llamo a estos amigos, ¡mientras que antes sólo llamaba a mis padres! Realmente es algo excepcional, porque compartimos realmente la vida y hoy en día es muy difícil encontrar un lugar en el que se me tome en serio como persona, tal y como soy».


ITALI/Bolonia
Una simpática docena con un corazón despierto
Un grupo de Fraternidad “solo de mujeres”: en lugar de quejarse de las fatigas domésticas se ayudan a no bajar la guardia. Una amistad fraterna para buscar a Cristo

Davide Rondoni

Una simpática docena de mujeres de mediana edad, listas y habladoras, dispuestas a debatir y también a discutir si hace falta. Gente despierta: algunas madres de familia, otras pertenecen a los Memores Domini, unas son más fantasiosas, otras más retraídas, algunas con una buena carrera a sus espaldas. Querido lector, quítate de la cabeza la idea de un pequeño conciliábulo de señoras un poco pasadas o “pías” en el sentido normalmente reductivo que se da a este término. Nada de madres pesarosas que se juntan para quejarse a media voz de las fatigas domésticas, de las aspiraciones “corregidas” con el paso de los años o de los buenos tiempos de antaño. Canosas o cansinas, mirándose al ombligo. No. Este mix de caracteres y de personalidades que sólo la fantasía del Espíritu Santo puede unir es para ellas una ayuda para no bajar la guardia y, sobre todo, para no acallar el corazón. En medio de las reflexiones de lo que significa para cada una la referencia a un grupo preciso de amigas («aunque no consigamos vernos mucho...») me espetan frases y fragmentos de relatos tras los cuales se abre el gran abanico de la vida. Un abanico que a veces recuerda a la cola desplegada de un pavo real, coloreado y precioso por las decisiones compartidas y con final feliz, por las ocasiones bien aprovechadas o las iniciativas llevadas a cabo juntas. O a veces es el abanico tejido de silencio y discreción por situaciones y problemas que las ponen a prueba. Pero lo que predomina sobre todo es su singular alegría. Es conocida entre los miembros del movimiento de Bolonia (y alrededores) como la “Fraternidad de solo mujeres”. «Nos gustaría que estuvieran también nuestros maridos», dicen algunas, «pero están en otras fraternidades, tienen otra historia». Algunas lo ven bien. Para otras ni siquiera es un problema. De hecho, ningún ser de género masculino se atreve a pedir participar en este grupo. Y está bien así, dice una, llamada a hacer de “guía externa”: «Al principio me llamaba la atención que habrían sido amigas en cualquier caso. Por tanto, hacer el grupo de Fraternidad expresa su exigencia de conocer más a Cristo».

El gran cetáceo
En verano dan vida a una especie de centro veraniego para sus hijos, para los de los amigos y los de aquellos que lo deseen. Más de cincuenta niños a la semana el pasado verano. Y este invierno, después de los cursos de cocina de años anteriores, para financiar la campaña de Navidad de AVSI, han lanzado un “calendario de Adviento”. Más de once mil euros destinados a un buen fin. Las iniciativas nacen de necesidades concretas y de las indicaciones del movimiento. La conversación fluye: ¿es signo de una mentalidad burguesa gastar dinero para comprar un perro? ¿Hasta qué punto es justo ser severa con los hijos? ¿Es mejor tener la casa ordenadísima o no hay que pasarse? Pero en ese ir y venir de olas, de vez en cuando emerge el gran cetáceo, la grandeza del motivo por el que han elegido estar juntas. Lo cierto es que hablan de todo y mezclan un poco todo cuando hacen Fraternidad, tertulia, corrillo o simplemente se cuentan su vida. Pero en lo sustancioso es donde se mide esta amistad fraterna en busca de Cristo. «Si no hubiesen estado ellas –dice una– no habría dado el paso de casarme con el hombre que hoy es mi marido. Me enredaba entre mis líos y mis indecisiones. Y me ha ido bien». Otra: «El amigo del colegio de mi hijo está muy mal. No sabía cómo afrontar un problema tan grave. Me perdía imaginando, identificándome con sus padres... Pero me han ayudado a vivir esta situación sin detenerme en detalles inútiles o en fáciles consejos, asumiendo la responsabilidad que me corresponde, que es juzgar y acompañar». Otra dice: «Como veo que ahora entre mi marido y yo va todo mucho mejor, he querido regalar a todas un libro que ha significado mucho para mí». «Yo ahora estoy contenta porque puedo reconocer verdaderamente un “rostro” entre la multitud», dice la que parece decir siempre lo menos importante.


