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Huellas N.05, Mayo 2021

RUTAS

Todos hijos, todos hermanos

Giovanna Parravicini

La decisión de la comunidad musulmana de traducir al ruso y publicar la última encíclica de Francisco, con motivos y críticas. Un camino común que continúa. «Hacen falta testimonios vivos». Hablamos con el imán Damir Muhetdinov

«Justo en momentos de crisis, cuando pueblos y países enteros se encuentran sin guía ni orientación, hace falta salir en busca de testigos». El imán Damir Muhetdinov, vicepresidente de la Dirección espiritual de musulmanes en Rusia, cuenta en Huellas la provocación que recibió del Papa, concretamente de la encíclica Fratelli tutti, que en Rusia ha sido traducida y publicada por la comunidad musulmana. La iniciativa ha estado promovida por el Foro Musulmán Internacional, con la colaboración de la editorial Medina. Llenos de curiosidad por la iniciativa, propusimos presentar el libro en el centro cultural «Pokrovskie vorota» de Moscú, durante una velada en la que, junto a los musulmanes, participaron también católicos, ortodoxos, protestantes y judíos. Un encuentro que sirvió para abrir todo un mundo, testimoniando una gran atención y estima por «la mano de amistad y de paz que el papa Francisco ha tendido al mundo islámico», como decía el gran muftí Ravil Gainutdin en el mensaje que envió a los participantes. De ahí el deseo de profundizar en las razones que llevaron a esta publicación, y sobre todo a un camino común entre creyentes de varias religiones, mediante una conversación con el imán Muhetdinov, que firma la introducción del libro en lengua rusa.

¿Por qué esta decisión de publicar un documento católico? En la introducción de la encíclica, habla usted de «cultura del encuentro», llegando a afirmar que el principal motivo de la publicación es que «nos ayuda a comprender mejor nuestra propia religión». ¿En qué sentido?
Para nosotros siempre ha sido fundamental mantener las relaciones con otras religiones, es una necesidad que nos viene de nuestra propia religión, porque el Altísimo en las Escrituras invita a todos los hombres a vivir en paz y armonía, y a conocerse unos a otros. Pues bien, en Rusia llevamos años trabajando en el diálogo interreligioso y sabemos muy bien que el diálogo debe arraigarse en sus fundamentos, pues de otro modo los llamamientos al diálogo se limitan a traducirse en meros proyectos sociales comunes, o en intercambios de saludos a nivel diplomático y oficial, donde se pronuncian bonitas palabras pero sin fundamento, que no mueven nada entre los creyentes. Para nosotros era importante entender qué dicen sobre el diálogo interreligioso el Corán y las Sagradas Escrituras de cristianos y judíos.

¿Cómo se arraiga el diálogo en los fundamentos?
No podemos negar que ha habido épocas de colaboración cordial y convivencia entre nuestras religiones, pero otras en las que se ha producido una violencia inaudita y se ha derramado mucha sangre (pienso en Iraq, Siria, Palestina, Líbano). Vemos que estos procesos conflictivos aumentan cada vez más, y por otro lado me llama mucho la atención ver cómo, a lo largo de sus dos mil años de existencia, la Iglesia cristiana ha dado grandes pasos adelante en la comprensión de los fundamentos del diálogo, pasando de la época de las cruzadas a la declaración Nostra aetate (1965), donde leemos que los fieles de otras religiones también creen sinceramente en Dios y realizan buenas acciones que pueden llevarles a la salvación. Tal vez, para un hombre laico del siglo XXI estas palabras puedan sonar a norma, pero para los creyentes están fuera de toda lógica habitual, porque si preguntáramos a un musulmán de a pie cuál es el lugar de los cristianos en el más allá, nos puede responder tranquilamente: «el infierno». Y probablemente recibamos una respuesta parecida sobre los musulmanes si preguntamos a un católico o a un protestante. En otras palabras, entre los creyentes está muy arraigada la idea de la elección, la salvación como algo exclusivo de la propia confesión religiosa. ¿Qué diálogo vamos a empezar, de qué encuentro vamos a hablar si, sentados alrededor de una mesa, cada uno de nosotros sigue siendo a los ojos del otro un pecador destinado a arder en el fuego perpetuo, y en nuestro diálogo lo que intenta cada uno es exclusivamente llevar al otro a abrazar sus propias posiciones, salvar un alma que ha perdido el camino recto? Así pensaban en la Edad Media cristianos y musulmanes, y muchos de ellos siguen pensando así todavía. Pero si vamos a las raíces de nuestra religión, también descubro en ella una visión análoga a la que nos ofrece la Iglesia católica en el principio que el Corán llama taqwa, que Mahoma explicaba así: «No existe una supremacía del blanco sobre el negro ni del árabe sobre el no árabe. Entre vosotros existe una sola supremacía, la de la piedad religiosa (taqwa)». Esta capacidad para realizar buenas obras, para comprender y ayudar al prójimo independientemente de su identidad étnica y religiosa, define al ser humano en su verdadera naturaleza y lo distingue de todos los demás seres que pertenecen al reino animal.

