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Huellas N.3, Marzo 2007

CULTURA - Milán / Entrevista a Pierre Manent

Democracia, pueblo, comunión

a cargo de Paolo Perego

Entrevistamos a Pierre Manent en vísperas del encuentro que tuvo lugar el 7 de Febrero en la Universidad Católica, organizado por el Centro Cultural de Milán. En el transcurso de la conversación le preguntamos sobre Europa, que se amplía olvidando su identidad; sobre la utopía de la “democracia pura” y sobre el papel de la Iglesia

Democracia, pueblo y comunión, en estas tres palabras se centra el tema de la segunda jornada del ciclo de encuentros “En las raíces de la convivencia”, organizado por el Centro Cultural de Milán. En esta ocasión el invitado es Pierre Manent, filósofo político francés, profesor de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales y director del Centre des Recherches Politiques “Raymond Aron”.

La imagen del Viejo continente que aparece en sus últimas intervenciones, en especial en su último libro (La raison des nations, réflexions sur la démocratie en Europe), no es precisamente idílica. Describe Europa casi como una gran nave con la quilla llena de grietas que se hacen cada vez más grandes a medida que se intentan torpemente tapar. ¿Qué está sucediendo?
Creo que lo que pasa es que los europeos se extienden, Europa va a la ampliación sin preguntarse lo que es, lo que quiere ser y lo que quiere hacer, es más, negándose a plantear esta pregunta. Por otra parte, en la misma Constitución europea hay una gran ambigüedad: queremos construir algo que se llama Europa, que por lo tanto tiene que tener alguna relación con la Europa del pasado, o algo que tenga que ver con el inicio de la “construcción de la humanidad”, y en este caso ¿es realmente necesario que Europa tenga cada vez menos vínculos con lo que fue en el pasado? Por eso la cuestión fundamental es la relación entre Europa y la religión de Europa, porque si la primera conserva su relación con la segunda, entonces puede seguir siendo Europa, pero si rompe esta relación, no será Europa sino algo completamente distinto. E inevitablemente Europa desaparecerá.

En más de una ocasión usted ha planteado la cuestión de la utopía de una Europa que persigue la democracia “pura”, que usted define hablando de “kratos sin demos”.
La idea de democracia siempre ha tenido dos dimensiones. La primera nace de un concepto de democracia como protección de los derechos del hombre, de la humanidad y del individuo, mientras que la otra, que tiene un contenido mucho más político, es la democracia que se manifiesta en el autogobierno de un grupo humano. Lo que me llama la atención hoy es que los europeos tienden a reducir la democracia exclusivamente a la primera idea, mientras que, en sentido político, entienden la democracia como un particularismo prácticamente inmoral.
La democracia, en sentido político, como autogobierno dentro de un pueblo, es una empresa moralmente más noble, porque cada uno debe participar en algo que es común y cada uno se siente responsable de este bien común. Mientras que en la comprensión puramente moral de la democracia como protección de derechos, la democracia se vuelve en cierto sentido inmoral, porque cada individuo se convierte en una isla y necesita utilizar a los demás y a la sociedad misma para proteger esa isla. Existe pues un desequilibrio en la manera en la que los europeos conciben la democracia.

Ha utilizado la palabra pueblo, un concepto que se suele asociar a la idea de identidad y de memoria. ¿Existe el “pueblo europeo”?
No. Sinceramente, yo no creo que exista un pueblo europeo, sino personas que se insertan en un cuerpo político. En Francia hay una gran hostilidad hacia la idea de pueblo. Se denuncia el populismo de los políticos y en esta denuncia se perciben ciertos tintes oligárquicos: la construcción de Europa se convierte en la empresa de unos hombres iluminados y las reticencias respecto a Europa parecen proceder de los prejuicios de la “estrechez de miras” del pueblo. Además, en Francia también existe una connotación de clase en el debate en torno a la cuestión europea, la noción de pueblo se convierte en una noción peyorativa, al menos para el Gobierno y para la clase mediática.
Pero hay pueblos: el pueblo italiano, el pueblo francés… que existen relacionados con una aventura colectiva que viene de lejos y que hoy tiene dudas sobre el camino que debe tomar. Estos pueblos, y esto es lo más preocupante, están cada vez más inseguros respecto a lo que son y se preguntan si siguen teniendo derecho a existir. Hablando del deber de la memoria, hoy la historia se centra cada vez más en el recuerdo de lo malo que ha sucedido, los acontecimientos que han acabado mal (los crímenes, los errores). Es lo que se llama en Francia la “política penitencial”: los franceses, por ejemplo, no se han atrevido a celebrar el doscientos aniversario de la victoria de Austerlitz, pero han ido a Inglaterra a celebrar la derrota de Trafalgar. Esto ilustra cómo está la situación. La “penitencia” ha desaparecido desde el punto de vista individual, pero está en el centro de la vida colectiva.