EEUU/Houston
The Roses of Texas
Volver a empezar siempre

La vida cotidiana de un grupo de americanos con muchos italianos “de paso”. Mantenernos unidos es la clave para no extraviarnos y abrirnos a todos

Maurizio Maniscalco

En el florecimiento de la vida del movimiento en EEUU los pequeños grupos de Fraternidad son tal vez la flor más hermosa. Son muy distintos entre sí, pero todos están enraizados en la tierra fértil de nuestra compañía, ya despunten entre los rascacielos de Nueva York, entre la nieve de Minnesota o en la cálida tierra del sur. Como en Houston, Tejas. Mi mujer y yo sentimos un especial afecto por el grupo de Houston, que hemos visto nacer, y cuando podemos vamos a verles. Nos sentimos muy ligados a ellos, son una verdadera compañía para nosotros.
Paolo y Lisi, Jay y Stacey, Michele y Rossana, Marco y Francesca, Kristine, Amy, Eveline, algunas familias con hijos pequeños y algunos jóvenes trabajadores.
«En estos años han pasado por aquí varias familias de amigos italianos», dice Paolo, ingeniero que trabaja en una empresa que produce válvulas para instalaciones petrolíferas. «A diferencia de nosotros, todos volvían a Italia después de algún tiempo. Visto lo cual nos resultó indispensable estrechar la relación con los que estaban aquí, con los que permanecían».

Un paso tras otro
Vamos en autobús a visitar la misión franciscana de San Diego. Nos apiñamos todos al fondo, y allí cuentan, entre bache y bache, cómo tomó cuerpo la cosa. “Inch by inch, row by row”, un pequeño paso tras otro, con un par de intentos fallidos, porque hay que tener un corazón sencillo para comprender lo que verdaderamente se desea.
Jay y Stacey, él programador para una sociedad petrolífera y ella madre “de campo”, padres de dos niños, cuentan cómo se hizo habitual reunirse en su casa así, sin más. «Pero lo que hacíamos –dice Amy, profesora de primaria– tenía un nombre, Fraternidad, aunque tardamos un poco en entenderlo».
«Comprendíamos ya entonces –cuenta Paolo– que vernos era importante, pero teníamos las ideas un poco confusas...». Y todos, riendo de sus intentos irónicos, se quitan la palabra para contar las primeras reuniones, la “regla de oración” que se habían dado, que no habría podido seguir ni un monje de clausura, la derivación fácil de las discusiones hacia psicologismos varios. Pero después de los Ejercicios de la Fraternidad y de las vacaciones de verano la cuestión se hace más apremiante, pues tras esos momentos la comunidad, pequeña pero vibrante, empezó a dilatarse. Del único grupo de Escuela de comunidad que había han surgido otros grupos, y cada uno ha empezado a invitar a gente nueva.
«Llegados a ese punto, aprender y vivir el método del movimiento era indispensable», dicen casi a coro.

Compañeros de camino
Así, sin forzar las cosas, se retoman los encuentros. Uno al mes, con los que están verdaderamente interesados. Se reza el Angelus por la mañana y el Memorare por la noche. Don Giussani y los compañeros de camino son una presencia en los ojos y en el corazón.
«Es Stacey la que me recuerda siempre el valor de la regla. Cuando, por la razón que sea, esto no sucede, siento que me falta algo, porque esto es lo que me mantiene unido a los demás», dice Jay. Y Stacey: «En ocasiones la amistad no es fácil. La Fraternidad me permite volver a empezar siempre. Por eso sigo pegada a ella». «Sin este punto firme yo me pierdo –insiste Francesca–; aquí aprendo a juzgar la vida, a abrirme a todo y a todos». «Se aprende a juzgar hasta lo que parecería más banal», insiste Eveline, joven apasionada por todo e investigadora científica. «Juzgar juntos produce un fruto inimaginable en lo que hacemos. Por ejemplo, para la fiesta de fin de año nos preguntamos qué queríamos de verdad. ¡Y al final nos encontramos con cincuenta personas que querían estar con nosotros!».
«Yo no sería capaz de permanecer aquí, lejos de donde me crié, si no tuviese este grupo. Es como la raíz que mantiene unida mi vida y mi familia», concluye Lisi.

