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Huellas N.07, Julio/Agosto 2021

RUTAS

Tano D'Amico. La misericordia es subversiva

Luca Fiore

El fotógrafo de la contestación y las “causas perdidas” cuenta por qué su trabajo es cuestión del destino. «Las estrellas no saben que son hermosas. Un río es incapaz de mirarse. En cambio nosotros somos esa parte del universo que se da cuenta de que existe»

«¿Quién es Tano D’Amico? Nunca me lo había preguntado. Puedo decirte cómo me veo: como un viejo mastuerzo que es difícil apartar del camino». En el umbral de los ochenta años, este gran fotógrafo de raíces sicilianas, infancia milanesa y madurez romana, no desmiente su imagen de hombre testarudo que no se casa con nadie. Hay quien le considera el “juglar” de los movimientos del 77. Famoso por imágenes como la de una chica cubierta con un pañuelo y desafiando a la policía, o un agente infiltrado en una manifestación empuñando una pistola. Aunque tiene muchísimas imágenes inolvidables: la ocupación de Mirafiori, el terremoto en Irpinia, los suburbios romanos. Fotografía social sin concesiones.
Tano D’Amico se considera un veterano de una etapa llena de contradicciones. Muchos de sus compañeros pasaron de la contestación a los puestos de poder. Él, en cambio, siguió siendo el fotógrafo de las causas perdidas. Sin dinero en el bolsillo, se ganó la vida como profesor por horas en una escuela de fotografía. Su obra más importante, É il ’77, incluida por Martin Parr en su History of Photobooks, está considerado como uno de los libros más destacados de la segunda mitad del siglo XX. «Lo pagamos gracias a una colecta. Pasamos por la asamblea una bolsa negra de basura».
En los últimos años, Tano D’Amico ha publicado dos libros breves que recogen sus reflexiones. Uno se titula Fotografía y destino. Apuntes sobre la imagen y el otro, Misericordia y traición. Fotografía, belleza, verdad. Títulos comprometidos. Tan fascinantes como sus imágenes. Hemos ido a visitarle a Roma. Nos recibe con calidez y curiosidad, con ojos vivaces detrás de unas gafas redondas y con una aureola de pelo blanquísimo.

¿Cómo nació su pasión por la fotografía?
Nunca he tenido ni tengo pasión por la fotografía. Lo que me apasiona son los seres humanos. También los animales y la naturaleza. La fotografía ha sido el medio que mejor se ha adaptado a mí. Se puede practicar independientemente de que tengas una visión del mundo distinta de la dominante. Para el cine hace falta muchísimo dinero. Para la fotografía basta con los carretes. Si no te gustan las fotos que hacen los demás, como en mi caso, intentas hacer lo que te gustaría ver.

¿De dónde le viene este deseo de vivir?
Cuando era niño, hijo de una familia siciliana en Milán en los años 50, me encantaba salir por ahí, caminaba mucho. Como no tenía dinero para ir al bar o a los recreativos, encontraba refugio en los museos, que entonces eran gratuitos.

¿Qué estudió?
Me matriculé en la Católica, pero nunca me gradué. Me interesaba la historia y me parecía que era en las imágenes, más que en los libros, donde se narraba la historia de verdad. La de los sentimientos, no la de los reyes que se declaran guerras. La historia íntima del alma humana, de las esperanzas y de la conciencia. Con mis fotografías intentaba narrar ese tipo de historia. Aunque luego era muy difícil que los periódicos las publicaran. Era más fácil que aparecieran en los folletos feministas. Pero hubo algún crítico que dijo que tenían la fuerza del teatro griego o la energía del Llanto de Niccolò dell’Arca.

¿Por qué no salían en los periódicos?
En total he trabajado con 51 cabeceras. En ciertos momentos, en la época difícil de Italia, nadie quería publicar mis fotos. Ni siquiera los que me apoyaban. Luego L’Espresso o L’Unità me incluían entre sus colaboradores ilustres, aunque en cincuenta años apenas hubieran publicado unas cuantas fotos.

¿Por qué?
Devolvían un semblante humano, dignidad y belleza a personas que debían desaparecer de la historia. Pero en cambio eran la sal de la tierra, el sabor del universo. Antes de que las mujeres empezaran a salir a la calle y que sus imágenes aparecieran, solo existían sus gritos. Mujeres golpeadas por todos, en casa, por la policía, mujeres que lloraban a sus hijos muertos en la cárcel, en la fábrica, en los manicomios. No había imágenes que las representaran.

Uno de sus libros se titula Fotografía y destino, ¿qué quiere decir con destino?
Me he dado cuenta de que cuando tocaba un tema, cuanto más inoportuno y complicado era, más parecía que el destino me ayudaba a entrar en ese tema.

¿Puede explicarlo mejor?
Era el año anterior al Jubileo del 2000. Las autoridades de Roma habían declarado la guerra a los gitanos. El alcalde de centro-izquierda pidió a las fuerzas del orden que les hicieran la vida imposible. Iban continuamente a sus campamentos y lo ponían todo patas arriba. Cuando llegaba yo, veía a los niños que se habían hecho todo encima por el terror que habían pasado. Una vez pasó lo que me temía, aunque nunca pensé que fuera tan horrendo. La policía irrumpió en un barracón, dando golpes y tirándolo todo por los aires, incluida una niña de 16 días. Era como un rollito así de grande. El gobernador declaró que era normal que sucedieran accidentes como ese y yo pensé que al día siguiente los periódicos lo masacrarían. Pero nada. Nadie dijo nada. Yo no podía dormir, llegué a dudar de si me lo habría imaginado todo. A la mañana siguiente fui a preguntar al depósito: «¿Habéis recibido estos días a una niña de 16 días?». Me dijeron que sí y pregunté cómo había muerto. La forense me dijo que tenía la cara marcada con la huella de una bota.

