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Huellas N.1, Enero 1984

NUESTROS DÍAS

Sexualidad: las raíces de un comportamiento humano

Habíamos notado, en gran parte de la prensa laica de nuestro país, una escandalizada reacción a un discurso del Papa que había pronunciado al final de este verano, en Castelgandolfo (Roma), sobre la vocación cristiana de los cónyuges. El papa reiteró en aquella ocasión, como ha hecho varias veces en estos años, una doctrina tradicional de la Iglesia, afirmada por Pablo VI.
Queríamos entender el por qué de ese rasgarse las vestiduras de mucha cultura laicista, pero sobre todo queríamos aclararnos a nosotros mismos las razones de la enseñanza de la Iglesia en este tema de la sexualidad. Pues moralmente se nota un malestar de muchos que quieren ser fieles a las directrices de la Iglesia, y sin embargo se encuentran en dificultad a la hora de explicar las razones humanas de esa enseñanza y no saben, cuando son provocados, dar razón de su propia fe refugiándose en el silencio o en la repetición de principios que, la mayoría de las veces, resultan abastractos.
Entonces nos hemos informado, hemos buscado lo que dice la "Humanae Vitae", lo que significa "paternidad responsable", cómo está la situación en España (y no solo en España) a propósito de los anticonceptivos, sus ventajas y sus riesgos, la ideología que está por debajo de todo eso y que sirve mucho más al provecho de las empresas farmacéuticas que al bien y a la dignidad del hombre (por ejemplo, la ignorancia casi total que se quiere guardar sobre los métodos naturales, el Billings, etc.). A partir de este trabajo siguió una discusión muy animada, entre nosotros, que resultaría imposible ilustrar aquí.
Quisiera, más bien, exponer una serie de razones que a mi parecer pueden contribuir a marcar las líneas de un comportamiento auténticamente humano en este campo, a partir de la enseñanza de la Iglesia.
Ante todo quiero recordar que todas las investigaciones han mostrado cómo la sexualidad siempre tiene un significado simbólico: en ella se juego algo decisivo para la comprensión por parte del hombre del mundo y de sí mismo. Por lo cual, en esta esfera de acción no se puede intervenir sin una particular reverencia y atención. En efecto, en el ejercicio de la sexualidad, el hombre se encuentra en relación directa con algo divino: la generación de la vida de otros hombres. A este nivel de la naturaleza el hombre y la mujer cooperan directamente con Dios en el acto creador más decisivo e importante de la historia del mundo, que es el nacimiento de un nuevo hombre.
Interferir arbitrariamente en los procesos naturales que regulan el acto sexual significa faltar a la reverencia y al respeto hacía una vocación y una ley que está inscrita en la naturaleza misma del hombre. Normalmente se pone una objeción a esta referencia al respeto a la naturaleza. Se dice que la naturaleza es algo de lo que el hombre debe hacerse dueño por medio de la ciencia y de la técnica, a fin de dominarla y someterla a sus fines: ¿por qué entonces sería ilícito emplear por ejemplo la manipulación química de la fertilidad de la mujer para asegurarse la infecundidad de los actos sexuales?
La enseñanza de la Iglesia tiene una respuesta decisiva y muchas de las objeciones y de las críticas a ella nacen precisamente por una falta de comprensión de esta respuesta.
La ley de la naturaleza, inscrita en la misma estructura biológica de la persona, exige no ser soportada, sino ser comprendida. Y comprenderla no solo quiere decir saber de qué forma es posible manipularla, sino también y sobre todo comprender cuál es el significado y el valor que la misma estructura biológica de la persona, en su ser varón y hembra, expresa. Si se conoce el valor y el significado entonces se podrá usar del conocimiento de la estructura biológica de un modo moral. Aquí está la diferencia esencial entre los métodos anticonceptivos y los métodos naturales de control de la fertilidad. En estos últimos, el conocimiento de la naturaleza está empleado por el hombre para conseguir su propio fin respetando a la vez su estructura y su significado simbólico. Dice la "Familiaris Consortio" (n 32):
"Cuando los esposos, mediante el recurso al anticoncepcionismo, separan estos dos significados (unitivo y procreador) que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como "árbitros" del designio divino y "manipulan" y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge alterando su valor de donación "total". Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, el de no darse al otro totalmente: se produce no solo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal. En cambio, cuando los esposos, mediante el recurso a periodos de infecundidad, respetan la conexión inseparable de los significados unitivo y procreador de la sexualidad humana, se comportan como "ministros" del designio de Dios y se sirven de la sexualidad según el dinamismo original de la donación total, sin manipulaciones ni alteraciones".
Lo que dice Juan pablo II es que en la aplicación de los métodos naturales el hombre y la mujer se encuentran según una regla que es dictada por Otro, y de la que usan inteligentemente, y no según una regla establecida por ellos mismos, aplicando el ansia prometéica de liberarse de su propia esencia de creados para existir no según la medida de Otro, sino según lo que ellos se dan a sí mismos. Pues e verdad que el amor entre hombre y mujer coincide con un don de sí total: sin embargo, para donarse a sí mismos es necesario poseerse y el hombre no llega a poseerse a sí mismo hasta el fondo, pues en el nivel más profundo de su propio ser él no se pertenece, pertenece a Otro, pertenece a Dios.
y no es auténtico don de sí al otro aquel que excluya programática y artificialmente de la propia sexualidad la capacidad de procrear: en el acto sexual el otro se convertiría en instrumento del propia placer o, a lo mejor, incluso de una satisfacción recíproca, de la cual queda excluida la dimensión más profunda del ser hombre y del ser mujer y que hace de aquel acto un compromiso con la vocación y el destino del otro.
También el estar "ligados" a la ley de los ritmos naturales, y, por supuesto, la capacidad de gobierno en sí mismo para respetarla, no es dada para comprimir y mortificar el amor, sino para que sea guía hacia su plena extensión y madurez. En efecto, el amor entre hombre y mujer no es una simple respuesta a un estímulo del instinto. En el hombre, el estímulo viene examinado y juzgado por la conciencia, que elige la línea de acción justa a fin de dar una respuesta humanamente adecuada a las peticiones del instinto.
El estar ligados a los ritmos naturales recuerda continuamente a los esposos que lo que ellos cumplen es, de cierta forma, algo sagrado, y que está estrechamente ligado con la generación del hombre, incluso cuando ellos cumplen un acto no directamente encaminado a la procreación. En cierto sentido, se puede decir que, cuando no acontezca una generación material prosigue la generación espiritual de cada uno de los cónyuges por obra del otro, que se da por la acogida de todo el ministerio inscrito en la recíproca masculinidad-feminidad. De esta forma, el "tomar parte", el participar de la realización de la masculinidad o feminidad del otro no se transforma nunca en un emplear al otro para sus propios fines.
Existe una única, profunda observación, dolorosa y auténticamente humana frente a esta petición: esto es muy difícil realizarlo en la vida.
En esto la Iglesia no se ha hecho nunca ilusiones. Ella siempre ha dicho que para vivir a la medida su verdad, (en este campo, como en muchos otros) el hombre necesita de la ayuda de la Gracia de Dios.
Solo dentro de la experiencia de una humanidad renovada el discurso sobre la verdad se hace no solo fascinante sino también posible, y lo que antes era heroico puede llegar a ser cotidiano. Entonces, no se trata nunca de "graduar" la ley, con el proponer un ideal a medias, sino de acompañar con paciencia infinita el difícil proceso por el que la verdad de las cosas se convierte cada vez más en conciencia y verdad personal.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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