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Huellas N.01, Enero 2022

RUTAS

Rusia. Así están las cosas

Giovanna Parravicini

«Hasta hace unos años, nadie pensaba que las historias de la gente que no importa nada, que vive en lugares remotos, pudieran interesar a alguien». Una red mediática totalmente original en el contexto exsoviético, el portal Takie dela implica a millones de personas en un movimiento solidario

Una Rusia inédita, muy diferente de la imagen que dan los medios de comunicación en Occidente, pero también desconocida para gran parte de la gente que vive allí. Sin embargo, como dice Solzhenitsyn, es justamente en la experiencia de algunos donde «se apoya el pueblo, la ciudad y toda nuestra tierra». Estamos hablando del fenómeno de una solidaridad –a menudo espontánea, no organizada– que con el paso de las décadas parece recuperar motivaciones ideales que dieron vida al disenso («una orquesta sin director», como lo llamaba Bukowski, o como muestran las escenas finales del film El concierto), y que va cambiando lentamente el tejido social, tanto en las grandes metrópolis como en la provincia, descubriendo gradualmente nuevas formas de libre agregación.
Un valioso observatorio de este fenómeno es el portal de la Fundación Takie dela. Su nombre es curioso hasta en ruso (significa más o menos «Así están las cosas») e indica –según explica su inspirador, el popular periodista Mitja Aleskovski– que las «cosas» nunca son abstractas, sino que pertenecen a personas reales, concretas. En definitiva, es una invitación a que cada uno vuelva a afrontar la vida con realismo y sobre todo con el deseo de descubrir su significado. «Cada uno de los informes, de las historias que escribimos –señala Aleskovski– habla en primer lugar de la persona, de lo que le sucede y por qué. Todos juntos muestran cómo y de qué vive nuestro país actualmente. El individuo nace, crece, vive y muere. ¿Qué le pasa mientras tanto? ¿A quién tiene cerca, y a quién no? ¿Qué sueña, a qué dedica sus esfuerzos, qué ha perdido sin querer?».

Las historias documentadas por Takie dela son relatos de humanidad, sufrimiento, solidaridad, amistad, responsabilidad, que se desarrollan en cualquier parte de Rusia y ponen en evidencia la importancia de cualquiera que tenga el coraje de actuar en primera persona en la situación en que se encuentre para hacer la vida más humana. La misión del portal es hacer que estas historias, estas personas, sean conocidas por el mayor número posible de personas. «Cuando me piden que describa la situación social en Rusia –continúa Aleskovski– la comparo a los primeros instantes después de estallar una bomba atómica. Un verdadero infierno, con todo ardiendo, donde imperan el horror y la impotencia, la desorientación y el miedo. Sin embargo, hay personas intrépidas que, a pesar de todos los obstáculos y dificultades, dedican su vida a ayudar a los demás, sueñan con hacer más humano su país. La Rusia actual se apoya en gran parte en personas así: voluntarios, médicos, trabajadores sociales o sencillamente ciudadanos responsables, que no ceden a la indiferencia. Creo que el principal valor de nuestro país son las personas. Buenas o tal vez no, pobres o ricas, inteligentes o estúpidas, viles o nobles, generosos o indignados. Todos. La persona, su vida y dignidad son el valor principal, supremo».
La directora del portal es actualmente Alena Choperskova, una siberiana jovencísima que empezó a colaborar con Takie dela trabajando como corresponsal en Siberia. «Hasta hace unos años, nadie pensaba que las historias de la gente que no importa nada, que vive en lugares remotos, pudieran interesar a alguien». Ya no es así. Alena y sus colegas han logrado crear una red mediática en la que están involucrados millones de personas. No se trata de meros lectores, sino que pueden implicarse en las necesidades e iniciativas de las que hablan esas historias. Así ha nacido una gigantesca cadena de solidaridad. Basta señalar que en seis años de existencia el portal ha publicado casi dos mil artículos y ha recogido, para diversas iniciativas y organizaciones, casi veinte millones de euros. «Estamos hablando de cifras considerables –explicaba Alena durante una intervención en el último Meeting de Rímini– pero eso no es lo más importante. La batalla decisiva se libra con los muchos, muchísimos, que están acostumbrados a considerar a los inmigrantes, refugiados, personas sin hogar… como un problema incómodo, o incluso culpables de la situación de indigencia en que se encuentran. Nuestras historias les ayudan a mirar a estas personas a la cara, a ver rostros humanos y no solo cifras y estadísticas. De este cambio de mentalidad y de la solidaridad que nace de ahí es de donde se puede esperar un nuevo futuro para nuestra sociedad».

