Georges Bernanos
Diario de un cura rural
Encuentro
pp. 288 - € 21
«No un logro en la vida, sino el reconocimiento de una Presencia». La figura del joven cura rural descrito por George Bernanos documenta de manera cristalina la verdad de esta afirmación acuñada y predicada por Luigi Giussani. Cuando uno lee una historia, normalmente se pone en el lugar del protagonista. Por lo menos, a mí me pasa. Pero esta vez no. Para empezar, no he sentido atractivo alguno por este cura de Ambricourt, todo él sensación de incapacidad y dolores de estómago. Hasta me daba un poco de repulsión. Porque los que “no llegan” no nos fascinan. Somos hijos de nuestro tiempo.
Pero esto fue solo al principio. Luego te engancha la maestría narrativa del autor, la agudeza con que capta los rasgos distintivos de la sociedad y sobre todo del alma humana, su libertad para pillar a contrapié las convenciones y ficciones colectivas e individuales. Todo eso te va atrayendo. Hasta el punto de que, para empezar, enseguida te das cuenta de que ese curita no es un perdedor, sino un protagonista. Diferente. A la fuerza. No es igual, no puede ser igual que la mediocre mayoría acostumbrada a una «parroquia consumida por el aburrimiento», un mundo donde «el tedio lo devora todo». Un pueblo no cristiano (aunque vaya a misa, bostezando) es un pueblo triste y mezquino. Y cínico. Parroquianos que le retiran el saludo. Porque él no busca el consenso, sino que se implica en la lucha del bien contra el mal. Son fascinantes las conversaciones del cura con las personas más duras y malvadas, presa del odio a los demás, y en definitiva a sí mismas. Conversaciones ásperas y muy intensas, donde el sacerdote no se rebaja al nivel de su interlocutor. No porque se erija desde fuera en juez sabio, sino porque se adentra, compartiéndola, suscitándola y orientándola, en la lucha interna del otro. No le da miedo mirar a la cara el dolor, la fatiga, el mal, el tormento, el pecado. Busca la conversión, la suya y la del otro. No se trata de un plan pastoral que realizar. Eso también me atrajo. Nosotros estamos hechos para esta lucha. Somos esta lucha…
Como el curita de Ambricourt, pienso en mi amigo, con sus dificultades y dolores de estómago; como el curita, son debidos a un cáncer. Siempre buscando el bien, con sudor y generosidad, en cada cosa. Entre una sesión de quimio y un Rosario, dentro de una lucha tremenda del cuerpo y del espíritu, su pobre voz debilitada lucha por susurrar, como el cura de Ambricourt: «¡Qué más da! Todo es ya Gracia». Yo lo siento así.
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