Como voluntario durante el pre-Meeting trabajé como encargado del montacargas, y me encantó la idea de conducir una máquina así. Pero al cabo de unos días empecé a hartarme porque estaba casi siempre solo y porque me pasaba horas totalmente parado. «¿Por qué habré venido? No tiene sentido», me decía. Hasta que llegó la asamblea con los voluntarios. En un momento dado salió un hombre y el amigo que tenía sentado a mi lado me dio un codazo: «Es el padre del chico que murió hace dos años». Aquel hombre empezó a contar el trabajo que estaba haciendo esos días: sujetar el extremo de una cuerda que extendía con otra persona para trazar una línea donde colocar las sillas. Un trabajo mucho más aburrido que el mío. Sin embargo, su cara era muy diferente a la mía. ¡Sujetaba una cuerda y estaba contento! ¿Pero cómo es posible? Me estaba perdiendo algo.
De pronto el hombre dice: «Quiero daros las gracias. Sujetando esta cuerda cambio el mundo porque quién sabe si alguien que venga al Meeting este año no quedará impactado por lo rectas que están colocadas las sillas». Y, señalándonos a los jóvenes, añadió: «De mis hijos, se me ha pedido uno, pero viniendo aquí, siguiendo esta compañía, me encuentro con otros cien». Inmediatamente resonaron en mi cabeza las palabras de Jesús: «Recibiréis el ciento por uno aquí». Le miraba y pensaba: la exigencia de significado que ha debido desatar en él el drama que le ha tocado vivir lo ha puesto en juego dentro de esta compañía y ahora disfruta cien veces más que yo. Llevaba tiempo dándole vueltas a esta intuición, que la vida está hecha para darse, pero me parecía que siempre me faltaba algo. Durante la asamblea lo vi más claro. Hace falta dar la vida por la obra de Otro que se encarna en esta compañía. Si lo haces, más allá de las circunstancias, recibirás el ciento por uno aquí.
Al día siguiente “viví” esa intuición. Escuchar a ese padre, ver su cara, me hizo mirar de manera distinta a la gente a la que llevaba los palés. Sus ojos eran compañía para mí.
Además, entre los voluntarios del pre-Meeting que estudiamos Ingeniería solemos hacer una serie de juegos para los de primero, pero hasta entonces no habíamos tenido ocasión de preparar nada. Así que, durante la pausa para comer, me puse a pensar algunas pruebas con mis amigos. No me lo habían pedido, no se lo “debía” a nadie, pero donar esa única hora de libertad me hizo estar más contento. Al final, los de primero acabaron dándonos las gracias: «No sabíamos que los “mayores” os implicabais tanto con nosotros».
Lo que dijo ese padre empezaba a sucederme a mí también. Cuando más se da uno, más descubre que todo es para él, y esa conciencia genera también en otros. Por el camino que estoy haciendo, empiezo a intuir que la responsabilidad no es compromiso, capacidad, esfuerzo, sino secundar esta vida que veo suceder.
Giacomo Lonardoni
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