«Lo que faltaba no era buscar la perfección, sino vivir una relación». Guadalupe y Mariano, argentinos, explican su camino. Y el cambio que llegó durante una discusión
«No quiero un hombre perfecto. Quiero una relación, un vínculo». Solo dos frases, pronunciadas de golpe durante una discusión seria, una de esas riñas de pareja en las que poco falta para empezar a hurgar en heridas profundas. Pero la vida de Mariano y Guadalupe cambió ahí, cuando ella pronunció esas palabras en medio de una pelea de novios. «Cesó todo en un instante», explica él. «El tiempo justo para darnos cuenta de que algo había sucedido. La discusión paró de golpe. Y nos vimos de repente en silencio, mirando».
Es uno de esos momentos en los que descubres que el camino y el perdón son inseparables, y que estamos juntos realmente para ser «el uno para el otro compañía hacia el Destino», como escribe don Giussani en Crear huellas en la historia del mundo. «No sé cómo llegué a decir esas palabras. Pero fue como volver a descubrir que yo, con toda mi buena voluntad, no soy la que sostiene la relación», añade ella. «Puede ser una frase bonita, lo sé. Pero en ese momento era una experiencia. Tan potente que hoy, cuando tengo problemas, vuelvo a mirar aquel hecho».
Mariano Abram tiene cuarenta años, da clases de Tecnología en secundaria y es un apasionado de la música. Guadalupe Ferrero tiene diez años menos, también es profesora (de cultura audiovisual) y le encanta bailar. Viven en Santa Fe, Argentina. Se conocieron en 2014, con motivo de una ocasión especial (la hermana de ella se casaba con un amigo de él) y en un momento aún más particular. Ella, de familia católica, tenía una inquietud que a veces se transformaba en ansiedad. Él, que no sabía nada de la fe más allá de la aversión que respiraba en su familia, estaba lleno de preguntas desde que era niño. «Tenía siete u ocho años, estaba sentado en una iglesia y observaba a esa gente tan extraña, tan lejana. No entendía. Pero recuerdo muchos momentos parecidos: yo solo, buscando algo que no sabía exactamente qué era». Una semana antes de conocer a Guadalupe le decía algo parecido a un amigo que le preguntó: «¿Qué quieres ahora de la vida?», a lo que él respondió: «Conocer a alguien con quien poder compartirlo todo». «Tres días después, apareció ella. De la nada. Un signo, ¿te das cuenta? Y fue solo el primero de una cadena».
A partir de ahí, empieza un camino lleno «de muchas cosas, bonitas y difíciles». Para Mariano se abre un mundo. «Veía cómo vivían ella, sus amigos, su familia, y me hacía muchísimas preguntas. Pero tenía una belleza especial, donde las cosas eran tan correspondientes que te quitaban de en medio cualquier prejuicio». En Guada se introdujo «un desafío: tenía que contarle muchas cosas de mi fe, explicárselas de manera sencilla. Él preguntaba mucho, eran preguntas serias. Estaba realmente sorprendido porque yo viviera así. Y desde el principio fue una gran ayuda».
Una certeza que fue creciendo, hasta el momento decisivo de aquella discusión. «Me sorprendí a mí misma diciendo esas cosas. Para mí fue como un encuentro: nuestra relación comenzó a tomar más fuerza», explica Guada. «Aquella frase no podía ser más adecuada para mí», añade Mariano. «Es difícil de explicar, pero si miro mi historia me doy cuenta de que era exactamente lo que me faltaba: no la búsqueda de una perfección, sino una relación. No porque yo sea perfecto, la relación será perfecta».
Antes de la boda llegaron otras dificultades. Ella entró en crisis, sufría ataques de ansiedad. «Los encuentros habituales eran así: llegaba, la encontraba llorando, hablábamos, paraba de llorar y se dormía», bromea él. Después, añade seriamente: «Me hería. Pero el hecho de que ella estuviese mal y que estando conmigo se calmara, era otro signo». Ella explica: «Hablar con él era como volver a abrir los ojos». Por eso, «aquellos meses fueron decisivos: sirvieron para darme cuenta de que este camino era realmente para mí». También sirvieron para que él se acercara más aún a esa vida tan distinta. «Una de las primeras veces que fui a la Escuela de comunidad sentí un montón de cosas», recuerda Mariano. «Pero no me impresionaba lo que contaban, porque en el fondo hablaban de cosas que les pasan a todos. Lo nuevo eran las conclusiones que sacaban, lo que aprendían. Me daba cuenta de que, para entender ese paso, me faltaba una cosa: ser cristiano». De uno de esos encuentro salió preguntándose: «Pero, ¿qué querrá decir creer? ¿Cómo será?». «Me imaginaba siendo cristiano. Era una especie de simulación, un esfuerzo intelectual para imaginar y pensar con la fe. Y, claro, no funcionaba. Pero era una curiosidad verdadera».
En 2016 decidieron casarse. «Miguel, el cura que nos acompañaba, nos dijo que Cristo sostiene el matrimonio cristiano. A mí me sonaba raro, pero interesante. Me fascinaba. ¿Qué quería decir apoyarse en otra cosa para vivir?». ¿Y ahora? ¿Qué responde? «Sobre todo, lo pido. En la vida somos como somos. Yo tengo un carácter fuerte, ella también: nos peleamos, discutimos… Pero eso son solo circunstancias, la relación no es eso». Recuerda que con otras relaciones que había tenido no era así. «En el fondo se basaban en algo que puedes recibir del otro, en lo contentos que estábamos estando juntos. Y eso es importante, pero no lo es todo. Entre nosotros hay algo más. La familia es un lugar donde puedes darte cuenta de que todo es un bien. Incluso una discusión. Porque es tu camino. Pero solo sucede si miras a Otro». Con esto, concluye: «el hecho de que en el matrimonio haya un tercer factor es real. Antes de bautizarme lo intuía. Pero ahora se ha convertido en algo muy concreto».
En la historia de Guada y Mariano también ha llegado la conversión. «En 2019 le invité a los Ejercicios de la Fraternidad», cuenta ella. «Nunca había ido a un retiro». Cuando volvieron, él le preguntó: «¿Qué hay que hacer para bautizarse?». «Nunca tuve la pretensión de que se convirtiera. Tengo muchas, pero esa no… Estaba claro que él estaba en búsqueda. Pero me sorprendió su deseo».
Mariano se bautizó el 3 de diciembre de 2020. «Es muy importante no estar solos», dice Guada. «Es una ayuda enorme mirar a los amigos, a otros matrimonios, trabajar la Escuela de comunidad. Pero yo nací en el movimiento. Para mí era normal vivir así, casi lo daba por descontado. Sin embargo, nuestra relación me hizo ver que en la fe hay una diferencia. Para nosotros y para el mundo. Implica una apertura tremenda».
Justo después del viaje de novios, llegó Margarita. Y, en seguida, Pedro. ¿Qué ha cambiado con los hijos? «Cuando ella nació, la miré y no me lo podía creer», explica Guada. «Realmente había hecho muy poco para que estuviese ahí, pero estaba. Últimamente siento dolor en mi maternidad: soy dura, tengo muchas ideas en la cabeza que me gustaría que se cumplieran. Pero esta relación me sitúa siempre ante algo nuevo». ¿Y Mariano? «Domina la gratitud. Me parece increíble el amor que se experimenta hacia ellos, es algo fuera de lo normal. Lo que ha cambiado es darme cuenta de que en todas las relaciones hay otra cosa en el centro. Con los hijos es evidente: el corazón de la relación es el bien, el amor. Y mirar eso cambia también otras relaciones».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón