Va al contenido

Huellas N.07, Julio/Agosto 2021

PRIMER PLANO

En compañía de mí misma y de palabras misteriosas

Angela Dematté

«Durante el confinamiento, deseaba no perder la intensidad de vida que estaba experimentando». Una contribución de la actriz y dramaturga que ha trabajado estos meses con Macbeth

«Difícil es luchar contra el deseo, porque lo que quiere lo compra al precio del alma», afirma Heráclito.
Leyendo el artículo de Rosa Montero (ver p. 10) lo primero que pensaba es que tal vez no sabemos gestionar nuestra relación con el deseo. También pensaba en cuánta gente sigue hoy la práctica de mindfulness (actitud para prestar atención al presente). Son muchos los que se quedan bloqueados por errores del pasado y lo que desean se proyecta ante ellos, en el futuro, potente y vital, pero esa vitalidad no llega a incidir en el presente. Confundimos entre deseos grandes y pequeños (siguiendo el juego a los algoritmos de lo que nos venden) y los pequeños pasos que poco a poco van construyendo nuestro destino nos parecen insuficientes. No sabemos gestionar un deseo grande. Preferimos no tenerlo. ¿Pero por qué deseamos? ¿No será que forma parte de nuestro camino evolutivo y ahora hemos desaprendido a gestionarlo?
«No hemos dado muerte a la serpiente, volverá a revivir», afirma Macbeth, refiriéndose de manera enigmática a la serpiente del Génesis. Serpiente o no, nos encontramos con este deseo encima, deseo absoluto de ser como Dios, pero con las alas cortadas antes de saltar. Durante los dos últimos años he trabajado con un gran grupo de artistas y actores en esta tragedia de Shakespeare y veo a las brujas (espíritus aéreos y terrenos a la vez) que se aparecen a Macbeth y Banquo como sus pulsiones vitales. Macbeth es como nosotros, con ese gran deseo de futuro. «Salve Macbeth, tú serás rey», dicen las brujas. ¿Por qué este deseo no puede realizarse enseguida? ¿Por qué el rey no me cede el puesto? ¿Por qué lo deseo si no lo puedo obtener? ¿Por qué sufre el hombre esta condición tan terrible? Macbeth intentará destruirlo todo. Primero para alcanzar su deseo y luego para romper el dinamismo propio del deseo, para volver a ser bestia. Porque, dice Lady Macbeht, una vez conseguido, se ve que «nuestro deseo se colma sin placer».
Pero tal vez, nos sugiere Shakespeare, esa pulsión del deseo no sea un error (¿cómo puede ser un error lo que existe?), sino cómo se gestiona con el tiempo. De hecho, Banquo sabe esperar su destino. Al tener un hijo, conoce el tiempo del crecimiento y de la espera. Por tanto, el problema no es esa pulsión hacia el futuro, sino adueñarse del tiempo.
La historia de la humanidad ha construido lugares y momentos para reengancharse al tiempo. Lo son sobre todo ciertos rituales de oficios antiguos y de la historia, pero también los espacios y tiempos de lo sagrado (sacrum es lo que está “separado” de lo cotidiano), ritos donde se intuye que puede habitar de alguna manera nuestro ardiente anhelo de absoluto. Actualmente, los teatros, las iglesias, los anfiteatros… siguen siendo espacios que están fuera de lo cotidiano.

Me avergüenza hablar de esta dimensión ritual. Me parece que hoy es difícil tomarla en serio. La educación escolar nos ha enseñado a acercarnos a las cosas de manera cognitivo-racional. Una vez definido algo, lo controlo, lo poseo. Hay una causa para todo. Pero en el fondo, en el fondo, sé que no es verdad. Deseos, pulsiones, dolores, no se pueden gestionar mediante definiciones o preceptos. Bien lo saben los que en este tiempo no han podido celebrar los ritos fúnebres por sus seres queridos. Las palabras no bastan. Un oficio tampoco se puede enseñar solo con palabras. Jesús tuvo que pasar cuarenta días en el desierto. El ser humano necesita lugares y tiempos. Es evidente en los ritos antiguos, que son largos y fatigosos precisamente porque pretenden transformar. Nos reenganchan al misterio de la creación, del ser, a la naturaleza. No solo somos ángeles, sino también bestias.
Durante el confinamiento, deseaba no perder la intensidad de vida que estaba experimentando. Gracias a mi oficio, también pude hacer un trabajo sobre mí misma, volví a darme cuenta de la necesidad que tengo de lugares donde asentarme. No da igual ir o no ir. Porque allí uno cambia, se transforma. No solo nos transformamos mediante el conocimiento, hace falta experiencia. Empecé a aceptar que no podía entenderlo todo, a buscar palabras misteriosas (con T.S. Eliot, por ejemplo). Empecé a dejarme acompañar por lo que siento y a no tener prisa por resolver lo que no encaja, aunque se trate de reacciones o sentimientos incómodos. Porque si presto atención a lo que me causa malestar, también puedo empezar a reconocer qué es lo que necesito.
Por lo tanto, para mí el problema no es engancharse al presente, sino vivir dentro del propio cuerpo y del propio tiempo. Por eso Shakespeare es profeta para nosotros. El tiempo nos parece ahora una objeción en vez de un camino para conocer.
Pero quiero decir que esta historia emblemática –Macbeth– habla de manera diferente a cada uno de nosotros, y también a mí me hablará de manera distinta dentro de un tiempo. Por ello sería bueno que cada uno se confrontara con ella sin mi mediación.

«Lo bello es feo y feo lo que es bello», dicen las brujas. Hace falta tiempo para que la oruga se convierta en mariposa. Pero la oruga, aunque fea, es necesaria. Porque es de verdad. Tan verdad como la emoción que expresa Rosa Montero en su artículo. «¿Por qué no aprendemos nada?», se pregunta. Creo que no aprendemos porque no estamos dentro del tiempo. Nuestros oficios se dan sin oficio, es decir, sin misterio. Pero no es del todo cierto. Cada oficio hunde sus raíces antiguas en la sociedad humana. Ya he escrito demasiado. Las palabras racionales, como estas mías, no pueden hablar de deseo. Necesitaríamos palabras simbólicas. En su compañía, se puede estar entre bestias y ángeles, es decir, responder a la materia de la que estamos hechos. Nuestro lenguaje ya no es simbólico, es lógico y racional. Demasiado simplificado. Era más adecuado el de Heráclito que citaba al principio, aunque una traducción siempre reduce el sentido de la palabra griega. Os invito a estar en compañía. No es igual para todos. Y así debe ser. Creo que necesitamos palabras que planteen dilemas, no soluciones. «La niebla, el aire impuro atravesemos», dicen las brujas.
Mi amigo Mario Rasetti, que es científico, me ha recordado que después de la peste llegó a Europa primero el Renacimiento y luego la Ilustración. Quién sabe qué pasará ahora. Y qué lenguaje utilizaremos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página