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Huellas N.07, Julio/Agosto 2021

PRIMER PLANO

Vuelve a ser de día

Paola Ronconi

El profesor Daniele Gomarasca cuenta la enseñanza que ha recibido este año de sus alumnos. Todo se pone en juego al «mirar»

«El hoy, aquí y ahora de Rosa Montero me parece la instantánea de lo que muchos jóvenes y adultos han vivido y viven, aplastados en un presente eterno, en sentido negativo. Una dinámica de videojuegos donde tú puedes desaparecer –apagando la cámara– y parece que no hay diferencia, que da igual». Quien habla es Daniele Gomarasca, profesor de lengua y coordinador didáctico de enseñanzas medias en la escuela La Zolla de Milán. Lo cierto es que últimamente todos andamos un poco escondidos detrás de la cámara, encendida o apagada. «Lo importante es que haya alguien que te saque del agujero». Esa y no otra es la traducción de la palabra “educar”. Y es la tarea más importante de la escuela y de sus profesores. Ha sido un año complicado, pero no inútil, aunque «abusar de decir “este año he aprendido que” puede acabar siendo estéril y retórico» si se reduce a «un paréntesis separado del resto que guardo en la mochila del pasado».

No irá a decirme que no se ha aprendido nada de la pandemia…
No, al contrario. Me llamó la atención un chaval en los exámenes de tercero. Llegó después de este año y medio con un montón de preguntas que expresó al terminar más o menos así: «Ante las tragedias de la historia o ante la tragedia que estamos viviendo, la pregunta que lo resume todo es: ¿pero qué es el hombre? Siento en mi interior un deseo cada vez más fuerte a pesar de que todo se desmorone alrededor». Me entusiasmó. Los profesores también intentamos abordar lo que ha pasado de modo que podamos extraer alguna moraleja, en cambio lo que este chico ha recibido es una dilatación de su ser, el descubrimiento de un deseo infinito. Que algo así pueda suceder en este momento me animó mucho. Creo que es resultado de la invitación que hizo la escuela a no perder de vista la realidad, que ha sido la gran ausente este año.

En un artículo que publicó hace poco en Il Foglio, hablaba usted de “contemplar”, una palabra que deriva de «templum, esa porción de cielo que los antiguos adivinos miraban para vislumbrar algún signo, una promesa, una profecía aún desconocida». Usted ha invitado a sus alumnos a contemplar la realidad, ¿qué significa eso?
A principios de curso nos preocupaban las normas higiénicas y sanitarias. ¿Cómo iba a “vender” a los chicos otro decálogo más de normas que respetar? ¿Y si en cambio intentaba ver si realmente lo que sucede, lo que se nos pide, es un enemigo o no? ¿Por qué no aprovechar la ocasión para aprender a mirarnos de verdad incluso con mascarilla? Aprender a “mirar” para ser “guardián” del otro, interesarnos los unos por los otros. Con la distancia necesaria. Si te pegas mucho al otro, ya no lo ves. Tienes que dejar un espacio adecuado, una lente adecuada entre tú y las cosas. Entonces, dije, en vez de amontonarnos (que claro que a ciertas edades también puede ser bueno), podemos pararnos un momento y darnos cuenta del valor que tiene el otro. Obviamente cumpliendo todas las reglas de higiene de manos, distancias y demás. Pero manteniendo abierta la gran pregunta: la realidad, lo que sucede, todas estas normas, ¿son para ti o están contra ti?

Habla usted de ser «el “guardián” del otro», de «interesarnos unos por otros». ¿Qué implica eso? ¿Significa hacerse cargo del otro?
Nosotros hemos podido captar sonrisas detrás de las mascarillas. Hemos trabajado para que hubiera ojos atentos a las cosas y a su sentido. Pero eso no significa que se pueda acallar u olvidar todo el sufrimiento que ha habido, para algunos mucho más que para otros. No quiero juzgar a un chaval, o a un compañero que de todo lo que hemos vivido solo ha sacado un vacío o algo negativo, como alguien que ha fracasado, que no ha visto. Todo lo que hacemos es para intentar que no lo dejen pasar. Hay una chica de tercero que es muy simpática, brillante, alegre, de buen trato, y de pronto te la encuentras apagada. Le preguntas cómo está y te dice: «Profe, no puedo más, ya no me lo creo cuando nos dicen que tal día volveremos a clase». Nos hemos quedado colgados (y los chicos lo están pagando caro) con este “estar sin estar”. La vida cotidiana se ha visto invadida por una duda, atenazada por una sombra, “¿pero será verdad?”. Con todo esto, yo lo que quiero es poderles acompañar.

