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Huellas N., Octubre 1983

LA IGLESIA CONOCE EL CAMINO

La Iglesia conoce el camino que ha de seguir

Julián Carrón

- No son los demás los que deben indicarle su marcha.

Desde un tiempo a esta par­te arrecian por todos lados las críti­cas a la Iglesia. No hace falta más que abrir determinadas publicaciones o sintonizar ciertas emisoras de ra­dio para percibirlo con claridad. Da la sensación de haberse abierto la veda, cerrada por algún tiempo, para vituperarla. Este fenómeno no resulta­rá sorprendente para quien tenga un mínimo conocimiento de la historia. En todas sus épocas, la Iglesia ha sido blanco de las críticas de unos y de otros, desde dentro y desde fuera. Nuestro tiempo no podía ser menos.
El miembro de la Iglesia no puede pasar por alto este hecho. Dos actitudes son igualmente superfi­ciales: la de quien desprecia cual­quier crítica, atribuyéndola a la ma­la fe o la de quien acepta todo reproche, por considerar que el opo­nente siempre tiene razón. Y son su­perficiales, porque tanto una como otra muestran la ausencia de crite­rios para discernir el trigo de ciza­ña. Más que nunca, el cristiano de hoy necesita contar con dos cualidades igualmente imprescindibles: humil­dad y lucidez. Humildad, porque la Iglesia no está exenta de debilidades y lucidez, porque no toda crítica está hecha "según Dios". De ahí la necesidad de que el cristiano tenga siempre a punto sus criterios para saber discernir con nitidez lo que debe aceptar con sencillez y lo que debe rechazar con valentía en lo que oye o lee contra la Iglesia.
Una de las críticas más ai­readas recientemente consiste en pro­clamar que la Iglesia española padece síntomas claros de "involución", crí­tica hecha, en muchos casos, por quie­nes ponderaron la actitud de la Igle­sia en los primeros años de la transi­ción. ¿A qué se debe este cambio en la valoración de la actuación de la Iglesia? A juzgar por las razones que aducen los detractores, la causa hay que buscarla en la postura adopta­da por la Iglesia en las cuestiones del aborto y la enseñanza. La adop­ción de esta postura es calificada por ellos como "recelo" o "miedo" de la Iglesia a la democracia (Revista "Tiempo": 29-8-83; El País: 15-9-83).
Nunca pensamos que la expre­sión de opiniones en una sociedad democrática y pluralista fuera por recelos o miedo a la democracia. Es justamente la aceptación de los prin­cipios democráticos lo que permite a la Iglesia manifestar su postura en aquellos temas que están en debate en la sociedad, máxime cuando algunos de ellos, como el respeto a la vida y la libertad de enseñanza, afectan a los derechos fundamentales del hom­bre. Pero lo sorprendente es que haya personas o grupos que se extrañen de ello y lo critiquen. No se puede evitar sospechar de la auténtica actitud democrática de los que adoptan semejante actitud. Que solo se puedan expresar aquellos que coinciden con las tesis del poder, sea político o de opinión, es algo que únicamente ocurre en las dictaduras. Y da la sensación que algunos pretenden resu­citar métodos, que ya creíamos defini­tivamente enterrados. Parecen empeña­dos en suministrarnos las pruebas de que, pese al cambio, nada en realidad ha cambiado: antes se censuraban las homilías, hoy se censuran los catecis­mos.
Pero, aparte de la actitud poco democrática que denuncian quie­nes censuran que la Iglesia deje oír su voz, hay algo que se esconde de­trás de todo esto y que hay que decir abiertamente: el deseo de ence­rrar a la Iglesia en las sacristías. La Iglesia puede pensar lo que quie­ra, tener sus propias posiciones, pe­ro su radio de acción debe circuns­cribirse a los templos. Cada toma de postura pública de la Iglesia en es­tos temas es calificada por estos "demócratas" de última hora como inje­rencia en campos que no son de su competencia. Es normal. Semejantes "demócratas" quieren el campo para ellos solos; así podrán instaurar su propia dictadura.
Sin embargo, la Iglesia repetirá a todos los que quieran reducirla al silencio las palabras que, en sus comienzos, su máximo represen­tante, Pedro, dirigió a los jefes del Sanedrín: "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 4, 18). A ello nos ha animado el actual sucesor de Pedro, cuando nos invitaba a "recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida (...) en un clima de respetuo­sa convivencia con las otras legíti­mas opciones, mientras exigís el jus­to respeto de las vuestras" (Juan Pablo II en Barajas).
Por eso, considerar "involu­ción" que la Iglesia proclame abierta­mente su doctrina y añadir que tiene miedo a la democracia no es más que una proyección psicológica. Son como aquel niño que va a visitar el zoo con su abuelo y cuando está delante de la jaula de los leones, exclama: ¡Vámonos abuelito que tienes miedo! ¿Quién es el que realmente tiene mie­do?

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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