Va al contenido

Huellas N.01, Enero 2022

PRIMER PLANO

Acento de felicidad

Paola Bergamini

El choque con la universidad para luego abrirse un camino que vuelve a empezar continuamente. La historia de Costanza

Tres meses en California para hacer la tesis con la hipótesis del doctorado después de graduarse. Para alguien como Costanza, que en su último curso de Filosofía en Turín llegó a pensar que se había equivocado de carrera, es un buen cambio de ruta. «Un camino, diría», apunta. De hecho, el comienzo de su carrera universitaria no había sido de los mejores. Al contrario. Tenía una idea algo romántica del estudio filosófico, lleno de preguntas, discusiones, y ya en los primeros meses se topó con una realidad mucho más gris. Le invadieron las preocupaciones y buscaba en el estudio la confirmación de la decisión que había tomado. De no encontrarla, era mejor dejarlo todo cuanto antes. «Justo lo contrario de vivir y disfrutar lo que estaba haciendo», cuenta. Lo comentó con varios amigos y lo que oyó la desarmó por su sencillez: «Intenta ir hasta el fondo de lo que estudias. Debes darte tiempo para verificar».
No era precisamente lo que tenía pensado, temía perder el tiempo. Pero hay algo que supera sus dudas: el acento de felicidad que ve en esos amigos, implicados en la vida universitaria de diversas maneras, como representantes de alumnos o ayudando a los de primero. «Por primera vez oí hablar de los Católicos Populares». Le atrajo hasta tal punto que en un descanso le dijo a Benedetto: «Si necesitas algo, aquí estoy». Unos meses después, al empezar la campaña electoral, la invitan a una cena. Costanza acepta solo por estar con ellos. Durante la noche hablan de tasas, derechos, reformas, temas que, como alumna de primero, conoce muy poco, pero se siente extrañamente feliz. Y pide participar en otros encuentros. Unas semanas más tarde, Costanza estaba estudiando en el Politécnico con una amiga y Luca, responsable de los Católicos Populares, le dijo: «Queríamos proponerte como candidata para el Edisu (ente regional del derecho al estudio, ndr). Creo que podría gustarte». La respuesta es inmediata: «Contad conmigo. Pero tenéis que explicarme bien de qué se trata». «Vale, vente a hacer las fotos para los folletos con Giulia, la otra candidata». Mientras lo sigue, va ordenando sus ideas. Por su carácter, no es alguien que se lance, de política universitaria sabe poco o nada, en el instituto nunca quiso participar en las elecciones… pero esta vez es distinto. Solo le interesa seguir a estos amigos, vivir la universidad como ellos. Se vuelca en la campaña electoral e inesperadamente ambas salen elegidas. «Así empezó la aventura».
Las primeras asambleas con los demás representantes fueron un desastre, una lucha continua y feroz a nivel dialéctico. «No conseguíamos participar en ninguna comisión y a veces ni siquiera llegábamos a intervenir...». Costanza se desanima y llama a sus amigos: «No es mi sitio. No entiendo qué hacemos aquí… Debemos pensar estrategias para contraatacar». Ellos contestan: «Tu compromiso como representante es una manera de vivir la universidad, para entender quién eres, qué deseas y qué puede aportar nuestra amistad cristiana al mundo». ¡Nada de estrategias! Costanza vuelve a los encuentros del Edisu con el deseo de mirar sobre todo a los demás estudiantes, de entender sus razones y hacerse entender. Se abre paso una intuición fascinante: no estaba ahí para afirmarse a sí misma o “mantener” su puesto, sino para servir. «Se trataba de comprender el objetivo de ese ámbito universitario, consultivo pero de gran importancia. Entonces, ya se hablara del menú del comedor o de las rotaciones de los de fuera, empecé a hacer preguntas como: ¿a qué necesidad estamos respondiendo? ¿De quién estamos hablando cuando hablamos de los estudiantes? Fue un cambio de método: partir de la realidad».
La misma dinámica que se aplica en el estudio. La universidad no cambia, los problemas no desaparecen, pero Costanza se da cuenta de que es posible estar de otra manera. No le basta con asistir a clase, desea conocer a sus profesores y compañeros, discutir de lo que dan en clase. El estudio se vuelve serio y apasionante. «Me empezó a conquistar ese lugar que ya sentía mío».

En 2018 los profesores universitarios convocan una huelga por la congelación de sueldos y suspenden los exámenes de verano. Costanza y sus amigos tratan de entender las razones de la protesta y escriben un manifiesto dirigido a los profesores indignados y a los estudiantes afectados. Se titulada “Huelga: el origen del problema. ¿Existe un nosotros?”. Costanza se lo lleva a un profesor que le parece especialmente atento a la situación universitaria y se tiran una hora hablando. En el consejo de estudiantes, el debate arranca con ese folio que el profesor lee delante de todos.
Con ese profesor, Costanza se graduó en tercero, él es quien le sugiere la hipótesis del doctorado, algo que no se esperaba. «Para la tesis, te recomendaría a una colega de gran prestigio», le dijo. Algo que tampoco esperaba. A pesar de conocerla poquísimo, se puso en contacto con su profesora para acordar el tema central de su trabajo: el sistema filosófico de Margaret Gilbert, experta en Ontología social en California. Costanza se lanza a la investigación y descubre que lo que ha estudiado esos tres años es su mejor herramienta para leer la obra de la filósofa americana y también para refutar algunas de sus tesis. Pero no le basta. «Volví a retomar la experiencia vivida con los Católicos Populares. Tenía que ir hasta el fondo y no podía hacerlo sola. Puesto que estaba viva, debía ir a verla». Volvió a ver a su profesor para hablar del concurso para salir al extranjero, suspendido por el Covid. Después de informarse, le dice en tono de broma: «Esto se llama Providencia. Debido a tu petición, se reabre el concurso. ¡Buen viaje!».
Durante una entrevista, la supervisora de la tesis la pone en guardia: «La carrera por el doctorado es muy dura. No hay nada seguro». El concepto está claro: mors tua vita mea. Costanza vacila por un momento. Su temperamento no es el de un tiburón, ¿y si ese no fuera su camino? Un amigo le dice: «En todos los ámbitos laborales te puedes tropezar con situaciones así, forma parte de la vida. ¿Prefieres construirte una “burbuja” ajena a esas dinámicas, arriesgándote a acabar cayendo en el cinismo? Es mejor atravesarlas y vivirlas. Pensar de otra manera no es una objeción, sino una ocasión. No tienes que esforzarte en ir hacia el otro, sino preocuparte por ti y por lo que has visto y experimentado estos años. ¿Qué dices, Costi, no es más interesante?». Estudiar así es otra cosa, y recibir a los de primero aunque ya estés acabando tu carrera. «Me doy cuenta de que es lo que nos enseñaba Julián Carrón. Ahora me sorprende más que nunca. Es un tesoro que custodiar y volver a buscar en cada circunstancia».

Una noche, compartiendo sus miedos en casa, su padre le dijo: «Saber que tenemos un Destino bueno no significa, en tu caso, que el doctorado irá bien. Tú trabaja con coraje. La verdadera novedad es que tus intentos no son los que miden tu valor, sino el descubrimiento de un camino que se va desvelando».
Debido al Covid, los tres meses de estudio en California podrían saltar por los aires y el doctorado no llegar a buen puerto, «pero la pasión que siento por vivir, por disfrutar cada página que leo, por estar con mis amigos o con mi novio, es una conquista que me relanza continuamente. Nada me es ajeno». Ese es el plus del cristianismo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página