En Italia, recientemente una encuesta de la Fundación para la Subsidiariedad ha mostrado que para más del 60% de la población, la educación es la primera emergencia nacional. ¿Existe también en Francia esta preocupación por la cuestión educativa?
Creo que el problema central de la educación en nuestros países es que ha perdido su capacidad unificadora: unificación de la nación y de la persona. En el caso francés, por ejemplo, la base de la educación era, históricamente, el aprendizaje de la lengua y la literatura francesa. Aprender la lengua y la literatura francesa fomentaba la participación en la vida de la nación y al mismo tiempo permitía el acceso a una forma de vida “civilizada” que era la que en cierto modo reflejaban las grandes obras. Cuando en las más variadas circunstancias se encontraba uno con un problema moral, podía inmediatamente formularlo en el lenguaje de Montaigne, de Pascal, de Corneille o de Racine. Ahora que el lenguaje ha perdido su autoridad, las diferentes disciplinas intelectuales van cada una por su camino, utilizando un lenguaje cada vez más abstracto, cada vez más lejano. Por eso los ciudadanos permanecen confusos: las líneas ya no convergen en una dirección que les conduce al otro; de ahí la perplejidad, la desilusión. Como he dicho, emerge la convicción de que la educación es lo más importante, pero no se sabe qué hacer para reconstruirla. Cuando yo estudiaba, los libros de historia y de matemáticas estaban escritos en un excelente francés. Hoy, los libros de historia, matemáticas o ciencias están escritos en el lenguaje de la historia de las matemáticas y de las ciencias. Y son casi ilegibles. Esto sucede también en las clases de la escuela primaria, en las que a los niños cada vez les resulta más difícil aprender.

Usted ha definido la Europa “cristiana” subrayando que esta afirmación no implica que los europeos lo sean.
Los europeos han construido una realidad colectiva en relación con la propuesta cristiana. El cristianismo ha aportado enormes novedades a los europeos, a veces por oposición a algunas de ellas, pero también haciendo suyas otras muchas, lo que hace que la vida europea no se pueda entender si no se comprende que esta vida se ha formado sólo en este diálogo con el cristianismo. Incluso nuestro rechazo al cristianismo, nuestra manera de ser ateos o agnósticos, se inserta necesariamente dentro de esta relación.

Tanto cuando era cardenal como siendo ya papa, Ratizinger se ha referido a la deriva relativista, y por lo tanto nihilista, de la mentalidad occidental. Usted, como liberal, ¿cómo ve esta dinámica dentro de la crisis de la identidad europea?
No se puede ser simplemente relativista, nadie es simplemente relativista. El relativismo es un instrumento de destrucción de las tradiciones europeas para facilitar la llegada de algo en lo que parece que cree la mentalidad dominante, que es esta unificación global de la humanidad al margen de toda pertenencia religiosa. Por eso yo no creo que la mentalidad dominante europea sea simplemente relativista. Europa cree en la “religión de la humanidad”, utilizando una expresión de Auguste Comte (aunque él la entendía en sentido positivo…).

En Ratisbona el Papa invitó al uso correcto de la razón, en contra de la reducción según la cual «en el mundo occidental se sostiene ampliamente que sólo la razón positivista y las formas de la filosofía basadas en ella son universalmente válidas. Incluso las culturas profundamente religiosas ven esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón como un ataque a sus más profundas convicciones. Una razón que es sorda a lo divino y que relega la religión al espectro de las subculturas es incapaz de entrar en diálogo con las culturas». En referencia a la cuestión europea ¿Qué opina de este reclamo?
Faltan mediadores entre la experiencia que tradicionalmente genera “autoridad”, como por ejemplo la experiencia religiosa, y la vida contemporánea. Pongo un ejemplo: tradicionalmente, en la historia los “mediadores” han sido las obras de arte; pensemos en los poetas, en los escritores o en los escultores. Cuando un arquitecto construye una iglesia y es bella y convincente como iglesia, la experiencia religiosa asume esa objetividad que necesitamos, y que por el contrario la psicología, la sociología y otras disciplinas parecidas menosprecian. En mi opinión, en esto consiste la dificultad: se intenta asimilar las religiones a las grandes obras del pasado –aquí mismo se puede admirar la iglesia de Bramante (Santa María delle Grazie, ndr)–, de donde nace la sensación de que estas experiencias pertenecen a un tiempo que no es el nuestro; al final, cuando miramos ese mundo, parece que lo hacemos casi como turistas. En este sentido, las ciencias dividen y no comunican la belleza y la complejidad de lo humano.

De nuevo Ratzinger, en una carta que escribió al entonces presidente del Senado italiano, Pera, se refería a las “minorías creativas” capaces de revitalizar la gran comunidad, como ya sucedió en el pasado en torno a los monasterios medievales. ¿Cuál es el papel de la Iglesia y de los cristianos en Europa?
Es cierto que los cristianos ya no son mayoría. Pero, sea cual sea nuestro número, somos responsables de la totalidad. Lo que no significa que haya que gobernarlo todo. Tampoco es necesario transformarse en una secta y recortar nuestra pretensión de transformar el status quo y de ser responsables de la totalidad. Es decir, la Iglesia es universal y, al fin y al cabo, el número de los que oficialmente forman parte de la Iglesia no es lo importante. En este tipo de cosas no se trata de hacer números.



Centro Cultural de Milán
¿Qué es Europa?
Paolo Perego

“Democracia, Pueblo, Comunión”. Es el título del segundo de los tres encuentros programados dentro del ciclo “En las raíces de la convivencia. Una vez más”, promovido y organizado por el Centro Cultural de Milán. En el imponente estrado del Aula Magna de la Universidad Católica de Milán, el ponente es Pierre Manent, profesor de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales y director del Centre des Recherches Politiques “Raymond Aron”.
Su presentación corre a cargo de Stefano Alberto, profesor de Introducción a la Teología de la Universidad Católica: «La situación en la que se encuentra la Constitución europea tras el rechazo explícito a mencionar no sólo sus raíces cristianas sino también las greco–romanas y judías, tendencia que se da en todos los países, el Santo Padre la ha descrito en su mensaje para la jornada mundial de la Paz, como la aporía entre la absolutización de los derechos subjetivos, la pretensión del ciudadano de constituirse a sí mismo como Estado, y, por otra parte, la creciente relativización del concepto de experiencia, de dignidad y de persona. En un contexto como el que se ha descrito, la gran pregunta no puede plantearse más que en torno a los fundamentos de una democracia: es decir, las relaciones entre pueblo, organización del Estado, democracia y relaciones entre los diferentes Estados».
«¿Qué es Europa?». Manent parte de esta pregunta: para comprender de qué se está hablando, es absolutamente necesario plantearse esta pregunta valiente y aparentemente descomunal.
Desde ahí, el profesor francés va tejiendo un discurso bien trabado, partiendo de la concepción de Europa característica de la mentalidad dominante. Aunque las respuestas y las hipótesis sean de lo más variado, se puede afirmar casi con absoluta certeza que «la Unión Europea representa un progreso en términos cualitativos, quizá el progreso por excelencia en la historia de la civilización». La Unión representaría entonces, según Manent, precisamente la vanguardia de la humanidad, una humanidad que avanza hacia la propia unificación: de esta manera se puede comprender el interés por que Turquía entre en Europa, superando la separación histórica entre Europa y lo que está fuera de ella.
La religión de la humanidad: Manent retoma esta expresión de Comte para explicar esta nueva tendencia europea. «Me refiero a una noción de humanidad que, en mi opinión, es muy reciente, y que se presenta bajo formas diversas, en las que percibimos la humanidad en todos los seres humanos como si se tratara de una comunidad real, una comunidad que ya existe, por ejemplo las Naciones Unidas, o bien, si todavía no la percibimos como totalmente real, la comunidad de todos los seres humanos». Esta religión de la humanidad es la que «nos lleva a condenar globalmente la forma política en la que los europeos han vivido durante la mayor parte de su historia: la nación europea».
La nación europea: a través de un recorrido histórico milenario, Manent la describe como un “nivel medio” necesario para la vida política de los pueblos europeos, que se ha afirmado históricamente, a lo que también la Iglesia ha contribuido. «Los efectos morales más sensibles de la realización de Europa son hoy los de la criminalización, por parte del poder judicial, de los usos y costumbres tradicionales de Europa o al menos de las ideas que subyacen en ellos. La pérdida de la nación es la pérdida del término medio, la pérdida del ambiente, del medio, de la mesura, de esta dimensión intermedia. Nos encontramos divididos entre dos dimensiones extremas: entre lo minúsculo y lo inmenso, por un lado pasión por el pequeño grupo o asociación, si no la pequeña región, por otro lado, una tendencia imperial, el deseo de lo ilimitado que rebasa cualquier frontera, que nos embarca en un esfuerzo furioso por abolir cualquier frontera entre Europa y lo que no lo es. Al abandonar esta dimensión media, en sentido físico pero también moral del término, permitimos que se hunda, si no destruimos deliberadamente, este orden que a lo largo de la historia, a través de triunfos y de fracasos, nos ha permitido mantener un equilibrio muy precario entre orgullo y humildad, entre libre autogobierno y confianza en la Providencia, es decir, entre el hombre y Dios». Y concluye: «El que no tiene forma no tiene ser, y el que no tiene ser no puede pedir nada. Quien no tiene medida no es capaz de pedir ni de recibir. Este rasgo cristiano, el de ser capaz de medir para crear un equilibrio, hace que crezca nuestra confianza en nuestras propias fuerzas, en la libertad humana, y por tanto en la Providencia. Este rasgo nos hace capaces de volvernos hacia un Dios benevolente, que nunca ha roto su alianza con los hombres».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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