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Huellas N.02, Febrero 2022

PRIMER PLANO

Un encuentro humano

Davide Perillo

La centralidad del acontecimiento, el retorno a la «pregunta», la revolución del corazón. Un diálogo con Christophe Pierre, nuncio apostólico en Estados Unidos, sobre la contribución de don Giussani a nuestra época

«No conocí a don Giussani en persona. Pero puedo decir que le he conocido mediante sus discípulos y sus libros. Para mí también ha sido de gran ayuda para entender mi experiencia de fe». Una experiencia rica y articulada como pocas, pues monseñor Christophe Pierre, 76 años, francés de la Bretaña (nacido en Rennes), nuncio apostólico en Estados Unidos, ha cumplido 51 años de sacerdocio y tiene a sus espaldas una carrera que le llevó por medio mundo: Nueva Zelanda, Mozambique, Zimbabue, Cuba, Brasil, Ginebra, Haití, Uganda, México... antes de llegar a su despacho en Washington, donde lleva seis años ocupando uno de los puestos más delicados en el mapa de la diplomacia vaticana. Desde allí responde con una sonrisa en una conexión por Zoom, mientras enseña un ejemplar de Dar la vida por la obra de otro, el último texto publicado del fundador de CL. «Lo estoy leyendo y me parece una buena recopilación de los temas fundamentales en su pensamiento. Creo que puede ayudarnos a recuperar la frescura y originalidad de su carisma. No es algo viejo, sino muy actual. Debéis ser conscientes de su valor».
Para el movimiento, Pierre es un amigo y un padre. Próximamente, si la pandemia lo permite, volverá a visitar el New York Encounter, donde es invitado fijo, para celebrar la misa por el aniversario de la muerte de Giussani. También participó en el Meeting de Rímini, con una intervención preciosa en 2018 sobre la «verdadera revolución» que espera el hombre («encontrar a Cristo y ser cambiado por Él –la revolución del corazón–, ¡eso es lo que hace girar la rueda de la historia!»). Ahora, para describir su vínculo con Giussani, parte justamente de esa palabra, «encuentro». «Es fundamental. El cristianismo es un encuentro, no con una idea o ideología, sino con un acontecimiento. Este concepto también me ha ayudado a entender mi camino de fe».

¿De qué manera?
Me he dado cuenta de que mi recorrido ha sido como una serie de acontecimientos, o de encuentros con un acontecimiento. Exactamente igual que dice Giussani. Una serie de encuentros con Cristo, pero con un Cristo que no es una idea, que se manifiesta mediante una experiencia de encuentro con una Iglesia que siempre ha estado presente de manera concreta en mi vida. He encontrado en mi camino una serie de testigos que me han permitido encontrarme con Su persona.

¿Cuáles?
Mi primera experiencia fue en mi familia. Mis padres ya habían orientado su vida a partir de su encuentro con Cristo y me lo transmitieron. No solo como una serie de prácticas, sino como alguien concreto, una presencia que incidía en su vida, en su manera de estar con nosotros, de comportarse y mirar el mundo. En esa manera de ser, la presencia de Cristo era real. La reflexión de Giussani me ha ayudado a entender que, para mí, el encuentro había sucedido así, en la realidad. No hacía falta buscarlo en otra parte. El resto de mi vida ha sido una continuación del mismo fenómeno. Para mí no ha habido una gran intelectualización de la fe. Siempre la he visto como una presencia real. Y cuanto más leo a Giussani, más entiendo que ese es el núcleo fuerte.

¿Cuándo se topó por primera vez con su figura?
Cuando llegué a Ginebra, en 1991. Era secretario de monseñor Paul Fouad Tabet, observador permanente de Naciones Unidas. Recién nombrado, fue a ver a Giussani sin decírmelo. Era un fin de semana de vacaciones y al volver me dijo: «He ido a ver a Giussani, nos mandará a alguien para que nos ayude». En efecto, al poco tiempo llegaron cinco o seis personas de CL, todas ellas profesionales muy cualificados: un rector de universidad, un médico, un economista… Casi todos Memores Domini. Así descubrí esta dimensión de personas consagradas donde la competencia humana iba a la par de una profunda comprensión del propio compromiso cristiano. La coherencia entre estos dos aspectos me fascinó. Correspondía a lo que siempre había buscado desde que soy sacerdote. En el seminario, nuestro discurso siempre era sobre “fe y vida”, sobre cómo la vida podía corresponderse con la fe. Al conocer a aquella gente pasé del eslogan a la realidad.

