El terrorismo de ETA sigue ocupando la crónica negra de los periódicos. Para la gran mayoría de los etarras matanzas, raptos, extorsiones y atentados representan ya no solo la estrategia de una lucha política, sino también recurso económico que sustenta sus propias existencias: ideal político y exigencia de supervivencia se mezclan y los límites del uno y del otro se pierden.
¿Cómo pueden unos hombres llegar a tales niveles?
En primer lugar, todo lo que pertenece a la historia de la humanidad nos pertenece y entonces cabe acercarse al problema del terrorismo sin complejos farisaicos ni maniqueísmos, tanto más injustificables en este país donde el terrorismo ha tenido durante varios años cobertura política indirecta en muchas fuerzas "respetables" hoy en día dominantes.
En segundo lugar, hay que recordar con Chesterton que "si la verdad es 100, la mentira es 99,99", Con esto quiere decir que cualquier acción del hombre -incluso la más nefasta- nace por el impulso de una exigencia auténtica. En este caso concreto, la reivindicación de una identidad nacional conculcada, junto a la aspiración de una cierta justicia social, llevó a unos hombres a elegir el camino de la violencia.
Este es el chantaje de cualquier "ideología": ofrecer una solución política esclava de sí misma para hacer frente a una exigencia justa.
Una acción política - y no solo política - es esclava de sí misma cuando se convierte en religión, es decir en algo absoluto en sí mismo, desvinculado de cualquier otro valor objetivo. En nombre de esta acción o idea, se llega incluso a negar algo tan sagrado y absoluto en sí mismo como la vida de las personas.
Hay una cultura detrás de esto: su axioma es que el hombre es Dios de sí mismo y lo que piensa y hace es ley.
El paso siguiente es que cada hombre tiene "su" verdad y por supuesto los terroristas también tienen la suya. Este relativismo tiene una doble cara: por una parte la falta de certezas y verdades objetivas, pone a unos individuos en la debilidad casi paralizante de la duda sistemática.
Por otra parte, permite a otros caer en el fanatismo de absolutizar sus ideas. La característica de estos últimos es la ausencia en ellos de la conciencia del límite, propia de una visión materialista de la vida. El hombre consciente de que su vida depende en su origen y en cada instante de "algo" más grande que él, vive en la fuerza de la certeza, pero al mismo tiempo sabe que su solución a los problemas es algo muy precario, sujeto a error: está siempre dispuesto a rectificar su acción, cuando esta tiene como consecuencia la alteración del orden natural. No se cree la película del paraíso en tierra, aunque, con su actividad, trate de acercarlo.
Justo lo contrario de la soberbia de la cultura dominante que sin por eso negar sus indudables aciertos, cae en tremendades contradicciones, como la de convocar a través de sus mejores plumas manifestaciones populares contra el terrorismo, "que atenta a la vida humana", a la vez pide con fuerza "el derecho" al aborto.
ETA... ¿Y TÚ QUÉ?
Los recientes asesinatos cometidos por ETA nos causan dolor y nos cuestionan sobre la raíz última del terrorismo. Este es producto de la presunción violenta de unos hombres que creen poseer una fórmula política perfecta y en nombre de esta sacrifican vidas humanas.
Combatir el terrorismo no es solo cuestión de mayores medidas de seguridad, es poner valores humanos en la actividad política y social, es someter la conciencia individual y colectiva al juicio de la verdad. Solo este continuo ejercicio aleja al hombre de aquella presunción que se alberga, no solo en los corazones de los terroristas, sino en la soberbia de la cultura dominante en la sociedad.
Comunión y Liberación
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