¿Qué hizo usted?
Me fui a una rueda de prensa en el Capitolio romano e informé del asesinato al alcalde. Fue el fin del mundo. En los meses siguientes, la gente, cuando me veía, cambiaba de acera. Pero decidí seguir con mi trabajo sobre los gitanos y publiqué un libro titulado El jubileo negro gitano. Los únicos que dieron la noticia fueron los de Radio Vaticana.

¿Eso qué tiene que ver con el destino?
El destino quiere que se hagan ciertas fotografías. Siente que no está completo, que no se ha cumplido, sin ciertas imágenes. El universo tiene sed de sentimientos humanos.

¿En qué sentido?
El universo está sediento de afectos humanos. El sistema solar, la Vía Láctea, las galaxias no tienen ningún sentimiento de sí. Las estrellas no saben que son hermosas. Un río es incapaz de mirarse. En cambio nosotros, los hombres, somos esa parte del universo que se da cuenta de que existe. El universo busca nuestros sentimientos, los suscita. Tal vez esa es la única razón por la que el universo necesita a los hombres. Necesita nuestra sed de justicia, una belleza que le falta. Es como si el universo nos pidiera esa justicia, necesita esa imagen para completar su belleza. Pienso en la foto titulada “Pausa para comer con algo sagrado”.

¿De dónde nace esa imagen?
Estaba en Calabria haciendo un encargo. Me dijeron que había una cooperativa de jóvenes que había ganado un concurso para blanquear los pabellones del recinto ferial. Al entrar en aquel gran espacio me quedé atónito. Era como si hubieran preparado una última cena a propósito para mí. Me dio tiempo a dos disparos. Luego se dieron cuenta y el encanto se rompió. Esa imagen también tenía su propio destino. Más tarde recibí un mensaje de la Secretaría de la CEI. Pensaba que era la Cooperativa de Edificación Italiana. Sin embargo…

Eran los obispos.
Sí. No tenía ni idea, lo supe cuando les devolví la llamada. Querían que hiciera unas fotos para la nueva edición del Catecismo para jóvenes. Me dijeron que había que ilustrar diez capítulos: del encuentro con Cristo a la Pasión. Pregunté cuánto tiempo tenía y me dijeron que diez días. Impensable. Al otro lado del teléfono me suplicaron: “No diga que no. Piense que ya ha hecho el trabajo…”. Tenían razón.

¿Qué imágenes eligió?
Para el encuentro con Cristo, dos jóvenes pescadores que conocí mientras arreglaban sus redes en Trani. Para el anuncio del Reino de Dios, un grupo de niños gitanos con los ojos como platos sosteniendo una lona con la marca de una rueda. Y para el capítulo dedicado a la Eucaristía elegí precisamente mi última cena. Aceptaron todas las propuestas. Sin censuras. Siempre he estado agradecido al mundo católico.

¿En qué sentido?
En la universidad tenía un gran amigo, Lele, al que definiría como un “católico de derechas”, con el que podía hablar realmente de todo. Los demás estaban en la universidad para conseguir un trozo de papel. Él no. Luego le perdí la pista. Me enteré de que había muerto cuando el Corriere della Sera dedicó una página completa al décimo aniversario de su muerte. Había llegado a ser un importante filósofo, pero murió en un accidente de tráfico a los 38 años. Era Emanuele Samek Lodovici.

Usted fue el fotógrafo de Lucha Continua, pero también colaboró con Il Sabato.
Sí, en un momento en que nadie me daba trabajo. Me encargaban reportajes que eran una locura, sobre Caravaggio, Masaccio, Pasolini, Kafka… Fue precioso. Aquello también fue una cuestión de destino.

Su último libro se titula “Misericordia y traición”. ¿De dónde le surge esta palabra?
Es un término delicioso. La misericordia es que el corazón late con los míseros, late del lado de los míseros. O bien es que todos somos míseros y nuestros corazones laten juntos.

¿Y la traición?
Es la traición de uno mismo, de los afectos, de los amigos. La traición sirve para sacar a la luz la misericordia. Cuando uno se encuentra entre la espada y la pared, se pregunta por qué aparece entonces la misericordia. No se puede sorprender la misericordia sin la traición. Hay que tener piedad de uno mismo. La traición es sobre todo de uno mismo.

La misericordia es uno de los nombres de Dios…
No me gusta usar el término “Dios”. Prefiero hablar de “universo”, porque si no acabamos en una especie de idolatría por la que uno se convierte en árbitro de todo. Hasta de Dios. Lo que más odio es cuando se pregunta: “¿Dónde estaba Dios en Auschwitz?”. ¿Pero qué pregunta es esa? El problema es dónde estabas tú en Auschwitz. Si necesitas saber dónde estaba Dios, significa que eres una marioneta que necesita a Dios para que le ponga el escenario del mundo. Tal vez Dios tenga también sentimientos, pero seguro que prefiere que nazcan de ti. Los sentimientos del mundo, los sentimientos del universo, debes sacarlos a la luz tú.

¿La misericordia es subversiva?
Por supuesto. Como la belleza.

¿En qué sentido?
La verdadera belleza es la que no consumes. Cuando ves a una mujer o a un hombre realmente bellos, no los quieres poseer porque te recuerdan de dónde vienes, te recuerdan para qué estás en el mundo. Es algo tan absoluto que no piensas en consumir esa belleza.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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