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Huellas N.07, Julio/Agosto 2021

PRIMER PLANO

Boston-París. Como los lirios

Anna Leonardi

Una mudanza al otro lado del océano en plena pandemia. Stefano y Silvia cuentan lo más bonito que se han llevado a su nuevo destino

Organizar una mudanza de Boston a París es complicado, más aún cuando tu mujer está en el séptimo mes de embarazo y tu primogénito solo tiene tres años. Si además estalla una pandemia mundial, cruzar el Atlántico con la casa a cuestas puede resultar toda una proeza. «El estallido del virus nos pilló a las pocas semanas de decidir regresar a Europa», cuenta Stefano Aime, que ha trabajado dos años como investigador en Harvard. «Me ofrecieron ser profesor asociado en la prestigiosa Escuela Superior de Física y Química Industriales de París. Aunque en EE.UU empezábamos a sentirnos como en casa, no podía rechazar semejante oferta».
Así que, en febrero de 2020, Stefano y su esposa Silvia empiezan a preparar el viaje que les llevaría de vuelta al Viejo Continente en junio. Reservan los vuelos, cancelan el alquiler de su casa en Boston y empiezan a buscar otra en París. «Era el momento en que llegaban de Italia las noticias de los primeros casos de coronavirus, pero no teníamos ni la más mínima sospecha de que aquello pudiera llegar a afectarnos», continúa Stefano, que recuerda perfectamente el estrés y los nervios de aquellos meses. «Harvard es un lugar muy exigente. Te da todo lo que necesitas pero a cambio te obliga a entregarte por entero a la investigación. No en vano, de un centenar de personas que trabajaban en mi laboratorio, yo era el único que tenía familia. De modo que me vi absorbido por el trabajo, descuidando la vida familiar».
Las continuas tensiones con Silvia pesaban cada vez más en sus jornadas. Hasta que el Covid llamó a su puerta. «A primeros de marzo, los padres de mi mujer, residentes en la zona de Bérgamo, caen enfermos. En pocos días ingresan a su padre en cuidados intensivos. Yo pensaba que ese sería el golpe de gracia, para ella y para mí». Pero no fue así. Fue una tempestad, sí, que le desarmó por completo, pero que introdujo una luz nueva. «Empecé a mirar a Silvia, y a mí mismo, por la necesidad que teníamos, no por nuestros límites. Al amanecer, cuando me ponía a trabajar delante del ordenador, la miraba mientras dormía y me preguntaba qué predominaría en ella al despertar: el miedo y el lamento o la búsqueda de algo capaz de sostenernos ante toda esa vorágine». Silvia le sorprende con su manera de aferrarse a lo que hay: sus amigos de Boston que intensifican su compañía a través de mensajes, el rezo del Rosario por Zoom, algún paseo esporádico con los niños por el parque. Sin embargo, las noticias que llegan de Italia no son buenas. De hecho, su padre empeora, sufre una hemorragia y un infarto, además parece que su hígado se resiente. «Pero cada día sucedía algo a lo que mirar que nos daba esperanza. Vivíamos de rodillas, y justo por eso no podíamos dar nada por descontado. Cada cosa la recibíamos como un don».

Con esta apertura, Stefano descubre algo que llevaba meses intentando alcanzar él solo: «el equilibrio entre la vida y el trabajo, una unidad que me parecía increíble, y que recibí justo en el momento en que me parecía que menos podía con todo, cuando tuve que soltar amarras, cuando comprendí que no todo dependía de mí».
En junio, cuando estábamos cerrando cajas y preparando el regreso, dan de alta al padre de Silvia. «Estábamos radiantes, porque además mientras tanto nació nuestra hija Chiara. Pero los imprevistos aún no habían acabado…». Faltaba el pasaporte de la recién nacida. El confinamiento había causado importantes retrasos en la emisión de documentos oficiales en la administración pública. «Delante de nosotros había más de un millón de solicitudes pendientes. Y sin el pasaporte de nuestra hija era imposible salir del país». Los planes de Stefano y Silvia vuelven a truncarse. «Estábamos en una casa vacía, donde ya solo quedaba el equipaje que debíamos embarcar, y no podíamos calcular de ninguna manera cuándo podríamos irnos», afirma Stefano. Tardaron tres meses en tener la documentación de Chiara, pero «fueron tres meses preciosos. Sin sombra de queja ni recriminación. La experiencia que vivimos durante los meses más dramáticos nos había cambiado la manera de mirar».
Cada día de más en Boston se convirtió en un regalo. Una ocasión para despedirse de los amigos, para estrechar relaciones. Cada noche disfrutaban de un “último” picnic delante del océano. «No deseábamos vivir otra cosa que lo que se nos daba, sin proyectar todas nuestras expectativas en el futuro». Es lo más bonito que se llevaron en la maleta cuando por fin lograron subir al vuelo Boston-París. «Hemos empezado nuestra nueva vida sintiéndonos como los lirios del campo, cuidados y alimentados por Alguien que nos quiere».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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