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Huellas N.2, Febrero 2007

CARTAS

Madrid, Tenerife, Toledo,...

a cargo de María Rosa de Cárdenas

Belleza, gusto y trabajo
Desde hace un tiempo, Medicina y Persona –en su “sucursal” madrileña– es un lugar lleno de vida. Hace año y medio, cuando comenzó la campaña “Tiempo de Educar”, nos sentamos juntos un grupillo de profesionales del ámbito sanitario porque queríamos ver si la educación que recibíamos durante la carrera nos servía realmente para afrontar el dolor y el sufrimiento al que estamos expuestos constantemente. Fuimos comentando decenas de experiencias que hemos tenido sobre el dolor (tanto propio como de nuestros pacientes) y, al ver que juzgar esas experiencias a la luz del panfleto era tan rico, se nos ocurrió intentar plasmarlo de forma audiovisual. Así que nos lanzamos a ello, quedando casi todas las semanas para desayunar en casa de Guti o en la mía. De ese intenso trabajo nació el video “¿Qué puedo hacer por ti? El profesional sanitario ante el dolor” que se proyectó en el EncuentroMadrid 2006. Tengo que decir que los primeros sorprendidos por la belleza de este montaje fuimos nosotros. ¡Lo que hace el Señor cuando somos fieles a la realidad y le dejamos actuar es asombroso! Los juicios que hicimos y las imágenes que mostramos en el montaje nos han estado acompañando todos estos meses y son una ayuda cotidiana en nuestro trabajo. La consecuencia ha sido constatar que la dinámica del deseo es imparable, y que al ver la belleza que nace de un trabajo serio no nos hemos saciado, sino que queremos más. Y por eso seguimos viéndonos. El desayuno de hoy ha sido precioso. Me ha impresionado ver a tantos adultos, profesionales, poniéndose en juego frente a temas que a muchos otros les da miedo mirar a la cara. Salva tiene una capacidad de trabajo impresionante, nos cuenta lo que dijo el Papa hace unos días sobre el dolor y el sufrimiento y nos habla de una obra que sería interesante ver; y además él, Puri, Carlos, Merche, Eva y Manoli están traduciendo una exposición preciosa –“Curar y cuidar. Ojo artístico y ojo clínico”– que se expuso en el Meeting de Rímini hace dos años y que queremos algún día exponer en España. Puri nos cuenta lo que ha traducido ella y es apasionante. Carlitos intenta que nos centremos en preparar la salida que vamos a hacer juntos los de Medicina y Persona de toda España; por un momento nos centramos en ello (y lo conseguimos) pero de pronto surge comentar el tema de “Calidad de Vida” que nos interesa muchísimo, llevados de la mano de Guti y la preciosa experiencia que está haciendo acompañando a su padre en su grave enfermedad. Merche y yo también contamos la experiencia que hemos tenido la semana pasada al ir a ver el vídeo del dolor con los estudiantes de segundo de Fisioterapia. Mientras, mi marido Carlos sale y entra con más café. Carlos no es personal sanitario ni es creyente («de Medicina y Persona yo soy la persona», dice) pero es el artífice informático del montaje sobre el dolor. Se apasiona tanto como nosotros, y es que la pasión por lo bello une. Así es que en el desayuno de hoy hemos hablado de unos diez temas (al final hemos quedado para ir al cine el sábado que viene a ver la nueva de Clint Eastwood sobre la guerra contada por un enfermero) y no hemos concretado demasiado (excepto la hora del cine); pero según cierro la puerta de casa detrás del último tengo el corazón lleno de agradecimiento y de alegría por esta compañía concretísima a través de la cual se me da un gusto nuevo y apasionante por mi vida y por mi profesión.
Kika, Madrid (España)