¿Tiene más ejemplos?
Claro. Con las clases online, tuvimos que interrumpir el taller de teatro de tercero. Cuando volvimos a clase les propuse retomarlo. Me encontré con 30 mascarillas que ni se inmutaban, no reaccionaban. Podía haberles dicho: «¡Ahí os quedáis! No tenéis ganas, no se hace». En cambio, me brotó una compasión ante esa sensación de desconfianza, se les veía apagados, pero yo muchas veces también me siento así. También quiero acompañarles en esto, quiero mostrarles, en la medida de mis posibilidades, lo que yo he visto y llevarles de la mano. Además, me habían escrito diciendo: «¡Qué pena no haber podido acabar la obra!». ¿Entonces? Sabes perfectamente que ahí dentro hay un corazón que late pero, al mismo tiempo, basta un instante para ver que a uno le cuesta. Pero esa dificultad forma parte de la vida, es expresión de su búsqueda de bien, no es una piedra en el camino.

¿Cómo anima a sus alumnos a percibir en la realidad esa profecía, esos signos de los que hablaba antes?
Un día estábamos leyendo en clase un pasaje de La Ilíada donde por primera vez se muestra la calidad oratoria de Ulises, que se levanta para hablar. Menos alto y agraciado que los demás, se queda mirando al suelo sosteniendo el cetro con dureza, con aspereza. Sus palabras «salían de su pecho como caen en invierno los copos de nieve». En aquel momento empezó a nevar en Milán. ¡Una suerte increíble! Al asomarnos me di cuenta, más allá de la afortunada coincidencia, de que leemos a los chicos cosas que son verdad. La escuela no es una simulación de la realidad, un entrenamiento para algo que llegará después. Queremos educar en la experiencia del asombro ante el ser de las cosas, ante su existencia inexorable. Luego llegan las clases online y uno a uno van recordando lo que han visto, aunque con dolor y con fatiga. Para ellos era fundamental el momento de pasar lista, donde se les llamaba por su nombre, que implica un trabajo de mente y corazón. Lo he vuelto a aprender este año. Para un profesor, es equivalente al hecho de que alguien te escuche. No hay experiencia más correspondiente que ser escuchado, que implica también ser amado, esperado, deseado.

Parece que se trata de un aprender y educar mutuo… ¿Cómo le han “sacado del agujero” sus alumnos estos meses?
Este año, un chaval, estudiando a Dante, empezó a reflexionar sobre la consonancia que existe entre el momento actual y su visión tan trágica y oscura del infierno. Luego, por un trabajo de geografía en el que tuvo que profundizar con un programa de televisión, se enteró de la situación que viven los niños del Congo que recogen cobalto, un componente indispensable para los smartphone. Entonces pidió ayuda a su padre y escribió unos tercetos dantescos perfectos, como si fuera un capítulo de la Divina Comedia imaginando un diálogo entre el propio Dante y Virgilio ante este nuevo episodio de embrutecimiento humano tan contemporáneo, buscando en el ímpetu del Ulises de Dante un camino posible. Frente al mal, surge un reclamo potente y poderoso a una humanidad distinta, a la «virtud, conocimiento y altas empresas», al verdadero «destino de las humanas gentes». Oyéndole recitar sus propios versos, nos quedamos de piedra. Todos empezamos a seguirle, a aprender un juicio más verdadero de su sensibilidad e inteligencia. Cuando pasa algo así, se te ensancha el corazón y también empiezas a aceptar todos esos intentos que tienen resultados relativos y discutibles. Ezra Pound decía que un profesor inteligente debería utilizar la sensibilidad más fina y joven de sus alumnos como un centinela en primera línea. Así es. Este es el nivel que me interesa, y es algo que no sé a priori. Deseo de todo corazón que un chaval pueda ofrecerme un plus de conocimiento gracias a ese punto de vista indispensable desde el que se asoma al conocimiento del mundo. Al principio se quedan totalmente aturdidos cuando el primer día de clase les pregunto enseguida: «Oye, ¿pero tú qué piensas?». «No, profe, ¡todavía no me lo he estudiado!». Pero no te he pedido que te lo estudies, que me repitas el tema, quiero saber lo que piensas al respecto.

Esto puede darse en todas las relaciones, también fuera de la escuela.
Le contaré algo. Unas vacaciones de hace unos años. Mis hijos eran pequeños, se levantan temprano y a primera hora ya quieren salir al parque. Subo las persianas y llueve a mares. Mi hija me mira y dice: «¡Qué bonito, papá!». Yo pienso que se ha vuelto loca porque no hay nada bonito. Pero cuando le pregunto «¿por qué?», responde: «porque vuelve a ser de día». De qué manera tu mezquindad y tus proyectos saltan por los aires cuando sucede algo verdadero que se te regala de esta manera, por gracia.

¿Ideas para septiembre?
Desde hace unos días me ronda por la cabeza una frase de san Pablo en su Carta a los Colosenses: «La realidad es Cristo». Lo comentaba con mis compañeros. Después de estos meses tan agotadores, en los que quizá hemos adquirido conocimientos y competencias nuevas, para retomar también la relación con los padres, me gustaría que nos confrontáramos en este sentido: más allá de sueños y proyectos, con todo lo que funciona y lo que no, ¿qué es para ti la realidad?, ¿qué es la realidad de verdad? “La realidad sin embargo…”. ¿Y tú qué piensas? ¿Qué crees? ¿Y yo?

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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