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Huellas N.2, Febrero 2007

PRIMER PLANO - La obra del movimiento

Vivir la memoria de Cristo en todos los ambientes

a cargo de Roberto Fontolan

El cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Su Santidad, conversa con Huellas sobre el vigésimo quinto aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. «La experiencia que nace del carisma de don Giussani impresiona sobre todo porque testimonia que la fe lleva al hombre a apasionarse por la realidad»

Benedicto XVI ha querido tenerlo a su lado para encomendarle el cargo más delicado: Secretario de Estado de la Santa Sede. En la carta dirigida a los fieles de la diócesis de Génova que anunciaba que su Cardenal les dejaría para ir a Roma, el Papa lo describía como un pastor «especialmente capaz de conjugar solicitud pastoral y preparación doctrinal», y habló de aquel «mutuo conocimiento y confianza, madurados a lo largo de los años de servicio común en la Congregación para la doctrina de la fe, que me han impulsado a escogerlo para ese alto y delicado cargo al servicio de la Iglesia universal». En efecto, antes de ser nombrado arzobispo de Génova, monseñor Bertone había sido durante siete años secretario de la Congregación dirigida por el entonces cardenal Ratzinger. Nacido en Romano Canavese, diócesis de Ivrea, quinto de ocho hijos, sacerdote salesiano, el cardenal Bertone está hoy a la cabeza del «dicasterio que –dice la constitución apostólica Pastor Bonus– ayuda más de cerca al Sumo Pontífice en el ejercicio de su suprema misión».
Secretario de Estado desde hace pocos meses, ha aceptado gustoso conversar con Huellas sobre el aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. En una ocasión definió a don Giussani como «el don Bosco del siglo XX»: lo cual, dicho por un salesiano...

Cuando fue reconocida hace veinticinco años, la Fraternidad era todavía una realidad en su mayoría italiana. Desde entonces la Fraternidad, a la que don Giussani definió como «el fruto maduro de la experiencia de CL», ha tenido una gran expansión alcanzando a miles de personas en muchos países distintos. A ella se adhieren jóvenes trabajadores y jubilados, casados y consagrados, personas de cualquier extracción social... ¿Qué preocupaciones ve más acuciantes y qué reclamos quiere hacer a una realidad como la Fraternidad de CL para su servicio a la Iglesia?
El desafío para la Fraternidad de CL, como para cualquier realidad eclesial que nace de la imprevisible gratuidad y creatividad del Espíritu, es ante todo el de ofrecer la riqueza y la vivacidad de su propio carisma al servicio de la edificación de la Iglesia, testimoniando así con los hechos esa profunda y originaria unidad que existe entre todo carisma y la institución eclesial.
Para expresarlo no encuentro mejores palabras que las usadas por el Santo Padre Benedicto XVI en la pasada vigilia de Pentecostés: «La multiformidad y la unidad son inseparables entre sí». Unidad y multiformidad son ambas dones del Espíritu, de ese Espíritu –decía el Papa– que «no nos evita el esfuerzo de aprender a relacionarnos mutuamente; pero nos demuestra también que él actúa con miras al único cuerpo y a la unidad del único cuerpo. Sólo así la unidad logra su fuerza y su belleza».
La Iglesia está llamada a testimoniar, dentro de la historia humana, que esa unidad multiforme –ya inscrita en el designio de la Creación y que el mundo busca “a tientas”– se realiza únicamente en Cristo y en la docilidad a su Espíritu. La misión de la Iglesia es testimoniar en el corazón de la historia que esa unidad multiforme entre los hombres es ante todo don de Dios. Hago mía la exhortación del Santo Padre: «Participad en la edificación del único cuerpo... para que la vida de la persona, un orden más justo en la sociedad y la convivencia pacífica entre las naciones encuentren en Cristo la “piedra angular” sobre la cual construir la auténtica civilización, la civilización del amor».
Delante de la Fraternidad de CL se abren los horizontes de cada ambiente y lugar en el que el hombre de hoy vive, trabaja, estudia, construye, goza y sufre, para que allí Cristo sea testimoniado, conocido y amado. No por casualidad de una experiencia como la de CL han nacido los Memores Domini, laicos que viven en virginidad, pobreza y obediencia, que dedican su vida a vivir la memoria de Cristo en cualquier ambiente en donde el hombre vive y trabaja, en el corazón del mundo. En definitiva, utilizando una expresión que sé que le gustaba también a don Giussani, diría: «¡Haced de Cristo el corazón del mundo!». Esta es una tarea comprometida y fascinante en la que vuestro movimiento está ya comprometido en distintos lugares, y por este motivo, en nombre de la Iglesia, estoy agradecido a Dios y también a vosotros.