Dos sorpresas
En el encuentro mensual retomamos los Ejercicios de la Fraternidad, jugamos con los niños, cantamos y cenamos juntos. La última vez preparamos la Diaconía Nacional reflexionando sobre las preguntas que habían enviado para la ocasión.
El 7 de diciembre el grupo fue recibido por el nuevo Arzobispo de Houston, Daniel Di Nardo. Un gran paso para una realidad tan joven. Un encuentro sencillo, con intercambio de regalos (entre ellos el cartel de Navidad de CL) y una invitación al Arzobispo para cenar juntos.
Algunos días después, dos sorpresas: encontrar las frases del cartel navideño en el semanario diocesano y una llamada de la secretaria del Arzobispo: «Entonces, para la cena...».
La rosa de Texas, como dice una canción tradicional de allí, es «the sweetest little rosebud that Texas ever knew», el brote más tierno que Tejas haya conocido nunca.


ITALIA/Milán
Sin coartada
Amigos para el mundo

Un lugar que sostiene la esperanza y el trabajo de cada uno para recordar que Cristo no es ajeno a ninguna realidad humana

Carlo Dignola

Davide Prosperi es un gran amigo de “Binocolo”. Al terminar la carrera, no pensaba en la Fraternidad: «Te lo digo de verdad. Los Ejercicios del CLU del 94 supusieron un cambio para mí. Conocí a Giussani y empezó la amistad con Cesana y con don Pino. Me pidieron que echase una mano a “Binocolo”, que seguía las comunidades del movimiento en Europa; después a él le pidieron otras tareas y a mí que le sustituyera. Me relacionaba a diario con las personas que guían el movimiento y, sinceramente, no sentía la urgencia de un “grupo” de Fraternidad. Me resistía; decía a mis amigos: “Hacedlo vosotros”». Daria Frigerio, de Brianza, insistía. Al final, Davide le dijo: «Está bien, llévala tú; yo iré». Al comienzo eran cinco o seis: «Después uno se marchó a Rusia, otro se fue a vivir a otra ciudad». Pero, mientras, llegaban otros, incluso más jóvenes. Ahora, y a pesar de todos los intentos por contenerla, tienen una Fraternidad de 50 personas, multigeneracional (por ejemplo, Daria Frigerio se licenciaba el día en que Michele Cantoni aprobaba su acceso a la Universidad) y de geometría variable: a veces se encuentran todos juntos, otras veces en grupos más reducidos. Invitan incluso a gente que no es de CL: «Si alguien quiere entender mejor qué es el movimiento no es cuestión de darle unos folios para que los lea, debe poder ver», dice Davide. Chiara Marinzi, investigadora de química en la Universidad Bicocca, explica que esa amistad no le sirve «para controlar todas las piezas, como mi inclinación insana querría, sino para mantener abiertas ciertas preguntas e incrementar el afecto por el que tengo cerca», y esto «sucede a menudo de forma muy sencilla, hablando de las cosas normales de la vida, en toda su aparente limitación». Silvia Ronchi, que participa desde hace poco en la Fraternidad, confiesa que para ella es difícil superar «la vergüenza y el pudor» a la hora de plantear ciertas cuestiones delante de todos, pero en el fondo sabe «que ahí hay gente que si me viese arrojar la vida por la borda, no se quedaría sin intervenir. Será banal, pero este interés, tan contrario a la indiferencia, es lo que me impresionó al comienzo, y lo que me mantiene unida a ellos. Es lo que hace que ese lugar sea distinto de los demás en donde en nombre de la “libertad” se nos ignora».

Alentar la esperanza
Daria dice que lo que más le impresiona, pensando incluso en las situaciones difíciles que muchos han vivido o están viviendo, es que la Fraternidad «no resuelve los problemas, sino que es una amistad que da una esperanza», ayuda a vivir las circunstancias concretas y hace que se arropen unos a otros, que se echen una mano. Cuando Silvia Pedralli, de Rogoredo, que estaba embarazada, tuvo que ser ingresada en el hospital a causa de una hemorragia, vivió momentos de angustia, entre la rabia y el miedo de perder un hijo. «En esas horas espantosas, antes de caer en la desesperación» se puso a escribir correos electrónicos desde su cama, y recibió palabras que eran «un agua buena de beber, que me daba esperanza, que me volvía a poner en camino, que me decía adónde mirar». «Nosotros –dice Davide– no planteamos teóricamente el tema de la relación con Cristo», y sin embargo todos están seguros de que el vínculo con la Fraternidad es exactamente este: «Porque uno comprende que Cristo no se puede separar de una realidad humana en donde ves la fuerza del cambio de las personas. Antes de Navidad vino a comer conmigo uno de mi Fraternidad que es comercial en una empresa. Tenía un problema. Debía cerrar la venta de un producto a un cliente, cuando descubrió que el comercial de la competencia era uno de CL. Esa misma noche decidió llamarle para comprender qué suponía para él ese negocio. Me sorprendió que se planteara el problema, que tomara el teléfono y le llamara. Es algo que se sale de cualquier lógica de beneficio, es algo que nadie hace. Resulta claro que uno se mueve así sólo por una concepción de comunión que es más fuerte que cualquier otra lógica». Pero la Fraternidad no es un “movimiento” dentro de CL: «Nosotros queríamos vivir hasta el fondo la realidad del movimiento. Nunca hemos pensado que el grupo de Fraternidad tenga un valor en sí mismo. Existe el riesgo de que se pueda reducir el movimiento a una referencia ideal, pero después la vida concreta vaya por su camino. Te puedes sentir “en tu sitio”: tengo mi grupo de Fraternidad, una familia, voy a misa todos los domingos... Tienes unos pilares fundamentales en tu vida, comprendes que ciertas cosas son justas y otras no. Tenemos muchos instrumentos, la Escuela de comunidad, los textos de Giussani, los de Carrón, los libros del mes recomendados... Sin embargo, todo esto podría ser una coartada para no aceptar el reto que Cristo te lanza en este momento en lo que vives. Siempre nos hemos alertado ante este peligro. Te das cuenta de que no estás en tu sitio, y esto provoca en ti una pregunta. Hemos empezado a preguntar». Lo más sorprendente es que, al descubrir a Cristo como objeto del propio deseo, se descubre mucho más la amistad: «Éramos amigos desde hacía tiempo, pero hemos empezado a entender verdaderamente la amistad cuando hemos comprendido que es “para el mundo”». En la actualidad Davide viaja por toda Europa visitando a las comunidades de CL y sus amigos se interesan también por la situación de algunas personas de esos lugares, o a veces acompañan juntos a una determinada comunidad, y ayudan a su familia cuando él no está, especialmente los fines de semana. «Es algo que siempre me ha conmovido: perteneciendo a una amistad así, nunca falta nada. Siempre hay alguien que te ayuda, ya sea con su compañía, ya sea con su aportación económica».


ITALIA/Téramo
Para que todos vean a Aquel que hace bella la vida
Enlazadas como eslabones de una cadena. Pertenencia y Fidelidad a la Escuela de comunidad son el origen de un juicio nuevo sobre todo, obras incluidas

Piergiorgio Greco

El Gran Sasso domina majestuoso sobre Téramo. Se eleva a espaldas de la ciudad y acompaña discretamente a las personas que viven, trabajan y esperan allí. Ese macizo, al que los abruzzeses llaman “la bella durmiente”, es una presencia admirable y fuerte, que remite silenciosa a la única Presencia que hace majestuosa la vida. La irrupción de la belleza de Cristo en la vida de un grupo de personas de Téramo es el origen y el significado de una historia de amistad o, más concretamente, de fraternidad. Real, concreta, libre, constructiva, adulta, una Fraternidad que se ha convertido día tras día en signo para todos, como relatan algunos de sus protagonistas: Ercole, Massimo, Tonino, Mauro y Nino. Nino trata de reconstruir el origen histórico del grupo: «Al volver de la peregrinación a Lourdes en 1992 para conmemorar el décimo aniversario de la Fraternidad, tuvimos un encuentro con el padre Giancarlo Vecérrica, hoy obispo de Fabbriano, que nos dijo: “Ahora vuestras vidas deben ligarse como los anillos de una cadena”. Una invitación que quisimos tomarnos en serio». Añade Ercole: «Pero ninguno de nosotros pensó en actividades que añadir a la Escuela de comunidad. Cristo estaba ya presente en toda su belleza, y desde el comienzo le habíamos dado nuestro “sí” sincero. Por ello, grupo de Fraternidad y comunidad de CL de Téramo coincidían». Todos asienten. «Me cuesta seguir reglas y ritmos que se añadan a los propios de la vida y del trabajo –cuenta Tonino–. Me basta con saber que pertenezco libremente a la relación con estas personas». Mauro está de acuerdo: «Participar en la Fraternidad nos ayuda a reconocer la presencia del Señor, y a esta belleza nos entregamos por completo». De nuevo Ercole: «Mi primer pensamiento por la mañana es que estoy agradecido por todo lo que existe, que no hago yo, y pido estar cada vez más apegado a lo que me genera. Estos amigos son vitales para mí».

