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Huellas N.05, Mayo 2021

RUTAS

El juez niño

Paola Bergamini

El 9 de mayo será beatificado mártir in odium fidei el magistrado siciliano asesinado por la mafia. Quién era Rosario Livatino y por qué su comportamiento resulta profético.

Monseñor Giuseppe de Marco, párroco de San José, la iglesia situada al lado del tribunal de Agrigento, ya se había apercibido de ese joven que todos los días, a las ocho de la mañana, pasaba diez minutos de recogimiento sentado en el último banco. Así hasta el 21 de septiembre de 1990. Luego desapareció. Unos días después, al ver su foto en la prensa, el sacerdote descubrió la identidad de aquel hombre. Era Rosario Livatino, el juez asesinado brutalmente a los 37 años por cuatro matones en la autopista 640, que une Canicattì, donde vivía con sus padres, con Agrigento. El 9 de mayo, Livatino será beatificado mártir in odium fidei. Con la ayuda de dos magistrados sicilianos, intentaremos comprender la razón de ese odio, común a Livatino y al padre Puglisi (el primer mártir asesinado por la mafia, ndt.).

En la portada de su tesis y en las agendas de Livatino aparecen escritas a mano las siglas S.T.D, Sub Tutela Dei (bajo la tutela de Dios). Estas tres palabras resumen el ideal de la vida y de la administración de justicia del “juez niño”. Eso era precisamente lo que no podían soportar los líderes de la Stidda, la asociación criminal que en aquellos años se oponía a la hegemonía de la Cosa Nostra, decretando su muerte. Su rigor moral estaba dictado por su fe, y por tanto no era corruptible. No estaba ni con unos ni con otros, buscaba la verdad. “Santurrón” era el apelativo que le endosó Giuseppe de Caro, el capo de la mafia de aquella zona y su vecino de casa.


Después de graduarse cum laude, a los 26 años Livatino entró en la magistratura, en el ministerio público y luego como juez en el tribunal de Agrigento. Hijo de su tierra, era consciente de que la mafia no solo estaba ligada a un contexto agrario, como muchos pensaban entonces, sino que también se mezclaba con los ámbitos institucionales y económicos. «Fue de los primeros en realizar investigaciones de carácter patrimonial, lo cual también me parece un signo de esa mirada “sapiencial” que tenía hacia la realidad», explica Giovanbattista Tona, juez del Tribunal de Apelaciones de Caltanissetta, «es decir, esa capacidad extraordinaria de leer los fenómenos sociales y criminales dentro de su dinámica, sin dejarse llevar, sino tratando de adoptar una posición justa, teniendo como referencia al mismo tiempo el Evangelio y la Constitución. Servir al Estado, en una perspectiva de compromiso personal incondicional, haciendo de ello una herramienta para declinar su fe. No tenía ninguna necesidad de “declararse” católico. Estaba inmerso en el mundo con esa mirada». Un ejemplo. En el ministerio público, investigó la tutela del patrimonio natural y artístico de Agrigento. «Su sensibilidad por la creación le permitió ver la barbaridad que se estaba haciendo, cosa que en aquella época no escandalizaba demasiado». Dedicó a ello mucho tiempo de estudio, investigando los hechos y las relaciones, escuchando a testigos. No le bastaba con conocer a la perfección el Derecho, con aplicar la regla. Era el primero en entrar en el palacio de Justicia y el último en salir
El 30 de abril de 1986, Livatino da una conferencia sobre “Fe y derecho”, donde dice: «La tarea del magistrado consiste en decidir. Ahora bien, decidir es elegir, a veces entre múltiples opciones, caminos o soluciones. Elegir es una de las cosas más difíciles que tiene que hacer un hombre. Y es precisamente en esta elección para decidir, en esta decisión para ordenar, donde el magistrado creyente puede encontrar una relación con Dios. Una relación directa, porque hacer justicia coincide con la realización de uno mismo, es oración, es entrega de uno mismo a Dios. Y una relación indirecta mediante el amor hacia la persona juzgada. El magistrado no creyente sustituirá la referencia a lo trascendental por el cuerpo social, con un sentido distinto pero con el mismo compromiso espiritual».