Con Tu fuerza
El 17 de noviembre se celebró en los salones de La Cascada en Santa Cruz de Tenerife la “Gran Cena Benéfica” de presentación del CESAL en nuestra isla dentro de la Campaña Manos a la Obra 2006. Asistieron cerca de 300 personas entre las que se encontraban el Presidente del Cabildo de Tenerife, el Vicepresidente del Cabildo, representantes del Gobierno de Canarias y del Ayuntamiento de Santa Cruz, el Obispo de Tenerife e importantes empresarios y un buen grupo de amigos. La idea de organizar una cena benéfica surgió de Marga, Chiqui y yo. Para las tres suponía un reto organizar un evento de semejante magnitud en el cual pudiéramos dar a conocer lo que CESAL es para nosotros. Preparar la cena ha sido una experiencia única. Cuidamos que cada detalle tuviese un significado, buscamos un salón bonito, con bellas vistas, el menú, la música, los carteles, el color de los manteles o el tipo de flor que pusimos en los centros de mesa. Luego pensamos en la forma de organizar las mesas y nos surgió la idea de invitar a algunos amigos y que éstos formaran mesa con su grupo habitual de amigos. Fue un acierto. A continuación comenzamos a buscar patrocinadores para la cena, y ahí se nos unió nuestra amiga Cristina Llanos. Las visitas a las empresas y a instituciones políticas fueron sorprendentes. Nos dimos cuenta que proponerles una ayuda a una ONG de entrada producía rechazo, pero cuando les hablábamos de ayudar a crecer y a cuidar al ser humano con la misma exigencia de felicidad que tenemos cada uno de nosotros se producía un cambio. «Para mí fue uno de los días más bonitos de mi vida, alguien que me habla con el corazón y que me comprende», nos dijo el director de una importante empresa de Tenerife. A medida que pasaban los días los donativos iban llegando y la lista de mesas creciendo, lo cual nos sorprendió muchísimo. Algunos nos daban ideas y nos ayudaban a contactar con otras personas que podían colaborar. La cena resultó de una gran belleza y la recaudación superó todas nuestras expectativas. En las palabras que dirigí durante la cena expresé: «no estamos aquí solo para recaudar fondos, sino para permitirnos volver a casa con el corazón ensanchado, no porque hayamos cumplido con un deber social sino por poder participar de una amistad que mira así a todos los hombres». Después de oírme una persona me dijo: «Me has despertado». Otra nos dijo: «Mira que he asistido a cenas de ONGs: ésta fue distinta, tenía algo, fue distinta». Las entidades públicas y privadas que colaboraron subvencionando la cena mostraron interés en futuras colaboraciones no solo en proyectos en el exterior, sino también en Tenerife. Hemos comprendido lo que leíamos en uno de los paneles de la Exposición del Meeting de Rímini 2006 “Con nuestras manos, pero con Tu fuerza”: la obra no nace ante todo como respuesta a una necesidad, sino que nace del estupor del encuentro con Cristo dentro de la realidad.
Elvira, Canarias (España)

Sorprendentemente contenta
Belén, que está tratándose de una grave enfermedad, escribe antes de Navidad a sus amigos.
Queridos amigos: Mañana por la noche, cuando os reunáis para celebrar juntos la Navidad, yo estaré en casa, después de haber pasado todo el día en el Ruber. Siento mucho no poder estar con vosotros. Para mí es tan importante el encuentro de la Fraternidad que, las pocas veces que he faltado, siempre me ha supuesto dolor. Pensé que si podía escribir, sería una manera de participar. Quería deciros que estoy tranquila, y no solo tranquila, también contenta, sorprendentemente contenta. Esta “inextirpable alegría” de la que tantas veces nos han hablado, es cierta y yo la experimento, una vez más, estos días. No es que no me cueste la quimio, que me cuesta (¡y mucho!), sino que la certeza de que mi vida, toda entera, está en manos de Otro, es mucho mayor que todo lo demás. Y que ese Otro me rescata de la nada una y otra vez, que me pone frente a esta realidad tan dura para despertar mis preguntas, que, de lo contrario, quedarían sepultadas bajo un aluvión de cosas “urgentes”. Por eso me siento preferida, porque la intensidad con la que vivo en este momento cualquier gesto, por pequeño que sea, me hace disfrutar cien veces más que a cualquier otro. Y porque no puedo banalizar la vida, aunque no siempre sepa comunicarlo. Y porque se pone delante de mí lo mejor de cada uno (¡he visto tantos gestos preciosos!). Y porque aprendo, como decía ayer Carras, a redimensionarlo todo, porque esta enfermedad está dentro de un horizonte más grande.
Y porque Él está conmigo, cada instante, acompañando mi camino, y permite que, de vez en cuando, pueda reconocerle, para que mis fuerzas no flaqueen. Cada uno de vuestros gestos y de los de tanta gente, es una ocasión para reconocerle a Él. Por eso estoy agradecida. Verdaderamente, ¿qué podrá apartarnos del amor de Cristo? Pedid mucho por nosotros y por nuestros hijos, para que podamos seguir diciendo “sí” cada día. Yo ofreceré mañana el día por cada uno de vosotros. Un abrazo.
Belén, Madrid (España)

