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Huellas N.11, Diciembre 2021

RUTAS

El magisterio del dolor

Ana Llano Torres

A raíz de la película de Maixabel, un grupo de universitarios y profesores deciden seguir con interés unas jornadas sobre justicia restaurativa y educación en la universidad

Nada más estrenarse Maixabel, mi marido y yo nos fuimos un sábado por la tarde al cine con unos veinte alumnos, en su mayoría de primero. Estuvimos luego horas comentándola juntos en el césped de un parque cercano. ¡Cuántas preguntas inteligentes hicieron los más jóvenes y con qué atención miraban a los mayores! Algunos habían trabajado este tema con varios profesores y, como se quedaron con ganas de más, los invitamos a la presentación de un libro sobre justicia restaurativa e innovación educativa que estaba a punto de publicarse. Era el fruto del trabajo de un grupo de antiguos alumnos muy despiertos, varios profesores de las facultades de Educación y Derecho con gran vocación docente y confianza en ellos, tres juristas expertos en mediación y justicia restaurativa dispuestos colaborar y asesorarnos, y algunos trabajadores involucrados en la reeducación y reinserción de personas en riesgo de exclusión social.
Recién salido el libro y cuando estábamos preparando su presentación, nos llegó la información de unas jornadas sobre justicia restaurativa y terrorismo que se iban a celebrar en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. No solo iban a estar los profesores Ester Pascual y Txabi Etxebarría, a los que habíamos invitado el año anterior justo al estallar la pandemia y decretarse el confinamiento, sino que habían invitado a la misma Maixabel Lasa, o al que fue asesor de la Dirección de Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco, Txema Urkijo, y al filósofo Manuel Reyes Mate, entre otros.
La historia de Maixabel, con la fuerza irrefutable que tiene el testimonio de una víctima, no deja a nadie indiferente. Algunos ya la conocíamos por el documental ETA: el fin del silencio, pero la película dedicada a su historia ha contribuido, no sin un cierto peaje, a despertar y acercar a muchos a una realidad desconocida incluso en España: los procesos restaurativos que tuvieron lugar en Nanclares de Oca entre etarras arrepentidos y víctimas del terrorismo.
Las jornadas empezaban el 10 de noviembre, único día del año en el que no ha habido ninguna víctima de ETA, coincidiendo así con el día dedicado a las víctimas del terrorismo. Más de un centenar de alumnos y profesores universitarios pudimos sumergirnos durante dos días en una reflexión profunda sobre la humanidad y la historia que se esconde detrás de delitos muy graves, salir de la reducción habitual que se hace del Derecho a mera técnica, y tomar conciencia de los daños, del sufrimiento de víctimas, victimarios y su entorno, de la exigencia de reparación a la que el proceso penal no responde, de la necesidad de ser escuchadas y de conocer la verdad de las víctimas, ignoradas en los tribunales, del valor de una memoria no justiciera, sino ligada a la autocrítica, al duelo y al deseo de sembrar paz, y no odio, unidad, y no división.
En la sesión del miércoles éramos más de doscientos, por lo que hubo que organizar un aula espejo, desde donde seguimos el encuentro a través de una pantalla. Si fue interesante conocer, a través de Koldo Zuazua (productor de Maixabel) el nacimiento de la película y el reto que había supuesto sacarla del circuito habitual (antes de venir a la universidad, la habían llevado a las prisiones de Alcalá Meco y Pamplona), escuchar a Maixabel hablar sobre la necesidad de deslegitimar el uso de la violencia, mostrar que se puede convivir entre distintos y desidealizar la banda terrorista mitificada en el pasado por muchos, fue impresionante. Dirigiéndose a los jóvenes principalmente, dijo: «es importante que os contemos nuestra historia, que la conozcáis». En el marco de una serie de iniciativas centradas en el protagonismo de las víctimas como principales agentes de paz y reconciliación, así como en la reeducación y reinserción de los presos, se vio «obligada a darles la segunda oportunidad que todos merecemos. Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Cualquiera puede cometer una atrocidad, pero nadie es solo lo que hace, y por eso merece que se le dé una segunda oportunidad». Relatando su encuentro restaurativo con uno de los etarras arrepentidos, en 2011, contó que se vio frente a un hombre tan abatido y apesadumbrado por su mal que «tuve que animarle y reconocerle el coraje de arrepentirse y pasar de héroe a traidor, y de encontrarse conmigo». Le hizo sonreír.