Más encuentros…
Es una palabra clave. Desde el primer encuentro del que habla Giussani, el de Juan y Andrés con Cristo, un momento que determinó el resto de sus vidas y de la historia. Cada vez que lo leo, me ilumina. Está en sintonía total con lo que dice el papa Francisco. En el fondo, todas sus homilías giran en torno a la categoría del encuentro. No solo como “cultura del encuentro”, en su dimensión social, sino como encuentro con Cristo presente, que es muy concreto.

En una entrevista decía usted que esta palabra «se encuentra cientos de veces en las páginas de Giussani, pero siempre que lo dice va cargada de estupor porque está hablando de sí mismo, de su experiencia». ¿A qué se refería?
La palabra “estupor” es muy importante en la antropología y en la filosofía de Giussani. Él insiste mucho en que la realidad “se da antes”. La dinámica de nuestro conocimiento, también el religioso, consiste en recibir y entender una realidad que se ofrece como algo hermoso. Estudiando teología, leí mucho a Von Balthasar. Para él, el primer paso de la fe es una fascinación. Cristo se ofrece como una realidad muy humilde pero que te impacta, que transforma tu vida. Giussani subraya el mismo aspecto: la fe nace del estupor por un encuentro con una realidad que se te ofrece, y tú, con tu capacidad de entender –con tu razón– también puedes descubrirla. Es una fascinación, casi un proceso de seducción, que te conduce hacia una comprensión más profunda.

Es un uso de la razón muy distinto al de la modernidad.
Es verdad, es un camino distinto. A menudo pretendemos construir la realidad partiendo de nuestra visión, de nuestras ideas. La modernidad ilustrada ha manipulado la razón, la ha encerrado en sí misma en vez de respetar su naturaleza, que, como dice Giussani, es «apertura a la realidad total». Son términos que dicen mucho. La razón te abre al infinito, pero partiendo de una visión de la realidad. Por otro lado, esto tiene mucha coherencia con el conocimiento de Dios a través de Jesús, que nace pobre, humilde, pero lleva en su espíritu la totalidad de Dios, remite al Padre. Pues bien, esta insistencia es una medicina tremendamente eficaz contra la gran tentación actual que veo por todas partes, también en la Iglesia: la ideología. Es decir, reducir la fe a una serie de ideas que uno querría imponer como visión propia y transformarla en una serie de principios morales. Este también es un elemento fundamental en la perspectiva de Giussani y responde verdaderamente a un problema real de nuestro tiempo: la moralidad no solo consiste en “aplicar principios”. Nace de un encuentro que te enseña una nueva manera de vivir y relacionarte con Dios y con los hermanos. Esta idea, que en Giussani es muy fuerte, resulta decisiva al confrontarse con la mentalidad contemporánea.

Tal vez intercepta mejor también la confusión del hombre actual, que es posmoderno. Ya no tiene ideologías donde apoyarse, pero está herido, necesita…
El hombre actual es posmoderno, pero sigue siendo moderno en algo: no sale de sí mismo. No queda impactado por una realidad real como la persona de Cristo. Ha perdido lo que la modernidad le había dado, es decir, una ideología, pero no ha encontrado el objeto de su búsqueda. El mundo de hoy sufre mucho una cierta fragmentación. Ya no sabe adónde ir. Las exigencias de su corazón no están satisfechas. Por eso, cuando llegué a México en 2007, me impactó mucho la reflexión de los obispos latinoamericanos en la Conferencia de Aparecida. Hicieron un diagnóstico muy interesante. El drama actual de nuestra sociedad –que afecta también a la misión de la Iglesia– es que ya no hay transmisión de la fe de una generación a otra. Pero tampoco es una cuestión generacional, sino más profunda. Esos obispos intentaron hacer una propuesta: recrear un lugar donde la gente pudiera volver a vivir una experiencia de Cristo para poderla transmitir a todos.

¿Qué ofrece la obra de Giussani en este sentido?
Vivimos en un mundo fragmentado y permeado por una comunicación social donde se dan respuestas antes incluso de hacer las preguntas. Giussani vuelve a la pregunta. Aquí es donde podemos introducir otro concepto fundamental para él: la educación. Educar viene de educere: extraer, hacer que salga una pregunta. No puedes dar una respuesta si no hay una pregunta. De lo contrario, la respuesta se transforma en ideología, es decir, un patrimonio de ideas sin raíces. En este sentido, Giussani también fue un gran educador.

¿Por qué?
Aprendió a partir de su experiencia, cosa que me parece fascinante. Desde el principio reorientó su propia vida porque percibió que era necesario ayudar a los jóvenes, empezando por los primeros que encontró en un tren. «Antes debéis volver al corazón, al deseo, y no dar la respuesta inmediatamente. Si dais una respuesta inmediata, se volverá ideológica». Es lo que pasó en el 68, cuando reorientó el movimiento –aunque de manera brutal, pero porque también le apremiaba personalmente– para ayudar a sus discípulos a no caer en la ideología, en el activismo, a volver a escuchar su propio corazón. Solo así se puede educar en la fe.