Hacia el encuentro del 24 de marzo
Recuerdo exactamente cómo el balcón de la basílica de San Pedro empezaba a abrirse, y el cardenal encargado de anunciar la buena nueva a través de una megafonía perfecta empezó a proclamar el “habemus Papa”, que fue interrumpido por un grito unánime, que debió resonar en toda Roma. ¡Qué pena no estar en todos los lugares donde habían instalado pantallas! Inmediatamente todos pedimos silencio: queríamos escuchar. Y el nombre fue, Iosephus, y aquí fue el entusiasmo, el grito de alegría unánime. Yo pensé que habría entre los cardenales más de un José: nueva petición de silencio y otra vez un silencio total, respetuoso. La invocación y, por fin, el nombre: cardenal Ratzinger, el nuestro, el de la inmensa mayoría, el que necesitábamos, la inteligencia y la bondad, el profundo conocimiento antropológico, histórico y teológico. El oficiante nos dijo el nombre: Benedicto XVI. Estaba claro: la aspiración a la paz. Fue un grito total de júbilo coreado por miles de gargantas. ¡Qué momento! ¡Qué minutos más gloriosos! Estábamos roncos, nos abrazamos, lloramos y reímos y nos felicitamos, ¡y aún nos quedaba la aparición en el balcón!, la ansiada aparición por la que estábamos allí. La Cruz fue emergiendo del interior y el Papa, acompañado de su séquito, apareció ante el balcón y ante una plaza que le aclamaba repitiendo, coreando su nombre. Los que le acompañaban no sonreían: reían de felicidad. Resonaron las primeras palabras de Benedicto XVI, cada frase interrumpida por el nombre del cardenal Ratzinger, coreado por todos y, finalmente, su bendición. Todos, como un resorte, nos arrodillamos y su voz fina, en latín, clara, con su sosiego característico, pronunció las palabras gloriosas, escritas, rituales, pero nuevas, renovadas... La noche fue cayendo lentamente y, a través de una inmensa multitud que se movía en todas direcciones, nos dirigimos por Porta Angélica a la plaza del Risorgimento y en el inicio de la vía Octaviani tomamos vía dei Gracchi hacia el restaurante tradicional romano Il Matriciano: queríamos compartir nuestra alegría. Alberto nos recibió alborozado, y gritó: «¡Tenemos un gran Papa!». El cardenal Ratzinger había gustado de su cocina. Nos preparó, e invitó a un cóctel que, sinceramente, aun nos alegró un poco más. La prensa italiana saludó al nuevo Papa con grandes titulares y con amplia información y cuadernillos especiales y toda Roma amaneció con grandes carteles saludando al ya a Benedicto XVI: nosotros estuvimos allí y damos fe de ello. Ahora, cuando recordamos los minutos vividos, pensamos que han sido de los más felices de nuestra vida.
Fernando y María Victoria, Madrid (España)

