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Huellas N.07, Julio/Agosto 2021

LIBROS PARA EL VERANO

«La alegría irradia»

J. Á. González Sainz
La vida pequeña. El arte de la fuga
Anagrama
pp. 208 - € 18

«Aunque muchas veces se sospeche en vano, sospechar salva, sospechar que existe otra cosa, que viene otra cosa, que hay otra persona en la persona que vemos, otra razón en lo que oímos, otra posibilidad, otra perspectiva. Sospechar y reflexionar, darse cuenta, y que no te pille siempre el tiempo, sería entonces algo no enteramente moderno. Pero, por especular, también me ha gustado siempre especular no solo con la idea de ir a vivir a otro sitio cada cierto tiempo sino a vivir de otro modo, a vivir yo (o por lo menos el atento, el aproximado) de otro modo, un modo seguramente compatible con esa sospecha. Uno (ese) lo que de veras querría es amar y darse cuenta en cada momento de que ama, pero no solo amar a una persona sino amar cualquier cosa, todas las cosas. Claro, esto también trae consigo muchos disgustos, dado que no siempre las personas y las circunstancias son de lo más amables o se dejan amar ni tiene uno siempre el cuajo para ello».

«La alegría era para Simone Weil la plenitud del sentimiento de lo real. Por eso estaríamos hoy tal vez tan tristes en el fondo, porque no solemos alcanzar esa plenitud de sentimiento y también porque lo real, lo que tenemos por real, vamos a decir no es que de real ya no tenga nada, pero poco. Poco y lioso. Compensamos, compensamos y suplimos tanto esa falta de plenitud de nuestro sentimiento como esa falta de realidad, vaya si las compensamos, las compensamos incluso a todo meter, podríamos decir con rara exactitud, y así vamos tirando tan campantes, pero esas compensaciones -y ese campar- no nos llevan sino a estar distraídos, muy distraídos o incluso distraídos todo el rato y como mucho divertidos, no verdaderamente alegres.
Las personas verdaderamente alegres -que pocas- o los momentos de verdadera alegría -vamos a poner que hay más, vamos a poner que habría incluso muchos- no requieren ni compensación ni recompensa alguna fuera de ellos mismos; se bastan, se bastan y se sobran, y si luego obtienen algo más, es solo añadidura. Pero añadidura a lo que ya es pleno. Unos y otros, personas y momentos verdaderamente alegres, asientan sus reales en una aceptación de lo que las cosas son en cuanto que son lo que son y ya está. Lo aceptan y se llenan de ello, lo sienten plenamente. La plenitud de ese sentimiento -recordemos- es la alegría. Pero la alegría no solo acepta lo grato real, que eso lo aceptamos todos; hasta en el dolor, en los peores dolores o duelos y penurias, conservan los verdaderamente alegres el sentimiento de lo real, lo aceptan y asumen y encuentran siempre algo que lo haga más llevadero. La alegría hace llevadero o por lo menos más llevadero lo que es difícil de sobrellevar. Acepta lo lleno y, sobre todo, acepta el vacío. Y quien soporta el vacío ama la verdad; ya no tiene miedo.
Poco importa además si eso que encuentran los alegres para hacer más llevadero es lo más real o la realidad de realidades que es la palabra, todo es realidad. Saben además las personas verdaderamente alegres -pocas o muchas o las que lo sean en cuanto que lo son- que en cada momento de realidad, sea cual sea, ya está todo; está tan lleno que su medida ya está colmada. Tengan lo que tengan y como lo tengan, tengan mucho o poco o nada, efectivamente lo tienen todo en cada momento; porque para ellas nada no es lo contrario de todo, poco no es menos que mucho. A la alegría no le falta de nada, ya lo tiene todo, por eso irradia, la alegría irradia».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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