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Huellas N.3, Marzo 2007

CULTURA - Grandes entrevistas / Jean-Luc Marion

La irracionalidad de una racionalidad sin razón

a cargo de Silvio Guerra

Conversamos con el pensador francés Jean-Luc Marion, destacado exponente de la filosofía francesa contemporánea. Heredero natural y crítico de Lévinas, Derrida y Ricoeur, expone en esta entrevista las líneas maestras de su pensamiento. Empezando por advertir la crisis de una razón confinada en los límites de su propia medida, constreñida en su concepción utilitarista, denuncia un nihilismo pasivo que se cuela también en el terreno cristiano y del que deriva la incapacidad de llevar a cabo una verdadera educación. El filósofo reconoce que la Iglesia, por su naturaleza, tiene la tarea de “reconstruir” incesantemente lo humano

En su discurso de Ratisbona, el Santo Padre invita a Occidente a ampliar la idea de razón. Una razón entendida como capacidad de juicio y de certeza en el hombre que se relaciona con su experiencia. ¿Qué significado tiene para usted esta invitación?
La razón ya no procede a la manera “clásica”, definiendo ámbitos que no se podían medir ni se medían. Es patente hoy que la racionalización debe cambiar, pues de lo contrario nos abandonaríamos a la irracionalidad más absoluta en los ámbitos que son más importantes para la humanidad: la conciencia que el hombre puede llegar a tener de sí mismo, su relación con los demás hombres, con la historia o con traer hijos al mundo.
La crisis actual ya no es una crisis entre razón y fe, sino entre la razón y su racionalidad, concretamente su modo de racionalización.
A la hora de tomar una decisión, no podemos seguir apoyándonos en una razón basada en la cuantificación. Tenemos que valorar si es posible desarrollar otro tipo de racionalidad. La fe también es racional – el creyente obedece a cierta racionalidad. Por ejemplo, hoy en día los cristianos, aunque no sólo ellos, son más que nunca responsables de esta racionalidad. Aunque podría suceder que su contribución al desarrollo de la misma no fuera suficiente. Esta es la principal laguna del cristianismo de hoy.

La laguna a la que alude, es decir, esta falta de reconocimiento de lo que es la razón, ¿no es aún más evidente en la sociedad así llamada “laica” o civil?
Todos creen en la razón, pero se trata de una razón muy superficial y totalmente impotente. No hay más que mirar cómo se piensa hoy en el deseo: casi exclusivamente en clave económica. Esto conduce a una irracionalidad de fondo; es como decir que el deseo se puede comercializar, o considerarlo como la secuela de una enfermedad. Por eso hay que curarlo o aplacarlo, como si un deseo se pudiera satisfacer materialmente. Pero así desaparece la racionalidad profunda del deseo. En particular, el hecho de que el deseo no tiene un objeto material. Estamos en un mundo que piensa que el deseo tiene un objeto material, por lo que la cuestión es producir objetos que se puedan comprar y vender. La experiencia cristiana consiste en afirmar que el deseo no tiene un objeto propiamente dicho. No se puede decir que la sociedad no crea en la razón; pero tiene una concepción de razón que es puramente utilitarista, cuantificadora. Cuanto más se desarrolla esta concepción más se ponen de manifiesto la fuerza y los límites que tiene. Los cristianos no son los únicos que tienen derecho a hacerlo, pero si tienen la responsabilidad de la fe, también son responsables del futuro de la razón, podrían llegar a convertirse en sus últimos defensores.

En una entrevista reciente usted ha dicho que «existe una lógica del gesto amoroso» que es diferente de la que se utiliza en el contexto de las ciencias exactas. ¿En qué consiste esta lógica? Y ¿en qué medida la razón no renuncia a sí misma en el ámbito del conocimiento afectivo?
He escrito todo un libro no ya para responder a esta pregunta sino simplemente para plantearla. Lleva por título Le phénomène érotique. Eso a lo que llamamos una relación amorosa, la mayoría de las veces no merece ese título. La relación con el otro se desarrolla a través de etapas identificables y necesarias. Por ejemplo, la primera evidencia es que yo no soy nada si no soy amado. Es un punto fundamental, que indica que ser amados no es una opción sino una necesidad incondicional, aunque no constituya un derecho. Uno de los puntos débiles de la concepción del hombre contemporáneo es que no toma en consideración esta exigencia irrevocable. La necesidad de ser amados se interpreta como un aspecto particular del deseo del objeto amoroso. Pero éste no es el problema. Incluso si no deseáramos nada, si no hubiera nada que desear, tendríamos necesidad de seguir buscando para encontrar a alguien que nos amara. Hay un segundo momento en la lógica erótica; es el descubrimiento de que la pretensión de ser amados a toda costa conduce por sí mismo a la guerra. Si yo exijo que se me ame, significa que acepto amar sólo en la medida en que esté seguro de que ya soy amado. En consecuencia, entraré en conflicto con los que no quieran o no puedan amarme. Y por lo tanto haré uso de la violencia para que me amen. Este conflicto, bien se eterniza hasta la muerte, o bien me hace comprender que no podré conseguir que me amen sin renunciar a que para amar tenga que ser amado, y me decido a provocar la situación amorosa amando yo primero. Podría decirse que de esta manera pongo entre paréntesis la exigencia de la reciprocidad. Es lo que se llama seducción. También sirve para definir el amor de Dios. Dios nos ama primero. Pero a partir de la modernidad, la filosofía no ha centrado nunca su atención en esta forma primordial de conciencia que es la conciencia amorosa.

¿Cree que tiene cabida la libertad en el fenómeno del don?
La libertad es siempre la respuesta, también por lo que se refiere a la definición de la vida. ¿Qué es una célula? Es algo que responde al ambiente externo. Es esta reacción a algo externo lo que hace que se desarrolle.
San Agustín dice: «No nacemos por voluntad nuestra». El nacimiento no es voluntario. La definición del ser humano es precisamente que su inicio nunca es voluntario. Podría llegar a decirse que no es libre. Pero es exactamente lo contrario. Precisamente porque existe un don en el origen, se puede comenzar a decir sí o no, a elegir. Es libre porque existe un don que le precede.

Nuestra sociedad se caracteriza por una cultura nihilista y relativista. Hace poco ha hablado usted de un bloqueo en la relación con la realidad. ¿No cree que se trata de un problema de educación? Una generación de padres que creen que ya no tienen nada que transmitir…
Al hablar de nihilismo hay que tener mucho cuidado. Cuando afirmamos que nuestra sociedad es nihilista, lo que queremos decir es que ya no hay ninguna realidad que no se pueda producir. Nuestra sociedad todavía no es del todo nihilista. Cree que lo que produce es real. Llegará el día en el que todos comprendan que lo que producimos son sólo informaciones, es decir, son nada. Todavía creemos que producimos algo real porque producimos objetos. Pero enseguida se da uno cuenta de que los productos industriales y la imagen de esos productos son una misma cosa. El poder consiste en producir imágenes. Es el sumum del beneficio económico: producir imágenes para que se conviertan en realidad. Si no eres una imagen que sale en la televisión, no existes. Hoy la ilusión consiste en que todos crean que lo que se hace es real, por lo tanto no es nihilismo.
Nos encontramos más bien inmersos en un nihilismo pasivo: creemos que no estamos en una situación nihilista. Por ejemplo. El que defiende los valores, en particular los valores cristianos, es nihilista, porque no existe nihilismo mayor que decir que el cristianismo es un valor.

¿En qué medida afecta esto a una propuesta educativa?
La cuestión de la educación depende del “maestro interior”, como decía san Agustín y también Platón. En cierto sentido, ningún maestro ha enseñado nada a nadie. Existe el maestro interior. Si el educador cree que el maestro interior no existe, entonces no puede transmitir más que informaciones, es decir, casi nada. No tiene ninguna autoridad, porque la autoridad del educador deriva de la certeza que tiene de que lo que enseña es verdadero, existe realmente, es eterno, salva. Hoy en día los educadores son informadores. No tienen nada que transmitir. ¿Cómo pueden educar cuando ellos mismos están sin educar? El nombre de “Ministerio de educación nacional” en Francia es una falacia. Tendría que llamarse “Ministerio de enseñanza”. Podría incluso llamarse “Ministerio de transmisión de información”. La educación depende de la certeza de que el que habla dice la verdad, y lo que al niño le interesa es conocer esa verdad. En Francia la educación católica es mejor que la pública únicamente por este motivo. Aunque ninguno de los profesores fuera católico, existe la convicción de que hay algo que transmitir, hay que poner al niño en contacto con una realidad más grande que él y que no depende del profesor.

Muchas veces ha hablado de la contribución que los cristianos pueden prestar a la sociedad. Pero para la mentalidad dominante existe una condición previa: que no afirmen una verdad, para no ser tachados de intolerantes…
Lo que usted dice es cierto; pero quiero añadir dos observaciones. En primer lugar, no se puede ocultar que la principal objeción que el mundo hace a la Iglesia es su pretensión sobre la verdad. Sobre este punto existe una controversia que no parece ir a menos, sino que más bien tiende a aumentar. La pretensión de la Iglesia católica de contener en sí misma una verdad, definitiva e inmutable, se considera irracional, más aún, “imperialista”.
Evidentemente se hace necesaria una segunda observación: yo no creo que los cristianos o la Iglesia tengan en la mano la verdad o la defiendan como cosa propia. Ellos practican la verdad, la verdad les mueve. No es lo mismo. Lo que quiero decir es que, de la misma manera que Cristo no es un valor, sino una realidad, los cristianos no defienden la verdad de la revelación; la verdad de la revelación es la que les defiende a ellos, la que les sostiene. No es la Iglesia la que defiende a Cristo, sino Cristo el que defiende a la Iglesia. Tenemos que dar la vuelta a los términos que normalmente manejamos. Es fundamental, porque si no, las verdades que la Iglesia proclama se presentarían, tanto para los de fuera como para los cristianos, como una ideología propia de la Iglesia: igual que hay otras sociedades que tienen una ideología que defender, se podría decir que también los cristianos defienden la suya. Lo que les interesa a los cristianos no es, diríamos, “el cristianismo”, lo que les interesa es Cristo. A los cristianos lo que les interesa es el hecho de que Cristo haya mostrado en persona una manera de vivir que hace posible el hecho de que todos aquellos que la hacen suya tampoco mueran. Lo que hundió al bolcheviquismo fue que la sociedad socialista no llegó a construirse de verdad, no alcanzó la fuerza de un hecho. Fue una enorme mentira, cada vez mayor y más evidente. La fuerza de la Iglesia es que, al menos en parte, pero sin que se pueda negar, verdaderamente construye de hecho el reino de Dios. Cada vez que nace un nuevo movimiento espiritual, la fuerza de ese inicio está en que lo que dice lo hace, y todos pueden verlo. Es así como se puede realmente comprender la verdad cristiana: no es un proyecto, un programa o una ideología, sino hechos que cualquiera puede ver. Por lo que respecta a saber si el modelo cristiano de la familia, el nacimiento, la vida o la manera de morir, es verdadero, eso se decidirá en el futuro como se hizo en el pasado, poniendo en juego la verdad concreta que Cristo nos ha dejado.

Ante semejante tarea, ¿cree que es posible un nuevo inicio? ¿Cómo?
Todo se pierde. Es una constante en la historia, en cada momento todo se pierde. Es un dato, un hecho. Creo que para que no se pierda nada hay que hacer exactamente lo que Cristo hizo. Hay que poner en práctica lo que dijo. Cada vez que se ponen en práctica sus mandamientos, los resultados son siembre extraordinarios. El problema es que los cristianos no quieren hacerlo. Todos (tanto los cristianos como los que no son creyentes) están convencidos de que la fe es irracional. El hecho es que utilizan una racionalidad que no es muy racional. Es necesario encontrar de nuevo la auténtica racionalidad, que afecta al problema del amor o de la educación.
Lo que resulta fascinante son los grandes movimientos monásticos que reconstruyeron el mundo. Fijaos en los benedictinos, en los franciscanos, en los dominicos o en los jesuitas en el siglo XVI: con un solo impulso reconstruyeron las bases de la sociedad en la que vive todavía esa misma sociedad occidental.
Los únicos que se oponen seriamente a las instituciones, en cuanto a la concepción economicista de la sociedad, son los cristianos.
(Con la colaboración de Massimiliano Savini)



Biografía

Jean-Luc Marion nació en Meudon en 1946. Estudió en la École Normale Supérieure de París, y fue alumno de Jean Beaufret y de Ferdinand Alquié. Ha sido profesor en las Universidades de Poitiers y de Nanterre; actualmente es titular de la cátedra de metafísica en la Universidad de París-la Sorbona (París IV). Enseña también en la Universidad de Chicago, EEUU, en cuya cátedra sucedió a Paul Ricoeur.
Es uno de los fundadores del Centre d’Études Cartésiennes y uno de los principales expertos del mundo en Descartes (al que ha consagrado tres monografías), en los últimos años sus intereses se centran en la aproximación fenomenológica a los temas del don (Réduction et donation; Étant donné) y de la experiencia afectiva (Le phénomène érotique), en constante diálogo con Heidegger, Husserl, Lévinas y Derrida. Sus libros, traducidos a las principales lenguas, son objeto de estudio y de discusión.
En castellano: El fenómeno erótico Editorial “El cuenco de plata”. Buenos Aires 2005.

 
 

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