¿Qué ocurre en un encuentro restaurativo, a través del diálogo, la escucha mutua y la mirada, para que la primera impresión que tuvo Maixabel, después de tres horas con uno de los asesinos de su marido, fuera la de haberse quitado un peso de encima? Se pasa del mundo abstracto de las ideas a la concreción de las personas que miran por primera vez Los ojos del otro (título de un libro de Ester Pascual) y toman conciencia de su historia y sufrimiento, y hacen experiencia del poder sanador de la verdad de los hechos y de la transformación de un vínculo de odio, rencor, miedo, incomprensión y remordimientos, que ata a ambos al crimen, en una relación entre dos personas que sufren y necesitan empezar de nuevo, libres del pasado.
Txabi Etxebarría llamó la atención sobre la posibilidad de que, a través de un proceso restaurativo, el terrorista pase de héroe a villano y, después, a agente de paz. Al resaltar la autoridad del asesino que reconoce la injusticia y la inutilidad de tanto mal, puso de manifiesto el valor de todo testimonio de la verdad. No en vano mencionó Los justos de Camus y afirmó que «el puro conocimiento sana, genera, construye». Cuando consiguen eliminar la abstracción ideológica y la monstruosidad de ETA y atravesar el vacío inmenso en el que se abisman, quedando solos, despreciados y más vulnerables que nunca, se convierten en ciudadanos generadores de paz y justicia. Aludió a uno de los temas más discutidos y delicados, el de la legitimidad o no de los beneficios penitenciarios por someterse a un proceso restaurativo: de un lado, es decisivo evitar todo utilitarismo y garantizar la sinceridad del arrepentimiento, de la reparación y de la responsabilización por los daños infligidos, no solo a la víctima, sino a todo su entorno y a la sociedad misma; de otro, la asunción de responsabilidad personal por los daños provocados tiene un valor en relación con la reincidencia y la reinserción que no se puede ignorar. Se trata de un asunto difícil, debatido, complejo, que requiere reflexión y prudencia.
¿Qué trabajo personal previo y guiado por el mediador hace posible la apertura de ambos a la verdad que acontece cuando se encuentran y comunican de forma no violenta? A tal pregunta respondió Ester Pascual dejando claro a todos los escépticos que reducen la justicia restaurativa a buenismo barato o a utopía el trabajo fatigoso, intenso, paciente y emocionalmente agotador que hay detrás de los encuentros restaurativos. Con gran rigor y claridad describió la metodología de la mediación a partir de dos claves: el hilo invisible que produce un crimen grave entre la víctima y quien comete el delito, y la necesidad de conocer la verdad de los hechos y de preguntar que tiene la víctima. Romper ese vínculo y liberar a la víctima y al victimario de tal atadura y darle voz y protagonismo a la víctima no está en manos del proceso penal.
En el coloquio se planteó, entre otros, el tema del perdón. Maixabel dejó claro que, como agnóstica, prefiere hablar de dar una segunda oportunidad y de un proceso liberador y pacificador, y recordó que Ibon no se considera legitimado para pedir perdón por un crimen imperdonable. Ester Pascual insistió en la necesidad de pensar, cuestionarse y tener una mirada abierta y crítica, reflexionar y dar segundas oportunidades a todos.
Pero fue en la sesión del jueves 11, centrada en la cuestión de la memoria, del duelo, de lo personal y lo comunitario, tanto en el daño como en la reparación del mismo, en la que se abordó tal cuestión en profundidad. Si el primer día empezamos viendo Maixabel, el segundo comenzó con un cortometraje, Dan tzariak (Bailarines), con una historia de ficción pero hecha de retales de historias reales, como explicó Axier Salazar, escritor del guion.