Querida Maite...
1. Maite ha sido y es una de las personas que más ha significado en mi vida. Era una amistad la que se nos había dado que libremente nos llevaba a compartir los días, sobre todo en la Universidad: días de estudio, de encuentros, de salidas, de iniciativas de todo tipo, de relación con los universitarios en los locales de las facultades de Económicas, de Derecho... Vivimos juntas momentos de elecciones, de viajes a Italia, a Sudamérica, de caridad. Recuerdo cómo, al grupo de “doctorandas” de Derecho, nos hizo ir a recoger de una vez todos los libros procedentes del expurgo de las bibliotecas de la UAM hasta abarrotar un amplio local de la facultad de Económicas, con el fin de enviarlos a las facultades del Salvador; o, cuando recientemente, con ocasión de la Exposición sobre los orígenes de la Unión Europea, nos hizo interesarnos y estudiar juntas la trayectoria política y humana de los fundadores de la Unión. De Maite salía un torrente de vida que nos arrastraba, nos veíamos implicadas en cosas grandes y pequeñas que tenían siempre sentido, un significado claro de apertura sencilla al Misterio bueno que hace todas las cosas, y de darlo a conocer. Nuestra amistad comenzó cuando yo acababa de terminar la carrera de Derecho e iniciaba los estudios de doctorado. En realidad, no exagero cuando digo que sin su compañía y su apoyo, no hubiera continuado el doctorado en unas circunstancias que en mi caso resultaban un tanto “extrañas”, al menos para quien no trabaje en el ámbito universitario –comencé a trabajar en una “escuela” jurídica marcada de forma singular por la personalidad de un gran maestro y en la que los jóvenes debíamos constantemente “hacer méritos” para poder seguir disfrutando del “privilegio de aprender y estudiar”–. No me imagino viviendo esa circunstancia con cierta dignidad sin la constante ayuda, humor y el horizonte de grandeza y libertad que me proporcionaba la amistad con Maite. Tampoco consigo imaginarme a mí misma entregada después a las tareas universitarias si no hubiera visto que el Ideal por el que todos más o menos conscientemente nos dedicamos a la educación universitaria era posible, se hacía carnal en una persona como ella, que no desesperaba por la falta de motivación y el desinterés de sus estudiantes; porque todo, incluso las carencias de los demás, la interpelaban a vivir con mayor libertad y responsabilidad. Entre los profesores que he conocido durante el tiempo que llevo en la Universidad, entre los más comprometidos con su trabajo y sus estudiantes, nunca he encontrado a nadie así. Los mejores, y conozco afortunadamente a algunos, caen en el desánimo cuando perciben la indiferencia o la indolencia con la que los estudiantes reciben sus enseñanzas fruto de horas y años de desinteresado estudio. Nada hacía menguar su abrazo y su valoración de la realidad y su implicación siempre concreta y real con las circunstancias: ni que estuviéramos en una Universidad de izquierdas, ni que el ambiente resultara, por tanto, hostil a nuestra presencia cristiana. Hay muchas cosas de ella que, ahora que no está aquí de la misma manera, me resultan sorprendentes y no puedo recordarlas sin llenarme de asombro: que la carrera académica, que Maite seguía con gran ímpetu y seriedad pero sin seguir los convencionalismos impuestos, no la llevara en ningún momento a olvidarse o desatender otras cosas; su interés continuo por mejorar la Universidad, que la hacía moverse en tareas, a mi juicio ingratas, de gestión y política universitaria; sus relaciones con los estudiantes, con los jóvenes investigadores o profesores que la conocíamos; y, sobre todo, que no renunciara a expresar públicamente en cualquier ocasión que se la presentara y, siempre en los juicios que realizaba en sus investigaciones económicas y sociales, que era de su pertenencia a la Iglesia de dónde nacía esa pasión que ella vivía por todo.
Julia, Madrid (España)

2. Fui alumno de Maite en la Autónoma. Por aquel entonces yo no conocía CL. Era la época de la caída del muro de Berlín. Maite insistía en que los regímenes comunistas no tenían en cuenta las necesidades del ser humano, sacrificando el bienestar de las generaciones presentes por una ideología. Le apasionaba la construcción europea. Un día nos repartió una lectura para mí incomprensible en la que se hablaba de una “compañía de las obras” en la que el trabajo se vivía de forma diferente. Pero lo que más llamaba la atención era la seguridad con la que se dirigía a nosotros. Tenía una gran sonrisa que a duras penas lograba contener. Parecía impaciente por contarnos algo grande. Nos echaba la bronca porque decía que éramos completamente pasivos y que no teníamos ninguna ambición de felicidad. Yo reconocía esto pero me parecía imposible estar de otra manera en una universidad que, desde el principio, me había decepcionado tanto. ¿Cómo tener esa certeza que mostraba Maite? Aquel año, aunque éramos casi cien alumnos, el examen fue oral. Maite estuvo varios días examinando. Cuando llegó mi turno, estaba totalmente afónica. Nueve años más tarde, después de hacer el doctorado y empezar a trabajar como profesor en la Carlos III, tuve ocasión de hablar con ella en varias ocasiones. Siempre me recibía con una sonrisa. Una vez le dije que pensaba que sería interesante hacer un estudio económico de la Compañía de las Obras para publicarlo en alguna revista académica y utilizarlo como lectura para las clases. Me dijo que le parecía muy bien y, como vio que me quedaba esperando, añadió: «pero no esperes a que nadie te lo pida. Si te interesa, ¡adelante!». Y me dio una dirección adonde dirigirme.
Jaime, Madrid (España)