En jóvenes como Alena se apoya el movimiento de voluntariado que se va extendiendo por Rusia, una generación que ha crecido en los años 2000, inmunizada por el miedo que permanece en el subconsciente de sus padres y abuelos, acostumbrada a tener como horizonte el mundo, con ganas y capacidad para lanzarse a la aventura, recogiendo el desafío de una inhumanidad gris, anónima, que parece no dejar espacio a la esperanza de poder hacer algo.
«¡Pero siempre se puede hacer algo!». De esta apuesta han arrancado de manera voluntaria las empresas más impensables, en un contexto como el exsoviético: la creación de hospicios para enfermos terminales, con una gran organización liderada por la Fundación Vera; Liza Alert, una red de voluntariado dedicada a la búsqueda de personas desaparecidas, que en la mayoría de los casos la policía ya no busca; o Majak (El Faro), una asociación de apoyo a familias con niños que presentan síndromes graves y a menudo irreversibles o incluso incompatibles con la vida. El listado podría ser muy largo.
Takie dela da voz a estas experiencias y cuenta sus historias. En el Meeting, Alena contó cómo se vive en un penal femenino, habló del valor de personas que no se rinden ante la enfermedad sino que la viven plenamente, hasta el fondo, ya sea que termine con la muerte –como en el caso del pequeño Tëma, afectado por un tumor de hígado– o que suponga fatiga y dificultad, pero con la conciencia de una tarea, como la historia de Natalia, una profesora de matemáticas enferma de ELA que se convirtió en periodista, usando los únicos recursos que le quedaban, su fuerza de voluntad y el movimiento de los ojos.

Se está preparando una selección de historias humanas llenas de esperanza sobre la vida cotidiana en una planta hospitalaria de Covid. El proyecto «Entra ahí y mira», en el que la fotógrafa Nanna Heitmann ha acompañado al personal sanitario varias semanas en una planta de cuidados intensivos para reflejar la vida que latía en los gestos y en las miradas, ganó en mayo el premio internacional Overseas Press Club. Son más de mil –como puede leerse en el portal– los voluntarios que, tras un breve curso en el hospital Sant’Alessio del Patriarcado de Moscú, prestan servicio en turnos de cuatro horas en las plantas de cuidados intensivos de varios hospitales. «Eres como un astronauta cuando entras todo equipado en la “zona roja”. En la astronave reina un gran silencio, la gente lucha entre la vida y la muerte, solo se oye el sonido de los aparatos que marcan los indicadores de los pacientes», describe Aleksandr Tuzaev. «Aquí tocas con los dedos la vida y la muerte, y sobre todo lo que significa enfrentarse a estas cosas solo. Los enfermos no tienen la compañía de ningún familiar. A menudo el que tienen al lado muere, y saben perfectamente que mañana podría pasarles a ellos». «Lo extraño es que no siento ningún miedo», continúa otra joven voluntaria, Ekaterina Metlevaì. «Cuando sé que tengo turno en el hospital, mi sensación más fuerte es que ese día no pasará en vano. Claro que no podemos sustituir a los familiares, pero si podemos dar a un enfermo cinco minutos de serenidad, hacerle sentir que no le han abandonado, ya es mucho».
Historias particulares, a menudo dolorosas, sin recetas ni soluciones preparadas, que abren al mundo de par en par, dejando intuir una posibilidad distinta de vivir la vida de todos. Hace unos meses se publicó una selección de historias que nos llevan de un extremo a otro de Rusia, donde nos encontramos, por ejemplo, con una comadrona en un pequeño hospital de provincia donde se ha corrido el rumor de que «con Olga no se muere», que a su lado el dolor y el miedo se hacen más humanos, adquieren una esperanza. O la de una familia que se encuentra ante un diagnóstico prenatal terrible, ante la decisión –planteada por varios médicos y conocidos– de traer al mundo a un niño con graves malformaciones, pero descubre a lo largo del camino un rastro de bien y una felicidad posible incluso en esta situación. Nos encontramos con una joven chechena llevada a Siria por su marido, combatiente del Isis, que a pesar de todo sigue amándolo y permanece a su lado porque en él, el terrorista fanático convive con un esposo y padre modélico. Conocemos a un «domador de lobos», que comparte con ellos su ferocidad y resistencia; a una madre que pelea contra todas las instancias posibles para garantizar una educación a su hijo discapacitado; a una joven madre a la que los servicios sociales le quitan a sus hijos por la denuncia de un vecino que le había echado el ojo a su apartamento; vemos a un panadero que emprende un extraño negocio para alimentar a los mendigos de la ciudad; a un enfermo terminal que desafía los peores pronósticos de los médicos gracias al afecto que descubre por casualidad, que le sostiene y le devuelve las ganas de vivir…
Es la «eterna batalla entre el Bien y el Mal –leemos en el prólogo de esta selección de relatos–, la misma de la que Dostoievski decía: “Aquí el diablo combate contra Dios, y el campo de batalla es el corazón de los hombres”. Es una decisión, por anticuado que pueda parecer citar al diablo, que se plantea a todos los hombres. Ciertamente, se puede ignorar y seguir viviendo, sin darse cuenta de que renunciar a librar esta lucha invisible marca la derrota de la persona». O bien se puede salir al campo para librar nuestra batalla cotidiana, «sin retórica ni discursos, sencillamente testimoniando cómo en la vida siempre es posible oponerse al mal, por grande o pequeño que sea».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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