«Muere mucho cuando se mata». Nos deslumbró Manuel Reyes Mate, autor de El tiempo, tribunal de la historia (Trotta 2018), entre innumerables publicaciones ligadas a la cuestión del sufrimiento y la injusticia. «Muere mucho cuando se mata», sentenció. «Muere la compasión, la amistad y hasta la alegría de ir a ver un partido de la Real Sociedad». El terror ha envilecido a una parte de la sociedad vasca y la ha fracturado. Cuando acudió a Nanclares de Oca a encontrarse con etarras arrepentidos, se topó con un ambiente peleón, desconcertante y discursivo, hasta que uno preguntó: «hemos reconocido el daño que hemos hecho, ¿qué podemos hacer?». ¡Cuánto debemos a los que toman la iniciativa y dan un paso al frente con una pregunta sincera y valiente! En todos los ámbitos. Aquel encuentro sirvió para que Reyes Mate les advirtiera que todo dependía de la mayor o menor conciencia que tuvieran del daño real infligido, que es individual, pero también social y político, y no solo afectaba a la víctima, sino a ellos mismos. Les reclamó a reconocer el sinsentido del terrorismo y a preguntarse qué quedaba pendiente de las ideologías que lo impulsaron. En el coloquio con ellos salió la necesidad del duelo, la ceguera que provocó en ellos la ideología nacionalista («estábamos dopados», confesó uno), el simplismo de los discursos revolucionarios, a propósito de lo que elogió la novela Patria, en la que se afirma que «matar a alguien por una idea es cometer un crimen, no defender una idea». Abordó con maestría el tema de la segunda oportunidad o del perdón, para lo que «hace falta haber hecho un largo camino, para no cerrarte y detener la vida en el asesinato, ni pedir solo justicia». A la hora de «recuperar la humanidad», la autoridad de la víctima es decisiva, porque «solo ella puede devolver al victimario al mundo, darle una segunda oportunidad y permitirle reintegrarse en la sociedad». Con Ricoeur y Arendt recordó que «el perdón es el futuro de la memoria» y «la más audaz de las empresas humanas», pues intenta algo imposible: «alumbrar un nuevo comienzo allí donde todo parece concluido, acabado, sin esperanza». Tras afirmar que «el perdón está por encima de la verdad y de la justicia, no a costa ni en vez de ellas», admitió que sus connotaciones religiosas echan a muchos para atrás, pero basta estudiar un poco, por ejemplo, a Karl Schmitt, para advertir que todos los conceptos importantes que usamos esconden una teología. Pero sobre todo insistió en la capacidad que tiene el perdón de «romper la cadena y el hechizo que genera la lógica violenta de la acción-reacción, la mayor enemiga de la libertad». Frente al “si la haces, la pagas”, el perdón hace posible el “nunca más” que persigue la justicia restaurativa, al proponer otro tipo de acción-respuesta que nace de esa «reserva de humanidad latente en el criminal, que hay que avivar y hacer emerger».
La actriz María San Miguel nos cautivó con su elogio del teatro como herramienta de paz y convivencia y al hablarnos de su trilogía, tres historias sobre el terrorismo en el País Vasco que pronto llegará a los escenarios de Madrid, nos hizo conscientes de que la herida no está cerrada y queda mucho por hacer. Más allá del valor de su teatro comprometido con la paz, el encuentro y la convivencia humana entre distintos, me llamó la atención su «obsesión por la universalidad de lo que transmitimos a través de las emociones». «¿Qué hay más universal que la experiencia del dolor, que nos deja desnudos, vulnerables, infinitamente necesitados de cuidado y amor?», respondió cuando le pedí que lo explicara.
Si ya era llamativa la convergencia de un guionista y una actriz con un filósofo, escuchar a un abogado como Txema Urkijo hablar de las tres iniciativas emprendidas desde el Gobierno vasco a principios del siglo XXI, en la misma línea reparadora y reconciliadora, hizo patente la dignidad y el valor de la política, cuando sirve a la persona concreta y no a colectivismos abstractos. Resaltó el enorme potencial educativo de los encuentros restaurativos. «El mensaje de quienes reconocían su equivocación era clave para deslegitimar el uso de la violencia por parte de ETA que, al igual que el IRA, ha sido apoyada política y económicamente». La iniciativa de las víctimas educadoras que han contado su historia en las escuelas vascas y del Glencree, centro de solución de conflictos, tenían en común con los encuentros restaurativos «el papel de las víctimas como agentes reparadores y protagonistas de la reconstrucción». Frente al riesgo de «una memoria autocomplaciente», sostuvo que se trata de «levantar vendas y descubrir aspectos de la realidad completamente desconocidos», de construir a partir del «sufrimiento injusto» y hacer una «reflexión autocrítica» por parte de todos.
Del coloquio resaltaría el reclamo de Reyes Mate a la vigilancia, cuando se le preguntó por el peligro de las ideologías en el siglo XXI, pues «la frontera entre la normalidad y la criminalidad es fina, como ha puesto de relieve la tesis de la banalidad del mal de Arendt». De hecho, puso de relieve la necesidad de revisar todas las ideologías colectivistas, con su dialéctica amigo-enemigo, a partir de lo que hemos aprendido, sufriendo, de la historia, que «no hay violencia revolucionaria legítima, distinta de la reprobable, que la violencia tiene su propia lógica y solo la experiencia del duelo, la elaboración de la responsabilidad propia y la lógica de la reparación y el perdón pueden superarla. Se hacen leyes de justicia histórica, no de memoria histórica y reparación. Solo el perdón cambia la raíz».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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