Tres años después, será juez en el tribunal de Agrigento. Cuando le preguntan cómo se encuentra en su nuevo cargo, responde: «Mi búsqueda de la verdad sigue siendo idéntica, pues siempre es la verdad lo que busco». Ahora le toca a él “decidir” sobre la vida de los que juzga.

«Leyendo sus sentencias me conmuevo por la exhaustividad con que están escritas», afirma Antonia Pappalardo, jueza penal en Palermo. «He visto en ellas la sabiduría del profeta Daniel cuando se rebela contra la condena de Susana por el falso testimonio de dos “viejos jueces”. Livatino valoraba cada circunstancia. Me enseña a ser profeta hacia atrás: nos ocupamos de hechos pasados, debemos retroceder sobre ellos recomponiendo todos los elementos e indicios para reconstruir una trama verosímil. Para descubrir lo que ha pasado, hay que saber reconocer lo que no se ha comprendido. No hay un teorema que aplicar ni condicionamientos a los que someterse. Sobre todo me enseña que quien tengo delante es de carne y hueso. Debo mirarlo con ojos libres para poderle devolver ese hecho. Esa es la primera caridad. Por ello, el juez no puede colocarse en un pedestal, sino que debe ser humilde. Está juzgando a un semejante».

En aquella conferencia de 1986 Livatino decía: «Cristo nunca dijo que ante todo haya que ser “justos”, aunque en múltiples ocasiones exaltó la virtud de la justicia. Él, en cambio, elevó el mandamiento de la caridad a norma obligatoria de conducta, porque ese es precisamente el salto de calidad que distingue al cristiano». En aquellos años de guerra entre bandas mafiosas, al jefe policial que exultaba por el asesinato de un capo, Livatino dijo con dureza: «El que cree reza, y el que no cree se queda en silencio».

El silencio, mejor dicho, la discreción, es uno de sus rasgos. Evitaba los encuentros públicos y cenas oficiales. Consciente de los riesgos que corría, rechazó tener escolta para no poner en peligro la vida de otras personas y no «dejar huérfanos ni viudas». Para algunas de sus investigaciones, entró en contacto con el juez Giovanni Falcone. «Esto se supo después de su muerte», continúa Tona. «En su búsqueda de la verdad, Livatino era una persona que se hacía muchas preguntas, que se planteaba diariamente si había actuado según los ideales de su fe. Su frase: “Cuando muramos no nos preguntarán si éramos creyentes, sino creíbles”, tiene una doble connotación. En sentido laico, para mí significa: ¿hasta qué punto hemos sido creíbles como servidores del Estado y de la Constitución? Por eso es un ejemplo. Es una figura que te interpela. Como creyentes, me gustaría poder alargar la mano y tocar el borde de su manto, mejor dicho, de su toga, con la que nunca se quiso fotografiar. Poder beber de su sabiduría. Y de su fe».


El 9 de mayo de 1993, durante su homilía en el Valle de los Templos de Agrigento, Juan Pablo II gritó dirigiéndose a los líderes de las organizaciones mafiosas: «¡Convertíos! Un día llegará el juicio de Dios». Desde su celda, Gaetano Puzzangaro, uno de los asesinos, vio al Papa con los padres del juez. Fue el inicio de un camino de conversión espiritual. En su proceso de beatificación, testimonió: «Ni siquiera sabía quién era Rosario Livatino. Aquella mañana esperaba que no saliera de casa, o que cambiara de ruta. Éramos poco más de veinte. Nos habían dicho que ese magistrado trabajaba contra nosotros, los jóvenes. Solo después supe que aquel hombre trabajaba por nuestro futuro».




