Un grupo de amigos sigue viéndose después de la universidad. En el origen de la primera Confraternidad, de la que con el tiempo nacería la Fraternidad, está la insistencia contagiosa de don Giussani. Cesana, testigo de la primera hora, lo recuerda para nosotros
A finales de los años setenta Giancarlo Cesana tenía treinta años. Joven médico dedicado a la medicina del trabajo y además joven padre de familia, se vio implicado con algunos amigos en una aventura de resultados entonces imprevisibles: siguieron juntos un recorrido que les guió hacia algo nuevo. Algo que nacería pocos años después. Hoy recuerda: «Me hallaba inmerso en el contexto de la amistad que había nacido en la universidad con don Giussani, y que no podía agotarse al terminar los estudios. De hecho se prolongó más allá de la universidad hasta constituir un grupo estable. Nos reuníamos cada quince días en vía Mosè Bianchi, en la sede de los misioneros del PIME (Pontificio Istituto Missioni Estere), que en aquella época hospedaba a la sede de CL». Así comienza nuestra conversación para este número de Huellas dedicado al vigésimo quinto aniversario de la Fraternidad.
En esos años don Giussani imaginaba el nacimiento de «estructuras no dependientes de la organización ni del centro del movimiento, sino total y absolutamente dependientes de la responsabilidad seria del adulto, de aquel que se reconoce unido a otros» (La Fraternidad de Comunión y Liberación, Encuentro, 2007; nos hallábamos en 1979). Y añade: «Pensaba en un vínculo totalmente libre, que no naciera de la estructura del movimiento, sino que fuera creado por adultos que sienten el deseo de comprometerse objetivamente, también ante los demás, como amigos, en un camino de santidad personal» (esto sucedía en el año 1981).
Giancarlo, ¿qué sucedió en esas reuniones en el PIME?
En el contexto de aquel grupo de amigos que había crecido con él en la universidad, don Giussani empezó a hablar de “Confraternidad”, entendiendo con este término una amistad entre cristianos adultos, no ligada previamente a la organización de CL o de otras estructuras eclesiásticas, por ejemplo de tipo parroquial. La Confraternidad no nacía en ningún sentido contraponiéndose a algo; Giussani precisó enseguida que la obra de la Fraternidad era el movimiento, y ciertamente animó a una presencia activa y significativa en cualquier ámbito social y eclesial. Pero él ponía el énfasis en nuestra libertad, para que reconociésemos que la amistad que había comenzado en la universidad tenía un valor definitivo para toda la vida. Recuerdo que una vez contestó así a uno de nosotros que acudía a los encuentros desde Pésaro, a donde había vuelto una vez terminados los estudios en Milán: «¡Esto es!, tú vienes aquí para nada». Quería decir que Marco venía solo para un intercambio gratuito de amistad, sin objetivo alguno de naturaleza organizativa u operativa.
¿Cómo recibísteis esta invitación de don Giussani?
Nosotros al principio, por lo menos yo, reaccionamos a esta propuesta con muchas preguntas, sin comprender por qué insistía tanto en la necesidad de que nos reuniéramos. Después de los primeros encuentros, su insistencia se hizo aún mayor, hasta el punto de llegar a decirnos: «Es mejor que vengáis aquí, porque si no vinierais, os perderíais todos, uno a uno». Fue entonces cuando empezamos a llamar a aquel encuentro periódico la “Confraternidad del salvavidas”.
Pero como don Giussani era contagioso, incluso sin comprender hasta el fondo su preocupación, nos vimos cada vez más implicados en un protagonismo que él reclamaba explícitamente. De esta forma no solo continuamos con nuestro grupo, sino que fuimos a otros lugares a promover otros grupos. Don Giussani me invitó al encuentro con el abad de Montecassino, Matronola, para fundar lo que se llamó “Fraternidad de Comunión y Liberación”. Esto sucedió en 1980. Éramos unos doce.
Desde esas reuniones periódicas en Milán, ¿cómo tomó forma la idea de Fraternidad?
La imagen de la Fraternidad fue plasmándose a medida que nos reuníamos. Don Giussani subrayaba sobre todo el valor de la amistad y de la libertad. Y a continuación la necesidad de un punto de referencia concreto: se nos indicó la persona de Luciano Riboldi, que no tenía que ser un líder, sino un secretario inteligente, que promoviera nuestra libertad. Tenía la tarea de tomar los apuntes de cada reunión y ordenarlos, de manera que sirvieran como punto de partida para la siguiente reunión.
