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Huellas N.09, Octubre 2021

PRIMER PLANO

«¿Cómo pasó algo así?»

Davide Perillo

«Viaje por una humanidad frágil, profunda, única». En el que muchos se han sentido tocados: unos descolocados, otros enfadados, algunos comprendidos y amados con sus heridas. La exposición sobre los protagonistas de las series televisivas y la experiencia de los comisarios, que cuentan de dónde nace este viaje que también han hecho ellos

Una cartulina azul, de tamaño 15x11, apareció más o menos a la mitad del Meeting en la pared negra de la última sala, debajo de la pregunta: “¿Qué dices?”. Una grafía probablemente femenina, sin duda joven, como la de la mayoría de las notas multicolores colgadas allí. ¿Qué ponía? «Gracias por este viaje por una humanidad frágil, profunda, única. Gracias por todos estos “yo” que habitan en cada uno de nosotros». Ahora que lo pienso, que vuelvo a ver esa cartulina en mi escritorio, la exposición “Una pregunta que quema. Encuentros y descubrimientos en el mundo de las series televisivas” fue precisamente eso: una incursión en la humanidad actual. Herida y frágil, pero sedienta de verdad, de significado, de profundidad. Y única, porque no es abstracta, porque está hecha de personas concretas, reales. De todos estos “yo”. Como yo, como los amigos que hemos vivido la aventura de ponerla en pie. Probablemente al principio no éramos muy conscientes, al menos yo no lo era. Pero poco a poco se fue aclarando. Se trataba de un viaje por nuestra –mi– humanidad.
Lo que en el boca a boca del Meeting era desde el principio “la exposición de las series”, para nosotros era sobre todo la propuesta de un encuentro con siete personas: los protagonistas de series que nos habían impactado por sus preguntas, por su camino. Como Rust, el policía que en True Detective persigue a un asesino y el sentido profundo del mal; Dolores, una androide humanísima en Westworld; Ragnar de Vikingos, una especie de Ulises nórdico; Legasov de Chernobyl, un científico que se sacrifica a sí mismo en su lucha por la verdad; Rocco Schiavone, arisco subcomisario con una vida llena de lados oscuros; Jules y Rue, las amigas adolescentes de Euphoria, en busca de padres y madres, y de una brújula para vivir.
En el centro de la exposición estaban sus historias, condensadas en seis videos. Más otra parte que narraba “desde dentro” –con entrevistas, testimonios, backstage– cómo nace una serie, cómo se escribe, cómo se rueda, cómo se trabaja. Pero también por qué se hace así, qué es lo que late en el fondo de esta gigantesca maquinaria del espectáculo que cada año, mediante decenas de títulos, ofrece al mundo un cierto modo de narrar el mundo.
Nada de análisis, por tanto, sino la propuesta de una experiencia. Libremente: pasad y mirad, sin demasiadas explicaciones, luego hablamos. Al final había un espacio para charlar con los comisarios o para dejar un comentario con esas tarjetas de colores. Sin red. Pero asumimos el riesgo porque al principio fue así para nosotros. No partimos de la idea de fotografiar un universo, sino de un hecho. Nos juntamos un grupo de amigos muy diferentes, por trabajo, edad y procedencia (periodistas y profesores universitarios, doctorandos en filosofía y profesores de instituto, españoles e italianos), pero unidos por un dato: ciertas series nos impactaban. Nos sentíamos apasionados, ligados a los personajes, a sus historias. Y nos hicimos una pregunta: ¿por qué?
Responder ahora, mirando el trabajo que surgió de aquella pregunta, la forma que tomó y todo el feedback recibido, es muy sencillo. Lo haré usando palabras que he oído a algunos amigos con los que he compartido esta muestra. «Lo que me conmueve cuando veo ciertas series es que descubro más mi vida, mi humanidad, mi herida, que no va separada de la de mis familiares o alumnos», contaba hace unos días César Senra, profesor de instituto. «Para mí, esa es la cuestión», añade Martina Saltamacchia, que da clase de Historia medieval en Omaha, Nebraska. «Tomar en serio el grito de mi humanidad, el grito concreto que soy yo. Y usarlo como varita en busca de una respuesta para mi verdadera exigencia. La exposición pasó así porque partía de un punto vivo, y lo interceptaba en los que venían a verla con una herida abierta. Esa “pregunta que quema” que le daba título no era un pretexto». Más bien era la expresión de nuestra necesidad, que en las ficciones televisivas encuentra un lenguaje capaz de describir muy bien el presente, tan caótico y lleno de contradicciones. «Es cierto que a veces las series expresan un mundo nihilista y “moralmente desordenado”», añade César, «pero en ciertos personajes no vence la nada porque irrumpe el grito del ser. Y eso me ayuda a mirar el mundo actual, que no está definido por la nada sino por la exigencia de sentido».