Cita imprescindible
Pero, ¿es suficiente con este asombro? «En absoluto –explica Ercole–, porque todo surge, desde el principio, de la Escuela de comunidad. Cuando pedimos ayuda para una de nuestras obras, vino de Milán Antonello Bolis, que simplemente nos dijo: “Haced Escuela de comunidad”. Desde entonces somos conscientes de que podemos saltarnos todo menos esta cita imprescindible que lo juzga todo, también nuestras obras». Sí, las obras. Porque de estos adultos conmovidos por el encuentro con Cristo han nacido realidades importantes que suponen en la actualidad un auténtico patrimonio para toda la zona: desde el centro de rehabilitación de San Atto, que da trabajo a 86 discapacitados (cfr. Huellas de diciembre 2003), al Banco de Solidaridad, que asiste a 180 familias necesitadas, pasando por el Centro de servicios para el voluntariado de la provincia de Téramo y el centro cultural “Gente Gente”. «A diferencia de otros –cuenta Massimo– yo no me movía por una necesidad personal, pero decidí dar algo de mi tiempo a estas obras porque suponía implicarme aún más en esta amistad». «Las obras –añade Mauro–, además de responder a necesidades concretas, se han convertido en una gran oportunidad para hacer acción caritativa, el otro pilar de la vida de la Fraternidad junto con la Escuela de comunidad». Obras que son signo de su pertenencia concreta a Cristo. Concluye Ercole: «Queremos que estas iniciativas, apreciadas por todos, sean un instrumento para llevar a todas las personas a Cristo. Para que todos, al igual que nosotros, puedan encontrar a Aquel que hace verdaderamente bella y plena la vida».


CHILE/Santiago
Los de los jueves
Compartir la vida

La historia que comenzaron dos amigos una noche de 1982 en un piso de Milán hablando del movimiento se ha convertido diez años después, en un grupo de Fraternidad en Santiago

Paola Bergamini

En el año 2000, Pablo, por aquel entonces directivo de Telecom, tuvo una idea al volver de un viaje de trabajo: reunirse una vez por semana con algunos amigos para hablar de la vida, de los problemas que surgían en el trabajo y de todo lo que la realidad despierta, para no quedarse encerrados en su propio reducto. Hacía un año que se había trasladado a Chile con su familia. Además de algunos lazos familiares, le unía a ese país una gran amistad con Bolívar. Se conocieron en 1982 en Milán, donde Bolívar conoció Comunión y Liberación. «Estudiaba en la Universidad –cuenta Pablo– y una noche me lo encontré en mi piso; estuvimos hablando toda la noche, no solo de Chile sino del encuentro con el movimiento que había supuesto para los dos un cambio radical en la vida. A lo largo de los años, a pesar de la distancia, esta amistad no solo se ha mantenido, sino que ha ido creciendo. Luego vino el traslado a Chile».
Pablo le comentó su idea a Bolívar y así nació “el grupo de los jueves”. Se juntan para comer; al principio eran cuatro, luego ocho, luego… depende porque siempre hay alguien que lleva a un colega o a un amigo. Ha llegado a ser un lugar en el que se juzga concretamente lo que sucede en el día a día, pero también se ayuda al que lo necesita. En torno a esa mesa nació la CdO en Chile. «Sucedía –nos cuenta– lo que me dijo en una ocasión Vittadini: “No es que haya que hacer obras, porque si uno está contento en su trabajo, eso es ya una obra. Nos juntamos por una necesidad muy concreta: vivir la memoria de Cristo en el trabajo”. Algo que todos queríamos». Una amistad que para algunos se hacía cada vez más apremiante, hasta que en 2003 Bolívar me propuso: «Pablo, ¿por qué no hacemos un grupo de Fraternidad?». «Al principio yo no estaba muy convencido pero obedecí a mi amigo, me fié».

Una familiaridad inimaginable
La vitalidad de esos encuentros ha ido a más. Se ven una vez al mes con sus familias, en casa de uno u otro; después de comer juntos, leen un texto, comentan algún suceso o un problema que les preocupa especialmente. «Ha nacido una familiaridad inimaginable entre personas muy diferentes. Un empresario y un parado, un abogado y un obrero. Va creciendo entre nosotros el afecto recíproco. Contando con nuestros límites compartimos la experiencia cristiana, lo más hermoso que nos podía suceder, algo muy concreto y que, además, es la posibilidad de ser felices». Comparten todos los aspectos de la vida, desde una crisis matrimonial hasta la forma de poner en marcha una empresa o buscar trabajo para el que lo ha perdido. «Yo he sufrido la quiebra de la empresa familiar –nos cuenta Benjamín, empresario–. Pasé de ser rico a ser pobre. Estaba desesperado; casado y con cuatro hijos tuve que empezar de cero. En esa situación dramática descubrí cómo la compañía de estos amigos me ayudó a volver a empezar». «Siempre me había sentido profundamente sola –escribe Patty–. Al principio, al ver que mi marido se adhería a esta amistad, me sentía todavía más sola. Estaba celosa de esos amigos. Luego, llegó un día en el que decidí seguir este “interés” de mi marido. Fue el descubrimiento de mi vida». También se concreta sencillamente en una atención a los detalles. «Cuando mi mujer, Francesca, –concluye Pablo– se fue a Italia con los niños, nunca me faltó una invitación a cenar para que no estuviera solo».


ITALIA/Varese y Milán
Más allá de la universidad
Madurar juntos

Un grupo de recién licenciados decide dar continuidad a su amistad. A vueltas con el trabajo y con las nacientes familias, ayudándose mutuamente

Carlo Dignola

Lo expresa muy bien Silvia Balzarini: «Lo que más me conmueve hoy es ver cómo nuestra amistad se hace cada día más carnal. Y esto acrecienta mi certeza sobre la presencia de Cristo en mi vida». El grupo al que pertenece Mitch está formado por once jóvenes de Varese que se conocen casi todos «desde los tiempos del bachillerato». Han estado juntos en el CLU, aunque en distintas facultades esparcidas por Milán: Ingeniería, Ciencias políticas, Ciencias de la información, Derecho. Cuando se licenciaron hace uno o dos años, el padre Ambrogio Pisoni, que les conoce bien, les dijo que había llegado el momento de dar una forma adulta a su amistad: «María Cova cazó la sugerencia al vuelo –cuenta Alessandro “Ingra” Inversini–, y nos propuso, con la insistencia que le caracteriza, constituir un grupo de Fraternidad. Para mí, sin embargo, no resultó tan evidente decir enseguida que sí».

Ningún automatismo
Tampoco lo fue para los demás. De hecho no empezaron inmediatamente –explica Mitch Castelli– «para que no fuese algo automático: uno termina la universidad y debe formar un grupo. Recorrido fijo: GS, CLU, Fraternidad. Pero éramos amigos, y queríamos anclar esta amistad que había entre nosotros en el punto que reconocíamos como su centro». «A veces –cuenta “Ciccio” (Claudio Franceschini)– es fácil dejarse llevar por pensamientos tipo: “Yo a estos ya los conozco, lo sé todo sobre ellos”. Y sin embargo día a día me doy cuenta de que estar con ellos, hablar incluso de cosas banales como siempre hemos hecho, es un descubrimiento continuo». El problema –dice– es «llegar a juzgar toda la vida. Lo experimento cada vez más: una concreción que no deja nada al discurso o a la teoría». Ya sea ir juntos a Santiago de Compostela, ya sea colaborar con el Banco de Alimentos o hacer de la Fraternidad una especie de «grupo IKEA» que va a «montar sillas y muebles a casa de unos y otros», lo esencial es que aunque «me pueda la inercia –reconoce Carlo Ossola–, la Fraternidad está allí para aguijonearme, como dice Fabio Baroncini». Sin esta concreción –observa María Cova– «no tendría sentido para mí decir “vivo por Cristo” o “Cristo coincide con los rostros de...”». Castelli subraya que «lo que está surgiendo es más grande que lo que pensábamos en un principio. Suceden cosas y cambios que no se pueden reducir a un esquema». Ni siquiera a un esquema de CL. «Cuando el movimiento se convierte en una autoreferencia, en algo que nace y termina en el grupo de Fraternidad, creo que es lo peor que te puede pasar. Pero a nosotros la Fraternidad nos está abriendo un horizonte incluso con respecto a la experiencia del movimiento».