3. Aunque la realidad cotidiana se encarga de enseñarnos que las personas y los acontecimientos no nos pertenecen y que la vida es un misterio, este año, en la Universidad Autónoma, nos han ocurrido dos hechos, dolorosos y especialmente cercanos, que nos han vuelto a recordar esta gran verdad. Quién nos iba a decir, hace ya muchos años, en aquellas cenas semanales en casa de Maite, a nosotras, doctorandas en aquel momento –Patricia, Julia, Gema y Alma–, que tanto Maite como Gema habían sido ya elegidas para atravesar la prueba de una dura enfermedad y que acabarían abandonando este mundo con una diferencia temporal de seis meses. ¡Qué ajenas estábamos todas, entre tantas risas, a lo que para cada una estaba destinado! Eran muchos los pensamientos y sentimientos que compartíamos; el hecho de que los acontecimientos hayan sucedido de forma distinta a como nosotras hubiéramos deseado forma parte del misterio de la vida. Y al mismo tiempo que el paso del Misterio nos ha dejado a todas tristes, desconcertadas, y a algunas también un tanto bloqueadas, tenemos la misma certeza: que tanto Gema como Maite han visto la realidad en toda su plenitud (por eso han comprendido ya lo que nosotras no entendemos, y saben cuánto las queríamos) y que su sufrimiento y sus muertes seguro que han servido –otra vez misteriosamente– para construir cada una de nuestras personas y la universidad en la que trabajamos.
Alma, Madrid (España)

La verdad de Pascual
Oigo y leo los problemas de la enseñanza. Tremendo y durísimo Mi situación es privilegiada, quisiera que esta carta fuera un homenaje, y la expresión de mi agradecimiento a “todos” los alumnos que, ya en mi larga carrera, he tenido: Barcelona, Tortosa, Valencia, Madrid y ahora en el Hospital de Toledo. Por las mañanas voy al hospital de parapléjicos. Pascual y yo nos ponemos frente a frente en un pupitre, él en su silla de ruedas que maneja maravillosamente. Tiene dieciocho años y es puro dinamismo. Le encanta el deporte y se entrena por las tardes. Ya he conocido a su entrenador, al que quiere mucho: «Cuando voy a entrenar estoy “superagusto”». Nuestras clases son diálogos, verdaderos ratos de conversación sobre los temas que tenemos. Y eso nos gusta a los dos. El que llega primero espera al otro. Hoy he llegado un poco tarde, y me ha conmovido encontrarle esperando. No queremos hacernos esperar el uno al otro, pero nos gusta saber que “se nos espera”: «Es que yo me he puesto frente a mí mismo. Las horas largas que paso tanto de día como de noche... Ahora veo que se aprende siempre. He dejado de ser “un crío chulo”. Cuando te parece que estás en órbita pues va, y te pasan cosas que te sacuden; lo importante es verlo. Lo más duro de un accidente no es cuando te caes sino cuanto te levantas. Y sirve para aprender, para madurar, valorar la familia, los amigos. Los verdaderos amigos se ven después del accidente. Yo, ahora, soy capaz de decirle a mi novia que, muchas veces, soy estúpido. Y digo con todas mis fuerzas “lo siento”, con comillas, hay que poner las comillas. Y también le digo “gracias a ti, otra vez me levanto”». Me conmueve Pascual, porque conmueve la persona y lo que es capaz de vivir. ¿Victoriosa? ¿Derrotada? Una aparente derrota, un dolor, un sufrimiento puede dar principio a una resurrección. Dios es más grande que nuestro corazón y lo conoce todo. Lo importante es sentirse en Él, saberse hijo suyo, que todo tiene un sentido, siempre “en casa”, conocer las posibilidades de cada uno, canalizar bien todo esfuerzo, vivir sintiendo la vida como una misión personal, en la que ciertamente encontramos las debilidades y grandezas de las personas pero pudiendo decir como Saint Exupery en Terre des hommes: lo que yo hecho, te lo juro, jamás ningún animal lo habría hecho. Pascual y yo tenemos una regla básica: comprender, y saber expresar, todas las palabras que empleamos y ponernos de acuerdo en el sentido que le damos. Estudiamos Filosofía. Hemos empezado por el título que teníamos: “reflexión personal”. Él expresa desde dentro lo siguiente: la atención que ha prestado a todo lo que le ha sucedido desde el accidente que sufrió y los meses que lleva en el Hospital. La importancia enorme que ha tenido y tiene para él todo lo que le ocurre, el conocimiento de sí mismo y de los que le rodean. Ese poner atención a cosas, situaciones, personas en todo lo que antes no pensaba. Esa capacidad de volverse sobre sí mismo, sopesar lo que le “merece la pena”. Cierto lo ha centrado en sí mismo, pero después ha quedado claro que sabe lo que es. Hemos querido seguir con otras palabras: conocimiento, conocimiento científico, verdad, cosmovisión, sentido de la vida, persona, libertad, moral política, deber, derecho. Pero nos hemos quedado centrados en su vivencia de lo que es “reflexión personal” y “verdad”. Dentro de él hay algo que le dice la diferencia entre verdad y mentira. Y además hay ¿añoranza, decepción, anhelo de la verdad, necesidad de ella, capacidad para distinguir la verdad de la mentira? Y de pronto le digo: «Pascual dime algo que en tu vida pueda ser verdad, algo que tú hayas experimentado como verdad». Enseguida responde: «Mi madre cincuenta y un días a la cabecera de mi cama». Maravilloso. Sabe lo que es. Pascual propone una verdad viva, existencial, dinámica. No es un relativismo. Todo lo contrario. Es la verdad manifestativa. Lo que hace bueno a uno hace bueno a todos, y lo hace malo a uno hace malo a todos. Pascual habla de la verdad que da cuenta de la vida. Verdad para él es la significación de la vida. A su madre en la cabecera de su cama cincuenta y un días, no hay nada que oponer. Pascual tiene una visión de la verdad personalista, es la solución a los problemas de la vida, al sufrimiento, a la dificultad. Pascual se adhiere a la verdad desde su vivencia personal. Y me habla también de la fidelidad de sus amigos, de las visitas de ellos, de su novia, de sus idas a Cartagena algunos fines de semana. De su abuelo, de su trabajo, del esfuerzo con que ha levantado lo que tienen. Pascual ha identificado verdad y vida. La verdad no crea el caos, el desorden. La verdad se verifica en la vida. Y solo la verdad nos hace libres.
Carmen, Toledo (España)