A lo largo de los años usted ha conocido a Comunión y Liberación en distintas ocasiones y lugares. ¿Qué le ha quedado grabado de estos encuentros? En su opinión, ¿qué hace que esta experiencia sea interesante para el mundo de hoy?
La experiencia que nace del carisma de don Giussani impresiona sobre todo porque testimonia que la fe lleva al hombre a apasionarse por la realidad, por todo lo que existe, por todo lo que el hombre vive, por toda la realidad. Pienso que el Meeting de Rímini hace patente esta pasión por la realidad que la fe genera allí donde es vivida en toda su profundidad.
Y esta me parece también una contribución importante para testimoniar la racionalidad de la fe. La fe exalta la razón, ensancha sus horizontes y la empuja a sondear la realidad, conduciéndola cada vez más hacia horizontes inexplorados. De esta forma la fe muestra también su capacidad de valorar lo que es humano, lo que es humanamente verdadero. Por eso me resulta muy querida, como a don Giussani, la frase del retor Victorino: «Cuando conocí a Cristo me descubrí hombre». Yo añadiría, desde que conocí a Cristo todo lo humano se me hizo familiar.
Justamente por esto puede decirse que vuestra experiencia testimonia también una gran pasión por el hombre. Una pasión por el hombre y por todas sus necesidades, desde las materiales a las más profundas del corazón. Algunas obras –que he podido conocer de cerca– creadas por personas de vuestro movimiento muestran una conmovedora solicitud hacia el hombre. Pienso, por ejemplo, en muchas de vuestras familias que se abren, como dimensión normal de su vida, a la acogida en sus casas de muchos hijos, incluso y especialmente de chicos que reciben en acogida o en adopción. O también en la realidad del Banco de Alimentos, que asiste a miles de familias que tienen dificultad para conseguir el pan cotidiano. Si no me equivoco, fue precisamente don Giussani el que quiso esta obra. Y él mismo no dejó de sondear la profundidad del hambre del corazón humano –pienso, por ejemplo, en El sentido religioso–, recordándonos que esta hambre no es menos concreta que la del estómago.

Pocos días después del vigésimo quinto aniversario del reconocimiento de la Fraternidad celebramos el segundo aniversario de la desaparición de don Giussani. En un acto celebrado hace dos años en el Capitolio de Roma en recuerdo suyo, usted lo definió como «el don Bosco del siglo XX» ¿Por qué?
Me surgió de forma espontánea llamarlo así sobre todo porque, siendo yo un “hijo” de don Bosco, reconozco algunas analogías entre don Giussani y nuestro fundador: ante todo en la pasión por los jóvenes y también en la intuición o, por llamarlo así, en la genialidad educativa. Don Bosco, al encontrarse con los jóvenes a través de sus necesidades concretas de compañía, de paternidad, de juego, de acompañamiento en el estudio y en el trabajo, les ofrecía, a través del oratorio, un lugar educativo que les apartaba de la calle, haciendo de ellos cristianos, auténticos amigos de Jesús. Me parece que también don Giussani, especialmente en la escuela, supo encontrarse con miles de jóvenes, despertando toda la riqueza de su corazón, compartiendo sus necesidades más profundas como una fuente preciosa que conduce a Cristo y enseñándoles a vivir la comunidad cristiana en el ambiente como lugar de una maduración de su fe y de su humanidad que nunca se agota.
Ambos, como verdaderos padres en la fe, han sabido generar muchos hijos. Ambos, como verdaderos amigos de Jesús, han sabido introducir en la amistad con el Señor el corazón de muchos hombres. Ambos tenían el corazón lleno de amor por la Iglesia, un amor por la Iglesia tal como es, con toda su belleza, que resplandece también a través de sus heridas.
Siempre me ha impresionado que don Giussani apostase por la libertad del hombre, considerándola como una posibilidad, antes que como un problema al que poner remedio y cauce, sin que ello le impidiese una mirada realista sobre la miseria y la debilidad humanas. Justamente esta mirada positiva, llena de esperanza y de paternidad hacia todo lo humano, es lo que asemeja a don Giussani a don Bosco. Finalmente, diría que también los rasgos humanos acercan a estos dos grandes hombres, que cautivaban por la alegría de su rostro, la alegría del que se sabe perteneciente a Jesús. Quiero desear esta alegría, como experiencia cotidiana, a todos los que son “hijos” de don Giussani.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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