Monseñor Vincenzo Bertolone. «Chavales, ¿qué os he hecho?»
Hablamos con monseñor Vincenzo Bertolone, arzobispo de Catanzaro-Squillace y postulador de la causa de beatificación

Pino Puglisi y Rosario Livatino. Ambos sicilianos, ambos elevados a los altares como mártires in odium fidei. ¿Por qué se habla de martirio en el caso del magistrado?
Tanto en el caso de don Pino como en el de Livatino, se trata de martirio porque implica un acto violento que causa la muerte. Con Livatino, sus perseguidores, las Stidde de Palma di Montechiaro y de Canicattì, con el nulla osta de la Cosa Nostra, urden una emboscada mortal porque el juez “con cara de niño Jesús” les resultaba incómodo y alimentaban un odio consciente por la fe que vivía en su ejercicio incorruptible como magistrado justo que actúa bajo la protección de Dios, con el Evangelio a un lado y al otro los códigos. Luego el martirio exige la disponibilidad, por parte de la víctima, para entregar hasta su sangre defendiendo la fe. Livatino se había preparado para esa eventualidad sin buscarla, evitando casarse para no dejar viuda ni huérfanos, resistiendo amenazas y presiones, y acercándose al sacramento de la Confesión pocos días antes de su muerte.

¿Puede considerarse la suya como una santidad de lo ordinario? En el sentido de que su ser cristiano se transparentaba desempeñando su labor como magistrado, aplicando la ley.
Livatino, por su formación humana, jurídica y cristiana, y por su integridad, es un ejemplo. Discretísimo, nunca concedió entrevistas. Le parecía incompatible su compromiso de magistrado con el compromiso político. No temía pararse a rezar en un depósito ante el cuerpo de un mafioso, ni acercarse un domingo a entregar un procedimiento de excarcelación para un preso que tuviera derecho a ello. Quien ordenó el crimen sabía muy bien que era un hombre recto, justo y de profunda fe. No solo querían matarlo por su actuación en un Estado laico, sino por su mera existencia como juez creyente. Por eso es un ejemplo para magistrados, abogados, fiscales y fuerzas al servicio de la ley.

Para los sicilianos y para la Iglesia de Sicilia, ¿quién es el juez Livatino?
El testimonio de Livatino es una página evangélica preciosa que se ofrece a la Iglesia siciliana y a los sicilianos, pero no solo a ellos. Constante en sus firmes principios cristianos y en el ejercicio de la justicia, trabajando con seriedad y discreción, se situaba en las antípodas de las lógicas de actuación criminal, de las presiones, del prestigio a toda costa, de la ley del silencio. En definitiva, era un hombre que sin duda marcaba la diferencia cristiana y por eso es muy actual, algo muy relevante para la Iglesia y la sociedad de hoy, donde persiste la cizaña de una praxis corrupta en las organizaciones que se conciben sin Dios.

¿Tiene algún recuerdo personal del magistrado?
Lo conocí en el momento de la designación como postulador de la investigación super martyrio. Me gusta recordar lo que descubrí releyendo los testimonios canónicos y los relatos de sus colaboradores judiciales en los últimos momentos de su vida. Estando ya en el suelo, les dijo: «Chavales, ¿qué os he hecho?». ¿Por qué esas palabras? Rebuscando en la liturgia de las horas de esa época, que probablemente el fiel cristiano Livatino celebraba, me encontré con que la lectura de Miqueas, a la que remiten esas palabras, era la que se proponía el 10 de agosto de 1990. Identificándose con ese lamento profético, el 21 de septiembre Livatino entregó su espíritu.

¿Qué ha supuesto para usted ser el postulador de esta causa de beatificación?
La postulación de Livatino, después de las del padre Francesco Spoto y Pino Puglisi, me ha convencido definitivamente de la relevancia que tienen los nuevos mártires. La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires. Al término del segundo milenio, la Iglesia volvió a convertirse en Iglesia de mártires. Acercándose a estos tres mártires a los que he podido seguir, podemos volver a descubrir que el testimonio es la vocación por excelencia de cualquier cristiano. En este sentido, cualquier territorio al que se nos envíe se convierte en tierra de misión, de martirio, a veces de sangre, pero casi siempre de martirio “en seco”.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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