Servicio social
Los amigos de Federico Pella son también gente joven, gente cuya vida adulta comienza ya entrado el nuevo milenio: «Todo comenzó con el servicio social sustitutorio», cuenta Lello (Francesco Lecis). «Federico, Stefano, Piro y yo nos conocimos prestando el servicio social en la secretaría de Vitta (Giorgio Vittadini), más o menos al final de la carrera». Allí se hacía de todo, desde chófer a secretario, con unos horarios intempestivos, desde el alba hasta bien entrada la noche. «Algo temerosos (dada la dinámica empleado-jefe que se había instaurado con Vitta), empezamos a confrontar con él todo lo que nos apremiaba: cómo elegir trabajo, qué supone casarse, qué quieres hacer con tu vida». «No es que nos conociésemos mucho, dice Pella. No éramos lo que se dice “amigos del alma”, de los que salen los viernes por la noche a tomarse unas cañas. Además, Vitta tiene un carácter peculiar...». Y sin embargo se los llevaba el domingo a comer al campo o a ver exposiciones de arte. «Una vez, antes de una asamblea sobre la guerra en Iraq, dijo que con nosotros había sucedido un milagro: partiendo de dificultades de carácter y hasta de comprensión verbal, había nacido una amistad. Y esto nos conmovió, ¿sabes?». En poco tiempo formaron un grupo al que todos habían llevado un amigo, la mujer, la novia: «Vitta se permitió incluso –dice Luca Chiesa– invitar a algún amigo a unirse a nosotros, y esto desbarató la dimensión de amistad epidérmica que teníamos». Ingenieros y arquitectos, todos empezaron a trabajar: algunos se marcharon al extranjero, a Alemania, Portugal, EEUU. Empezaron a casarse y a tener hijos. Y mientras, la Fraternidad crecía con dificultades y gran gasto de tiempo, pero «aun siendo absolutamente torpes en nuestros primeros pasos en la vida adulta», siguieron juntos. Lo explica Mattia: al principio «no teníamos una amistad estrecha entre nosotros. Lo que resultaba evidente era que ese lugar se nos había dado, y que si no lo aprovechábamos éramos unos insensatos». Y poco a poco las cosas cambiaron, «a partir de la lecturas de los textos que se nos proponían pasamos a hablar de todo lo que nos afectaba». Federico está casado desde hace año y medio con Prisca: «Acabo de ser padre de un niño...», comenta. Cuenta que ella quiere «volver a empezar personalmente» en la universidad colaborando con AVSI, porque el ejemplo de los amigos ha despertado en ella el deseo de vivir lo mismo en su circunstancia cotidiana. Federico insiste en que el estilo de su Fraternidad es muy simple y esencial. La última vez que se vieron con Vittadini fue el 24 de diciembre, porque él está siempre muy ocupado, y «sobre todo nunca tiene tiempo para que comamos juntos». Pasaron la Nochebuena hablando de «los problemas con el niño, con la mujer», como una familia cualquiera. «Fue un momento precioso –explica Mattia– porque por una parte emergían las diferencias, los roces, las dificultades inevitables, pero por otra se veía también el deseo predominante de vivir la familia como el lugar en donde conocer a Cristo y madurar como personas». Entre una barbacoa y un «no cejar hasta llegar a una solución aceptable de los problemas», la Fraternidad –concluye Federico– se está convirtiendo en «un modo normal de compartir. En ella hemos invertido nuestras energías y toda nuestra vida. Y estamos aprendiendo a llamar a Cristo por su nombre, como nos repite desde hace un tiempo el mismo Vitta».


IRLANDA/Dublín
Gente de Dublín en pleno boom
En los años ochenta un grupo de amigos empieza su andadura en la capital irlandesa sin detenerse ante las dificultades en un país en plena transformación

Anna Leonardi

Mucha agua ha corrido bajo el puente Ha’Penny de Dublín desde que Mauro Biondi, estudiante universitario, llegara a orillas del Liffey River por primera vez. Era 1980 cuanto este auténtico siciliano llegó a la ciudad para continuar sus estudios de Ciencias Políticas respondiendo a una invitación que don Giussani formularía en un texto del año 82 con estas palabras: «Sería bonito que una semilla del movimiento se trasplantase en Irlanda, confundiéndose con esa tierra en todo, salvo en el desenfoque de la fe y la pérdida de pasión por ella, esa fe que se dio en tiempos pasados y que ahora falta». Mirando los hechos desde hoy, 2007, uno se llena de ternura al ver que las cosas sucedieron realmente así. En estos veintisiete años Mauro ha levantado una casa y una familia, ha creado un trabajo (que se llama Emerald Cultural Institute) y se ha implicado en una serie de relaciones que con el tiempo culminaron en la adhesión a la Fraternidad. «Con los amigos que conocimos aquí en Irlanda se dio, en un momento dado, un paso natural y profundamente libre –cuenta Mauro–: vivir la experiencia del movimiento en la forma que esta historia había generado».

