Te acercamos a dos películas de éxito. Dos grandes producciones americanas en las que no se han escatimado medios a la hora de su realización y sobre todo en su promoción y publicidad. Han acumulado dinero y nombres. Y las han puesto de moda. Y aparentemente ambas películas contenían todos los ingredientes para que así fuera: una música excepcional (quizá mucho mejor la banda sonora de Bee Gees y compañia que la de Irene Cara, Donna Summer y lo suyos), unos ambientes con mucho ri tmo, coreografías fantásticas, coches lujosos, etc. Hasta ahora todo nos suena a tópico, y la industria cinematográfica no se muestra nada original cuando en ambas películas el pilar sólido de sus guiones es el ''amor" de una pareja de bailarines ilusionados por tener éxito.
El continuo -pero atropellado- suceder de números musicales y escenas visualmente muy logradas puede satisfacer al espectador ingenuo que se acerque a ver estas películas. Sin embargo, a la persona que busque algo más que apariencias, que su ilusión en la vida no llegue exclusivamente hasta el triunfo personal y material, estas películas por una parte le defraudarán y por otra parte serán muy clarificadoras. Se defraudará al comprobar como hoy, los mejores profesionales del cine son incapaces de hacer algo coherente, válido, instructivo; algo con significado o, al menos, con sentido. Asistimos a un mundo de contradicciones, de desengaños, de luchas... y sin esperanza. Los presentan como alternativa unos ideales incompletos, que no abarcan la totalidad de la persona: el triunfo, la fama, el poder, el dinero, el trabajo... Sin embargo, ambas películas son muy clarificadoras: ponen de manifiesto la escala de valores imperantes en nuestra sociedad, y que alguien quiere imponer a la juventud supuestamente moderna. No son ataques directos descarados, irrespetuosos... sino que ciertos conceptos son sutilmente transformados y reemplazados hasta que el espectador (y el hombre actual) se acostumbre a este modo de vida: a esta nueva escala de valores. Con esto no estoy contra la música, la diversión, el triunfo o el baile, sino que lo que observamos son unos nuevos métodos alienantes a través de estos argumentos y situaciones para pretender dar sentido a lo que no lo tiene... al menos totalmente. E incluso con ritmo y gracia: ¡que sonrisa, que naturalidad en ambos protagonistas que actúan como ese chico o chica que tú y yo hemos soñado ser alguna vez! Vamos socavando los fundamentos de una normal convivencia: la familia, la amistad, el amor, el trabajo... son enfocados exclusivamente desde una ética individualista donde la persona está disfrazada bajo la música, la ropa de moda, los triunfos espectaculares. Y me dicen que solo es una película. Pero nuestra proyección cultural abarca toda mi vida y todos estos hechos han de ser afrontados con igual criterio. Y el problema ya no es de cine cuando uno contempla estas situaciones, estos ideales, esta valoración del mundo por cualquier calle de Madrid. Dos películas, algo diferentes entre sí, pero con un denominador común: la espectacularidad y el engaño de situaciones irreales, que elevan a carácter de cotidiano. En una es una chica (Jennifer Beals), en la otra un chico (John Travolta) los que nos ponen la miel en les labios, ante posibles vidas "de película". Ella, soldadora de día y bailarina por la noche y él actor y profesor de "jazz" que triunfa en Broadway, montan dos vidas "de película" con un atractivo... superficial, pero atrayente a simple vista (de ahí las grandes colas para ver estas dos películas). En fin, creo que son dos películas musicales en las que se puede "'ver" y "oír" algo más que música: ¡pero no me gusta nada lo que veo!.
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