Autoridad
La frase del texto de Giussani que acabo de leer en Huellas de experiencia cristiana «Ante todo Cristo demuestra autoridad y superioridad en todas las ocasiones» me tiene fascinado. Este “todas” me provocó hasta la médula después de que se lo enviara a una amiga un poco para provocarla, pues dijo en una cena, dos días antes, que no entendía ciertas circunstancias de su vida y se rebelaba. Durante todos estos días no he dejado de pensar en este “todas”. Lo tomé como provocación, pues uno está acostumbrado a que Cristo sea algo así como un río que aparece y desaparece caprichosamente. Si fuera así, entonces no sería razonable apostarlo todo por él, bastaría con ir a medio gas, unas veces sí, otras no. Con esta provocación continua en la cabeza oí un día el evangelio de la resurrección de la hija de Jairo. En un momento Jairo le dice a Jesús que su hija ha muerto. Y Cristo le dice: «No temas. Basta que creas». También hoy Cristo responde con autoridad y superioridad en toda circunstancia de la vida cuando respondemos a la pregunta que nos dirige: «¿Crees en mí? ¿Me crees?». En cada circunstancia, en el trabajo, en la fatiga del día, cuando caes en la cuenta de la vida, cuando surge una pregunta urgente, ya sea en el coche, en un descanso, en medio del trabajo o con los amigos Cristo está presente y te pregunta: «¿Me quieres?». Surge enseguida un apego inmediato y sencillo a este Señor de la vida, que, al contrario que otros señores que eligen otros (el del trabajo, el prestigio, la comodidad, el dinero, la apariencia, etc) este sí, responde en todas las circunstancias. Gran Señor, este, sí señor.
Jesús, Madrid (España)

Un secreto, a voces
Ningún artificio, ninguna complejidad sino una inusitada fidelidad a la vida de unos monjes. Al filmar a los cartujos en el documental El gran silencio, Gröning adopta un ritmo pausado, envolvente, que atrapa nuestra mirada en la desnuda sencillez de lo que ocurre. En este sentido, para mí el filme es el testimonio fehaciente y revelador del sacramento que es la realidad, signo material de Algo que la trasciende. Cuando la cámara se fija, con unos planos bellísimos, en las montañas que rodean la Cartuja, o en la nieve, o en los efectos de la luz propios de la arquitectura monacal, toda la realidad, todo, lo percibimos inquietante, un signo sensible por el que nos habla su Creador. Gröning ha sido capaz de desvelarnos este secreto –a voces– de la realidad, de la Creación. Y el Creador que habla calladamente en el signo que son todas las cosas, habla humana y conmovedoramente por boca del anciano monje ciego que, al final del documental, testimonia que el Dios cristiano, el Dios que él conoce «es el infinitamente bueno». Hacia Él va el tiempo, por ello la muerte no es espantosa, porque la vida está llena de su presencia experimentada como infinitamente buena.
Manuel y Carmen, Madrid (España)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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