El desarrollo económico
El Dublín de hoy es muy distinto del que, hace años, apadrinó al neonato grupo de Fraternidad. Hacia mediados de los noventa la isla de esmeralda experimentó un fuerte desarrollo económico, que la sacó de una situación de pobreza y desempleo. Irlanda dejó de ser el farolillo rojo de los países europeos. A este auge han contribuido grandes multinacionales como Microsoft, Hewlett-Packard y Google, que abrieron sedes en su capital. «Para nuestro grupo de Fraternidad –prosigue Mauro– fue muy importante este cambio. Cuando empezamos, algunos de nosotros tenían la preocupación del trabajo. Yo era la oveja negra: uno de los pocos inmigrantes en busca de empleo en un país con una tasa altísima de emigración y que, en algunas zonas, tenía un desempleo juvenil del 70%. Pero, gracias al apoyo de los amigos de Italia, quisimos arriesgar por una idea que a muchos les parecía una locura: una escuela de inglés para extranjeros». En la actualidad el Instituto, que cuenta con 170 empleados, recibe a cerca de cinco mil estudiantes al año procedentes de todo el mundo. «Con los amigos de la Fraternidad –explica Mauro– que trabajan en el Emerald Institute hablamos a menudo de que ser compañeros de trabajo es un don, porque podemos apostar por nuestra amistad en este lugar, plasmándolo según el ideal que nos anima». Lo cual es posible si cada mañana volvemos a partir bien pertrechados «del deseo del corazón», prosigue Mauro.
Si el boom económico ha cambiado la fisonomía de Irlanda –en los últimos años han llegado cien mil polacos–, también se ha producido un cambio en el grupo de Fraternidad, por un extraño efecto dominó: «Hemos conocido a muchas personas que acababan de trasladarse aquí. Interesándonos por ellos les ayudamos con sus problemas de inserción. Si hacía falta, les hospedábamos en nuestras casas, les ofrecíamos una amistad, proponiéndoles también la experiencia de la Fraternidad».

Una brecha profunda
Pero la recuperación financiera no ha sido el único ciclón que se ha abatido sobre la isla: otro, de aspecto mucho más negro, acecha este país considerado uno de los últimos baluartes católicos. «Junto al saneamiento económico –explica Mauro– se ha producido una progresiva descristianización del país. La Fraternidad debe medirse continuamente con este cambio profundo de la sociedad irlandesa». La primera brecha a la que ha tenido que hacer frente es la del vacío educativo, la falta de una propuesta cristiana clara por parte de una sociedad que tradicionalmente la había ofrecido. Un ejemplo de esto es lo referente a la catequesis. «Históricamente, la escuela se había ocupado siempre de la formación cristiana de los niños –cuenta Mauro–. La catequesis no se hacía en la parroquia, sino que formaba parte del plan de estudios. En segundo de primaria los niños se preparaban para recibir la Primera Comunión, y en sexto, el sacramento de la Confirmación. El problema es que hoy no hay que dar por supuesto que los profesores sigan siendo creyentes. El sujeto educativo se ha debilitado. A menudo lo único que se propone a los chicos son reglas para moderar el consumo del alcohol, del que muchos abusan ya desde los doce años». Con esta preocupación, pensando en sus hijos, los de la Fraternidad han creado un “grupo del Grial”. Un enjambre exuberante de chavales de entre 11 y 14 años –guiados por dos adultos– que, después del colegio, se ayudan a estudiar, organizan excursiones, cantan en el coro y van juntos a misa, implicando también a sus amigos.
Los confines de Fraternidad se extienden a todo el movimiento. «Participamos de un dinamismo incesante –concluye Mauro–, que nos mueve a cambiar continuamente, sin quedarnos en nuestras ideas de lo que debería ser un grupo de Fraternidad». Aunque ellos tengan reparo en decirlo, de su amistad han nacido los últimos dos actos públicos de CL en el “pagano” Dublín: el Via Crucis en 2006, seguido por mil quinientas personas y guiado por el Arzobispo Martín, y una concurrida cena de Navidad para recaudar fondos para los proyectos de AVSI. Signos nada indiferentes de un renacimiento cristiano.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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