Partir de este punto y tomar conciencia poco a poco, durante los meses de trabajo, ha sido apasionante. Al menos cuando nos dábamos cuenta de que nuestros intentos –mucho más que irónicos, pues no somos expertos en la materia e inevitablemente estaban llenos de limitaciones– tocaban cuestiones decisivas también para los profesionales de ese mundo, para la gente que vive y trabaja en un negocio que mueve millones de dólares. Oyes a Gina Gardini, productora de Gomorra, diciendo que en medio de un universo «poblado de monstruos» lo que nos interesa de los personajes es «su conflicto interno», el contraste entre el mal y un «lado humano» que pervive. Escuchas a Joe Weisberg, autor de The Americans, recordando que al final hay un rasgo que nos une con los protagonistas, «un dolor y un anhelo, una necesidad de ser amados». Descubres que para Neil Landau, uno de los grandes nombres del sector, «ver series donde los personajes emprenden caminos de perdón puede motivarnos a perdonar a los demás y a nosotros mismos por no ser perfectos», porque todos necesitamos el perdón. Y te das cuenta de que estás tocando realmente puntos neurálgicos, vivos. «Grietas por donde empieza a pasar la luz», como decía Filippo de Bortoli, otro de los comisarios.

La confirmación nos llegó por los que visitaron la muestra (muchos, casi doce mil). Por conversaciones intensas que surgieron, a veces respondiendo a objeciones («¿pero por qué enseñáis estas cosas? Están repletas de perplejidades»), pero sobre todo para acompañar ciertos pasos de aprendizaje («se me ha abierto un mundo»). Como el padre de familia que empieza preguntando «¿a quién hay que pegar por esto?» (bromeaba, pero no demasiado) y acaba con una confrontación preciosa sobre lo que esperan los jóvenes. O un chico conmovido que se pone a hablar de la crisis de su hermano («pensábamos que era culpa de las series que ve, y tal vez es que en estos relatos se siente comprendido»); como una madre de hijos adolescentes que salía diciendo «no me fiaba demasiado, pero ahora comprendo mejor a mis hijos»; y otra con dos niños pequeños a su lado y una pregunta aguda por dentro: «Yo también necesito el perdón, ¿pero existe en este mundo?».
Son solo ejemplos, pero significativos. Como muchos de los comentarios colgados en esos post-it de colores. «¡Qué bonito sentirse comprendido!»; «¡Me habéis devuelto la confianza en el ser humano! Quiero ver mi corazón y el de los demás»; «Demasiada libertad, pero bonito». Hemos recogido un total de 357. Cada uno, a su manera, plantea la misma pregunta: ¿y ahora? A fin de cuentas, ¿qué os habéis llevado a casa?
También en este caso, para responder hago mías las palabras de un compañero de aventura, Costantino Esposito, profesor de Filosofía. «¿Qué ganamos? Sobre todo, un retorno a nosotros mismos, un paso de conciencia y de afecto». Este paso «es una pregunta: ¿qué nos ha permitido mirar así esta humanidad? ¿Qué me permite mirar mi humanidad así? ¿Sentir piedad, conmoción, por toda la vorágine de mi necesidad? Resumiendo, me hace entender mejor lo que he encontrado en mi vida: qué es el cristianismo y qué es el carisma que me permite vivirlo así».
El origen, por tanto. No como categorías donde encajonar un fenómeno (¿las series son buenas o malas?, ¿morales o inmorales?), sino como una mirada. Sigue diciendo Costantino: «Cuando alguien nos preguntaba, incluso de manera un poco ideológica: “¿Esto es todo? ¿No nos dais un juicio? ¿Qué dice el Meeting de estas series?”, delante de estas objeciones me daba cuenta de que se nos había dado una mirada a la inversa: la fe está al inicio de un trabajo así, no al final. No es algo que cierre el círculo del problema humano, sino que lo relanza, lo abre». Lo relanza porque valora todo lo humano, intercepta –más aún, ama– esa grieta.

Lo expresa muy bien la carta de una amiga que llegó cuando el Meeting aún estaba en marcha. Hablaba de su asombro al sentirse descubierta, al final de la visita, releyendo su propia historia, sus problemas, hasta la relación con sus padres. «¿Por qué estas personas quieren encontrarse conmigo, con lo que yo soy de verdad? ¿Por qué veo los ojos de la guía y luego los de los comisarios que miran mis ojos y me siento viva, amada, aun sabiendo que tengo tantas heridas? ¿Por qué después de la exposición tengo ganas de vivir, de existir, de ser feliz, y me doy cuenta de que mis heridas no me aplastan?». Hablaba de una «luz que veo al fondo del túnel».
No sé si todo esto, para los que leen, tiene algo que ver con la palabra “cultura”. Yo creo que sí. Al final, lo que está en juego no es tanto un “juicio intelectual original” (al menos no como solemos imaginar) sino que se trata de interceptar las preguntas últimas, decisivas. No esperábamos llegar tan lejos, partiendo de historias vistas en televisión. Pero la exposición «pasó así», como decía Martina. Y eso indica que «si no la censuramos, nuestra necesidad será criterio y sugerencia para un camino. Nuestra pepita de oro».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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