Las calles de la Universidad de Notre Dame, en Indiana, por fin han vuelto a repoblarse de estudiantes después de meses de encierro. Ahora que las clases se imparten cara a cara, los estudiantes vuelven a ser el alma del campus. Aldo saluda a alguien mientras camina a paso ligero hacia el aula donde imparte su curso de Mitología griega. Se sienta en la cátedra y abre el iPad. Solo tiene tiempo para revisar el correo. Hay uno de la gerencia de la universidad. Durante la noche, dos chicas del campus han perdido la vida en un accidente de coche. Se invita a los profesores a supervisar cualquier situación de estrés en sus aulas, convocando a todo el mundo a una vigilia de oración esa noche.
Aldo permanece en silencio durante unos minutos, luego empieza con la clase. Todo sigue sin problemas ni preguntas. Sus alumnos no parecen turbados por la noticia pero él no está a gusto. Tal vez debería haber dicho algo. Quizás debería haber abordado el tema. El año anterior un chico del campus se había suicidado, pero él no sintió la urgencia que le apremia ahora y pasó de largo.
Por la noche se queda en la vigilia. De todas las intervenciones y relatos le llama la atención la frase de un sacerdote: «No estamos aquí para explicar lo que ha pasado, sino para dejar que Cristo empiece a actuar». De regreso a casa, advierte en su interior toda esa pregunta por el sentido de la vida de esas dos chicas, la de sus alumnos y la suya propia. Al día siguiente, vuelve a clase y decide tomarse diez minutos. «Chicos, ante lo que ha pasado siento toda mi impotencia y a la vez toda mi necesidad. Estamos necesitados. No debemos tener miedo a decirlo. No estamos hechos para aparentar que somos fuertes».
Pasan unos días, y a la salida de clase, una mañana, se encuentra a dos alumnas esperándole. «Profesor, queríamos enseñarle algo. Escribimos en un blog que se llama “Radical love” y hemos querido compartir con todos lo que nos dijo en clase el otro día». Aldo mira el teléfono de la chica y lee: «Después de lo que ha pasado, muchos de nuestros profesores han cancelado sus clases o nos han hablado sobre cómo manejar el dolor. Uno de mis profesores nos ha hablado sobre confiar en otras personas para que nos ayuden a llevar nuestro dolor. Nos dijo: “No tengáis miedo a vuestra fragilidad”. Esta frase es la antítesis de mi ideal. ¿Fragilidad? Es lo último que me gustaría que me definiera. ¿Fuerte? Mi meta final. ¿Necesitada? Es una palabra que todavía no me gusta. Pero sé que mi profesor tiene razón. Nos guste o no, somos personas frágiles y necesitadas que simplemente no pueden llevar todas las cargas de la vida solas». Aldo está asombrado. Es la primera vez que estas chicas se le acercan. «Son preguntas incómodas. Pero la realidad nos despierta todo el tiempo. Ayudémonos a ver si hay algo que responda... Ahora vamos a clase, tengo que explicar el mito de Prometeo. Él también quería estar a la altura de su deseo».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón