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Huellas N.06, Junio 2021

PRIMER PLANO

Más fuerte que el pasado

Paola Bergamini

La historia de Marco, abandonado de pequeño. Su guerra por poner a prueba el amor de sus padres adoptivos. Y un bien que resiste

«Os perdono y os doy las gracias. Cometisteis un error dejándome, pero gracias por haberlo hecho, porque ahora estoy bien». Es lo primero que piensa Marco, a sus 35 años, pensando en sus padres biológicos. Pero para entenderlo hay que empezar por el principio de esta historia.
Marco tiene siete años cuando conoce, en el instituto Buen Pastor de Milán, a Angela y Roberto. Le parecen unos tipos simpáticos, competentes, en el fondo le gusta pensar que le van adoptar. «Me daban una impresión de normalidad y pensaba que, tal vez más adelante, también vendrían conmigo mis dos hermanas y mi hermano, con los que había vivido hasta entonces. Eran mi familia». Sin embargo, como establecía la ley entonces, de un día para otro tuvo que dejar de verlos. Empezó la adopción y comenzó su guerra. Cada día era un desafío por ver hasta qué punto podían aguantar sus padres adoptivos, hasta qué punto su amor era real. Angela y Roberto no ceden. «Estaban contentos por tener un hijo. Punto. Sin proyectos, pero firmes en sus decisiones. Nunca reaccionaron como yo esperaba. Los odiaba porque resistían. Y hace falta mucho amor para resistir ciertas situaciones». En quinto de primaria le dice a su madre: «Fumo». Ella le respondió: «Lo sé. ¿Quieres hacerte daño?». Los ponía a prueba y mientras tanto fantasea con sus padres biológicos. Las dos únicas cosas que sabe de ellos son su apellido y que no habían sido capaces de cuidar de sus hijos.

Tras varios suspensos, drogas y malas compañías, a los 17 años hace un curso de animador y se va. Primer destino: un viaje turístico en medio del desierto de Egipto. No conoce a nadie y tiene que cumplir las reglas del trabajo. Enseguida quiere volver pero sus padres son categóricos: quédate allí. Fue un punto de inflexión. Ponía todas sus energías en entretener a los clientes, hacerles reír, organizar juegos. «Así expulsaba toda mi rabia. Me di cuenta de que me odiaba a mí mismo, no a los míos. Por primera vez comprendí lo mucho que me querían». Estuvo tres años viajando por el mundo y llamando siempre a Angela «por el mero placer de oírla. Lo necesitaba». Durante una estancia de vuelta en Milán, conoce a Roberta y decide quedarse por ella. A los tres años se casan. «No tienes que hacer nada cuando te dejas amar, cambias y haces cosas que de otro modo serían inexplicables».
Pero pensar en sus padres biológicos es algo que siempre estaba ahí, latente, una mezcla de fantasías infantiles y resentimiento. «Me faltaba aún un pedazo de mi vida». Contacta por Facebook con sus hermanas, que le dan el número del padre. Nada más. Vive en el sur de Italia, justo donde Marco va a veranear en verano. Se sube al avión y va a verlo. Está en arresto domiciliario, y no es la primera vez. Con cierto embarazo, le cuenta que se ha equivocado muchas veces en su vida. «No me debía nada. Solo quería conocerlo. Yo habría podido acabar como él», cuenta. Ese mismo día Marco llamó a sus padres: «Gracias por adoptarme».

Mediante una tía, descubre que su madre vive en Milán. Un día va a llamar a su puerta. «Soy Marco, tu hijo», le dice. La mujer casi se desmaya de la sorpresa. Años de drogodependencia la han obligado a vivir pegada a una bombona de oxígeno. Unas horas juntos bastan para que Marco comprenda que vive en la pobreza y que nadie se ocupa de ella. «Fui solo para que viera que estaba contento con mi vida, que su decisión de abandonarme me había salvado. Nada más. No quería interferir en su existencia ni que ella interfiriera en la mía. Pero no podía dejarla en esa situación». Llamó al médico y a los servicios sociales para que recibiera una pensión y la atención necesaria. «Cuando nos veíamos se quejaba por todo, culpaba a los demás de su situación. Se comportaba como yo cuando tenía 15 años». Al cabo de unos meses, la mujer murió trágicamente. «Espero haberle dado algo bueno».
Conocer a sus padres biológicos permitió a Marco tomar una nueva conciencia de sí mismo. «Porque a quien he perdonado realmente es a mí, por todas las oportunidades perdidas. Fue la ocasión de comprender que no se me había quitado nada. Lo había tenido todo. Solo puedo decirles: gracias por haberme abandonado. Parece absurdo, pero es así. El único acto de perdón que ha hecho falta con ellos ha sido aceptarles como son y mostrarles que soy un hombre feliz. Han hecho falta años y la constancia de Angela y Roberto, queriéndome sin ninguna pretensión. Siempre me ha sorprendido su felicidad ante cada pequeño paso que iba dando». ¿Por ejemplo? «Acabar la enseñanza obligatoria… ¡a los 16 años! (en Italia se acaba a los 14, ndt). A veces les digo que su amor es “embarazoso” por lo grande que es, no solo hacia mí, sino a cualquiera que se encuentran». ¿Por qué son así? «En su fe radica todo. Les ha abierto el corazón de la manera adecuada. En su vida veo lo que atravesó Jesús: la traición, el amor, la amistad. Creo que se sienten muy amados. De hecho es así, lo veo. Y yo me parezco a ellos, me encanta parecerme a ellos».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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