Usted ha dicho muchas veces que Giussani también le ayudó a entender mejor a la Iglesia, ¿cómo?
La Iglesia no es un club, una asociación de personas que quieren conseguir algo. Es la compañía de los que han encontrado a Cristo y comparten su amistad con Él. La Iglesia que yo he conocido nunca ha sido solo institucional, siempre ha sido una Iglesia de testigos. En el Curso básico, Giussani llega a decirlo recorriendo un camino: del sentido religioso a Cristo y a la Iglesia. Me parece decisivo. Como decían los obispos en Aparecida, hay que volver a una Iglesia capaz de hacer que la gente se encuentre con Cristo. Si no es un lugar así, dejará de ser Iglesia. El encuentro con Cristo solo es posible mediante testigos, no por una enseñanza. Mejor dicho, hace falta una enseñanza hecha de testigos.

Antes decía que le llamaba la atención la sintonía entre Giussani y el papa Francisco. ¿Qué puntos de contacto encuentra?
Leyendo a Giussani, o los libros de Julián Carrón, siempre me digo: este método es idéntico al del Papa. Estructuralmente, me refiero. Encuentro los mismos elementos: el encuentro, el riesgo de la ideología, la dimensión misionera, la apertura al otro, la relación entre Cristo y la Iglesia, el caminar juntos, ahora la sinodalidad como método… Todos estos conceptos los encuentras en Giussani. Te ayudan a entender, en el contexto actual, dónde ir para crecer en la fe.

Usted ha visto crecer el movimiento en situaciones muy distintas, ¿pero hay algún rasgo común entre los “hijos de Giussani” que ha conocido?
Es verdad, he conocido personas de CL en casi todos los países donde he trabajado. En Ginebra nacieron varias amistades. A algunos de ellos los envié a Haití cuando empezamos la Universidad Católica. Pero en todas partes siempre he encontrado esta capacidad para crear cosas nuevas con mucha profesionalidad, y también con una profunda visión de fe. Una armonía que no siempre se encuentra en la Iglesia. En muchos ámbitos percibes una dicotomía entre fe y vida. Aquí no.

¿Qué es lo más importante que puede aportar el carisma de CL a la Iglesia actual?
Creo que la educación. En el sentido giussaniano de la palabra: ayudar a la gente a “encontrarse con la realidad”. Educar en relación con la realidad fue la mayor preocupación de Giussani en todo su recorrido. Cuando intervenía para enderezar el movimiento, siempre lo hacía en este sentido. Hoy sigue siendo un desafío aún más decisivo. Pienso, por ejemplo, en toda la lucha que hay con los tradicionalistas en la Iglesia. Es una especie de enfermedad de nuestro tiempo. Muchos cristianos viven prácticamente solo de nostalgia. Eso quiere decir que no han tenido este encuentro con la realidad, con Cristo, con algo que satisfaga profundamente su corazón. Entonces vuelven a ciertas formas tradicionales. Pero la nostalgia no es memoria. La memoria siempre es de una persona viva. Otro tema recurrente en Giussani.

El año pasado, en la misa por el aniversario del fundador de CL en Bethesda, usted terminó su homilía así: «Giussani nos dejó una herencia de fe y ahora es el momento de seguir dando a conocer su carisma para la vida de toda la Iglesia y de este país. Como herederos suyos, aceptemos nuestra responsabilidad con el carisma y con el don de la fe que hemos recibido». ¿Qué quiere decir aceptar esta «responsabilidad con el carisma»?
El carisma de Giussani es profundamente eclesial, católico. Como todos los carismas, es un don de Dios para la Iglesia. Obviamente se aplica a la persona, ayuda al individuo a entrar en una cierta dinámica de crecimiento personal, de humanización, a partir del encuentro con Cristo. Giussani fue un pastor-teólogo. Se confrontó, dialogó con la cultura que vivían sobre todo los jóvenes con los que se encontraba. Tocó puntos neurálgicos, como la reducción de la cristiandad a ideología, la modernidad y la posmodernidad. Pero supo ver estos fenómenos porque tenía la capacidad de ir hasta la raíz del problema: la fe. Me parece muy importante –especialmente en el momento actual de la vida del movimiento– seguir redescubriendo este método y ofrecerlo a la Iglesia. La circunstancia que estáis viviendo es una invitación a poner vuestro carisma aún más al servicio de la Iglesia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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