¿Podría decirse que este es el desafío que se abre también ante el islam de cara a la modernidad?
Sin duda, y nos ha ayudado mucho ver que la Iglesia católica ha emprendido un camino, se ha puesto a buscar un fundamento común, una gran plataforma para todos aquellos que viven en el mundo contemporáneo, desde el momento en que –especialmente en los países europeos– el elemento religioso ya no es dominante desde el punto de vista de la ley, la moral y los valores. Lo cual resulta muy actual para el mundo musulmán, donde una serie de países se está alejando de las tradiciones religiosas. Le digo más: no se podrá resolver el problema de un diálogo auténtico, que no se reduzca a un intercambio cortés ni implique una pérdida de identidad, sin una profundísima reforma del pensamiento en el seno del islam. Más aún, sin esa reforma ni siquiera se podrá plantear la cuestión del diálogo porque nos veremos abocados inevitablemente a restringir cada vez más el campo de la salvación, incluso dentro del propio islam, entre chiitas, sunitas, etcétera. Al final, solo me salvo yo, y tú que estás delante de mí eres inevitablemente un hereje…

¿Cuál debe ser el camino de esta reforma?
Realizar esta reforma significa volver a las fuentes del islam, a los documentos más antiguos, de los primeros califas, que son también los más cercanos al espíritu del cristianismo. Volver a las raíces será precisamente lo que nos permita, paradójicamente, encontrar respuestas nuevas para los desafíos de la modernidad. Eso implica un gran trabajo porque la mayoría de nuestros fieles no tiene esta apertura (incluso en nuestra comunidad, por ejemplo, hay muchos que critican la publicación de la encíclica, la foto del Papa en la portada), hace falta educación, hacen falta herramientas de reflexión, testimonios vivos. Otro elemento a tener en cuenta es la pandemia, que muchas veces ha mostrado la impotencia de las instituciones religiosas, que se han retirado, han dejado a sus fieles a merced de un nuevo ídolo, el Covid, que ha empezado a determinar y a dictar leyes por todas partes. En medio de este vacío, han resonado de manera impresionante las palabras que el papa Francisco ha dirigido a sus fieles sobre los inmigrantes, invitándoles –en contra de los políticos y gobernantes de muchos países, que miran con hostilidad a los inmigrantes y los culpan del desempleo, la criminalidad, etcétera– a abrir sus puertas, a ofrecerles auxilio, comida, medicinas… En una situación tan dramática como esta, he visto una vez más que no es casual que el Papa eligiera el nombre del santo de Asís, que con su vida entera testimonió la victoria de la fe, del espíritu. Hay un tercer elemento. Pienso en la sanguinaria contraposición entre la postura –digamos– de Charlie Hebdo, que enarbolando la bandera de la libertad religiosa ataca a las tradiciones religiosas, no solo de los musulmanes, también de judíos y cristianos, o la tremenda barbarie que supone una «respuesta» como la decapitación de Samuel Paty…

¿Qué nos dicen estos hechos?
Parecen querer demostrar que la predicación religiosa de la fraternidad es pura utopía, que en realidad las cosas van por otro lado muy distinto. Pues bien, yo creo que justo en momentos de crisis, cuando pueblos y países enteros se encuentran sin guía ni orientación, hace falta salir en busca de ejemplos y testigos. El propio Papa dijo abiertamente que se había sentido «especialmente estimulado para escribir la encíclica por el gran imán Ahmad Al-Tayyeb», con el que recordó que Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos». Entonces nos preguntamos: si es así para el papa Francisco, ¿cómo no va a estimularnos a nosotros? Y partiendo del contenido que expresa la encíclica, pensamos que era un documento tan importante que debía ser divulgado y dado a conocer al mayor número posible de personas. Por lo demás, insisto en que esta iniciativa tampoco supone nada nuevo. Por ejemplo, en 2015 publicamos amplios fragmentos de la Nostra aetate.

Del «diálogo» al «encuentro», es decir, del conocimiento mutuo a una experiencia de fraternidad. Si lo he entendido bien, ¿este es el camino que ha visto hacer en la Iglesia y el que quiere acompañar a hacer también en su comunidad?
Sí, es justo así, y le diré que para mí ha sido muy importante haber trabajado en el texto de la encíclica mientras cuidaba a mi madre, que estaba muy enferma, durante sus últimos días. Precisamente por eso, no podía leer la encíclica de manera abstracta, aquellas palabras formaban parte de la intensísima experiencia humana que estaba viviendo en ese momento. No podía dejar de pensar en el gesto del papa Francisco ese Jueves Santo que lavaba los pies a unos hombres entre los que había refugiados e inmigrantes. Yo no lavo los pies ni a mis hijos, y este hombre se los ha lavado –y hasta besado– a estos desamparados, últimos entre los últimos. Con su sinceridad, el Papa ha sabido hacernos mirar a la Iglesia, a la fe, no como una institución o un conjunto de reglas, sino como una experiencia de fraternidad, de amor, un lugar donde Dios está vivo y presente. Precisamente por eso, permite a cada uno regenerar su propia fe.

En su experiencia, la unidad y la pertenencia no se contraponen…
Debo decir que conocí la Biblia antes incluso de estudiar el Corán. Pertenezco a una familia tártara, musulmana de tradición pero, como solía pasar en la Unión Soviética, agnóstica de hecho. Quien me introdujo por primera vez en la religión fue una anciana ortodoxa, baba Maša, que me leía relatos bíblicos, pero sin ninguna pretensión de «llevarme a su bando». Recuerdo que me decía: «Di siempre una oración antes de comer y no olvides que Dios es uno, aunque los credos sean diversos». Así que se puede decir que crecí llevando en la sangre esta idea de unidad fundada en reconocerse hijos del mismo Padre, que va antes que cualquier división. Solo después, estudiando el Corán, tomé mi decisión consciente de pertenencia, pero sin renegar nunca de esta unidad última.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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