El segundo aspecto que se fijó fue la regla, que consistía, si mal no recuerdo, en el rezo diario del Angelus y en la confesión quincenal.
El tercero –que durante algún tiempo nos intrigó bastante– fue la obra: cada grupo debía tener una obra, en función del movimiento, pero una obra específica. Nos hallábamos en los años inmediatamente posteriores a la intervención de don Giussani en el Equipe de Riccione de 1976 y, por tanto, soplaba un viento de “reforma” del movimiento y de la sociedad, que para nosotros era lo mismo, porque lo que nos cambiaba a nosotros cambiaba a toda la sociedad. Se produjo entonces un bullir de proyectos, sobre todo de naturaleza política, cultural y social. A esos años se remonta la entrada en política de Antonio Simone y de Antonio Intiglietta, con las espectaculares elecciones en la región Lombardía y en el ayuntamiento de Milán. Y también la difusión de centros culturales y luego, más adelante, el nacimiento de la Compañía de las Obras.
Don Giussani, si bien no objetaba nada a estos tipos de iniciativas, es más, las consideraba como una consecuencia necesaria e inevitable de una experiencia verdadera de fe, puso siempre el acento en la gratuidad y en el hecho de que, aunque no debíamos permanecer indiferentes ante el resultado de nuestra acción, no podíamos sin embargo depender de él. Y por tanto trató siempre todo nuestro hacer con una ironía que en absoluto era distante, sino siempre dispuesta a corregirnos y alentarnos.
¿Qué palabras se te han quedado grabadas?
A través del camino de la Fraternidad fuimos comprendiendo el significado que tienen para la vida cristiana los términos que don Giussani introdujo justamente en su intervención en el Equipe del 76 (véase Huellas nº 11, noviembre de 2002, inserto pp. I - XII; ndr) y que son, a modo de índice: la presencia, como unidad y comunión, con la ascesis que conlleva; el juicio como afecto; y la autoridad como un hecho.
Desde aquellos pocos cientos de personas que ocupaban el salón del Hotel Punta Nord de Torre Pedrera en 1982, para los primeros Ejercicios espirituales de la Fraternidad (en la “Página Uno” de este número de Huellas pueden leerse los apuntes de la primera lección de don Giussani), hoy los inscritos superan los cincuenta mil en todo el mundo. ¿Qué queda del “salvavidas” y qué te sugiere aquella primera experiencia pensando en las dimensiones actuales de la Fraternidad?
El vínculo entre nosotros jamás se ha perdido, subsiste aunque las circunstancias nos hayan llevado a vivir en lugares y con personas distintas. La “Confraternidad del salvavidas” nos “incumbe” siempre: como un ejemplo paradigmático para mí y porque fue el comienzo. Diría que la exigencia fundamental de todos los miles de grupos de Fraternidad que han nacido en el mundo es la de permitir la experiencia de un inicio, es decir, de un acontecimiento que siempre dé paso a la vida. Dicho de otro modo, la exigencia de no reducirse al tran tran enmohecido que a veces caracteriza a ciertas hermandades católicas, como si una pequeña regla o el compromiso de un tiempito libre bastaran para salvar la vida. Aunque, en el fondo, debemos valorar el sentido de las pequeñas reglas o las pequeñas iniciativas, porque tal vez no tengan grandes efectos, pero por lo menos mantienen viva en la persona una llamita desde la que puede prender, antes o después, el incendio.
En este sentido me llama mucho la atención que don Giussani ha hablado siempre de la Fraternidad en términos esenciales, proponiendo la pertenencia a ella como un hecho personal, no mediado por los grupos, y subrayando que para adherirse basta solicitar la inscripción. Junto a la inscripción, el único gesto que consideró necesario, y que por ello se requiere a todos, es contribuir al fondo común, en la forma y cantidad que cada uno establece, primando siempre la fidelidad.
Para llevar a cabo los objetivos indicados, ¿no bastaba con CL?
Siempre me ha resultado claro –y don Giussani lo subrayó profusamente– que la vida de la Fraternidad está en función del movimiento más amplio que se genera y de la pasión por su incremento. Quienes viven la Fraternidad no participan de ninguna lógica elitista o de aristocracia católica.
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